Como esta semana he decidido dedicarla a los álbumes para
los más pequeños (pre-lectores y/o primeros lectores), se hace necesario
prestarle atención a las letras, porque sin letras no hay palabras.
Muchos de ustedes, más todavía si se dedican a la docencia
en las etapas de infantil y primaria, sabrán que hay montones de métodos para
iniciarse en la lecto-escritura. Que si el fonético, que si el silábico, que si
las palabras generadoras o los métodos globales, pero lo cierto es que todos
beben de todos, y probablemente muchos de ustedes utilicen simultáneamente
metodologías distintas entre las que destaca el método alfabético, basado en conocer las letras del abecedario.
Fichas para colorear letras, para darles forma con papel de
seda, materiales reciclados o plastilina. Un año tras otro. Pictogramas,
tarjetas de asociación, juegos de pared, retahílas y canciones, aplicaciones
para tablet o móviles… Una tarea muy necesaria para acercarse a la palabra,
para conocer el lenguaje leído y escrito en diferentes edades (no hace falta
que les hable de la normativa ni de las tendencias educativas imperantes y sus
diferencias).
Yo les confieso que me encantan los abecedarios. He hecho
mis propios alfabetos, para jugar con mis alumnos, como curiosidades descabelladas,
para aprender, e incluso para que sean publicados (algo que supongo nunca sucederá…
¡Ea, es lo que hay!). También los he incluido en este lugar de monstruos -AQUÍ pueden
encontrar unos cuantos-, a los que hay que sumar dos de los abecedarios que más
me han gustado durante los últimos meses.
En primer lugar tenemos que hablar de Abecedario hecho con letras, un capricho de Carlos Rubio editado
por Litera-Libros. En este alfabeto muy ortodoxo (o nada, si se mira desde la
perspectiva de la LIJ clásica, ya que carece de ilustraciones), encontramos mayúsculas
y minúsculas de diferentes morfologías (algo de lo que se encargan las
disciplinas tipográficas) que tiene mucho intríngulis. En este viaje sin edad
(¿acaso los abecedarios no tienen cierto aire atemporal?) por las 27 letras que
constituyen el alfabeto, encontramos letras marginadas, otras acostadas, e
incluso algunas practicando el coito (cada uno que haga lo que crea
conveniente: censurar o explicar). El caso es que me ha gustado el concepto y
lo veo un excelente regalo para aquellos que se pirren por el diseño sobre
papel.
Por otro lado tenemos a Imapla y su Abecedario escondido (editorial Juventud y cuya portada aparece al principio del post), un libro que además de
diseño tiene mucho juego. Para mí es un álbum infantil delicioso con muchísimo
potencial, no sólo por su mismo contenido, sino porque ese contenido se puede
extrapolar a otros contextos y ser fuente generatriz de muchas actividades que
tomen como excusa las letras. Y es que el aspecto lúdico del mismo, ese juego de
búsqueda que se establece entre letras y objetos representados/ citados en el
texto, es un buen ejemplo de gamificación en el objeto libro. Un objeto que hay
girar, voltear, mirar desde diferentes ángulos las ilustraciones que nos
presenta Inma Pla para localizar este abecedario colorista y de líneas
sencillas.
Ir a la luna en la A, ver como llueve desde la B, o adornar
con una flor la E. Son pequeños textos que presentan escenas a doble página y
con gran fuerza visual donde el contraste de colores y la composición tienen
mucho que decir. Sin duda, mi favorito de este año.
La gente no se percata de que estoy harto de cuentos, y no
precisamente de los que viven aquí, sino de otros menos literarios y más innecesarios.
Se ve que se ha instaurado una moda en la que cualquiera
puede acercarse a un desconocido y vomitarle una ficción. Unos son mentirosos
(Si tienes redes sociales todo es más creíble), los hay desequilibrados que
buscan consejo terapéutico (¿Es que no hay psicólogos o es que son muy caros?
Llamada de atención al gremio: Por favor, abaraten el servicio), también los
tenemos solitarios (Otra enfermedad de nuestra sociedad a pesar de los clubes de
alterne, los de jubilados, los de golf y los de lectura), y para terminar están
los “porque sí” (La causa nos es indiferente, la cuestión es taladrar al incauto
que pillen).
Destripados los compulsivos llegamos a los que yo llamo “funcionales”
(Dícese de toda aquella persona que se inventa un cuento adscrito a una
determinada situación y con diversas finalidades), léase el no pagar la ronda de cervezas, ser poco generoso con las
notas finales del segundo de Bachillerato, justificarse ante un atuendo
horroroso, llegar tarde a la oficina o una borrachera por desamor. Declaro que
estos cuentos me gustan más, no sólo por el trazo creativo de las narraciones,
sino por lo humano que las caracteriza (Quizá podríamos citar aquí lo de “Excusatio
non petita accusatio manifesta”).
Y por último llegamos a los cuentos inocentes, sin fuste,
que diríamos por La Mancha. Estos ya son la bomba. Los mueven toda una suerte
de sinrazones entre las que podemos destacar lo cómico, lo pedagógico o lo
absurdo. Una sarta de gilipolleces en la que nos sumergimos sin darnos cuenta
en el momento más inesperado. Son como una maraña en la que nos enredamos en
mitad de una clase, al salir del cine o en una cena romántica, que no tienen
finalidad alguna pero que siempre producen un efecto sorpresivo en los oyentes.
Quizá sean de estas últimas de donde emergen los cuentos literarios…
Y así llegamos al último libro de Gilles Bachelet (ya saben
que tengo debilidad por la obra de este señor), Un cuento que…, editado por Juventud recientemente. Quizá sea la
obra de Bachelet más sencilla con la que me he topado hasta el momento,
probablemente porque se dirige a un público muy pequeño –pre-lectores o
primerísimos lectores, más bien-, pero no deja de ser menos interesante. En él
se nos presentan doce escenas en las que doce progenitores les dan las buenas
noches a otros tantos vástagos leyéndoles un cuento. Mariposas, morsas,
dragones, extraterrestres y humanos se presentan en escenarios (ecosistemas
diría yo, que para eso me dedico a esto de la ecología) muy adecuados.
Me llaman mucho la atención las cunas y los juguetes de
estos bebés porque por un lado hacen un guiño al hábitat de bastantes de estos
animales (la de la morsa está hecha de hielo, la del oso panda de bambú o la de
la cigüeña en un nido), y por otro propicia un maridaje entre fantasía y
realidad que siempre saca una sonrisa.
Otro de los recursos que me encanta es la presencia del
peluche que acompaña a cada uno de estos bebes y que sirve como anticipo a la
siguiente escena, es decir, es un pequeño guiño predictivo que abre boca y que
puede servir como nexo conector y apoyo a la hora de su lectura por los padres.
Además, si nos fijamos en este elemento, es el que construye un relato circular
(el peluche que sostiene el último bebé es una mariposa, es decir, el animal
que aparece en la primera doble página).
Si a ello unimos que todos los libros que aparecen en este
álbum siguen afianzando esa relación que existe entre la diversidad “animal”
(si aceptan excavadora como animal terrestre) y la diversidad ficcional (juegos
tipográficos mediante), este librito es inmejorable para bostezar después de
leer.
Estamos en la recta final del curso y se empieza a denotar
el agotamiento. No obstante y hasta la llegada de la ansiada y solemne, todos los
actores de la llamada comunidad escolar tendremos que seguir haciendo nuestro
papel…
Entre los alumnos hay de todo. Vagos de solemnidad y otros
que trabajan a destajo. También los padres quieren demostrar su valía, bien
acudiendo a última hora a preocuparse (o parecer, más bien) por la marcha de
sus vástagos, bien haciendo su labor en la sombra (que les confieso que es la
que más se agradece). Los maestros, como se imaginarán, estamos hinchados, unos
de aguantar, otros de enseñar y los menos, de hacer estas dos cosas
simultáneamente. El caso es que la mayoría de alumnos, padres y docentes,
seguimos hasta el final.
No obstante y sin ser agorero, también hay que tener en
cuenta que, además de participar, el resultado es importante (hoy no quiero
charlas terapéuticas sobre conformismo y premios de consolación, que perder
jode, en mayor o menor medida, pero jode), la razón por la que muchos, a pesar
de haberse rascado el fandango durante nueve meses, buscan atajos para llegar como
vencedores.
Son atajos los cursos intensivos con los que las academias
hacen su particular agosto (que cada vez, y gracias a Bolonia, se adelanta más
a junio) y enseñan todo tipo de trucos para lograr el cinco en la evaluación
extraordinaria. También hay trampas… Que si tengo que ir a la consulta de mi
primo el médico, que si mi hijo estuvo toda la noche estudiando pero se ha
levantado vomitando, que si le han echado mal de ojo (ríanse pero es verídico,
tanto o más como aquella alumna que mató a su madre de cáncer con tal de salirse
con la suya… Alucinen porque no exagero). Y por último y lo más típico, también
tenemos llantos. Aquí lagrimea hasta el apuntador. Abuelas, primos, madres,
padres, perros, gatos, e incluso alumnos, sollozan con tal de que te apiades...
Y hablando de atajos llegamos a un maravilloso libro de
David Macaulay, El atajo. Publicado en
castellano por Océano Travesía, es un libro que se desmarca de la mayoría de los
libros informativos de este autor como Castillo
Medieval, Pirámide, Catedral Ciudad Moderna (Timun Más, descatalogados) Cómo funcionan las cosas (Círculo de Lectores,
descatalogado también) o Cómo funciona el cuerpo (Océano Travesía), y se encuadra más en
la línea de ficción de Blanco y Negro (N.B.: Muchas similitudes con este. ¡No se lo pierdan!) o Angelo. Como seguramente haya
pasado desapercibido para muchos de ustedes (yo he tardado unos meses en
toparme con él), he aquí unas notas.
Lo primero de lo que hay que hablar es de la relación que
este álbum tiene con la vida misma, es decir, nos presenta una historia no
lineal, toda una suerte de caminos que son posibles, que se bifurcan, que
transgreden las normas humanas y se atienen a lo azaroso. Es por ello que, a
pesar de parecer intrincado y poco asimilable por algunos lectores (adultos
incluso), creo que es un libro necesario por ser el fiel reflejo de lo que
ocurre en nuestro día a día desde una perspectiva temporal.
En segundo lugar podríamos hablar de la coincidencia
estructural con películas como Amores
perros, Crash, Love actually, Sin City o Las horas, en
las que una serie de historias presentadas de manera individual tienen un nexo
común que se va descubriendo conforme se suceden los fotogramas. En el caso que
nos ocupa, un vendedor de sandías, una niña y su mascota porcina o un
ornitólogo, son algunos de los personajes que protagonizan las ocho historias (incluidas
animales) que se cuentan en sus más de sesenta páginas. La diferencia con el séptimo
arte (y aquí viene lo lúdico de este título) es que un libro nos permite ir y
venir una y otra vez, favoreciendo que la lectura se convierta en un juego (N.B:
Les aseguro que los lectores de este libro-álbum acabarán mareados de tanto pasito
pa’lante, tanto pasito pa’tras).
A todo lo anterior hemos de añadir situaciones increíbles, paródicas,
humorísticas y/o paradójicas que nos arrancan más de una sonrisa. Sí, escenas
jocosas y divertidas que, lejos de parecer vacuas y estériles, nos empujan a
preguntarnos sobre dos principios, trascendentales para muchos, y sobre los que
se basa El atajo: la relación
causa-efecto (uno que mueve gran parte de la obra de este autor) y el tiempo. ¿Qué
es el tiempo? ¿Cómo podemos representarlo? ¿Dura lo mismo el tiempo para todos?
¿Por qué sucede esto? ¿Podría o tenía que suceder?... Un sinfín de cuestiones
que pueden parecer lógicas pero no lo son.
En definitiva un libro que lejos de ser el cáos que parece,
nos ayuda a entender lo incomprensible del mundo mientras desenredamos una
deliciosa maraña de ficción.
Cada vez que un libro de Chris Van Allsburg se edita, un
rayo de sol se abre paso en la estantería. No lo puedo evitar, me pongo tontorrón
y empiezo a palmotear como un león marino. Abrir la tapa de uno de ellos es
como descorrer el telón de una obra de teatro ¡y empieza la función!
La obra de hoy se titula El
jardín de Abdul Gasazi , ha sido editada en castellano por Fondo de Cultura
Económica y la incluí en mi selección de los mejores del 2017. El propio Van Allsburg ha comentado varias veces que le tiene mucho
cariño a este álbum porque fue el que le abrió las puertas en el mundo de la
literatura para niños, de hecho fue su primer álbum (1979) y con el que obtuvo
una mención Caldecott.
En primer lugar se podría decir que en este libro se recogen la mayor parte de los puntos comunes a la obra de Van Allsburg como son el contrato fantástico con el lector, los finales abiertos y sugerentes, y un estilo de ilustración realista y detallado.
En lo que respecta a las ilustraciones decir que están
realizadas con grafito, algo que comparte con La escoba de la viuda, Jumanji
o Los misterios del Señor Burdick, aunque en este caso el carácter estereoscópico de las escenas se hace todavía más
patente, ya que el autor presta mucha atención a la volumetría de las figuras y
la disposición de los planos constituyentes, algo que quizá se relacione con su
formación como escultor, una etapa de su vida a la que estaba más ligado en sus comienzos.
Sobre el texto hay que decir que, a pesar de las oraciones
simples y directas que lo vertebran, es bastante abundante para ser un álbum
contemporáneo (ya saben que cada vez hay más economía del lenguaje verbal en el
género), algo que no va en detrimento del potente discurso que alberga.
Van Allsburg nos presenta de nuevo un protagonista
solitario, un niño en este caso, que debe enfrentarse a una situación aparentemente
sencilla: una vecina le pide que cuide de su perro mientras ella se ausenta de
casa. Es así como Fritz, el presa canario (¡me gusta esta raza de perros!) huye
de manos de Alan y acaba en el jardín prohibido de un mago jubilado con cara de pocos amigos.
Mientras pasamos las páginas del libro no debemos perdernos
detalles muy interesantes… No hay que perderse los motivos florales que visten
los hogares de la señorita Hester y el señor Gasazi. Tapicerías, alfombras y
papel pintado están llenos de flores y hojas, una riqueza de ornamentación
vegetal que parece despertar la curiosidad del lector por ese misterioso jardín
y que afianza todavía más el gusto (casi obsesivo) del mago Gasazi por el mundo
de las plantas.
Por otro lado les insto a fijarse en las esculturas que
flanquean la entrada al jardín, ¿hacia dónde miran? Claramente y en contra de
lo que cabría esperar, se sitúan mirando hacía el frondoso paseo, parecen haber sido
congeladas en esa carrera compartida junto a Alan, e invitan a penetrar en la
espesura del vergel de Gasazi y desafiar la prohibición de entrar en él con
perros.
También hay que fijarse en uno de los puentes que aparecen
en una de las escenas, ese que parece estar inspirado por el de estilo japonés que
Monet recogió en uno de sus cuadros; también en el cielo que parece ir evolucionando de
despejado a nublado a lo largo del día; y en el conejo que pulula por alguna de
las páginas y que parece ser la razón por la que Fritz ha salido desbocado.
Les recomiendo detenerse igualmente en la figura mastodóntica
del señor Gasazi, una mole bastante impasible que impresiona y que, comparada
con lo humano de la de Alan (quizá frágil y fácilmente identificable por
cualquier niño), parece impenetrable, estática, inamovible.
Otro de los detalles interesantísimos de entre todos los que
se hallan en este título está en esa escena en la que Alan se encuentra
durmiendo en el sofá mientras el hocico de Fritz sale por debajo de este. Si se
dan cuenta, Alan aparece de espaldas al espectador, una posición que Van
Allsburg elige intencionadamente para no desviar la atención del lector sobre
el verdadero protagonista: el cuadro que cuelga de la pared empapelada y en el
que se ve representado un puente en mitad de un paisaje ripario. Ese lugar que, conforme
pasemos las páginas, volveremos a encontrar convertido en escenario de la
acción principal. Con esto Van Allsburg lanza otra incógnita: ¿y si todo ha
sido un sueño de Alan inspirado por ese cuadro? Podría ser puesto que Fritz
sigue vivito y coleando cuando llega su dueña a casa... ¡Peeeero…! (Y he aquí
el último detalle que señalo) ¿acaso la gorra que descansa a los pies de Fritz
en el último fotograma no es la que nos despeja todos los enigmas que encierra
este libro? (¿Recuerdan el cascabel de El
expreso polar…?). N.B:: La respuesta la dejo a su elección, que ya saben que a Van
Allsburg le gusta abrir muchas puertas a sus lectores y sería una faena
traicionarlo.
El sueño, la magia, la incertidumbre, el conejo, lo
fantástico… No sé por qué todo me recuerda sobremanera a la Alicia de Carroll...
¡Un momento! Oigo aplausos… La función ha terminado.
Mayo, además de polen en suspensión y escozor de ojos nos
trae montones de comuniones. Hubo un tiempo en que la primera comunión pasó a
un segundo plano, sobre todo en plena crisis económica, y estos actos se
restringían a los estrictos círculos familiares. Parece ser que aquello pasó a
la historia y hemos recuperado el boato y la tontería tirando la casa por la
ventana a la hora de celebrar el sacramento de la eucaristía.
Y es que se ve que luce mucho eso de encasquetarle a las
criaturas un disfraz y señalarlos con el dedo mientras desfilan por el altar
(es como verlos sobre el escenario de La Voz Kids o algún que otro programa televisivo tercermundista,
pero sin un ápice de talento). Cientos de flashes se disparan y ellos refulgen
como merengues blancos, pero a mí no me la dan: jamás podrán tapar el sol con
un dedo ni eclipsar a Naomi Campbell sobre la alfombra roja.
Me da cierta vergüencica ajena todo este teatro, no por el
acto eclesiástico en sí (muy respetable a pesar de las creencias de cada uno),
sino más bien por la farándula española que lo rodea, máxime cuando los
protagonistas de tamaño espectáculo son niños al servicio de la ostentación y
el despilfarro. Me pasa lo mismo con las puestas de largo, el mejor ejemplo de
que el medievo sigue vivo (“He aquí mi hija, señores, para que ustedes la
desfloren…” Y todos tan contentos…).
Fíjense dónde hemos llegado, que hasta los apóstatas se creen
con derecho de unirse a la fiesta sacándose de la manga las llamadas comuniones
civiles y justificar de alguna manera el derroche desmanotado (Media Markt
mediante). El caso es que yo, a pesar de vivir exento de compromisos religiosos,
discrepo ante este dichoso oportunismo diciendo que, quien convenga participar
de la fiesta lo haga de una manera religiosa, que para eso son quienes la han
creado.
Y entre tanto ateo y creyente, hoy me decanto por un libro mu' cristiano, El arca de Noé
de Peter Spier. Aunque ya lo recomendé en este monográfico de álbumes sin palabras, lo traigo aquí por segunda vez teniendo en cuenta su publicación en
castellano por la editorial Patio y de paso, detenerme un poco más en él.
Si bien es cierto que no se podría clasificar como un libro
sin palabras propiamente dicho ya que en él encontramos un poema alemán del siglo XVII basado
en el fragmento bíblico que introduce la historia, el corpus central de este
libro se ha creado teniendo en cuenta una sucesión de escenas que se encargan,
no sólo de narrarnos una historia
conocida por todos, sino de enriquecerla a través de detalles que desbordan el
mito, y crear así una interpretación original de lo que aconteció a Noé y su
arca llena de animales.
Hay que apuntar igualmente que, aunque el formato es de
álbum, todo él se articula sobre el recurso de la viñeta, la unidad
espacio-temporal elemental del cómic y la novela gráfica, por lo que adquiere
carácter híbrido y podría clasificarse también en estos géneros.
Lo mejor de este título galardonado con la Medalla Caldecott
(1978) es la riqueza que presenta, ya que la diversidad de formas animales que
aparecen en él (les recomiendo que observen con detenimiento las tapas desplegadas)
pueden dar mucho juego cuando de pequeños lectores se trata. Incluso les diré
que he llegado a ver algún animal extinto que otro (¡Encuentren al dodo!).
Si a todo ello añadimos que el humor, el valor del trabajo,
o la frustración están muy presentes en esta historia que, a pesar de estar basada
en un pasaje bíblico, prefiere prescindir de connotaciones ortodoxas, para mí
es una de las mejores producciones religiosas dirigidas a los niños que he
visto últimamente y que merece la pena extrapolar a cualquier tipo de lector,
no sólo para conocer el hecho cultural que embebe parte de occidente, sino por
pasar un rato excelente por la lectura y las narrativas gráficas.
Tras realizar mis tareas domésticas y echarme algo al buche,
pongo la tele para dejar de ser un indocumentado (estoy peor que mis alumnos:
viviendo en la ignorancia…) y me encuentro ¿a que no saben a quién? ¡Pues a la Amaia y el Alfred! ¡Otra vez! ¡La millonésima! (¿Notan ese deje ácido,
verdad?) Sinceramente, me hallo hasta el escroto de estos nenes. Y no
precisamente porque un servidor esté en contra de que los jóvenes hagan
realidad sus sueños (cosa que debería pasar siempre), sino más bien porque no
tenemos bastante con pagar los costes de la broma “eurovisiva” (y
sus precuelas, claro está), sino que además nos toca sufrirlos a todas las
santas horas del día (Resoplido)…
No es que canten mal (ni mucho menos), pero esta tortura
vietnamita a la española se está yendo de madre por ñoña, insulsa y aséptica.
Hasta la Rosa, con sus tragedias y miserias, tenía más guasa y sobrasada. O es
que lo ibérico se está europeizando hasta cotas insospechadas, o es la imagen,
el estereotipo juvenil hispano que se desea potenciar desde la televisión
patria. Sólo faltan las de “Lo malo” para acrecentar este tormento... Sinceramente,
esta noche nos toca festival de la canción y echo de menos a Massiel.
Hace cincuenta años que María de los Ángeles Félix Santamaría Espinosa (que así se
llama) ganó Eurovisión gracias a una canción del Dúo
Dinámico y a las presiones “indepes” sobre Juan Manuel Serrat. Todo muy español
(ya saben…) y nada que ver con este panorama tan apocado y pusilánime que
llevamos padeciendo tres meses (que se dice pronto, ¡¿eh?!). Y como no me quiero
poner negro confrontar personalidades (que si no, apaga y vámonos) sólo les dejo con
esta entrevista sin desperdicio a la Massiel-ísima (no deja títere con cabeza esta
pájara) y comparen ustedes mismos.
De repente, me paro a pensar y caigo en que todo este conreo
(denótese el mancheguismo) se debe a una de esas cosas que nos hace humanos: la
voz. Y es que las cuerdas vocales, el lenguaje, el habla, es lo que nos hace
únicos frente al resto de los animales. Como bien dice José Fragoso en Mi voz, con ella nombramos a las cosas,
podemos hacer pedorretas, contar historias, llamar a tus amigos, y, sobre todo,
cantar (cosa que nos ocupa hoy). Y es que en este álbum ilustrado editado por
Narval, se incluyen con mucho salero (menos mal que algunos españoles, a pesar
de pulular por EE.UU., lo siguen conservando) toda una suerte de actividades que
se relacionan con el mundo de las ideas y la palabra. En definitiva, un libro a
caballo entre la ficción y la no ficción muy recomendable para parlanchines, vendepeines
y cantantes en ciernes.
Y hasta aquí, la
perorata del sábado. A ver qué pasa esta noche. Esperemos que el martilleo de “su
canción” (ironías de los pronombres posesivos) no dure como los cincuenta años
del “La la lá”, aunque por la parte que me toca, sigo diciendo de como Massiel,
nadie (o en su defecto Salomé). Ea, así es la vida. Y Eurovisión.
El pasado sábado se celebraron las V Jornadas sobre Bibliotecas Escolares y Planes de Lectura de Albacete, un encuentro entre los docentes que nos dedicamos
a promover esto de la lectura en niños y jóvenes, promovido por el
Grupo Colaborativo de Bibliotecas Escolares de la provincia de Albacete y
secundado por el Centro Regional del Profesorado de Castilla-La Mancha.
Acompañados por bastantes bibliotecarios municipales y dos excelentes ponentes,
Ana Garralón y Pep Bruno, además de aprender unos de otros, más de ochenta
colegas de profesión pasamos el día compartiendo experiencias y puntos de vista
sobre el verbo leer.
Como sé que muchos de ustedes se han interesado por todo lo
que allí se habló (les aseguró que algunas propuestas de trabajo fueron muy
interesantes) y no sé hasta qué punto dichas comunicaciones estarán disponibles o no,
me he decidido a traer aquí la mía, una que llevaba por título Instragram
o cómo atrapar lectores potenciales en la red social de moda. Dándole
un par de vueltas y teniendo en cuenta que aquí no tengo límite temporal, la he
re-estructurado en dos partes para facilitar su lectura y comprensión por esta
vía.
Espero que la disfruten, les plantee preguntas y les sea
útil, pero antes de entrar en harina me gustaría dar las gracias a José
Manuel, Gela, Fuensanta y tantos otros que forman parte de esta conspiración
albaceteña de mediadores de lectura y que han depositado su confianza en otros
compañeros de profesión, como el monstruo aquí firmante, para compartir sus
locuras con los libros.
Instagram, unas consideraciones orientadas a la mediación lectora
Instagram
es la red social que más ha crecido en los últimos años. Con alrededor de ochocientos
millones de perfiles activos a diario se perfila como una de las redes sociales
con más proyección a la hora de aupar iniciativas, no sólo comerciales, sino
también culturales. Si a ello unimos que la mayor parte de sus usuarios son
jóvenes entre 15 y 35 años y que alrededor de un 20% de estos confiesan que es
su red social favorita, no debemos desestimar este espacio de intercambio
virtual como una herramienta para aupar el hábito lector entre aquellos
estudiantes que la utilizan de manera directa.
De
entre todas las características intrínsecas de esta red social, sus usuarios
destacan sobre todo la positividad del formato, en contra de lo que ofrecen
otras redes sociales como Facebook o Twitter, donde la forma de desarrollar los
contenidos es menos directa, los contenidos no son del interés de esta franja
de edad, y el mensaje final se adscribe a otras esferas donde abunda la
impostura. Estemos de acuerdo o no, debemos considerar que esta percepción del
usuario puede facilitar una relación igualmente positiva con los contenidos que
alberga esta red social, por lo que deberíamos considerar una prioridad que los
libros y la lectura estén presentes en ella y circunscribirlos a uno de los
entornos comunicativos en boga. Si a ello añadimos que el vínculo que los
lectores establecen con los libros tiene un gran componente emocional, sería interesante
utilizar estas sinergias a la hora de aupar la relación de estas generaciones
con el acto lector.
En
segundo lugar debemos de tener en cuenta que Instagram está ideado para uno de
los soportes con los que más interactuamos diariamente, el teléfono móvil (N.B.:
Tanto es así que las imágenes y vídeos pierden calidad al visionarlos en otros
como la tablet o el ordenador), y por tanto es una de las redes sociales más visitadas hoy día, algo que sigue ayudando en la interacción de los usuarios
con los contenidos de la misma.
A
estas dos premisas hay que unir una tercera que considera que la forma de relacionarse
de nuestros alumnos pasa inevitablemente por las tecnologías de la información
y la comunicación, el teclado o la interfaz de usuario. Son nativos digitales, se
desenvuelven perfectamente en el mundo de internet, de los buscadores o el
software (realidad que tenemos que asimilar aquellos que no lo somos). Esto ha
servido para que muchos autores como Felipe Zayas o José Rovira Collado, consideren que el uso de las nuevas tecnologías sea un
arma eficaz para adquirir destrezas de lectura, así como incide positivamente sobre otras estrategias de mediación lectora, como por ejemplo los clubes de
lectura.
Por
último llamo su atención sobre el hecho de que niños y jóvenes se hallan
inmersos en las redes sociales desde muy jóvenes. Y son esos espacios virtuales
que utilizan para comunicarse entre sí y con parte del mundo que les rodea,
esos lugares de intercambio habitados por gente variopinta, los que podrían
formar parte del acto lector social o comunitario al que se han referido
estudiosos como Michèle Petit y sobre el que se fundamenta lo colectivo de la
literatura, una experiencia que puede partir de lo coral.
En
mitad de este panorama nacen los bookstagramers, jóvenes más o menos anónimos
que, sin ser especialistas en mediación lectora, desarrollan diferentes
estrategias que congregan a multitud de seguidores de corta edad en torno a los
libros y sobre las que merece la pena detenerse, más todavía cuando estas
iniciativas son mejor valoradas por el público lector potencial que las de
otros perfiles profesionales o bitácoras, institucionales o personales, que
cuentan con un gran número de seguidores en otros formatos y redes sociales
pero no alcanzan notoriedad en esta.
A
pesar de todos estos pros con los que supuestamente contarían estos
bookstagramers, son muchos los sectores de la mediación lectora que no ven en ellos un acicate para la creación de nuevos lectores y mucho menos lectores
competentes reales por diversas razones entre las que se cuentan:
- que
la mayor parte de las sugerencias de lecturas se adscriben al universo
paraliterario lo que supone dudas sobre su formación y compromiso literario,
- que
quedan patentes intereses comerciales en muchos de ellos
- que
se busca la trascendencia de lo efectista en detrimento de una experiencia
estética,
- y
que la palabra, ese invento sobre el que descansan lo literario y la lectura,
queda relegada a un segundo plano en una red social en la que prima la imagen.
Si
bien es cierto que no debemos obviar todos estos peros, también hay que hacer
una llamada de atención sobre que, tanto los bookstagramers, como los
booktubers, constituyen los mayores ejemplos conocidos de mediación lectora
entre iguales, un tipo de mediación poco habitual ya que tradicionalmente en
estos procesos ha primado el modelo intergeneracional. Es a través de ellos
cómo el libro adquiere un carácter de vínculo entre multitud de jóvenes de
diferentes procedencias, constituyendo así una comunidad en la que todos se
sienten parte activa y donde pueden compartir una experiencia de lectura, un
vínculo nada desdeñable teniendo en cuenta la gran capacidad de influencia que
todos tienen sobre el resto a la hora de leer.
Tras
desgranar este contexto y en lo que se refiere a perspectivas futuras sobre el
papel de la mediación lectora en Instagram, podemos apuntar a tres conclusiones/líneas
de trabajo:
a. Supone
un reto para los mediadores de lectura formados lanzarse a estas plataformas
digitales y aupar el objeto libro y sus visiones literarias desde una perspectiva
profesional.
b. Igualmente
se deberían fomentar aquellos perfiles que puedan contribuir a la pluralidad en
lo que a sugerencia de lecturas se refiere, y por tanto empujar a los usuarios
inmediatos hacia una educación literaria real y no a los clichés y
convencionalismos que tanto abundan en esta red social.
c. Por
último, sería deseable una mayor presencia de los profesionales de la mediación
lectora en este tipo de foros para velar por la calidad de los contenidos y una
diversidad de espacios adecuada a los lectores y otros mediadores, de manera
que la literatura no se viera subyugada a otros intereses.
Buenos
bookstagramers: características y selección
Teniendo
en cuenta el contexto anterior y partiendo de mi propia experiencia con
Instagram a partir de la cuenta que Donde Viven Los Monstruos LIJ tiene en esta red social @dondevivenlosmonstruosblog, he creído
conveniente hacer una serie de consideraciones que les pueden servir como guía
a la hora de seleccionar a bookstagramers cuya labor sea notable en pro de los
libros y la lectura, ya que no todo consiste en colocar a tíos/as buenos/as con
un libro en las manos haciéndose los interesantes (hay Instagram más allá de
los it-boys/it-girls). He aquí algunas de las características en las que yo me
detendría…
Contenidos generales
-Diversidad:
Es
importante que, siguiendo la línea temática a la que se adhiera el perfil, se
conjuguen diferentes tipos de contenidos que desarrollen un nexo común. Si mi
perfil trata sobre LIJ es importante prestar atención a novedades y clásicos, a
diferentes formatos como el libro-álbum, la novela, el cómic o el libro de
conocimientos, presentaciones de libros, lugares comunes, etc. Es decir,
constituir un espacio digital donde la diversidad de contenidos preste una
función lúdica e informativa.
-Intertextualidad/Interdisciplinariedad:
Teniendo
en cuenta los déficits con los que cuenta esta red social, urge buscar
sinergias entre la literatura y el mundo que nos rodea a la hora de atrapar
lectores. Poner en relevancia elementos visuales y textuales que tienen que ver
con la literatura, buscar una contextualización que no sólo parta del aspecto
estético, sino que abrace a la obra que presentamos o buscar detalles que
puedan generar un debate, pueden ser armas más que interesantes.
-Interactividad:
Comentarios
públicos o privados, invitados, sugerencias recíprocas, sorteos, retos,
encuestas, peleas de gallos o emisiones en directo son puntos fuertes de esta
red social por la que fluye la comunicación de una forma más instantánea que en
otras, y que un buen bookstagramer debe usar en caso de necesidad (también es
interesante no abusar) para interaccionar con el resto de personas que
configuran su comunidad de seguidores.
-Regularidad/Inmediatez:
No
debemos olvidar que estos lugares son bitácoras y que permiten estar al día, no
sólo de novedades editoriales, sino de temas de actualidad literaria,
celebraciones en torno a los libros, presentaciones y otras actividades, es por
ello que mantener un ritmo constante de publicaciones y estar al tanto de lo
que sucede, ayuda en un buen bookstagram.
Contenidos específicos
-Gráficos:
Por
un lado tenemos las imágenes, que para mí, deben tener tres requisitos
fundamentales: ser originales, creativas y estéticas (Nota: No debemos olvidar
que Instagram nació como una red social para amantes de la fotografía y este
punto es esencial). Si además de esto, se relaciona con el libro de alguna
manera (no es una árida imagen publicitaria) y sugiere otros discursos, mejor que
mejor. Los amantes de las literaturas gráficas sabemos que las imágenes pueden
decir muchas cosas por sí solas, y en la mano del bookstagramer está el buscar
detalles, coincidencias, inspiración, curiosidades o incluso erratas que den
valor a la obra sobre la que se habla. En algunos casos efectistas, en otros
con menos fuegos de artificio, pero el caso es llamar la atención de los seguidores
sobre esa imagen y presentar la obra de un nuevo modo, sin pasar desapercibida.
Por
otro lado tenemos los vídeos en los que, además de las características
anteriores, yo añadiría la de ser sintéticos (existe la limitación temporal en
los de la bandeja de entrada) y estar bien editados.
-Textuales:
Reseñas,
resúmenes, citas, referencias
bibliográficas, datos de interés, contenidos relacionados con la imagen, opiniones,
enlaces y hashtags, son detalles que no se le pueden escapar a un buen
bookstagram, más todavía cuando lo que intentamos inculcar es el gusto por la
palabra, por la lectura, y de esta manera también aupamos la lectura
instrumental a través de hipertextos.
Y
teniendo en cuenta estas premisas (siento no tener tiempo para un análisis más
exhaustivo y objetivo), llego a unos cuantos bookstagramers que, aunque no
recojan todas ellas en cada uno de sus perfiles, pueden ejemplificar varias y
sirven como orientativos a la hora de seleccionar/recomendar un bookstagram
aceptable. Animándoles a seguirlos y de activar las notificaciones para cada uno
de ellos (incluido el mío, jejeje), les dejo con mi selección particular donde
abundan -¡cómo no!- los dedicados a la literatura Infantil y Juvenil.
Literatura infantil y álbumes de todo tipo con buena selección en portugués
Todas las imágenes y vídeos que acompañan a este artículo, exceptuando las capturas de pantalla de los diferentes perfiles que se han seleccionado, pertenecen a@dondevivenlosmonstruosblog/ Román Belmonte.