martes, 8 de octubre de 2024

Los peligros de la naturaleza


Ese halo de buenismo que permea la sociedad, no solo rezuma por los poros de todos los progres que andan a cuestas con esto de la cultura, sino que también ha llegado a cualquier rincón de la biosfera. Con esto del ecologismo de pacotilla, hasta los ecosistemas son templos de paz y candor. Una supuesta comunión con bacterias, protozoos, hongos, plantas y animales se ha tornado una necesidad imperiosa para las nuevas generaciones de ignorantes que, criados en pleno asfalto, no saben de lo que es capaz la madre Natura.
No he visto espacio más cruel que los desiertos, las montañas y las selvas de este planeta. La vida campa a sus anchas en ellos, pero también tiende a autoperpetuarse. Por eso hablamos de competencia entre individuos de la misma o distinta especie. Por eso hablamos de selección natural. Por eso hablamos de la lucha por la supervivencia.
Queramos o no, el mundo natural se deja a un lado la caridad, la solidaridad y otros inventos humanos, para seguir hacia delante con un flujo de información que, a lo largo de los millones de años, ha ido construyendo ese super-organismo al que algunos le propinaron en nombre de Gaia.


Sin embargo, el mensaje que se lanza desde muchos libros infantiles es el contrario. La naturaleza es un lugar seguro, en él nadie te va a hacer daño. No tienes de qué temer siempre y cuando la trates con respeto e igualdad… ¡Mentira cochina! He ahí los agentes patógenos, virus, priones, hongos y bacterias, he ahí los depredadores, los parásitos o los venenos.
La naturaleza puede ser hermosa, sí, pero también peligrosa, mucho, además. Que más de uno que se ha ido de luna de miel al trópico y se ha venido con algún nematodo en su retina, otros han visto peligrar su vida por culpa de los caimanes y los menos vuelven con algún miembro amputado por congelación.


Algo de eso debieron avistar los autores de El secreto del lobo cuando idearon su nuevo álbum en el que la conexión entre el ser humano con la naturaleza no es tan amable. Servido por Pípala este otoño, Leina y el señor del bosque viene de la mano de la ilustradora española Júlia Sardà, y los escritores Myriam Dahman y Nicolas Digard.
En esta historia con sabor a cuento tradicional, Leina, la protagonista y dueña del único barco del pueblo, se dedica a transportar a sus vecinos al bosque cercano donde cogen madera, cazan y recolectan provisiones. Lo peor de todo es que muchos van, pero algunos, como Oren, su mejor amigo, no vuelven. Decidida a encontrarlo, Leina se interna en el bosque, donde se encontrará con el Señor de los Hongos Venenosos, un misterioso personaje que oculta un oscuro secreto en su palacio subterráneo.


Encarnado en la figura de un sapo mezquino, regresa ese mensaje que las historias de siempre se han empeñado en lanzar a los niños y que parece haber caído en el olvido. ¡Cuidado con el bosque! Es oscuro, lúgubre, húmedo y sobre todo desconocido. Un escenario que, si bien no es suficiente para acabar con el ingenio de la heroína y esa ayuda mágica que apuntaba Propp, consigue avisarnos de la trampa tan natural que puede aniquilar al incauto.


Como en otros títulos, el trabajo de Sardà es impecable y bebe de multitud de referencias. En esta historia las ilustraciones evocan al universo creativo de Hayao Miyazaki, pasajes de Alicia en el país de las maravillas (¿Recuerda a la oruga azul sobre la seta gigante que le pregunta a la niña sobre su identidad? ¿Y el banquete con el sombrerero loco?), las composiciones estudiadas de Iban Bilibin o las creaciones teseladas de M. C. Escher.
Una delicia visual con advertencias necesarias.

viernes, 4 de octubre de 2024

Las plantas y yo


Muchos de ustedes no saben que soy biólogo. Y muchos menos que en mis años de universidad me especialicé en el universo de las plantas, de la botánica. En realidad cursé dos especialidades, pero en el expediente académico solo podía figurar una y elegí esa. Me parecía tan minoritaria como hermosa. Un saber de otro tiempo propio de valientes que no buscaban el éxito que se les presuponían a la genética o la biotecnología.
No sé qué me llevo a las plantas. Quizá fue el veneno del que nos hablaba Maruja, mi profesora más inspiradora. Uno que te tocaba de por vida sin motivo aparente. En realidad, yo ya me dedicaba a la botánica mucho antes de llegar a la universidad. Con mis abuelos, con mi padre y mi madre. Gente del campo que sabía de frutas, hortalizas, verdura y cereales. Y para lo que no sabían ellos, tenía guías y manuales.


Es por eso que me ha gustado tanto el herbario de hoy, uno creado con versos para rendir tributo a Dulce María Loynaz y que viene a sustituir al que hilvanó en sus años de juventud y fue devorado por las polillas. Una reconstrucción emotiva y seguramente muy diferente, pero que abraza con sentimiento el mundo vegetal, uno tan inspirador y necesario en cualquier etapa vital, más todavía en la infancia, esa patria compartida que trepa a los árboles, deshoja margaritas y rueda por la hierba.

Recuerdo de infancia:
carros cargados de helecho
tirados por bueyes
bajando por la montaña;
el freno de madera
cantando saetas al viento;
ausencia de esmeraldas,
solo el aliento verde de los prados.

***

Los equisetos de tupidas barbas
vigilan con semblante serio el riachuelo
que los voraces humanos han despoblado
de cangrejos y piscardos,
bailarines que alegraban sus cauces.
La corriente sigue su camino valle abajo,
jugando a la rayuela con los guijarros,
bajo la atenta mirada de los equisetos,
que se atusan las barbas.

Juan Kruz Igerabide.
Helecho y Cola de caballo, equiseto.
En: Dulce herbario.
Ilustraciones de Mo Gutiérrez Serna.
2024. Vigo: Creotz.

martes, 1 de octubre de 2024

Escenarios urbanitas


Uno de los escenarios que más se repite en el álbum, ese producto literario posmoderno que tanto éxito tiene, es la ciudad. No es de extrañar teniendo en cuenta que este género comienza a desarrollarse a finales del XIX y continua durante todo el siglo XX y el nuevo milenio, una época en la que florecen las grandes ciudades como caldo de cultivo de esa niñez urbanita que mama asfalto por todos los poros de su piel.

Quizá, este ecosistema, sea una de las grandes diferencias entre la literatura tradicional y la actual. Si hacen memoria y recuerdan algunos cuentos clásicos, denotarán que la naturaleza se halla omnipresente en todos ellos. Bosques, prados, ríos y orillas florecen en unas narraciones creadas para un universo rural en el que los fenómenos naturales pergeñan de magia los hechos que allí se narran. Sin embargo, conforme aparece la Revolución Industrial y ocurre el gran éxodo rural, la ciudad pasa a ser el centro neurálgico, tanto de la vida occidental, como de las obras literarias.

En un principio, esos ecosistemas antrópicos, aunque contextualizan la acción, son utilizados como yuxtaposición al medio natural. Es decir, la ciudad es un medio hostil que deben abandonar los protagonistas para reencontrarse con ese espíritu libertino y subversivo que ofrecen selvas, montañas y pantanos. Pero conforme avanza el siglo pasado, empezamos a encontrarnos con una ciudad llena de posibilidades. La fantasía se vuelve asfáltica y provee a los lectores de lugares propicios para desarrollar su imaginación.


Como ejemplo de estos álbumes urbanitas, hoy les traigo Un día, la obra de Sunjung Suh que acaba de publicar en nuestro país Océano Travesía.
Tomando como punto de partida la primera vez que un niño tiene que cruzar solo un paso de cebra para encontrarse con su amigo, el autor coreano se adentra en un universo la mar de sugerente. Franjas de pintura que cobran vida, olas que se alborotan, un océano que se llena de peces, un pulpo gigante, un extraño jardín o una caterva de figuras monstruosas. Todos caben en esta aventura urbana.

Y es que esa realidad gris y bituminosa en la que crecen muchos niños de hoy día, no debe estar exenta de imaginación. Y así, liberada de las formas angulosas y milimetradas, el paisaje adquiere carácter sinuoso y desbocado, advierte de los peligros, pero al mismo tiempo les resta importancia.

Un mundo realista en blanco y negro se contrapone a otro más onírico donde los colores campan a sus anchas, un formato que invita a encontrarse con el objeto-libro y un desfile de personajes de lo más sui generis, son algunas de las bazas para que este libro sea un divertimento surrealista donde caben las primeras veces y la transformación de lo que nos rodea.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Insignificantes


Llevamos tres semanas de clase y asoman los primeros problemas en las aulas. Unas llorando por las esquinas, otros dándose de ostias en la salida, muchos enamorados y los menos, planeando una huida. Así ¿quién va a prestarle atención a las clases? Pues nadie.
Lo mejor es atajar los problemas cuanto antes, no sea que todo se desmadre y sea imposible seguir con lo que nos ocupa.
Coges el teléfono y llamas a sus padres. “Buenos días”. “Buenos días”. Explicas el circo y empiezan a despotricar. Que si son unos irresponsables, que si viven muy alegremente, que no saben lo que es pagar facturas ni tener mil y una responsabilidades… Yo callo y asiento como buen terapeuta público (que para eso me pagan), mientras pienso en quiénes tendrán problemas más acuciantes, ¿padres o hijos?


No me quiero ni imaginar por lo que pasan muchos de mis alumnos a diario. Centros de acogida, adicciones variadas, divorcios imposibles, traslados de centro o de localidad, acoso escolar o embarazos no deseados. No me gustaría estar en su pellejo, la verdad. Así que concluyo que los segundos.
No voy a negar que la vida del adulto sea diferente, quizá más rutinaria, menos explosiva y vertiginosa, pero hay que ser conscientes de que, en lo que a problemática se refiere, cada edad tiene sus cuitas, sobradamente equiparables por mucho que nos neguemos a admitir que todo depende de la importancia que le demos a nuestro ombligo y de la capacidad que tengamos a la hora de gestionarlos. Que ya les digo yo, que vejez y resiliencia muchas veces no van de la mano.


Y si no me creen, les dejo con Nosotros, los pequeños, un librito de Andrea Espier que acaba de ser publicado por Tres Tigres Tristes. Aparentemente sencillito es capaz de punzarnos por dentro de manera sutil, pero muy efectiva.
En él, la autora oscense nos narra los problemas cotidianos de los chiquillos. Que si no saben atarse los cordones, cruzar una calle atestada de coches, hacer la compra con buen criterio, estarse quietos o sentirse perdidos. Un sinfín de situaciones cotidianas que son importantes para todas las criaturas, sea cual sea su tamaño…


Esta oda a la infancia desde esa mirada un tanto condescendiente que tienen los adultos también presenta sus vueltas... Por un lado, el protagonista le da importancia a sus problemas, por otro hace una llamada de atención a todos esos adultos que, subestimando sus capacidades, son igual de frágiles que los niños y se pueden sentir abrumados por la mínima traba.
Dirigido a un público de lecturas reflexivas y con espíritu crítico, este álbum se adentra en recovecos narrativos con cierta enjundia. Guardas a modo de prólogo y epílogo, figuras adultas que parecen ausentarse a modo de neblina, que permanecen ajenas a la acción, un mundo sobredimensionado y mucho juego de planos, aúpan una historia cotidiana que, con mucho humor (algunas disyunciones y parodias me han sacado más de una sonrisa), nos interpelan a favor de la infancia y nos señala con insignificancia a pesar de peinar canas.

viernes, 27 de septiembre de 2024

La importancia del desayuno


El desayuno es la comida más importante del día. Que me lo digan a mí, que me pongo las botas a diario. Jamón serrano, tomate, aguacate, huevos fritos, leche, avena… No sé cómo mi peso sigue estable si me pongo como quiero. Y si da la casualidad que me topo con un buffet libre o un greasy cafe, la gente no da crédito al verme tragar tan de buena mañana.
De hecho, todavía no entiendo a quiénes son capaces de sobrevivir a una mañana de trajín con tan solo un café o un vaso de leche y cuatro galletas. Debería estar prohibido por ley desayunar de manera tan pobre. No es saludable. Mucho menos cuando hablas de niños y jóvenes, personas en pleno desarrollo que necesitan buena cantidad de nutrientes para correr, saltar, estudiar y hacerse vivos durante la jornada escolar.


Mi padre lo tenía muy claro: de casa no se sale sin un buen desayuno. Y aquí sigo, dándolo todo y animándoos a seguir el ejemplo con unos versos matutinos de Leire Bilbao, cuya obra está siendo traducida al castellano de manera exquisita por la editorial Kalandraka, con la inmejorable compañía de Maite Mutuberria y sus ilustraciones. ¡Que aproveche!

Y de sorbo en sorbo
bigote de leche.
Y de sorbo en sorbo
la barba de leche.
Y de sorbo en sorbo
un lago de leche
dentro de mi boca.
Que no se caiga
ni una sola gota.
La mala leche 
de mamá no se agota
tan de sorbo en sorbo
en el aire flota.

***

La cucharilla con el tazón
¡clin-clin-clon!
compone una canción.
¡Clin-clin-clon!
Hasta terminar el desayuno
nadie se levanta de la mesa.
Cuatro, tres, dos, uno…
¡Sacudamos la pereza!

Leire Bilbao.
En: Onomatopoemas y otros pequeños sonidos.
Ilustraciones de Maite Mutuberria.
2024. Kalandraka: Pontevedra.
 

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Descubriendo los caminos


Un año más he hecho el camino de Santiago. Para este 2024 elegí el llamado camino inglés, los más de cien kilómetros que separan Ferrol y Santiago de Compostela. Si bien es cierto que era el itinerario más corto que iba a hacer nunca, fue igual de generoso que el resto.
Además, y haciendo una excepción, dejé que la Rosi me acompañara, pues ella siempre había querido disfrutar de la experiencia, pero no se atrevía a caminar sola. Tras un acuerdo (iríamos juntos, pero no revueltos, que caminar es una cosa muy seria para andar comprometido), nos dirigimos a la costa gallega a mediados de agosto.


Desde el principio, todo fue muy accidentado. Chamartín, el caos que todo el mundo sabe. La inauguración del AVE hasta La Coruña, un desastre monumental (dos horas de retraso) que nos obligó a echarle morro al asunto y pedirle a dos veinteañeros que nos acercaran en coche hasta nuestro alojamiento en la ciudad vecina. Empezaba la aventura…
En la primera jornada alcanzamos Pontedeume, un pueblo bien bonito deslucido por doce horas de lluvia. Hicimos lo que pudimos, pero todo fue un poco desalentador, sobre todo porque al día siguiente empezaban los repechos y nos veíamos con la lengua fuera, empapados y sin gusto.
Pero mira por dónde, en Betanzos lucía el sol, tocaba verbena nocturna y mucha tortilla. Ahí empezó el verdadero camino, ese en el que los peregrinos nos mezclamos con otros, nos dejamos contagiar por su reflejo y empezamos a quitarle hierro a las circunstancias sobrevenidas.


Llegamos a Hospital de Bruma y, a pesar de lo imposible, decidimos brindar por la vida. Reímos, cantamos y bailamos para terminar yaciendo en el suelo. El ecuador fue un despiporre maravilloso que fue abriendo puertas y ventanas hacia la etapa final en la que todo reverberaba.
Sí. Quedaron muchas líneas en el tintero, inacabadas, como el propio camino, pero lo cierto es que todos rebosábamos. No sé muy bien de qué, pero andábamos desbordados. De alegría, de tristeza, de nostalgia, de cansancio. Otro sendero más que fluye a través de mí, otro principio, quizá otro fin, el de una promesa cumplida, el de un secreto impronunciable.


Y si no han tenido bastante con este breve resumen, aquí les dejo con El camino, un álbum de Marisa Núñez y Mariona Cabassa editado por OQO, que se revela ante mí como un diario de viaje bien poético que hay que regalar a cualquiera.


Metafórico y luminoso, no he encontrado mejor álbum que indague en las metáforas que subyacen al camino de una manera explícita. Cuestas que suben y otras que bajan, líneas rectas o serpenteantes, cruces y elecciones, compañía y soledad. Todo cabe en este libro lleno de certezas.


Con esa complementación entre texto e ilustraciones, las autoras consiguen, no solo enganchar al lector experimentado, sino atraer al iniciado, pues en cada doble página se despliegan imágenes coloristas que, protagonizadas por un joven caminante, nos sumergen en los avatares de cualquier viaje. La belleza, el peligro, la introspección, la sorpresa… Un sinfín de sensaciones que nos guían en esa senda que es la vida.

martes, 24 de septiembre de 2024

Argumentos coloridos


Durante los últimos meses ha llegado a mis manos un puñado de libros donde los protagonistas son los colores, un tema muy recurrente en la Literatura Infantil por varias razones.
En primer lugar se complementa a la perfección con el currículo escolar de educación infantil y el primer ciclo de primaria. Los críos se pasan el día con pinturas de dedos, ceras y lápices y los maestros aprovechan para desarrollar todo tipo de contenidos. 
El segundo motivo es que el ojo, nuestro órgano de la visión, experimenta un enorme desarrollo durante esta etapa de la vida y las criaturas, además de diferenciar los colores básicos, también aprecian tonalidades, texturas y volúmenes, lo que les ayuda a afianzar su percepción sobre el mundo y poder representarlo. 
Por último, los colores y sus características son ideales para hablar de un sinfín de temas entre los que se cuentan la diversidad, los estados de ánimo o cuestiones curiosas.


Si bien es cierto que se utilizan con cierto simbolismo y mucha metáfora en la ficción dirigida a la infancia, lo cierto es que este fenómeno de la naturaleza que sucede en todo el universo conocido al que llega la luz, es útil por otros motivos, como pueden ser los fenómenos de alerta, tanto positivos (¿Por qué las mujeres se suelen pintar los labios de rojo?), como negativos (Recuerden que muchos frutos y animales venenosos se visten de colores llamativos. Es lo que llamamos aposematismo). Puede servir para cazar o escapar de los depredadores (¿Para creen que servían los plumajes variegados de muchas aves o el color tostado del león?), para controlar la temperatura corporal de ciertos reptiles, comunicarse entre individuos de la misma especie o seleccionar al macho o la hembra más adecuado para reproducirse.


Del mismo modo, tampoco debemos olvidarnos de cómo esos colores se presentan en la naturaleza. Hay patrones a rayas o a manchas. También hay patrones de coloración que cambian con el ángulo de observación. Son los colores iridescentes. Pero, ¡un momento! Hay que recordar que no todos los animales ven los colores como nosotros. Entonces ¿lo que estamos viendo es subjetivo? Por supuesto, ya que nuestro antropocentrismo a veces nos lleva a cometer errores de interpretación, algo que no sucedería si todos los seres vivos y materiales inertes de nuestro planeta fuésemos albinos. 
Así que, volviendo a nuestra temática colorística, hablemos de libros… 


El primero es el de Ledicia Costas y David Sierra. Su Siete dientes de león, publicado por Nórdica Infantil, es un álbum cuyo texto toma la estructura de un relato tradicional.


En él se cuenta la historia de Iris, una pescadora que habita un mundo gris y que durante sucesivas noches sueña con siete colores diferentes que se transforman en siete infrutescencias de dientes de león. Una mañana decide sembrarlas en el campo y espera que las nubes las rieguen para que florezcan. Pero la cosa parece difícil y tendrá que ingeniárselas para pescar alguna nube que descargue sobre estas semillas tan especiales…


Con ilustraciones de tipo figurativo donde el contraste entre blanco y negro y color imprime dinamismo a una historia que apuesta por los elementos mágicos y la numerología de los cuentos de hadas, también cabe el humor y los guiños a leyendas de otras latitudes como el caldero de los leprechauns irlandeses.


La ciudad gris, el nuevo libro de Torben Kuhlmann publicado por Juventud, su editorial de cabecera en España, aunque bebe de esa línea argumental que, como en el caso anterior, yuxtapone el gris a lo colorista, está ambientado en un universo más realista y actual.


En este álbum, Rita, una niña que acaba de mudarse a una nueva ciudad junto a su padre, se topa con un espacio completamente ceniciento. Incluso la escuela, la ropa de sus compañeros y el cine son de color plomizo. Aquí pasa algo y ella conseguirá descubrirlo gracias a su amigo Alan, unos vecinos muy vitalistas y un libro escondido en una biblioteca clandestina. ¡Esperemos que lo solucione!


Con las siempre detallistas ilustraciones del padre de Lindbergh, ese ratón que tantos éxitos ha cosechado en las librerías, nos encontramos con una aventura llena de misterio y acción que también parece una metáfora sobre la pérdida y los cambios vitales. Con una nota científica al final y una edición impecable, seguro que esta niña les recuerda a la Momo de Ende, otra heroína que luchaba en contra de los mundos tristes e insustanciales.


El color los sentidos escrito e ilustrado por Gustavo Roldán y publicado por Bululú, es el libro más metafórico de esta pequeña tanda.


Con el subtítulo de Un cuento en blanco y negro, a todo color, el autor se adentra en un juego de sensaciones que en gran medida prescinde de representar coloreadas todas las alusiones a las que hace referencia en el texto. Del mismo modo, Roldán quiere invitarnos a una experiencia donde, prescindiendo de la vista, conseguimos recrearnos en sonidos, olores o sabores que también tienen una estrecha relación con los nueve colores que va mencionando en cada doble página.


Ni que decir tiene que el argentino no se olvida de ese humor gráfico tan característico que presentar todos y cada uno de sus libros donde la tira cómica está muy presente y complementa estupendamente a un texto donde campa lo poético.


Terminamos con El rojo orgulloso, un álbum de los uruguayos Alejandra González y Daniel Kondo que tras el éxito cosechado, tanto en su país, como en la Feria de Bolonia, Océano Travesía ha decidido publicar en nuestro país y es la portada de este pequeño monográfico.


Con una puesta en escena que recuerda a otras grandes historias de colores como Flicts de Ziraldo, esta pareja de creadores se da cuenta de que las cerezas, las manzanas, las fresas, Caperucita y la luz más importante del semáforo son rojas, pero ¿quién se cree que es el color rojo para estar siempre llamando la atención? Esta es la historia de cuando el rojo descubrió que era todo menos rojo.


Guiños a otros artistas como la brasileña Tarsila do Amaral o el también uruguayo Joaquín Torres García, este libro con cierto aire informativo en el que hay bastante diseño gráfico en un universo claramente infantil, nos aproxima a las disputas infantiles y una resolución sorprendente en la que el lector, además de reírse y extrapolar los hechos a su realidad, descubre datos científicos muy interesantes.
Un libro con cierta enjundia, vistoso y cercano que no se debe perder ni el más pintado. Sean sus colores los que sean.

lunes, 23 de septiembre de 2024

Gente amargada


Hay gente que, de tanto fijarse en los demás, vive amargada consigo misma. Si los demás no hacen lo que ellos quieren o lo que se esperaría que hiciesen, ya la hemos liado. Viven molestos por todo, aunque lo que llevemos el resto entre manos no les repercuta en nada. Y si eso sucede, por mínimamente que sea ¿es para ponerse así? Pregunto. Cualquier excusa es buena para liártela, su máxima aspiración vital. Y luego: a vengarse.
Si salimos, que deberían cerrar todos los bares sin excepción. Si te compras un coche, quieren que los erradiquen de la faz de la tierra. Si te casas, que ojalá te divorcies pronto. Si les avisas de que llegas un poco tarde a la comida, tienen un hambre voraz y ni te esperan. Si te gusta la Navidad, que la prihiban. Y así todo. Lo peor de todo es que convierten esa actitud en una forma de vida, por lo que, ni viven, ni dejan. Todo un despropósito en lo que a existencialismo se refiere y que les aboca a la soledad más absoluta.


Lo peor de todo es que esta fauna florece como setas, más todavía en el mundo del coaching, las personas vitamina y el self care. Estoy deseando que la Marian Rojas Estapé nos dé uno de sus mítines sobre la gente amargada, a ver si alcanzo a entender la base fisiológica de este fenómeno. El tono con el que hablan, el rictus que se gastan, sus quejas constantes, crispados, volátiles y ofensivos… Lo que más anonadado me tiene es esa satisfacción que recorre sus higadillos haciendo que otras personas se sientan mal. ¿Estará su oxitocina a los niveles de la discontinuidad de Mohorovicic?
Ni ellos mismos saben de dónde viene ese estado de pobreza emocional. Se creen que lo controlan todo y con joder a los demás, solucionan cualquier brete, pero lo cierto es que a mí no me gustaría sobrevivir (que es lo que hacen) de esa manera. Con la cantidad de cosas malas que hay en la vida, no sería capaz de alimentarlas todavía más. Pero bueno, allá ellos...


Yo, lo único que tengo claro es que forman parte de un variado elenco de actores secundarios de los que prescindo en esa obra de teatro que es mi devenir. Y si hay que soportarlos por obligación, cuanto más lejos y menos trato, mejor. Prefiero hacer eso que ponerme a su altura y actuar como el protagonista del libro de hoy.
Un paseo con Kiki, un álbum de Davide Cali y Paolo Domeniconi (editorial Petaletras), nos cuenta la historia de Tristán y su mascota Kiki, un enorme Tyrannosaurus al que pasea por el barrio con total normalidad. Lo chungo viene cuando este reptil gigante no le pasa una a nadie y se va zampando a todo el que no le viene bien. A una vecina, a unos chavales, a la maestra, al policía… Bueno, es verdad, no a todo el mundo… ¿A quién respetará Kiki?


Con una narración sin muchas florituras, los autores de este libro construyen una historia que se puede interpretar desde dos visiones muy diferentes. Por un lado Kiki puede ser la mascota imaginaria de un niño que canaliza su ira a través de él. Y por otro Kiki, además de ser real, obedece a sus instintos primarios de animal salvaje que finalmente se deja domesticar gracias al poder del amor. ¿Y ustedes? ¿Qué piensan?
Con un estilo realista que recuerda al estilo de ilustradores como Chris Van Allsburg o Loren Long, el artista italiano juega con los planos y con el formato para construir una narrativa muy sugerente en la que el lector también se vuelve partícipe del apetito voraz de ese dinosaurio que parece un poco amargado o se venga de los amargados. Elijan ustedes.

viernes, 20 de septiembre de 2024

Observando...


Lo asumo. Soy demasiado observador y me fijo en todo tipo de detalles. Unos me llevan a lanzar todas estas saetas discursivas, los menos me remueven sentimentalmente, otros desearía no haberme detenido en ellos y el resto siempre me conduce a diferentes reflexiones sobre lo que me rodea.
Cada vez hay menos gente que mira a su alrededor. No miran el cielo cuando salen de su casa todas las mañanas, ni tampoco a la cara de sus hijos durante la comida, ni siquiera en las reiteradas ausencias de su pareja durante los últimos dos años y medio.


Esta sociedad que, más que aire, respira pantallas, se encuentra tan carente de estímulos externos que prefieren justificar esa falta de observación con teorías infundadas que repiten como mantras. Cada uno se busca sus excusas para seguir soterrado por esa maraña de cuestiones inútiles, insulsas e inertes que le impiden ver la realidad. Y mientras tanto, dejan que la vida pase de puntillas por ellos.
No es que a un servidor le guste percatarse de todo. No. Solo hay que examinar aquello que es relevante, porque ¿para qué fijarse en lo inútil? A veces, también está bien eso de emular a los avestruces y no ser consciente del sinfín de disparates que laceran el sentido común. Es mejor obviar detalles mínimos que te retuercen los tuétanos a caer en un estado de amargura sempiterno.


Con todo y esto, aún quedan libros que invitan a la observación de lo que nos rodea desde la sorpresa y el descubrimiento que supone esa mirada infantil que tanto agrada a los monstruos. Por poner un ejemplo, les invito a disfrutar con el Cosas así, cosas asá de Bernadette Gervais, recientemente publicado por la editorial Petaletras.
Si buscan cosas que se abren, cosas que son suaves, cosas que huelen mal, cosas que brillan o cosas que se funden, este es su libro. También si quieren saber qué característica comparten las palomitas de maíz y las pulgas, una amapola y una pompa de jabón, una horquilla y una langosta o una guindilla y un erizo.


Con su estilo tan característico, la autora francesa nos regala este imagiario donde las representaciones de las cosas que nos rodean están organizadas por diferentes temáticas que se suceden en cada doble página. De esta forma, el lector, al tiempo que descubre nuevos objetos y afianza conceptos que ya conoce, busca puntos comunes que establecen relaciones desde la supuesta disparidad.


Colorista a rabiar, interpela al espectador, le regala mucho asombro, le insufla muchos conocimientos e incluso juega con su subconsciente de una manera casi poética en la que las asociaciones de ideas amalgaman un ideario en el que caben muchas posibilidades. Ideal para comenzar el curso académico. Se lo digo yo, que a observar no me gana nadie.

P.S.: Siento que las imágenes pertenezcan a la edición francesa, pero es que no hay otras en la red…

jueves, 19 de septiembre de 2024

De ciclos vitales


Aunque solemos representar la vida como una línea, un hilo con principio y fin, lo cierto es que en esa secuencia temporal caben numerosos bucles en los que, a modo de lazadas, se repiten diferentes patrones.
De todos ellos, el más conocido es el año, un periodo de tiempo que se repite cada 365 días debido al movimiento de traslación terrestre, una elipse real que nos condiciona a todos los que habitamos este planeta.
Aprovechando la coyuntura natural, el ser humano ha desarrollado esquemas similares como el curso académico o las fiestas religiosas, con los que, de un modo u otro, establecemos asociaciones mentales que nos ¿ayudan? a encarar la existencia con rutina y resignación.


No obstante, y aunque les parezca algo extraño, yo prefiero construir mis propios ciclos vitales. Mucho menos ordenados y nada regulares, se adscriben a la esfera de lo íntimo y giran en torno a situaciones personales, estados anímicos y (des)estabilidad laboral. Pueden durar dos años y medio, diez años o seis meses. Incluso solaparse, pues son tantas las circunstancias que coinciden en el espacio y el tiempo que a veces se puede vivir una temporada de bonanza en el trabajo y, sin embargo, ser desastrosa en lo familiar.
De ahí que muchas veces no sepa qué contestar a la pregunta “¿Cómo te va?” Es un poco difícil de determinar, de valorar tu situación, sobre todo cuando eres una amalgama de mieles y amarguras que van y vienen como se les antojan. Prefiero decir que simplemente estoy y que no me voy a quejar, pues dentro de la balanza vital, sigo hacia delante, que ya es bastante teniendo en cuenta que este curso que empieza cumpliré diecisiete velas junto a ustedes (que ya son, ¿verdad?).


Independientemente de mis ciclos y otros círculos, le voy a pedir a este curso un poco de tranquilidad, salud y mucha alegría, porque la racha que llevo durante el último año y medio ha sido desastrosa. Y para que se inspiren como yo, en este primer post de la temporada les traigo un librito muy interesante de Laura Fernández, también conocida como Laufer, que ha publicado recientemente la editorial asturiana Pintar Pintar.
Nada se termina es una historia protagonizada por un mirlo que viaja con una semilla en el pico. Esta cae al suelo y germina en forma de un girasol. Pero pronto llegará el calor estival y terminará marchitándolo…


Con un texto poético que apoya la disyunción narrativa entre los ciclos vitales de las plantas anuales y su símil con las emociones humanas, la autora vallisoletana dibuja un vaivén de pensamientos y sensaciones que nos hace reflexionar sobre lo efímero de nuestra existencia, nuestras fragilidades y fortalezas o el papel que desempeñamos en los universos cercanos.


Luminoso y colorista, es un libro para lectores de todas las edades que podemos relacionar con los libros circulares de Iela Mari y álbumes que abordan la dicotomía vida-muerte. Para reflexiones grupales, para lecturas intimistas, para regalar y para celebrar el paso del tiempo. Un libro siempre es una buena oportunidad para conversar con nuestro devenir.