viernes, 25 de julio de 2008

Imagina...



Imagina que un día, harto de andar por este terrible mundo, te topas con un sinfín de cosas hermosas. Imagina que encuentras agua en medio de un desierto infinito. Imagina que la vida es un paseo sobre baldosas de cientos colores. Imagina que yo soy tú y tú eres yo. Imagíname boca abajo y yo te imaginaré boca arriba. Imagina la navidad soleada y un verano en claroscuro. Imagina un pastel como tú de grande y una boca para comerlo. Imagina cuentos para cada noche, para contármelos mientras duermo. Imagina que eres astronauta, escritor o carpintero. Imagina que vives adentro de un gran huevo. Imagina que volamos arrastrados por el viento, como las cometas, por todo el firmamento. Imagina que corres por tus sueños. Imagina que ganas una carrera de caracoles. Imagina aquello, otra cosa o esto. Imagina que sonríes doce horas de tu tiempo. Imagina que no tienes nariz, que tus ojos son dos melones y que mi risa es un concierto. Imagino que trepamos por las nubes, por el cielo. Imaginas que caemos sobre montones de yerba y nos pica todo el cuerpo. Imagina que imaginas y serás libre por un momento.

martes, 22 de julio de 2008

Animales por San Antón




Recuerdo aquellas tardes de San Antón cuando era un escolar. El colegio nos premiaba con la tarde sin asistencia y acudíamos al asilo. Era toda una romería de gente portando jaulas, de perros sin collar y alguna que otra tortuga a la greña con ciertos felinos. Por no hablar de las bendiciones pastorales, esos enormes barquillos y los dátiles que vendían en la entrada. Tradiciones y festejos, lo que le gusta al español. Niños y abuelos, imprescindibles en cualquier jarana, ¡y animales!, que no falten animales, de los que hablan y de los que ladran, de los que maúllan y de los que trinan… Y hablando de animales, en un día como hoy, la consideración bibliográfica no podía dedicarse a otros menesteres.
Los animales, tamaña cuestión en cualquier libro infantil que se precie, dotan al libro de cierta fantasía y misterio, más todavía, si la fauna a mencionar es algo exótica y necesitamos acudir a Zimbawe o a las cordilleras andinas para disfrutar de ella en libertad. En el mercado podemos encontrar libros de animales por doquier: de murciélagos, hienas, elefantes, cebras, jirafas, cerdos, papagayos, koalas y canguros, de monotremas, cefalópodos, osteíctios, celentéreos y gusanos, también de abejas, ovejas y algún que otro animal nocturno. Ratones, ratas, tejones y un sinfín de familias zoológicas pueden aparecer de entre las páginas de cualquier relato dirigido al público infantil y juvenil. Hasta de gorilas. Sí, lee usted bien, de gorilas también hay unos cuantos, a destacar los escritos e ilustrados por Anthony Browne (ya hablé de él hace un tiempo, cuando trate El libro de los cerdos). Browne está obsesionado con ellos. Enamoradísimo de los primates, estos parientes peludos (no más que algunos) e inteligentes (algunas veces más que otros, supuestamente superiores en el experimento evolutivo), este autor les ha dedicado numerosos títulos (Willy el tímido, Me gustan los libros, Las pinturas de Willy,…), pero si debo escoger uno de ellos, elijo Gorila.

A Ana le gustaban mucho los gorilas. Leía libros sobre gorilas. Veía programas en la televisión y dibujaba gorilas. Pero nunca había visto un gorila de verdad.
Su papá no tenía tiempo para llevarla a ver gorilas al zoológico. Nunca tenía tiempo para nada.

Así comienza una historia que se repite en muchos hogares, donde los cambios sociales y la imposibilidad de conciliar la vida laboral con la familiar acusan la soledad de niños como Ana…, aunque también es cierto que existen algunos gorilas encantados de tener una hija como Ana… Je, je, je. Léanlo.
Como sugerencia de lectura juvenil (quizá algo complicada) recomiendo Mi familia y otros animales –Gerald Durrell-, que ya va siendo hora de que algunos adolescentes, además de utilizar los dedos para aferrar los mandos de control de la Play Station®, los utilicen para pasar las páginas de un libro luminoso, primaveral (Enriqueta, gracias por ambos calificativos), divertido y de gran despliegue etológico.
Y sin más preámbulos, me voy a disfrutar de una cerveza.

viernes, 18 de julio de 2008

Málaga, Alberti y el mar




Después de unas vacaciones (creo que merecidas), he regresado a este espacio un tanto subversivo (como toda la Literatura Infantil...) y, como no podía ser menos en esta época veraniega, mi vuelta tiene cierto aire marino, costero, con sabor a moraga y espeto de sardinas, salitre y jazmín... A todo eso me sabe Málaga, además de a otras muchas cosas menos sabrosas, claro está...
Este gusto malagueño que se me ha adherido al paladar, ha sido algo especial, con un poder casi aperitivo de una nueva etapa que deshojar. Los viajes son así: sinuosos, inesperados, escondidos... como cualquier camino trazado al azar que hace y deshace tu propio sino. Durante el viaje aprendes de la senda, de los demás y de uno mismo. Somos pupilos de un mundo infinito: cada tropiezo es un paso, y cada piedra, el camino; un recorrido del que aprendemos.
Y si me preguntan sobre Málaga diré que en ella he aprendido sobre corrientes marinas, de corazones dolidos, de epitafios antiguos, he recorrido Francia desde sus costas fenicias y he hilado cientos de sonrisas llenas de sol.
Y haciendo gala de la figura estilística de ese lenguaje acuñado en tierras malacitanas, la hipérbole descriptiva, remito a las palabras de Rafael Alberti para, en un intento de pasión folclórica, agradecer este viaje, prefacio de los que vendrán.

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste
del mar?

En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

jueves, 10 de julio de 2008

Regalos

Regalar nunca está de más, sobre todo cuando encuentras aquello que puede originar cierta sorpresa e ilusión.
No nos engañemos, regalar es fácil, lo verdaderamente difícil es dar con un buen regalo, por este motivo, uno es partidario de regalar sólo cuando hallas el objeto que anime a la ilusión.
Muchos creerán que estas fechas de sosiego y descanso no son muy propicias para estar regalando, sino más bien para estar gastando la paga extraordinaria en otros menesteres más egoístas, como puede ser aparcar el cuerpo en una soberbia tumbona, untarse hasta el duodeno de pringue con olor a zanahoria o pillando unos súbitos mareos a lomos de cualquier crucero transmediterráneo. Yo soy de esos pocos que regalan en estas fechas, será por expurgar el espíritu y hacerlo rebosar de pensamientos menos grises que los que he tenido en pasados días (¡maldita oposición…!), así que, ayer, sin comerlo ni beberlo, dí con dos estupendos regalos, y hoy, de buena mañana, los he entregado a sus dueños (siempre he pensado que los buenos regalos ya tienen propietario, son como los perros perdidos que los encuentra un amigo).
El primer regalo a sido para Rosa, la que sueña, y qué mejor regalo que El sueño de Pablo, de Antonio Ventura y Pablo Auladell (Editorial Los cuatro azules), donde los sueños alcanzables y la realidad se cogen de la mano en las palabras de un niño que se enfrenta al mundo adulto desde una perspectiva sencilla que aupa sus deseos más inmediatos.
El segundo regalo lo he encontrado para Amparo, que le encantan todas las letras del abecedario: ABC3D de Marion Bataille –Editorial Kókinos-. Para ella este recorrido por el alfabeto en forma de libro álbum desplegable de pequeño formato y renovados aires, donde la “A” se escapa del papel y la “S” gira sin parar buscando una nueva forma de enseñar la magia de las letras, verdaderos ladrillos de la palabra.

miércoles, 9 de julio de 2008

Miedo y Poe


Una vez, en la lúgubre media noche, mientras meditaba débil y fatigado sobre el ralo y precioso volumen de una olvidada doctrina y, casi dormido, se inclinaba lentamente mi cabeza, escuché de pronto un crujido como si alguien llamase suavemente a la puerta de mi alcoba.
«Debe ser algún visitante», pensé. ¡Ah!, recuerdo con claridad que era una noche glacial del mes de diciembre y que cada tizón proyectaba en el suelo el reflejo de su agonía. Ardientemente deseé que amaneciera; y en vano me esforcé en buscar en los libros un lenitivo de mi tristeza, tristeza por mi perdida Leonora, por la preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora, y a la que aquí nadie volverá a llamar.
Y el sedoso, triste y vago rumor de las cortinas purpúreas me penetraba, me llenaba de terrores fantásticos, desconocidos para mí hasta ese día; de tal manera que, para calmar los latidos de mi corazón, me ponía de pie y repetía: «Debe ser algún visitante que desea entrar en mi habitación, algún visitante retrasado que solicita entrar por la puerta de mi habitación; eso es, y nada más».
En ese momento mi alma se sentía más fuerte. No vacilando, pues, más tarde dije: «Caballero, o señora, imploro su perdón; mas como estaba medio dormido, y ha llamado usted tan quedo a la puerta de mi habitación, apenas si estaba seguro de haberlo oído». Y, entonces, abrí la puerta de par en par, y ¿qué es lo que vi? ¡Las tinieblas y nada más!

Escudriñando con atención estas tinieblas, durante mucho tiempo quedé lleno de asombro, de temor, de duda, soñando con lo que ningún mortal se ha atrevido a soñar; pero el silencio no fue turbado y la movilidad no dio ningún signo; lo único que pudo escucharse fue un nombre murmurado: «¡Leonora!». Era yo el que lo murmuraba y, a su vez, el eco repitió este nombre: «¡Leonora!». Eso y nada más.

Vuelvo a mi habitación, y sintiendo toda mi alma abrasada, no tardé en oír de nuevo un golpe, un poco más fuerte que el primero. «Seguramente -me dije-, hay algo en las persianas de la ventana; veamos qué es y exploremos este misterio: es el viento, y nada más».

Entonces empujé la persiana y, con un tumultuoso batir de alas, entró majestuoso un cuervo digno de las pasadas épocas. El animal no efectuó la menor reverencia, no se paró, no vaciló un minuto; pero con el aire de un Lord o de una Lady, se colocó por encima de la puerta de mi habitación; posándose sobre un busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi alcoba; se posó, se instaló y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano, por la gravedad de su continente, y por la severidad de su fisonomía, indujo a mi triste imaginación a sonreír; «Aunque tu cabeza -le dije- no tenga plumero, ni cimera, seguramente no eres un cobarde, lúgubre y viejo cuervo, viajero salido de las riberas de la noche. ¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la Noche plutónica!». El cuervo exclamó: «¡Nunca más!».
[…]

Ante las crisis de creatividad, disfruten del miedo. Edgar Allan Poe nos lo regaló en forma de cuervo.

lunes, 7 de julio de 2008

Hablemos de...





… Animación a la lectura… ¿O no?... Quizás deberíamos hablar de libros, de lectura o de cualquier cosa que esconda una hoja de papel.
Los maestros (y profesores, incluyo esta denominación por consideración y respeto a algunos) a veces nos olvidamos de hablar con nuestros alumnos, generalmente de todo aquello que no sean contenidos, pruebas escritas, trabajos y calificaciones, y particularmente de la bonita sonrisa que trae a clase Rocío, de la cara larga de Miguel, del resultado del último partido de fútbol televisado… y de libros… Hablamos muy poco de libros.
La semana previa a estas -divinas y deseadas- vacaciones, un servidor, apenas tenía fuerzas para desgañitarse frente a una peligrosa jauría de adolescentes, así que, haciendo alarde de mi bagaje como lector y aficionado a la Literatura Infantil, decidí hablar de libros.
Como tema de la conversación, elegí las diferencias entre los géneros –léase masculino y femenino- (¡que expresión tan políticamente correcta, para referirse a “la lucha de sexos”!) y para introducir el debate, de entre los títulos que conforman mi biblioteca (Breve inciso: probablemente, mi colección bibliográfica y el polvo que acumula, entre otros, van a ser las causas de una emancipación temprana…), seleccioné El libro de los cerdos (algún día hablaré de Anthony Browne, una asignatura pendiente), Arturo y Clementina -Adela Turín & Nella Bosnia, Editorial Lumen- (un clásico inexcusable) y La recta y el punto -Norton Juster, Editorial Fondo de Cultura Económica- (todo un descubrimiento).
Los tres títulos se adentran en las relaciones personales de un modo diferente, e incluso, podríamos ubicarlos bajo el denominador de trilogía (gracioso pero factible).
La recta y el punto nos acerca al comienzo de una relación, a la casi mitificación del otro. El enamoramiento juvenil, fresco, y la lucha por el éxito amoroso, encabezan este experimento literario donde se presentan las dos caras opuestas: el respeto a los sentimientos y la pasión y lo engreído e indeseable de la pareja.
En un segundo lugar, la historia nos muestra una relación joven, medianamente consolidada, afectiva en un principio y transformada en prisión al final. Clementina quiere sentirse realizada, ser útil, vivir en pareja una vida libre, pero Arturo no entiende sus pretensiones e incluso menosprecia sus capacidades, por lo que decide construir una jaula hermosa, pero opaca y hermética, que encierre la libertad de Clementina.
La última historia encierra una realidad cotidiana. La señora De La Cerda es la encargada de realizar las tareas de un hogar en el cual su invisibilidad es palpable y sus necesidades y trabajo no son tenidos en cuenta ni valorados, por lo que decide castigar la actitud despótica de su familia con el abandono y la desidia (Como apunte, valorar la maestría de Anthony Browne para captar la atmósfera de la historia: excelente, casi mágica).

Como colofón, urge comentar que, bajo una perspectiva femenina (que a veces roza el feminismo), podríamos decir que, la autoestima de la mujer es la constante más palpable en las tres obras (no tan acusada en la primera de ellas).
Y sí, al final conseguí que hablásemos de libros.

jueves, 3 de julio de 2008

El libro triste


Una tarde, disfrutaba paseando entre las calles que forman las estanterías de la sección infantil de la Biblioteca Pública de mi ciudad, Albacete, cuando de repente, mis ojos chocaron con un lomo de color miel. Lo leí:
“Blake… El apellido que lo dice todo… Rosen… ¿Rosen?... ¡Rosen! El de “Vamos a cazar un oso”… ¿Y el título?... A ver… “El libro triste”… Prometedor, muy prometedor.”
Lo saqué con cuidado del estante, tomé asiento en una de las minúsculas sillas y comencé mi lectura. Fue un momento extraño, diferente, silencioso e íntimo, de esos lapsos de tiempo que hacen especial una lectura, que convierten al libro en protagonista, y este lo fue… Me abrumó la soledad que transmitían las palabras, sus ilustraciones. La carga de sinceridad fue tan pesada que oprimió mi corazón, inmóvil bajo un yunque de tristes pensamientos.

A veces la tristeza es muy grande. Está por todas partes. Me envuelve. Y no puedo hacer nada para evitarlo. […] A veces estoy triste sin saber porqué. […] Quizá sea porque las cosas ya no son como eran hace unos años. Como mi familia, que ya no es la que era hace unos años. Así que lo que pasa es que dentro de mí hay un sitio triste, porque las cosas ya no son como antes. […]

Pero aunque la tristeza envuelva una gran parte de esta hermosa historia autobiográfica y alguna tímida lágrima se esboce en el párpado, queda un resquicio para la esperanza, una parte amable que nos invita a hacerle frente a esa emoción que a todos nos apoca alguna vez:

Pero a veces me sorprendo a mí mismo mirando cosas: gente en la ventana, una grúa y un tren lleno de gente… […] Y los cumpleaños… me encantan los cumpleaños. No sólo el mío, también el de los demás. […]

Uno de mis libro-album favoritos y un ejemplo extraordinario de la buena conjunción entre imagen y texto, interdigitados en pro de una obra de gran redondez (Nota de humor: ¿Acaso mi vocabulario podría ser más periodístico?... Creo que estoy perdiendo la capacidad de expresarme con corrección… Definitivamente: no sé usar ésta, la lengua más hermosa del orbe, el castellano… Triste tristeza…).

domingo, 29 de junio de 2008

Mundos creados


Vivimos en un mundo absurdo. Cada vez estoy más convencido. Crímenes atroces, precios psicodélicos, padres despreocupados, hipotecas desenfrenadas, amores olvidados, niños abandonados, putas de renombre, amas de casa aparcadas, multimillonarios muertos de hambre, bombas con sabor a falafel, madres defensoras de la lactancia repudiadas por hacer gala de su condición humana, terroristas que apestan a caviar, sexo, mucho sexo sin fuste, sin reparos y sin consciencia, sexo, mucho sexo embriagado, inmaduro y tímido. Mucho de todo y poco de nada.


Muchas veces me siento embriagado de cierta tristeza absurda, no de esa que se limpia con lágrimas, no. Es esa tristeza que envuelve el aire, que parece niebla, que encoge tu ser como hebra de lana al calor de la llama, que te atraviesa y ensombrece la sonrisa. Lívida, fría e indiferente, suave y soñolienta.
Una vez que ese fantasma escapa de mi lado, respiro una mezcla de nostalgia y melancolía. Huelo a otro tiempo: a fritillas de sartén, cáscara de naranja y masa de croquetas recién hecha, a ceras blandas y polvo de tiza, a pólvora quemada y al brote de los olmos, de la cebada despuntando; siento el frescor del pasado y viajo al futuro, donde viven los sueños. Suspiro y sonrío.


No se escandalice, lector, por la intimidad que hoy le he confiado, después de todo, cada uno de nosotros, por derecho y condición natural, tiene una república particular. Ese lugar que sólo nosotros conocemos, donde soñamos y brincamos por los pensamientos, enhebrados en el hilo transparente de una telaraña, tejidos por sonrisas, teñidos del color añil del cielo y enjuagados por las nubes de verano. Pensamientos absurdos, alegres e imposibles. Cactus que engendran fresas, hogares de merengue y guindas, fábricas de juguetes y ríos que no fluyen, nubes que descargan melones y árboles que fructifican tuercas y tornillos.


Y le parecerá extraño, pero le confieso que conozco muchos de estos países y lugares extraños. Sitios imaginados, donde habita lo desconcertante. Conocí a una tal Alicia, hablaba incansablemente del lugar donde vive un conejo, el sombrerero y el gato, también una reina… Oí hablar de aquel país, el de la segunda a la derecha y todo recto hasta la mañana… Pero el que más me ha sorprendido últimamente es El país de Jauja creado por Kestutis Kasparavicius y Francisco Segovia (Fondo de Cultura Económica). 


Son muchos, creo que demasiados, los que puedes visitar… No, no sé cuanto cuesta el peaje…, creo que depende de la voluntad, de lo que esté dispuesto a pagar, a dejar atrás, a compartir… De lo que lea.

miércoles, 25 de junio de 2008

Inspiración


Hoy he tenido un arrebato de inspiración y me han surgido estos versos... No son gran cosa, pero bien valen una sonrisa...

CIELO

Casita de la mañana,
de la niebla,
también del sol.
Hogar del viento,
del rayo,
de las nubes de vapor.

País del cielo,
adonde va esta canción,
donde duerme la luna
al arrullo de un son
que cantan las estrellas
siempre en clave de do.
Ilustración: Raquel Marín

martes, 24 de junio de 2008

De hilos, vidas y bodas




Odio los grandes eventos sociales. Todo lo que tenga que ver con lentejuelas, champán barato, ínfulas aromáticas, besos insulsos varios, sonrisas de quita y pon y compromisos sin fuste, no está hecho para mí. Será que reniego de este mundo absurdo o que quizá lo comprenda… No puedo evitar el esbozo de una sonrisa cuando recuerdo esas bodas de todo a cien que se gastan en estos tiempos: bodorrios, bodrios y borrachos (por no hablar de boato, bochorno y botulismo, también presentes en asuntos de este tipo).
Mi última boda (como asistente, claro está... uno no puede permitirse vaciarse la buchaca en pro de semejante fanatismo social) aconteció en el agosto pasado. De índole familiar y con muchos invitados (dato importantísimo, créame), fue una reunión sin desperdicio. Me recordó a un teatrillo de colegio, de esos de cartón piedra, dueño de lo absurdo y la comedia, donde habitan personajes de lo más peculiar: el perro y el lobo feroz, la abuelita y los cinco cerditos… Polichinelas, títeres y marionetas trabajando en el espectáculo circense más descabellado que he visto. En fin: anecdótico, dejémoslo ahí.
También denotaré algo más: es de agradecer el estar invitado a semejante fatuidad pero lo verdaderamente sorprendente es que, los que se unen, pretenden que contribuyas a ese… eterno amor, con un presente (N. B.: algunos se conforman con darte la noche y no exprimirte la billetera, todo un detalle). Y si hay que regalar, se regala. Unas veces regalo dosis de humor (muy necesarias para la vida en común), otras, contracciones musculares (también útiles en ciertas ocasiones… y posturas) y las menos, palabras.
Esta vez tocaron palabras. Las palabras de Davide Cali y Serge Bloch en El hilo de la vida. Las creí apropiadas para la ocasión. Palabras sinceras, pequeñas, vitales, realistas y cotidianas. Palabras enlazadas por una hebra de lana roja que frunce y borda los avatares de la vida. Palabras como “beso”, “pastel”, “carta”, “ella” y “perdón”, palabras que encontramos tras las páginas de nuestro transcurrir.
¿Quién se atreve a decir que no es un verdadero regalo?

lunes, 23 de junio de 2008

Sobre las miserias de este espacio


- El otro día le eché un vistazo a tu blog.
- ¿Ah, sí?
- Sí.
- Serás de los pocos…
- Me gustó lo que leí. Está bien.
- No es para tanto… Escribo lo que se me ocurre.
- Pues está muy bien. Me reí bastante.
- Me alegro.
- Hay cosas tan ácidas como tú, je, je, je.
- Ea…
- Eso de los cuentos es un poco extraño, pero le sacas el jugo.
- Pues éxito poco, la verdad.
- Ya sabes que hay tantas cosas en Internet…
- Voy a tener que recurrir al sexo, se ve que es lo único que interesa.
- Ja, ja, ja…
- Es verdad. Seguramente, si tuviese millones de enlaces a páginas porno, el éxito sería rotundo.
- ¡Hasta tendrías que cobrar!
- ¿Qué te crees? ¿Qué no?
- Ja, ja, ja… Sería un poco absurdo hacer una página sobre Literatura Infantil y que el acceso lo tuviesen sólo los adultos.
- Serían otros cuentos… Ja, ja, ja.
- ¡Y tanto!
- Ya sabes que lo absurdo es lo que nos va a todos…
- Pues ya sabes, si dentro de unos meses ves que escasean las visitas…
- … Voy a colgar pedofilia y zoofilia, que tienen mucho tirón.
- Ja, ja, ja… ¡A ver si te encarcelan!
- Eso seguro. Sería en pro de la cultura. Siempre necesitamos mártires. A lo mejor les da por leer…
Fotografía: Belén Simón

jueves, 19 de junio de 2008

Escaleras y desvanes





Indeciso: ¿Amy Winehouse?, ¿Red Hot Chili Peppers?, ¿Jamiroquai?... Decidido: Skunk Anansie.
Elegida la banda sonora de este lapso de tiempo, comenzaré a escribir (espero no cometer muchas infracciones gramaticales…) y veremos donde nos lleva la imaginación.
Podemos viajar a Namibia, recorrer las arrugas de tus sabanas, o visitar el desván… No te extrañes. El desván es un lugar increíble. En él hay un mundo entero por descubrir. En el desván puedes encontrar un oasis de chocolate y una ciudad egipcia, descubrir una familia de ratones y una colonia de escarabajos, y un lugar fresco y tranquilo para descansar y pensar. Podrás abrir ventanas que abran otras ventanas y buscar amigos con quienes compartir lo descubierto… Pero para poder hacer todo esto necesitas encontrar la escalera que te lleve a él.
Yo he descubierto muchas veces esa escalera: unas, de mano de un amigo, otras, ayudando a los más viejos, la mayoría, riendo con los niños, y la última vez, leyendo.
Satoshi Kitamura tiene esa capacidad asombrosa de mostrarte la escalera, de llevarte a mundos extraños –a veces hasta conocidos-, de divertirte… En el desván, es su –junto con Hiawyn Oram- obra más sorprendente. Con líneas de tinta temblorosa y tonos amables de acuarela es capaz de ilustrar poesía visual, de buscar esa nota sonriente del mundo infantil con ese toque japonés que imprime en sus imágenes. Sus libros, desde Alex quiere un dinosaurio hasta Yo y mi gato, tienen al niño como protagonista: es el niño quien decide, actúa y se expresa. También, sus personajes, se enfrentan a situaciones aparentemente simples, pero de gran calado para forjar la personalidad desde los cimientos del aprendizaje (Cuando los borregos no pueden dormir, Pablo el artista, Igor, el pájaro que no podía cantar). De ahí, el éxito de sus historias.
Sube la escalera. Imagina y serás libre.

martes, 17 de junio de 2008

Poemas en un día de sol




YO QUIERO REÍR
Antonio García Teijeiro

Yo quiero reir.
No quiero llorar.
Yo quiero sentir
el verde del mar.

El verde del mar
y el azul del cielo.
Yo quiero, yo quiero
tal vez navegar.

Sí, sí, navegar
arriba, en el cielo.
Tratar de volar
de espaldas al suelo.

Un pájaro, un pez,
yo quisiera ser
y poder cruzar
las nubes y el mar.

VELA
María Cristina Ramos

Ha zarpado un barco
blanco de papel.
La mesa le ha dado
un mar de mantel.
Pirata de miga
lo mira zarpar
desde la cercana
torre de la sal.
Un faro de aceite
le guiña su ojo,
el vinagre envía
mensajes en rojo.
La noche está en vela,
no sabe por qué
ha zarpado un barco
blanco de papel.

SI TU BOQUITA FUERA...
Luis Pescetti

Si tu boquita fuera de mayonesa
yo me la pasaría besa que besa
Y besa que besa, la mayonesa.

Si tu boquita fuera de chocolate
yo me la pasaría bate que bate
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…

Si tu boquita fuera de calabaza
yo me la pasaría masa que masa
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…

Si tu boquita fuera de limón verde
yo me la pasaría muerde que muerde
y muerde que muerde, el limón verde
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…
Si tu boquita fuera terrón de azúcar
yo me la pasaría chupa que chupa
Y chupa que chupa, terrón de azúcar
y muerde que muerde, el limón verde
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…

Si tu boquita fuera una fresita (de frutillita)
yo me la pasaría "mmm" rica que rica
Y rica que rica, que es la fresita
Y chupa que chupa, terrón de azúcar
y muerde que muerde, el limón verde
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…

Si tu boquita fuera de caramelo
yo por esa boquita me tiro al suelo
Me tiro al suelo, por caramelo
Y rica que rica, que es la fresita
Y chupa que chupa, terrón de azúcar
y muerde que muerde, el limón verde
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…
Ilustraciones: Gustavo Aimar y Leonor Pérez

lunes, 16 de junio de 2008

Niños adultos


Inmerso en un nuevo proyecto para promover la lectura, desarrollar las bibliotecas escolares y ayudar a la buena consecución del llamado Plan de Lectura, tengo la mesa del salón a rebosar de ensayos, obras de ficción y varios títulos de opinión e información variada. Entre ellos, he conseguido reunir dos obras de Alison Lurie y, verdaderamente, las cuestiones que recogen ambos han conseguido despertar mi interés. Sí señor, me gusta el cerebro de esa mujer. Una de las cosas más hermosas que he leído en uno de ellos, proviene del comienzo de su prólogo:

A menudo da la impresión de que la mayoría de autores de renombre que escriben para los niños son, en cierto modo, distintos de los demás escritores. Se diría que ellos mismos también son niños en lo profundo de su ser. Puede que haya síntomas evidentes de esta condición: que estas personas prefieran la compañía de los niños a la de los adultos, que disfruten con los libros y juegos infantiles, o disfrazándose y pretendiendo ser alguien distinto. Son impulsivos, soñadores, imaginativos, imprevisibles. […]

Creo que es cierto. Fuera de los datos biográficos de muchos autores de Literatura Infantil y Juvenil, podemos suponer que, para escribir a lectores que rondan desde los cuatro hasta los dieciséis años, hay que sentir, pensar y hasta actuar como ellos. También es cierto que, para muchos, por no decir la mayoría, las circunstancias no favorecieron su madurez psicológica (como breve inciso me pregunto: ¿Hay alguien en el Mundo psicológicamente maduro? Que alce la voz, por favor). Muchas son historias siniestras, tristes, desencantadas, miserables e incomprensibles. El que no era huérfano, sufría delirios de grandeza, el pobre, por ser pobre, y el rico, vaya usted a saber…, de fobias, filias y orientaciones sexuales, ni hablar. Feministas, emigrantes, busca-fortunas, viajeros, expresidiarios y militares se cuentan entre las ocupaciones de estos hombres y mujeres. Por no mencionar un largo etcétera de impredecibles situaciones que forjaron a estos creadores. Y es que para escribir, hay que vivir.
Finalmente, añadir a esta reflexión que, no sólo los que escriben para niños se han de sentir niños, sino que los que leen para niños también deben pensar como niños, que los que hablamos con niños, deberíamos expresarnos como ellos y los que educamos a los niños, hemos de jugar con ellos. Actividades, todas ellas, extremadamente difíciles de conseguir, por ello, los que lo consiguieron y dieron con las palabras adecuadas para narrar a niños y jóvenes, mi enhorabuena y agradecimiento, ya que sin ellos la Fantasía no camparía a sus anchas en la mente de nuestros sucesores. Y que dure…

viernes, 13 de junio de 2008

Ciclos




Estoy muy satisfecho con el pequeño club de admiradores de este espacio que se ha creado en poco tiempo (espero que sigan siendo constantes en sus visitas y no me obliguen a dedicarme a otros menesteres… Breve inciso: creo que necesito sonidos más alegres para la disertación de hoy… Antonio Vega no es muy recomendable en una mañana soleada como esta…).
Me sorprende -no sé de qué modo-, la gran capacidad del personal que me rodea para, una vez tras otra, desearte un feliz año nuevo y propinarte a modo de succión, una pareja de besos indisolubles e incomestibles. Se ve que a la gente le pierde eso de las cuestiones cíclicas y repetitivas: las Nocheviejas, los Años Nuevos, las rebajas, los carnavales, las Semanas Santas, las primeras comuniones, las renovaciones de vestuario, las limpiezas generales, las bodas veraniegas y los apartamentos veraniegos… Como dice una letra muy chirigotera: “To’ lo año, lo mi’mo”.
Uno, no ha sentido nunca la necesidad imperiosa de asemejar su vida a un pez que se muerde la cola, al carácter cerrado del tiempo y su repetición fractal. A un servidor le gusta la linealidad, la continuidad y el avance (esto no quiere decir que sufra de vez en cuando ciertos vaivenes y retroceda a ciertos puntos pasados). Eso de cerrar mi preciado mundo a unos cuantos quehaceres casi rutinarios se escapa de las manos de un emprendedor… Así pasa, que luego vienen las depresiones y demás ínsulas psicológicas… Así que: avancen. Desplazarse es una alternativa a la estasis vital muy plausible. Toda una experiencia, todo un desafío. ¿Qué sería de nuestras civilizaciones si no hubiesen parido a todos esos que se desmarcaron de la tendencia cíclica? Decididamente, nada. Instrúyase y camine en línea recta, es la única salida.
Paradoja cierta es, que la sugerencia lectora de hoy esté dedicada a los ciclos (predicar sin ejemplos se llama a esto, por lo que llámenme también el rey de lo absurdo). Ciclos naturales, vitales, ciclos y más ciclos, vueltas y más vueltas, círculos en el tiempo e historias sin comienzo ni fin, son el tema principal de todos los títulos que Iela Mari (en ocasiones junto a Enzo Mari) regala al primer lector. La narración conseguida con sus imágenes coloristas y de excelente diseño prescinde de las palabras en todos los casos, logrando captar la atención del lector por las formas y sus variaciones y de la acción de la historia. Aunque su obra más conocida sea El globito rojo (probablemente por la frescura de la historia y lo imposible de la narración), entre mis favoritas cuento otras como La manzana y la mariposa (un gran ejemplo del fenómeno natural de la polinización y los ciclos vitales de los organismos vivos), Las estaciones (ambas de la editorial Kalandraka) e Historias sin fin (esta última, además de la obra homónima que se adentra en el mundo de las cadenas tróficas, incluye El huevo y la gallina, solucionándonos así uno de los grandes enigmas biológicos).

miércoles, 11 de junio de 2008

Elmer


La otra tarde contemplé, no sin sorpresa, un objeto que me resultó chocante, e incluso me hizo elucubrar algunos pensamientos –probablemente nada científicos- sobre un tema bastante espinoso: la relación entre Literatura y Capitalismo. El objeto en cuestión era un monedero. Y pensará el lector que si de un monedero he conseguido hacer una disquisición, qué hubiese conseguido con un buen libro… pero ahí está el asunto... lea y empápese.
Este monedero no era un monedero al uso, sino uno bastante peculiar: era un monedero Elmer. Un monedero con un par de orejas, una trompa bien dibujada, estampado a cuadros de colores por un lado y a modo de tablero de ajedrez por el otro.



Aquellos familiarizados con el extraño –y desconocido- mundo del libro-álbum habrán reconocido, casi al instante, al personaje leitmotiv de esta curiosa faltriquera. El personaje creado por David McKee, Elmer, ese elefante diferente al resto de la manada, tan distinto de sus congéneres que, en vez de tener la piel grisácea, la tiene estampada de una bonita cuadrícula multicolor.
Desde su nacimiento, en 1989, hasta nuestros días, la historia de Elmer, además de convertirse en un clásico del álbum ilustrado, ha pasado a transformarse en una máquina de fabricar billetes sin medida (un álbum-serie compuesto de 22 títulos que ha sido traducido a 70 lenguas y ha vendido más de 7 millones de ejemplares), cosa rara en esto de la Literatura Infantil donde las ventas del producto son bastante modestas, lo que implica una diversificación pasmosa del proceso creativo. De ahí la sorpresa.



Lo curioso es que para un servidor, Elmer es más que billetes verdes. Además de ser uno de esos álbumes de valores que tanto gustan a aspirantes a progres y maestros utilitaristas,  Elmer es el reflejo de una historia personal (David McKee está casado con una mujer de origen anglo-indio y su hija tenía que soportar comentarios sobre el tono oscuro de su piel por aquel entonces) que no sólo habla de la necesidad de una sociedad plural, de la aceptación de lo extraño, del respeto y la apertura de mentalidad hacia lo desconocido. También nos habla de la búsqueda de la propia identidad, de afrontar los problemas con humor (¡Violencia no, por favor!), de mofarse de las cosas vanas de este mundo y de buscar soluciones prácticas.
Porque Elmer, nos representa a todos. ¿Quién, por diversas circunstancias, nunca se ha sentido distinto y solo? Toda la vida han existido Elmer, tantos que todos encontramos en este elefante con piel de "patchwork" algún rasgo de nuestra propia personalidad. Su carisma, su frustración, sus crisis y catarsis, la necesidad de ser reconocido como uno más... La universalidad de Elmer es evidente sin necesidad de fuegos de artificio, sin dramas y sobre todo sin discursitos.
Eso sí, lo que desconozco es si Elmer daría su beneplácito para verse convertido en un objeto del merchandising tan superficial... Paradojas, amigos, paradojas...



lunes, 9 de junio de 2008

De Socovos a Oriente


Me chiflan las mentiras. No es que sea un mentiroso sin remedio, pero a veces, la mentira puede utilizarse a favor del bien ajeno, como recurso enormemente didáctico, ser un oficio respetable o, en el mejor de los casos, para librarse de una mala e indeseable compañía. Podría decirse, mirándola desde esta perspectiva, que la mentira es un regalo. Virtuosa y práctica. Eficaz y sinuosa. ¡Cuánto valor tiene la mentira! –esbocen una sonrisa, es lo mínimo que pueden hacer, pillastres…-.
El otro día acudí a la “Casa de la Cultura” de la localidad en la que resido, Socovos. Allí, en medio de los montes y la brisa de las pre-Béticas, también hay un remanso para la curiosidad, el ocio, la música… y los libros. Su biblioteca y bibliotecario, Antonio (uno de los cinco pilares fácticos del pueblo junto con el cura, los médicos, el farmacéutico y los maestros), aunque plenos de tarea debido a la reconversión de las bibliotecas en ciber-cafés y de los puestos de lectura en poyos de sobremesa, se encuentran algo abandonados por los lectores, situación que, a veces, vamos a paliar algunos imposibles. Me acerqué al mostrador y le pregunte sobre varios títulos. Esta vez no hubo suerte, así que dirigí mis pasos a una búsqueda entre los lomos de las palabras y descubrí uno de color amarillo. El honesto mentiroso de Rafik Schami. De vuelta al sitio del bibliotecario, le pregunté que si lo había leído. “No” me dijo, “pero cuando lo leas me dices que tal está…”. Intuí el por qué de dicho interés…
Meses antes, los integrantes del club de lectura sito en dicho espacio, leyeron otra obra del mismo autor, Narradores de la noche (editado por Siruela en su colección de literatura para jóvenes), ejemplo de novela coral donde un grupo de viejos amigos se reúnen en torno a la noche para buscar de entre sus recuerdos, cuentos e historias que sean capaces de devolver a uno de ellos su bien más preciado: la voz. Irresistible, ¿verdad? Eso me pareció a mí. Y lo leí. Y soñé con las telas de oriente, el frescor de las paredes de adobe, el aroma de las tisanas olvidadas… y los cuentos que guarda el desierto en cada grano de arena.

viernes, 6 de junio de 2008

Chris Van Allsburg. Autores aparcados.





Ha llegado el momento de abandonar esa postura de verdugo que muchos críticos de tres al cuarto adoptamos –sería más loable llamarnos criticones, la seriedad es menor y el desdén aporta cierto toque de humor al asunto-, y transmutarnos en seres dadivosos y bienhallados que ensalcen los pormenores del oficio tan respetable del autor. Eso sí, para denotar las cualidades de unos, debemos minusvalorar las de otros, y en este caso, la parte perjudicada será la Crítica (en mayúscula no por devoción, sino por reunión y globalización, que ahora está muy de moda…).

Encuentro un encanto personal en las obras de ciertos autores, sobre todo si, además de ser capaces de desvalijar la caja fuerte de las palabras con la ganzúa de la imaginación, son capaces de acompañarlas con las imágenes más oportunas.
Muchas veces, ese encanto se ve diezmado por la realidad del asunto: existen ciertos autores que, pese a su gran aportación al mundo literario, se han visto algo marginados por esta “sociedad lectora” que configuramos todos. La sorpresa sacude a éste, el aquí presente, cuando visita alguna que otra librería o biblioteca y encuentra que muchos autores de reconocido “prestigio” (NB: ¿alguien sería tan amable de definirme este sustantivo tan periodístico e indiscriminadamente utilizado?) no se encuentran debidamente representados en las estanterías.
No es indignación lo que corre por mis venas a modo de cuajarones sanguíneos (siento desesperanzar a todos aquellos que les gustaría que sufriese una trombosis…), simplemente busco respuestas a algo que se escapa de mi lógica (por cierto bastante somnolienta). No soy un enviado celeste, tampoco ansío mecenazgo alguno, ni mucho menos lamer algún que otro esfínter anal, pero si me gustaría concederle crédito, y algún que otro mérito, a un autor que considero no se encuentra en el lugar merecido dentro de la Literatura Infantil y Juvenil: Chris Van Allsburg.
Es curioso que un autor tan prolífico –véanse títulos suyos como El expreso polar, La escoba de la viuda, Jumanji, El naufragio del Céfiro y Los misterios del Señor Burdick, entre otros- esté tan pobremente representado sobre las baldas de nuestras bibliotecas y librerías. Y no sólo eso, sino que, por añadidura, sea tan poco leído. También es extraño que, inspirando tantas producciones cinematográficas homónimas, el público, desconozca por lo general, que todas estas películas están basadas en las obras de este autor.
Tengo una explicación bastante plausible a esta cuestión, pero la trataremos en sucesivos episodios.
Si tuviese que elegir alguno de sus títulos, me decantaría indudablemente por dos: Los misterios del Señor Burdick, con esas ilustraciones en blanco y negro que permiten desplegar las alas de la imaginación hasta cotas imposibles, y El expreso polar, que aunque cuenta una historia sencilla y tiene unas imágenes típicas del autor, tiene un final precioso, cargado de misterio y entrañable.

Y sí, Chris Van Allsburg es capaz de pintar olores en la arena, de ocultarse entre la acción y trazar las líneas de sus imágenes, de ser ese observador escurridizo que se apostilla en los rincones secretos de la historia para contárnosla con esencia y sin recargo.

miércoles, 4 de junio de 2008

La ignorancia...


Hace un mísero momento me he dado cuenta de mi ignorancia (que ya es bastante castigo en sí misma)…
¿Y yo pretendo enseñar a otros el placer que encierran los libros? Yo, que tan siquiera he leído clásicos de la talla de El libro de las tierras vírgenes de Ruyard Kipling o Niebla del maestro Unamuno, no puedo ser maestro de aquellos que no han encontrado el encanto que encierra el paso de una página o el tacto de la celulosa (esta última preferiblemente repleta de letra impresa y no enrollada y lista para usar ante cualquier emergencia de tipo intestinal)… Aunque también es cierto, como bien dice Ana María Machado, que maestro no es el que siempre enseña, sino el que de repente, aprende.
Y como un servidor ha aprendido de su propio error, intentaré redimirlo (no como mis pecados, que son meras circunstancias, sino como mis carencias, necesidades salvables del naufragio): pondré manos a la obra, acudiré a una biblioteca y, haciendo valer mi derecho a eso tan poco apreciado denominado “cultura”, leeré. Leeré gustoso, tranquilo y a buen ritmo, como deben llevarse a cabo todas las necesidades naturales del Hombre (y cuando digo todas, me refiero a todas).
Siempre me ha apetecido leer el Libro de la Selva de Kipling, y no sólo porque cuando contaba poca edad, los creativos de Disney bombardearan mi cerebro con tan desvirtuada versión cinematográfica de dicha obra, sino porque los biólogos (incluida Ana Obregón) sentimos verdadera pasión por las descripciones paisajísticas, la fauna exótica (esta premisa depende de la procedencia del biólogo-lector) y las aventuras de toda índole.

Elegir de la obra de Unamuno para ocupar el último resquicio que queda libre en mi mesa se debe, simple y llanamente, al placer y la curiosidad, dos apartados con gran volumen en mi persona…
¡Se me olvidaba! Hay otra razón por la que quiero leer ambos títulos: darle alguna utilidad a esos lugares conocidos como bibliotecas, esas salas atestadas de estantes y baldas, donde duermen miles de volúmenes, aburridos de tanto “cultureta” de baja estofa venido a más que sólo acoge en préstamo a aquellos que hacen gala de la nueva-cultura-de-masas-elitista-y-de-claro-espíritu-políticamente-correcto. ¿Por qué será que, cada vez que imagino una biblioteca, viene a mi mente la escena descrita por Jonathan Swift en La guerra de los libros? Creo que es debido a que, la última razón que me invita a leer estos dos títulos, es la de que la lectura de los clásicos cimienta toda la lectura y, de manera osmótica, el resto de nuestra cultura.
Creo que son buenas razones, o por lo menos, buenas excusas para alimentar mi mente, ávida de nuevas sensaciones.

lunes, 2 de junio de 2008

El hombre que sembraba árboles y otras formas de vivir


Aportar algo a este mundo es una dura tarea, sólo apta para ambiciosos, optimistas y algún que otro chalado. La verdad es que nunca me he planteado pasar a la Historia, de hecho prefiero disfrutar de las vistas, acompañado de un buen plato de caracoles y una conversación agradable, antes que presentarme a los numerosos castings que minan las principales capitales de provincia del país en busca de nuevas estrellas: de la canción, del baile, la interpretación o del morro, una de las especialidades artísticas españolas con más auge hoy día.
Lo cierto es que ya no está la vida para honrar a aquellos que hagan algo provechoso y altruista por este planeta que habitamos. Ahora, como mucho, se le cuelgan medallas a casi todos los políticos, a algún lameculos que otro, a ciertos viejos –más porque lo son que por lo que han hecho- y a muy pocos que de verdad las merecen, pero ya se sabe... Si lo miramos bien, tampoco importa mucho, puesto que al no estar muy acostumbrados a estas gestas, cuando ocurre alguna, nos damos buena cuenta de que ha de ser loada, así que, al menos, reconocemos a quien lo merece.
Este es el caso del personaje de una novelita (el diminutivo no se debe a lo trivial de su argumento, sino a su extensión) que he tenido ocasión de leer este fin de semana de deseada tranquilidad, El hombre que sembraba árboles, del francés Jean Giono. Toda una lección de humanidad, perseverancia y edificante voluntad. Es un relato sencillo que, en apenas cincuenta páginas, es capaz de construir una personalidad inolvidable, la del hombre que, con tan sólo sus manos, tiempo y constancia, es capaz de erigir una obra hermosa y útil, que perdure en el tiempo, constructiva, propia de una naturaleza heroica y admirable. Léanla. Es mi único consejo.
A colación de esta historia se me vienen a la mente otros ejemplos con semejante mensaje, todos ellos en el formato del álbum ilustrado, véase La señorita Emilia, de Barbara Cooney (Editorial Ekaré), El jardín subterráneo del autor coreano Cho Sunkyung, (Thule Ediciones) o La isla lejana –D. Hofmeyr & J. Daly, Editorial Blume-, donde el mundo vegetal es la clave para conseguir un mundo más humano.

Ilustración: Francisco Javier Martínez Marín

jueves, 29 de mayo de 2008

Lecturas olvidadas


He leído tanto que ya ni me acuerdo de muchos títulos que han pasado frente a mis ojos… Durante toda mi existencia, me arrepentiré de no haberle hecho caso a mi padre, siempre con esa dichosa frase en la boca: “haz una ficha de cada libro que leas…”. A veces pienso que de ahí, ha surgido este ciber-espacio, para así poder acallar esas voces interiores que apelan, una y otra vez, a mi falta de previsión, ya que con cada una de estas pláticas, doy un sentido a cada libro, a cada momento de lectura.
Hace un instante, ojeando la biblioteca familiar, también he investigado sobre esos fallos en el motor neuronal. El extranjero, de Albert Camus, ha sido el delator. Incluso lo he tenido que abrir y leer, al azar, un fragmento de la narración para cerciorarme.
Me parece triste que ocurra esto y, cual pecador, pienso en la penitencia que he de imponerme: la relectura será más que suficiente. Acto seguido, vienen a mi mente los derechos del lector (¡Qué grande es Daniel Pennac!) y me digo a mí mismo: releer es un derecho, por lo tanto, elegirlo depende de mi propia jurisdicción y existencia… si lo leí y lo olvidé sería porque o no me gustó o no me conmovió o no me hizo sentir o no me punzó el interior o no me entretuvo… ¡qué estupidez releer algo así!... o quizá no… siempre cabe la duda.
Sin ir más lejos, el otro día recordé haber leído El cascanueces y el rey de los ratones de E. T. A. Hoffmann, gracias a la lectura de otro libro. De hecho, hasta visualicé la edición que gasté en dicha ocasión (José J. de Olañeta, Palma de Mallorca… no recuerdo el año…), prueba evidente de que mi memoria de proboscídeo –léase elefante- permanece intacta pese a todo el trajín al que la someto. Este hecho sí que me supuso cierta pena ya que, el maravilloso mundo del rey de los ratones bien merece ser recordado, o la enorme batalla campal entre la realidad y la fantasía traído de mano de una niña y un extraño visitante que nos introduce en este extraño relato de la mano de un regalo: un cascanueces muy especial.

lunes, 26 de mayo de 2008

Test lector


CUESTIONARIO IMPÚDICO PARA LECTORES LÚDICOS
por Román Belmonte

Señale, según convenga, la respuesta que más se adecue a sus costumbres de lectura o que tenga estrecha relación con alguna situación que haya vivido.

A. LUGARES.
1. Acostumbro a leer revistas de todo tipo, sobre todo cuando acudo al dentista, la peluquería y a algún que otro podólogo.
2. Para iniciar la lectura, es preferible la soledad de un cuarto de baño frío y húmedo a la comodidad de una buena butaca, cálida y apacible.
3. Me gusta el cine, sobre todo cuando lo mejor que puedo hacer es leer subtítulos para culturizarme y de paso, intentar descifrar la acción de la película.
4. El sitio donde más he desarrollado la inigualable experiencia de la Lectura ha sido… ¡Mierda! ¡No me acuerdo!

B. ADQUISICIONES.
1. ¿Recuerdas donde está la biblioteca del barrio…? ¿No?... Olvídalo… ¿El bar de la esquina?... Ese mismo… Coges esa calle, giras a mano derecha, continúas todo recto y ahí está mi nuevo Volkswagen® Polo.
2. Desde que dejé de trabajar en la Administración es imposible leer la prensa.
3. “¿Tiene usted Ibuprofeno®?” “Perdone, esto es una librería” “¡Es indignante! ¡Saque el libro de reclamaciones!”

C. AFICIÓN POR LA LECTURA.
1. Desde que mis padres regalaron aquella colección de Clásicos de la Literatura Universal el papel de fumar escasea en casa.
2. Me encantan las revistas y los suplementos dominicales. El papel satinado que utilizan para imprimirlos es de un gran poder calorífico.
3. “¿Habéis leído lo último de David Bustamante?” “¿También escribe?” “Sí… No recuerdo el título… ¡El amor en los tiempos del cólera!” “Y yo que pensaba que ese era de Joaquín Sabina…”

viernes, 23 de mayo de 2008

Excrementos y literatura


El regreso a la realidad después de un par de semanas de asueto, se hace arduo. Es la cuesta de enero particular de todos los que enseñamos. El ajetreo en las aulas y el ruido escolar chocan con este remanso de ¿paz? navideño. Todavía no sé ni qué unidad didáctica comenzar… Después de unos resultados “sorprendentes” con el tema sobre el aparato digestivo y su funcionamiento, no tengo fuerzas ni ganas para comenzar con la anatomía y la fisiología del sistema respiratorio… Es sorprendente la poca lógica y capacidad de observación que guardan algunos en esa protuberancia anterior denominada cabeza. Son varios los ejemplos que podemos encontrar de esa falta de interés, véase el del alumno que piensa que el ser humano es capaz de defecar por la boca, desafiando a la ley de la gravedad terrestre, o el caso de la alumna que, además de un gran desorden cerebral, enumera los órganos del aparato digestivo siguiendo una ruta alternativa: la comida entra por el estómago, atraviesa el intestino grueso, posteriormente es digerida por los dientes y el esófago y continua por el intestino delgado, para excretar las heces por la uretra (solapamiento con otro aparato, el excretor)… Lo que todavía me pregunto es para qué utilizará dicha alumna las zonas más visibles de este sistema, es decir, la boca y el ano. Sólo puedo esbozar una sonrisa, orarle a los más altos estamentos de la fe y sentirme satisfecho con mi labor docente (la frustración, la tristeza y la flagelación no caben en mis principios como maestro).
He pensado en la posibilidad de, como colofón a tan digestivo tema, leerles dos títulos, muy digeribles, graciosos y de rigor científico, para que, al menos, caigan en la cuenta de que, comer, comemos gloria, pero cagar, cagamos mierda (Nota para aprensivos: muchos prefieren la propiedad en el habla a la efectividad y por ello “defecan heces”, otros utilizamos el poder llamativo del vulgarismo y “cagamos mierda”). Me refiero a Cuentas de elefante, de Helme Heine (recientemente editado por la editorial Fondo de Cultura Económica) y a todo un clásico, El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza, la obra maestra de Wolf Erlbruch (en próximas entregas hablaremos más de su obra) y Werner Holzwarth.
El primero nos cuenta los avatares de un elefante muy curioso, que además de ser gran aficionado a la aritmética es capaz de experimentar con su propio organismo la mismísima ley de la Entropía (física pura y dura) a base de “jiñar” y “jiñar”.

El topo… es una gran lección de excrementos, sus tipos, formas y colores, una investigación de campo en toda regla que tiene su comienzo con una desagradable sorpresa para la que el topo, su protagonista, busca un culpable… y una venganza de gran satisfacción. Imprescindibles.
Voy a disfrutar de una gran pitanza, y luego ya veremos…

miércoles, 21 de mayo de 2008

El cisne que contaba cuentos


Si tuviese que elegir alguna de entre las obras de Hans Christian Andersen, sin lugar a dudas señalaría dos de ellas, “Algo” e “Historia de una madre”. Ambas tienen un alto contenido moral (como casi todos los cuentos de Andersen…), una, de un modo práctico y la segunda, más pasional, pero las dos me calaron profundamente cuando las leí por vez primera (no mentiría si dijese que fue hace mucho tiempo ya que un servidor contaría aproximadamente los ocho años de edad).

Mi padre, gran aficionado a las ofertas de “Galerías Preciados” (todo un clásico, ya inexistente, de los grandes almacenes que han existido en este país), encontró un volumen de los cuentos de Andersen y lo adquirió sin reparos. Probablemente, es una de las acciones que me haya hecho sentirme enormemente agradecido a mi progenitor (la otra es la de darme sus genes de forma altruista –también es cierto que, biológicamente, el instinto de perpetuación de la especie contribuyó a ello-).
Todavía releo ese tomo de canto dorado (le da cierto toque de glamour al asunto literario…aunque creo que el cambio en las modas está repercutiendo negativamente en él), paso de página a página y disfruto de la genialidad del autor danés, de su capacidad para acercar ciertos conceptos extremadamente complejos a los pequeños lectores: el afán de superación, el valor de la voluntad, la humildad, lo deleznable de la vida, lo efímero de la belleza, la sencillez, la contribución de lo absurdo a nuestra existencia, …
¿Y por qué “Algo” e “Historia de una madre”?... Es cierto, podría haber elegido “La Pulgarcilla” o el conocidísimo cuento de “El patito feo”, pero creo que mi sentido romántico de la vida, me hizo decantarme por dos historias algo más trágicas.
Yo aspiro a ser algo, decía el hermano mayor de otros cuatro: quiero ser útil en el mundo. Aunque de humilde oficio, si de él reportan mis semejantes algún provecho, llegaré a ser algo. Voy a ponerme a ladrillero, y como los hombres no pueden pasar sin ladrillos, he aquí que ocupándome en fabricarlos, podré decir que sirvo de algo […]. Un gran comienzo para una historia que se introduce en la condición humana, en algo tan vigente como la ambición de ser respetable y reconocido, el placer que conlleva un logro, poder contribuir a la construcción del mismo mundo, de sentirse satisfecho tras la propia obra y disfrutar del afán de superación.
Del mismo modo que aborda estas facetas del ser humano, también se puede contar entre las obras que tratan una cuestión bastante importante en la juventud de hoy día: la desidia y la falta de voluntad para contribuir a esa empresa que es la del avance de nuestra realidad actual.
La motivación, esa gran carencia que no sólo afecta a nuestra juventud, sino a todas las que han poblado nuestro planeta a lo largo de la Historia, es uno de los pilares de este sencillo cuento que ahonda en la idiosincrasia humana.

Hasta que no leí “Historia de una madre” no fui consciente del lado humano de la muerte y su necesidad. La muerte en la Literatura Infantil es un tema funesto, desagradable, que roza el tabú, casi prohibido (Breve inciso: esto es lo que ocurre actualmente, pero en épocas pasadas, la niñez no era un periodo tan longevo, así como la sobreprotección de la infancia no era extrema, como ocurre hoy día, por lo que estos temas podrían tratarse con más naturalidad), pero Andersen lo convierte en una necesidad. Explica de una manera abierta y simple la función que la muerte tiene sobre la humanidad entera, sobre nuestras vidas, enfrentándose y encontrándose con sentimientos opuestos como son el valor, el coraje, el dolor, el duelo y la resignación de la pérdida.
Mención especial es la que merece la descripción del invernadero que cultiva la muerte: […] Ésta la tomó luego de la mano y juntas entraron en el vasto invernáculo donde crecía formando soberbias espesuras una vegetación maravillosa. Jacintos delicados colocados bajo campanas de cristal estaban junto a peonías hinchadas y vulgares. Veíanse plantas acuáticas, las unas exuberantes de savia y las otras casi marchitas y con las raíces rodeadas de asquerosas culebras. Algo más lejos se erguían esbeltas palmeras, copudas encinas y frescos plátanos, y en un rincón extraviado ostentábanse grandes cuadros de perejil, tomillo y otras yerbas de cocina […].
En definitiva, toda una delicia… como “la sopa al asador”, pero esa es otra historia…

lunes, 19 de mayo de 2008

Crisis económica y libros




La indignación corre por mis venas, no diría que arrasándolo todo, tampoco quemando la sangre, pero sí que es suficiente para cabrearme un poco… A veces uno se indigna sin motivo, otras porque sí o porque no, pero el cabreo de hoy tiene su causa: el coste de la vida.
La pasta da problemas, y no me refiero a los spaghetti, ni a los penne-rigate, tampoco a los tagliatelle, ni a los gnocci, me refiero a esos billetes verdes que tanto hacían reír en boca de Emilio “El Moro”, pero que hoy, a la postre, producen la expresión contraria. Y es que, amigo, estamos en crisis.
La economía va mu’ mal, de culo y contra el viento. Y aunque un servidor siga sin saber nada de tipos de interés, índices de morosidad, caídas bursátiles, tasas de crecimiento y otras mierdas mercantiles, tengo un indicador que no falla, el bolsillo. La buchaca está vacía, señor, y por más que lo intento, el alquiler, los víveres y otros menesteres, no me permiten el desahogo que necesito… algunos se indignarán al leer esto por encontrarse en una situación mucho peor que la mía, pero como las comparaciones son odiosas, simplemente, desde aquí les envío mis ánimos, porque lo que es papel moneda, tengo poco.

Lo cierto es que cuando arriban estas épocas tan sangrientas para la cartera, recuerdo el diálogo de una película. Decía que todos deberíamos nacer dos veces, una, pobres y otra, ricos, pero esta realidad es la que tenemos, así que, acostumbrarse es el único consuelo.

¡Si por lo menos hubiese bajado el precio de las judías verdes, de los tomates o la leche…! Tendremos que alimentarnos de alcachofas, que este año han bajado un poco… Hasta el papel se ha convertido en un producto de lujo. El del culo y el impreso. Lee bien usted… El otro día, sin ir más lejos, di con un par de libros muy sugerentes, Desencuentros y El sonido de los colores, ambos de Jimmy Liao (Editorial Barbara Fiore) -también autor de La piedra azul-, y al ver su precio, casi me desmayo… Creo que es excesivo pagar semejantes cantidades por un libro-álbum, bien sea para niños o para adultos –como es el caso-, tenga un formato enorme o uno pequeño –como éste-.

El caso es que son dos historias preciosas. La una trata sobre la visión del mundo que tiene una niña ciega, llena de imágenes simbólicas, ilustraciones muy conseguidas, cierto surrealismo y amplia sencillez. Desencuentros nos narra lo absurdo de la vida, sus designios, sus coincidencias, lo simple de su camino, todo ello desde el punto de vista amoroso.
Dos historias hermosas a precio de oro, decida usted si le merece la pena invertir en ellas.

Lo dicho: ¡cómo está la vida!