Segundo día de julio y ya estamos de
vacaciones. Como la semana pasada tuve bastante trajín no pude
despedirme de ustedes como se merece la ocasión, así que este lunes hago una excepción y me pongo al teclado para
decirles adiós.
Y ustedes dirán “¿Y este muchacho,
que nos va a contar que no nos haya contado ya?” La verdad es que
poca cosa, que las neuronas las tengo un tanto colapsadas (algo
similar les sucede a las estanterías de mi casa…) y me atropello a
la primera de cambio...
Cada vez palpo más esa sensación de
que no doy a basto. Durante estos últimos años el ritmo ha sido
frenético para un servidor. Cambios, nuevas responsabilidades, líos
familiares y reuniones vespertinas (no saben cuánto las odio,
todavía más si te percatas de que son cónclaves políticos, de muy
baja estofa claro...), están empezando a hacer mella. Si a ello le
unes que los blogs están de capa caída, que generar nuevos contenidos
semana tras semana se hace más tedioso, que el mercado de novedades es
absorbente, el poco tiempo para visitar librerías y bibliotecas, y un
largo etcétera de peros, la cuesta se hace más empinada.
Acostumbrado a la supervivencia, por
ahora no pienso echar el cierre, pero el futuro, aunque sigue siendo
una incógnita, se presta a mirar hacia delante, quizá desde otras
azoteas que sean menos mediáticas pero que ofrezcan un panorama que
se pueda saborear más lentamente.
Lo mejor de todo es que no
faltara ni el Tato. ¿Se imaginan? Estaría bonito, muy bonito. Y más
que vistoso, colorido.
“Ay, Román, mira que te gusta
fantasear… ¡Que esto no va de discotecas! ¿Y los libros qué?”
Se preguntarán. Y yo les respondo: los libros siempre están, porque
los llevamos dentro.
¡Feliz verano!
*Todas las imágenes de esta entrada pertenecen al libro En la playa de Susanna Mattiangeli y Vessela Nikolova, editado en castellano por Patio Editorial.
Llegan los calores y aquí
estamos, pasando penurias hasta que lleguen las vacaciones (reales, que aún nos
quedan reuniones diversas). Nada mejor como una buena sombra y la orilla del
mar para entretenerse durante las próximas semanas. Seguramente muchos de
ustedes echen mano de novelas, sopas de letras, sudokus o autodefinidos, pero ¿y
los niños? Sí, sí… que construyan castillos de arena, que le den patadas al
balón o busquen erizos entre las rocas, pero en las horas de más calor, como no
se echen la siesta, ¡el Dios que los aguanta! Así que, aquí les dejo una buena
tanda de libros de actividades que no tienen desperdicio para que ofrezcan ocio
a pequeños y jóvenes durante los meses de verano en vez de los típicos
cuadernillos de repaso (yo los odiaba profundamente). ¡Ah! ¡ Y todos ellos también aptos
para adultos!
Robin Jacobs. Pasaporte.
Fulgencio Pimentel. Empezamos con uno de los libros de actividades que más
me ha gustado de los últimos meses. Orientado para niños que cruzan fronteras
de la mano de sus padres, la editorial Fulgencio Pimentel les provee de un
segundo pasaporte con el que descubrir, no sólo los países visitados, sino el
antes, el durante y el después. Instrucciones divertidas y ocurrentes ayudan al
pequeño artista en su labor de dar tumbos y conocer el mundo con monedas, logotipos de aviones o comidas exóticas.
María Ramos y Tu yo del futuro. El
libro del futuro. Fulgencio Pimentel. No les voy a negar que este engendro
de papel tiene mucho swagg, más que nada porque es una cápsula del tiempo
convertida en libro (¿se lo imaginaban?). Este libro nos pide datos, nos da
instrucciones, nos busca y nos encuentra. Cómo somos, nuestras familias, cuáles son tus aficiones y sueños. Mirando al futuro
desde el presente, oteando el pasado desde el mañana. Si añadimos que la
editorial se compromete a ayudarnos en su rescate dentro de unos cuantos
lustros, la cosa no tiene desperdicio. ¡Me vuelve loco esta idea!
El Hematocrítico (Miguel Ángel López) y Olga Capdevila. Cuadernito de escritura divertida.
Blackie Books. En este cuaderno, además de escribir cosas que se nos
ocurren en el día a día o en nuestra imaginación desde una perspectiva
humorística (es la especialidad de este maestro-autor), podemos encontrar
contextos poco frecuentes en un libro de escritura, como la pantalla de una tablet
o una conversación a través de Whatsapp (lugares próximos al público infantil hoy en día)
para crear conversaciones extrañas, chistes o cartas. Aderezado por el grafismo
en negro y rosa fluorescente de la siempre acertada Olga Capdevila, creo que el grito de guerra puede ser: ¡No se lo
pierdan!
Anders Arhoj. Búscame. Andana.
Desde que vi este libro en la estantería, me quedé prendado por su portada tan sugerente (todavía no sabría diferenciar la delantera de la trasera excepto por el color). Un par de ojos en un fondo magenta me miran, otro par de ojos
sobre fondo azul también. Nos invitan a abrir los nuestros como platos e ir
buscando en cada doble página a los personajes protagonistas de este desafío,
de estos dos caminos que confluyen en un encuentro final. Con una factura
gráfica impecable, el autor danés propone escenarios coloristas y divertidos
sin desperdicio.
Aleksandra Artymowska. La
maravillosa aventura de Lucas en busca de sus amigos. Mtm. En este otro
libro hay que buscar (y encontrar, que no hay reto sin premio) salidas que
ayuden a Lucas (y al lector) a pasar página. Es así como escenarios
laberínticos cada vez más intrincados, son el escollo que encuentra Lucas para
dar con sus amigos. Cavernas, tuberías, árboles, paisajes polares, estatuas y
un sinfín de obstáculos en los que el niño encuentra mundos imaginarios donde disfrutar. ¿Logrará dar con ellos? Sean optimistas y ayuden a sus hijos con la tarea de un buen sherpa.
Bunpel Yorifuji. Rakugaki.Cómo potenciar tu imaginación a través del
dibujo. Blackie Books. Dirigido a zoquetes del dibujo (sí, como lo oyen,
con desparpajo y alegría) este manual intenta dar unas pinceladas muy acertadas (se lo
digo yo que el dibujo es una de mis aficiones) sobre las bases del trazo y la
línea. Recomendaciones posturales, sobre el material, líneas básicas,
volumetría… nos empujan a dar vida a personajes y situaciones. No crean que hay que complicarse mucho la existencia, cada uno hace
lo que puede y eso es lo mínimo para pasarlo bien.
Peng + Hu. Hirameki.El genial pasatiempo de la mancha y el
garabato. Sexto Piso. Hirameki es un pasatiempo oriental en el que
partiendo de una mancha, de acuarela generalmente, el ocioso busca en su
imaginación algo que quepa en ella. Coge un bolígrafo y lo dibuja sobre esta
sin pudor. Es así como este libro nos propone diferentes ejercicios temáticos
sobre páginas llenas de manchas. Bien fácil y entretenido. ¿Será por eso que el
significado literal de esta palabra nipona es “rayo de inspiración”?
Serge Bloch. 3, 2, 1… ¡A dibujar!
Cocobooks. De la mano de uno de los mejores ilustradores franceses del
momento, se nos presenta un libro muy divertido en el que Serge Bloch da una
serie de consejos y pautas para crear escenarios de ficción gracias a elementos
reales que tienen poca relación. Es así como se origina su estilo inconfundible
a caballo entre el collage y la ediciónfotográfica. Me gusta (sobre todo para mí... ¿quién me lo regala?).
E. G. Lutz. Qué dibujar y cómo
dibujarlo. Mtm. Orientado a todo tipo de público, en este libro publicado
por primera vez en 1913 (no se dejen guiar por su aspecto, ¡los niños
también leen libros de otra época! ¡Más todavía si son geniales!) encontramos una serie de sugerencias o
clases breves de la mano de uno de los maestros de Walt Disney (o al menos es
lo que se dice). En cada página se presenta un proceso para dibujar gallinas,
ranas, mapaches o niños, y que cualquiera sea capaz de darles vida con una
lápiz y un papel. ¿Se animan?
Asís Percales. Manual del
Pintamonas. Mosquito Books. Entre tanto libro para colorear flores y
mandalas, nace este manual con una idiosincrasia similar. Lo diferente es que no hay que
dar color a motivos repetidos, sino a ilustraciones con cierto aire vintage (me
recuerdan a la “old school” del tatuaje) y muy cañí. Para todos los públicos,
aunque yo me atrevería a regalárselo a algún adolescente modernito, que siempre
pueda añadir algo de su cosecha.
Este junio me lleva
frito. Tengo ganas de mandar el curro a paseo y perderme conmigo
mismo o con quien se tercie para celebrar la vida. Pasear por la
playa, madrugar cuando me apetezca, trasnochar, tomarme veinte
cervezas, releer a Quevedo o Babrio, olvidar muchas cosas que me
permitan recordar otras, echarme la siesta sobre la yerba... Eso es
el verano para mí. Y todavía parece primavera. Sólo dos días para que llegue. Demasiado...
Siento un profundo
respeto al mar, al océano. Soy hombre de secano, y eso se nota. Vivo
acostumbrado al firme de la tierra en vez de al vaivén de la olas.
Si a ello añaden que aprobé “Mecánica de fluidos” a la sexta,
tuve tiempo para darme cuenta de cuán compleja es la naturaleza del
agua, el líquido por excelencia, que por más que deseemos
supeditarlo a nuestra voluntad, quieto no queda.
Sin contar el vikingo
(Diríjanse a mi primera papilla, para más detalles), he viajado dos
veces en un barco. La primera me dejé llevar por un regimiento de
adolescentes italianos y fue hasta divertido (¿Para qué
ambientarles si se lo pueden imaginar?), la segunda hubo marejada y
mi endolinfa nunca me lo perdonará (Uno no sabe dónde agarrarse ni
qué vomitar. Sólo maldices el día en el que accediste a ello). Con
ello les quiero decir que ni se les ocurra sugerirme un crucero
vacacional. Ya saben mi respuesta por mucha promesa o cena del
capitán que me ofrezcan: yo me quedo anclado en el continente y
ustedes verán.
Llámenme exagerado o
cobarde, pero un servidor, que ha conocido bastantes lobos de mar,
sabe de sobra que la vida marítima no es moco de pavo... que eso de
chupar meses de camarote no puede ser bueno ni para la moral ni para
el cuerpo. Y por si no tuvieran bastante, viven marcados por una fama
inmerecida de alcohólicos, proxenetas y tunantes.
Y mientras van pensando
en las mieles del océano (yo con una barquita me conformo), hoy les
traigo uno de esos álbumes tan hermosos a los que Roberto Innocenti
nos tiene acostumbrados. Mi barco era la sorpresa que
Kalandraka nos guardaba de cara al verano. Y digo sorpresa porque
este libro tiene mucha vela (nunca mejor dicho).
En primer lugar decir que
llama mucho la atención este híbrido que oscila entre la ficción y
la no ficción, una mezcla que cada vez se utiliza más en el álbum
informativo. Esto probablemente se puede deber a la recreación
argumental y atmosférica que favorezca la asimilación de contenidos
no ficcionales por parte del lector, o quizá para crear una
diversificación que permita llegar a más tipos de lectores, por
otro lado. En el caso que nos ocupa, me decanto por el primero, ya
que el gran Innocenti hace cierta diferenciación física entre la
ficción (primera parte del libro) y la no ficción (páginas
finales).
No obstante, hay que
llamar la atención, y como sucede en muchos otros casos de ficción
realista, sobre la imposibilidad de alejarse completamente de un
contexto, sobre todo histórico, cuando hablamos de literatura.
Cuando la acción se desarrolla en una época determinada, se añaden
detalles interesantes, otros conocimientos adicionales al hilo
argumental que siempre han de tenerse en cuenta puesto que las
creaciones humanas en la mayor parte de las ocasiones son eco del
mundo que nos rodea. Esto se puede observar en ese viaje al pasado
que nos hace el autor italiano al recorrer un siglo XX lleno de
contiendas bélicas (la guerra civil española incluida).
Para no destriparles más
este libro / manual de navegación, les invito a que buceen entre sus
páginas y descubran los mil y un detalles a los que la mano de
Roberto Innocenti nos tiene acostumbrados. Sus perspectivas
cinematográficas y su colorido algo naïf (a veces me recuerda a
Henri Rousseau) me gustan más conforme pasan los años, más todavía
en este barco en el que sí puedo viajar sin riesgo de zozobrar.
Hace tanto tiempo que me perdí en este
bosque de los libros para niños, que empiezo a pensar que siempre
estuve aquí. Como cualquier incauto que se adentra en la espesura,
creí que no sería para tanto, que al final podría atravesarlo sin
demasiado trabajo, no detenerme a cada paso. Hoy sé que la linde
queda lejos, que los caminos guardaban muchas sorpresas. Eso a veces
me asusta. Otras, convengo conmigo mismo que habitar este espacio es
un consuelo.
Al principio me di no pocas caminatas.
Como un explorador sin rumbo que anhelaba descubrirlo todo. Libando
de este o aquel libro un poco de néctar con el que nutrirme. Hoy el
ritmo no es tan frenético. Prefiero la quietud, detenerme bajo el
dosel, inhalar sus aromas. Que penetren bien adentro y me impregnen.
Quizá sea la mejor manera de entenderlo todo, si es que hay algo que
entender.
Aquí puede pasar
cualquiera. Da igual la edad, no importan las etiquetas. Muchos otros
se internan, y al final, todos nos encontramos. Compartimos sendas
tortuosas, tomamos veredas separadas, o departimos en un claro sobre la
mullida hojarasca. Perdidos. Incluso esa palabra suena bonita en
mitad de esta floresta.
Cavilo estos días. Recapitulo sobre lo
acontecido, en lo que esa a la que cariñosamente llamamos Literatura
Infantil me ha dado. No sólo me acuerdo del trino de los pájaros,
del vuelo de las hadas, de los lobos hambrientos o de los duendes jugando... Sí, la vida es
extraña. Y menos mal que existen los bosques.
Ana María Matute. 2018. En el bosque. Ilustraciones de Elena Odriozola. Libros del Zorro Rojo.
Nos queda tan solo una semana para
decir adiós a las aulas (un acontecimiento que estoy deseando más
que nunca) y muchos nos pasaremos el día en las orillas. Piscinas y
playas verán aumentar sus respectivas poblaciones y entre la fauna
diversa, aparte de cuñaos, nenes llorones, cincuentonas renegrías y
otros animales acuáticos, se toparan con algunos lectores. Es por
ello que, en este día soleado, reparto sugerencias de narrativa y me
detengo en las obras que he leído durante los últimos meses y que
más me han gustado. Así que, si son de esos que leen debajo de la
sombrilla, saquen papel y lápiz (¡Qué antiguo eres, Román! ¡Que
lo que se lleva ahora es el móvil!) y apunten este listado.
Mónica Rodríguez. 2018. Naszka.
Ilustraciones de Zuzanna Celej. Colección Nandibú. Editorial
Milenio. Se dan en esta pequeña aventura varios puntos
recurrentes de la literatura infantil entre las que destacan una
protagonista perdida y un animal protector. A ello hay que unir un
lenguaje directo y articulado en oraciones simples, que en mitad de
una ambientación invernal más que sugerente, nos embebe en una
fábula honesta y sin pretensiones que se desarrolla en mitad de la
naturaleza. Mención especial reciben las acuarelas de la Celej,
siempre evocadoras y sutiles.
Erich Kästner. 2018. Emilio
y los detectives. Ilustraciones de Walter Trier. Editorial
Juventud. Con una nueva edición, traigo aquí uno de los ya
clásicos de la literatura infantil. Ambientada en el Berlín de la
primera mitad del siglo XX, esta historia de ladrones y persecuciones
está protagonizada por Emil, un niño provinciano que viaja a la
capital con el encargo de entregar cierta cantidad de dinero a su
abuela. Durante el trayecto es víctima de un robo que es el
detonante de una aventura en la que una banda de detectives le
ayudarán a recuperarlo. Llevada al cine varias veces (la primera con
guión de Billy Wilder) es una narración maravillosa en la que se
desata ese carácter subversivo de la LIJ clásica, se aleja de
moralinas y deja fluir el discurso de cada personaje con total
libertad. Recomendadísimo antes de internarse en la llamada
literatura juvenil, no sólo por ese espíritu valiente que nos
impregna, sino por la inocencia que también destila.
Mónica Rodríguez. 2018. Biografía
de un cuerpo. Editorial SM. Uno de los libros
juveniles más aclamados durante los últimos meses, no sólo por
haber ganado el último premio Gran Angular, sino por otros
motivos... Si bien es cierto que el estilo me recuerda al de Alma
y la isla, este es un libro más complejo. Por la construcción
psicológica (no sé si debería decir psiquiátrica) del
protagonista, por el tipo de estructura, una a caballo entre la
ficción, la biografía novelada y la antología poética (es difícil
de explicar, cuando lo lean lo entenderán mejor) y una ruptura con
algunos de los clichés que suelen, solían rodear al mundo de los
bailarines y sus familias (aporta una visión mucho más
contemporánea que la de, por ejemplo, Billy Elliot), es un
libro que merece una parada. No es de extrañar que la Rodríguez
haga doblete con este título teniendo en cuenta que ha sabido
plasmar la gestión de los miedos y guerras interiores con las que
luchan los adolescentes frágiles y aturullados (se lo dice uno que
sabe de eso).
Jan Terlow. 2018. Invierno
en tiempo de guerra. Editorial Harperkids. Le tenía
ganas a esta novela, no sólo porque es una de las pocas novelas que
habla de la Holanda nazi, sino porque en esta historia se habla de la
supervivencia en un contexto hostil, más que de los horrores de la
contienda. Terlow prefiere alejarse de lo secundario, dejar a un lado
la política y sus cuitas, para detenerse en la naturaleza humana, en
sus aberraciones y virtudes. En la necesidad de huir de Michiel, el
protagonista, en aprender poco a poco, a confiar y desconfiar, una
premisa sobre la que se fundamenta el comportamiento en época de
conflictos. El dolor, la rabia, la desesperación, la inteligencia,
la traición, la esperanza y el sinfín de avatares que tienen lugar
en las páginas de este viaje iniciático, me ha recordado a las
obras de Uri Orlev (Una isla entre las ruinas, por ejemplo)
aunque desde una perspectiva quizá más emocional.
Ray Bradbury. 2018. La
mujer tatuada y otros cuentos de amor. Ilustraciones de
Eva Sánchez Gómez. Editorial Ekaré. Este librito me lo leí en
el tren, en cierto viaje a Madrid. Ya había leído algo de Bradbury,
pero este tiene un no-sé-qué que me envolvió con cierta dicha.
Será porque los tres cuentos que recoge nos hablan de las diferentes
facetas de las que puede vestirse el amor, de sus extrañas formas,
de su sencillez, de lo sobrenatural y tantas veces estúpido que
puede llegar a ser. Y así no fueron pocas las veces que se me dibujó
la sonrisa. Una bruja que utiliza el cuerpo de otros para enamorarse,
el último individuo de una especie que sigue en busca de un amor, y
una mujer tatuada que ve peligrar su gran amor a consecuencia de una
piel repleta de garabatos, son las situaciones escogidas por el mago
del relato breve para trasladarnos a universos complejos que al mismo
tiempo sentimos cercanos.
Emily Brontë. 2018. Cumbres
Borrascosas. Colección Tus Libros. Editorial Anaya.
Convertido en oscuro objeto de deseo de muchas féminas (algún día
tendré que hacer un estudio al milímetro para dar con el porqué),
esta obra maestra de la literatura inglesa también se ha colado en
mi estantería. Lejos de la sensación un tanto pastelona que deja
entrever su versión para la gran pantalla, la obra maestra de Emily
Brontë da buena cuenta de su genialidad como escritora (y su
tormento como persona, que no lo tuvo nada fácil). El perfil psicológico de los personajes, ese amor
maldito (también feliz, que siempre cabe en casos como este tan dispares),
la atmósfera envolvente y una estructura narrativa impecable, nos
embeben en una lectura llena de fuerza y vitalidad que, lejos de
edades y de lo que los jóvenes piensan sobre este tipo de libros (a ver si se dejan a las influencers y empiezan con buenos libros), es
atemporal. Más todavía en una edición con anotaciones, tamaño de letra muy aceptable y biografía de la autora (echo de menos los apéndices finales en las que las ediciones antiguas de esta colección indagaban en el contexto cultural y político de los autores y sus obras, pero bueno...). Si les encantan los libros que tienen chicha, este es el suyo sean mujeres u hombres, que el (des)amor no entiende de sexo ni
condición. Lo siento, pero he de decirles que esto es literatura, literatura de verdad.
Flip-books, riffle-books, folioscopios, daumenkino, cine de
dedo, libro animado, cine portátil o cine de bolsillo. Estas son algunas de las
denominaciones que recibe el tipo de libro que traigo hoy a la palestra. Aunque
ya he hecho referencia a estos libros en otras entradas como este monográfico sobre libros móviles y pop-up o eneste otro en el que se habla de la relación entre LIJ y cine de animación, he creído conveniente
detenerme un poco más en estos libritos, primero porque siempre que incluyo
algún vídeo sobre ellos en el Instagram de los monstruos me fríen a preguntas, y segundo porque resultan
fascinantes para todo tipo de público.
En primer lugar, definamos un flip-book… Consiste en un
libro-álbum de pequeño tamaño y con formato generalmente horizontal, que recoge
una secuencia de imágenes que varían gradualmente de una página a otra. Pasando
esas páginas a gran velocidad utilizando el pulgar, se crea una percepción de
movimiento aparente que será de mayor o menor duración cuanto mayor sea el
número de imágenes-páginas.
Como cualquier otro libro-álbum, hay que decir que el
flip-book es un objeto de difícil clasificación por conjugar generalmente dos
lenguajes, el textual y el gráfico (aunque en este caso se podría decir que
prima el segundo, algo por lo que algunos expertos lo etiquetan dentro de los
álbumes gráficos sin palabras), y al que se le añade una particularidad, la
secuenciación rápida. Si además tenemos en cuenta su tamaño (caben en una mano),
libreros y bibliotecarios nos saben muy bien si ubicarlos con los libros
móviles, los libros-juego, los libros de artista o las películas de animación.
Lo único que está claro es que se puede adscribir a la parcela de las narrativas
gráficas.
Los folioscopios, como otros engendros relacionados con la
ilusión óptica y el cinematógrafo, véanse el
fenaquistiscopio o el kineógrafo, nacen en pleno siglo XIX (data de 1868, y fue creado
y patentado por John Barnes Linnet). Desde entonces
su producción y destinatarios se han diversificado. Aunque seguramente los folioscopios
más conocidos son los que recogen pequeñas situaciones cómicas, secuencias de
las primeras películas de dibujos animados, escenas de cómics populares e
incluso grandes gestas del deporte, también los hay que nos adentran en el
mundo de las curiosidades científicas, las situaciones familiares, como reclamo
publicitario, productos artísticos o incluso los contenidos eróticos, conocidos
como strip-flips, que abundaban en la Francia de las primeras décadas del siglo
XX.
Pero ¿cuáles son las razones por las que, en vez de
guardarse en las vitrinas de museos como el zoetropio o el praxinoscopio, el
flip-book continúa entre nosotros? He aquí un buen puñado:
- Por un lado, al pertenecer a la esfera del objeto libro,
tiene carácter manipulativo e interactivo, algo que ya imprime carácter (todo
lo que sea toquitear y dialogar nos encanta).
- En segundo lugar es muy sencillo de utilizar a cualquier
edad (para poner en marcha un flip-book no hace falta acudir a la universidad,
sólo se necesita el pulgar oponible que nos ha dado nuestra condición humana).
- Cabe decir que encierra un acto íntimo (no es como una
sala de cine, sino que aquí sólo caben una o dos butacas, uno o dos mirones).
- También hay que decir que es una producción lúdica que
divierte y sorprende a partes iguales (y si además este juego tiene una apariencia
tan sencilla, más todavía).
- Otro de sus puntos fuertes es la estructura de tipo sketch
que tanto éxito cosecha en los géneros de la narrativa gráfica (si quieren leer
algo más de esto, aquí tienen un pequeño artículo), que también se puede
relacionar con la brevedad que tanto gusta en las sociedades posmodernas (se ve
que hay poco tiempo para el consumo de productos culturales y mucho para los
bares o la televisión…).
- Lo de ser fácilmente transportable es una baza inmejorable
(el otro día me comentó una madre que siempre llevaba en el bolso uno para que
sus hijos se entretuvieran coloreándolo en la sala de espera del dentista).
- Tiene una belleza analógica, anacrónica y romántica.
Descubrir un antepasado del cine en la era digital, de los efectos especiales, no
sólo es hermoso o entrañable, sino casi mágico.
- En penúltimo lugar y a mi juicio algo muy interesante, es
que permite disfrutar de la función mil y una veces (ya saben lo cansinos,
repetitivos y adictivos que se ponen los críos con lo que les encanta).
-Y por último es que no sólo podemos disfrutar del
espectáculo que nos ofrece un flip-book, sino también podemos darle forma,
participar en su proceso de creación.
Jenny Rope. 2017. Wednesday. Napa Books
Tras estas consideraciones iniciales sobre estos libros
animados, siendo consciente de que les están entrando unas ganas locas de
hacerse con varios de estos engendros, y teniendo en cuenta que no hay
demasiados ejemplos en el mercado editorial español, he decidido hacer un
pequeño recorrido por los flip-books más actuales y dirigidos a niños (ya saben
que este espacio está orientado a ese tipo de lector) de los que tengo
constancia (PETICIÓN: Si conocen alguna colección más les ruego encarecidamente que
la añadan en los comentarios de esta entrada).
Empiezo haciendo alusión a la propuesta más comercial de
todas, concretamente a la que nos hace la editorial Hachette Heroes con los
fragmentos míticos de seis películas de la factoría Disney, como por ejemplo Peter Pan, La bella y la bestia o Alicia
en el país de las maravillas.
Sigo con la colección “Cine de papel” que tiene la casa
catalana Sd Edicions y que está compuesta de cinco títulos, dos de Paola
Dragoneti, Plaf! y Berp!, y tres de Cesc Pujol que llevan
por título Amb gust de sal, Bestiolari de granja y L'home florit. Me encantan, bien por su
humor, bien por su toque surrealista, pero todas tienen mucho que decir.
Continuo con cuatro títulos del autor Otto T. que hace un
tiempo editó en España la editorial Comanegra, concretamente El pájaro y las orejas de burro, La rana y el tocado de flores, El pez y el sombrero de copa y El hipopótamo y el gorro de papel. En
todas ellas hay mucho humor, guiños a los cuentos de hadas clásicos y mucha
transformación de los protagonistas.
No se me pueden olvidar los dos flip-books para colorear del
gran Hervé Tullet que la editorial Cocobooks editó en nuestro país. El árbol y El campo son dos historias circulares bastante minimalistas que dan
buena muestra del ciclo de la vida tan socorrido en las historias infantiles y
a las que los niños pueden imprimir carácter a través de ceras o lápices.
En lo que a edición independiente se refiere (todos los
anteriores los pueden pedir en su librería de referencia, estos que siguen ya
no) tenemos la colección de cines de mano Teatro Arbolé(Zaragoza), un conjunto de trece títulos que utilizando
personajes del mundo del teatro o del circo, pretende hacer llegar a los más
pequeños las artes escénicas desde una perspectiva lúdica y diferente.
Por último y quizá la propuesta más sugerente, nos la hace
la editorial mallorquina Flipboku, un proyecto personal gracias
al que ya han visto la luz dos flip-books de extraordinaria factura, Bendito Machine y Molecularis. De los que quizá el segundo sea el que más me gusta para
los niños por aunar las formas orgánicas, la narración visual y el pinta y
colorea en el mismo formato. ¡No se los pierdan porque tienen mucha aceptación
fuera de nuestras fronteras!
Si se quieren gastar un poco más (todas los libros que les
he citado rondan entre los 5 y los 10 euritos y podrían engrosar este listado de álbumes infantiles por 10 euros o menos), echando un vistazo fuera de nuestras fronteras y sin ánimo
de que esto se convierta en un listado interminable de títulos, les dejo cuatro
propuestas maravillosas para que vean la amplitud de un universo muy
desconocido por estos lares pero no tanto en Japón o Estados Unidos, donde
podemos disfrutar de cosas como las que siguen (N.B.: Algunos ya están descatalogados):
Seigenesha. 2016. God of Bug Eater.
Seigeneha. 2014. Strobofly (un flip-book con tres partes
dependiendo de donde se ubique el pulgar).
Harumin Asao. 2012. A Cat’s Welcome.
Ed Emberley. 1983. The Chicken/The Chameleon (de su serie
de flip-books informativos o de conocimientos, que también los hay)
De todas formas, hacer un folioscopio es bastante sencillo
además de una buena forma de animar a sus hijos, sobrinos, nietos o discípulos
a conocer de primera mano los comienzos de las artes cinematográficas. Si
quieren hacerlo de un modo casero les recomiendo coger un taco de Post-it® (si
es del tamaño estándar, cojan una navaja de mi tierra, Albacete, y guillotínenlo
por la mitad, así les cunde más y tienen el tamaño ideal), cualquier utensilio
de escritura o pintura e ideen su propia secuencia. También pueden coger
pedazos de cartulina y sujetarlos con una pinza.
Si además quieren algún
consejillo para que sus creaciones sean más impactantes y agradables al ojo
humano, pueden echar mano de Blanko,
otra idea que se han inventado en Flipboku
para los iniciados en dicho arte que además de evitarnos la tarea de la
encuadernación, nos dan sugerencias para su realización.
Si aún así, tampoco consiguen un flip-book creíble (yo sé
que los hay muy torpes), no se desanimen porque seguro que en algún momento
coincidirán con la realización de algún taller que les invite a hacer uno de
forma sencilla y agradable, como el titulado Y una docena de flip-books que desarrollan Julie Escoriza y Joan
Casaramona o el Haz tu libro animado!
a cargo de la Maleta del Cine.
También pueden descargar flip-books en formato pdf,
imprimirlos, recortar cada una de sus páginas, cogerlas con una pinza y ¡voilá!
¡Ya tienen su cine de mano particular! De entre toda la oferta que pueden
encontrar en Google si utilizan la consigna “printable flipbook”, me encanta la animación de Pangea (ea, soy profe de geología) que pueden descargar gratis en la página del Royal Ontario Museum,
y la idea (esta vez de pago, todo no puede ser...) de Scott Blake que lleva por título Hole Punch.
Y si ya quieren rizar el rizo y protagonizar su propio libro
animado, les recomiendo pasarse por la editorial Soy de Cine una iniciativa de la empresa malagueña Minichaplin que
realiza flipbooks con secuencias de fotos de un cumpleaños, un viaje o una boda.
Un regalo precioso para cualquiera.
Antes de decirles adiós y para saber más sobre flip-books,
he aquí los enlaces de The Flippist Flipbooks
y The Flipbook Museum, dos geniales perfiles
de Instagram en los que encontrarán folioscopios artesanales increíbles en uno
y ediciones maravillosas en el otro.
Espero que les haya gustado este pequeño monográfico sobre
un tipo de libro que, a pesar de su sencillez, me sigue transportando a la
infancia, esa etapa de la vida en la que descubrir y sonreír siempre van de la
mano.