martes, 23 de octubre de 2018

Semana de los cuentos (II): Revisando cuentos tradicionales a través del álbum



En esta semana de los cuentos que me he inventado he creído conveniente dedicar un apartado a los álbumes que han sido inspirados, recopilan, reinventan o reescriben los cuentos populares. Como son muchísimos los libros de este tipo desde que el álbum contemporáneo se abre camino y tenía que escoger uno, me he decidido por un título que la mayor parte de ustedes conocerán pero que todavía no tenía su habitación propia en este hogar de monstruos.
Se han escrito muchas cosas sobre El túnel de Anthony Browne (Fondo de Cultura Económica), cientos de reseñas que se suelen centrar en la mala relación de los hermanos que protagonizan esta historia y que suelen hacer pocas alusiones a los muchos guiños que su autor realiza a los cuentos tradicionales en las ilustraciones que lo componen. Una reinterpretación en toda regla de unos cuentos que inspiran y enriquecen el mundo onírico de Browne (y de nosotros). Así que ¡manos a la obra!


El argumento del libro es sencillo. El hermano y la hermana (NOTA: Así los llama el autor en las primeras páginas de la versión original. Conforme las pasamos Browne desvela su nombre: Jack y Rose. En la edición española el traductor prefirió obviar cualquier nombre propio y hacer el relato más impersonal y de paso universal. Esto provoca la pérdida de importantes conexiones entre texto e ilustraciones). Se llevan a matar. Cada vez que están juntos se desata una tormenta. El nene pincha a la nena y ya la tienen montada. La madre se hincha y los echa de casa. A ver si de una vez por todas empiezan a llevarse bien...
Aunque en principio podría ser de esos álbumes ñoños y educativos que tanto nos dan que hablar, el asunto cambia cuando nos empezamos a fijar en unas ilustraciones cargadas de símbolos que nutren una historia de referencias y significado algo que crea un nuevo horizonte en la forma en la que se miran los cuentos tradicionales, tal y como explica Brenda Bellorín en su artículo crítico Un mapa para entender el ADN de los cuentos de hadas contemporáneos.
.

En primer lugar tenemos unas guardas peritextuales que ejercen de prefacio y epílogo. En la parte derecha de la guarda delantera aparece una habitación con su papel pintado incluido (¡Qué inglés es este hombre!) en cuyo suelo descansa un libro de cuentos, mientras que la izquierda hace alusión a un patio rodeado por un muro enladrillado. Interior, exterior. Dos espacios, dos universos opuestos y un libro que desata nuestra imaginación. En la guarda trasera el escenario es idéntico con la salvedad de que el libro se encuentra en el patio al lado de un balón. ¿Qué ha pasado aquí? Veamos que nos dice la tripa…
En la primera doble páginas observamos que aparecen cuatro escenas. La hermana. El hermano. La hermana. El hermano. Detrás de ellos cada uno de los fondos que nos aparecen en las guardas. Empieza a desvelarse el misterio. Tienen estructura de cómic, es decir, viñetas separadas por calles, una división espacial que da buena cuenta de la relación distante que existe entre ambos hermanos. Si nos fijamos detenidamente en las escenas de la derecha, el libro que lee la hermana es el mismo que aparece en las guardas. En él se puede observar una reproducción de una ilustración de Kay Nielsen para el cuento Hansel y Gretel, un cuento tradicional que tiene cierto paralelismo con esta historia y que veremos se repite una y otra vez. Sigue el desarrollo y vemos a los hermanos juntos, ella mira cabizbaja una servilleta donde esta bordada la flor que le da nombre en la edición original. Él con su balón…


Avanzamos y nos encontramos la habitación de la hermana. Es la primera vez que ambos comparten habitación. Ella duerme. Sobre la mesita de noche aparece una casa de dulces iluminada (nuevo guiño a Hansel y Gretel) y sobre la cama aparece un cuadro, una reproducción de una ilustración de otro autor clásico, Walter Crane, en este caso se refiere al encuentro entre Caperucita Roja y el lobo. No es la única referencia a este cuento, ya que si giramos la mirada hacia nuestra izquierda observamos como una capa/túnica roja con capucha pende del costado del armario mientras que de la puerta entreabierta asoma el hermano con una careta de lobo. Se encuentran ambos personajes.
En la siguiente doble página la acción toma cierto aire dramático con la intervención de la madre. Los dos niños cabizbajos se dirigen a una especie de callejón donde les espera un montón de basura. Mientras el niño parece aburrido, la hermana lee su inseparable libro de cuentos, en el que aparece una ilustración de 1871 del cuento Jack y las habichuelas mágicas (¿Recuerdan cuál es el nombre del niño en la edición inglesa?)


De pronto, un túnel. ¿No les recuerda al agujero por el que desaparece el conejo blanco de Alicia? ¿Por dónde se viaja al País de las Maravillas? El hermano desaparece. La niña corre en su busca. Lo cruza mientras su libro se abre por una página que representa otra ilustración clásica (todavía no he podido averiguar a quien pertenece… Si alguien la conoce soy todo oídos). Llega al bosque, ese lugar donde la fantasía y la realidad se funden, el escenario ideal que da rienda suelta a la imaginación. Al principio todo parece tranquilo, pero pasamos la página y los árboles empiezan a adoptar formas extrañas. El miedo hace aparición. Vuelve a aparecer el hacha del leñador, la casita de chocolate, la mata de habichuelas y la Caperucita de carne y hueso que es Rose. Incluso un gorila (Ya saben de la obsesión de este autor por los primates). Los troncos se transforman en un lobo que, paulatina y sorprendentemente adopta la pose del cuadro de Crane ya citado. ¿Este es el mundo de los sueños? ¿Está todo en su mente? El surrealismo está servido. 


Al fondo, en una parte del bosque talada, se ve la figura del hermano. Se ha convertido en estatua, una imagen que está rodeada de un fondo negro que acentúa el dramatismo. La hermana corre hacia él y con su sólo abrazo es capaz de retornarlo a la vida, un momento de la acción que también contiene reminiscencias de otros cuentos tradicionales como Hansel y Gretel (otra alusión más que intensifica la importancia que Browne le da), Hermanito y hermanita (un cuento recopilado por los hermanos Grimm donde el hermano es transformado en un cervatillo por la madrastra) o La reina de las nieves (en este cuento el hermano, que se encuentra frío e inmóvil por el hechizo de la reina de las nieves, recobra la vida gracias al candor de su hermana).
Terminamos la historia y vemos en la contratapa el mismo túnel. No hay rastro de la hermana. Sí está el libro de cuentos que aparece una y otra vez en las páginas. Cerrado. Ha cumplido su misión.


lunes, 22 de octubre de 2018

Semana de los cuentos (I): Cuentos selváticos



Durante las últimas semanas tenía muchos cuentos sobre la mesa (más de los habituales), así que me he decidido por abrirles un hueco en este espacio, concretamente durante esta semana, a la que, para darle un toque de cohesión, he llamado “semana de los cuentos” y así hablarles un poco de este tipo de narraciones que tanto bien han hecho por los monstruos.
Empiezo por los Cuentos de la Selva de Horacio Quiroga, una serie de relatos que el autor uruguayo dedicó a los pequeños lectores y que cumplen cien años en este 2018.  Nórdica Libros ha querido celebrarlo con una nueva edición de este ya clásico de la literatura en español acompañándolas de los delicados dioramas del artista y escultor Antonio Santos, y yo, tan bien mandao, me los he releído en la hamaca durante el verano.


La primera vez que leí estos cuentos fue allá por los noventa, cuando estaba sumergido de lleno en la literatura latinoamericana, sobre todo con el realismo mágico del XX y, hurgando en textos anteriores, llegué hasta estos cuentos con los que cumplí (en cierto modo) un sueño de juventud: viajar a la selva. Sólo me transporté y me dejé hacer. Yacarés, coatís, tortugas, flamencos y loros me acompañaron en un hábitat umbroso y húmedo. Me divertí, lo pasé en grande.


Esta segunda lectura y casi veinte años después me ha permitido valorar otras cosas… En primer lugar he conocido a Quiroga (un poco, que este hombre era muy intenso), y he visto su capacidad para mirar el mundo, trasladar su belleza. Me he topado con una mirada infantil, sencilla, quizá un poco triste, atormentada también (no demasiado teniendo en cuenta que su vida estuvo rodeada de tragedias y suicidios), que nos muestra un universo onírico y nos deja comprender el mundo.
También he constatado lo que según muchos estudiosos, era el afán de Horacio Quiroga, crear una literatura de relatos con carácter latinoamericano que se alejara de las corrientes europeas. Mientras que sus coetáneos intentaban copiar de autores como Edgar Allan Poe o Rudyard Kipling, máximos exponentes de este tipo de literatura al otro lado del Atlántico, el escritor desarrolló un lenguaje rico y exuberante, mágico y selvático, nuevo.


Si bien es cierto que Quiroga escribió estos relatos con una dirección eminentemente infantil, es la obra que más ha trascendido de él, no sólo en el ámbito de la infancia, sino en la literatura para jóvenes y adultos. Intelectual de gran magnitud, creo una obra en parte ecologista que puede extrapolarse no sólo al ámbito literario, sino a otros muchos. Su empeño por iluminar y contagiar a los lectores con su amor por la tierra, bien merece un aplauso.


viernes, 19 de octubre de 2018

Palabras de juventud



Maruja Mallo. 1979. "Homenaje a la Revista de Occidente". Collage.

Como ya va tocando un poquito de calma, me permito el lujo de terminar esta semana tan intensa con una de las recopilaciones de poesía más esperadas de los últimos meses. Y digo esperada porque en esta Antología poética de la Generación del 27 se incluyen los poemas de nueve “sinsombrero” (¿Recuerdan el monográfico que les dediqué a estas mujeres hace unos meses?). Comentada y anotada, e incluyendo una perspectiva didáctica, creo que es una muy buena edición para jóvenes que necesiten versos con los que ilustrar un mundo lleno de palabras…

Los alumnos guardan una palabra
latente y sin decirla, bien amada.
Redonda como un astro de esperanza.
Con olor de huertos y de costas.
Con anchura de campos y de vientos.

Cuando los muchachos la escriben,
por fin, en la pizarra, llena la clase,
destila mieles, risas, arrebatos.
Ellos gritan, alegran, se desbordan,
como pájaros crecidos en vuelo,
abriendo mundos, descolgando sueños.
Redentora palabra, alta estrella
en itinerario de dulces caminos.

Es la fórmula sin ciencia, sencilla,
resuelta, desatada
en vocación de holganza, optimismo, libertad:
Vacaciones.

María Cegarra.
Los alumnos…
Desvarío y fórmulas (1978).
En: Antología poética de la Generación del 27.
Selección de textos de Rafael Díaz.
2018. Madrid: Loqueleo-Santillana.



Aprende
del madero quemado,
de la hoja amarilla del árbol,
de la sed de la tierra,
de las arrugas del anciano.
Aprende
del quiebro del silencio,
de la sombra de la soledad,
de la mano extendida,
de la boca sin besos.
Aprende
de la mujer estéril
de la casa vacía,
del recuerdo inútil.
Sí, corazón
aprende
y deja de sufrir.

Josefina de la Torre.
Aprende…
Medida del tiempo (1989).
En: Antología poética de la Generación del 27.
Selección de textos de Rafael Díaz.
2018. Madrid: Loqueleo-Santillana.



jueves, 18 de octubre de 2018

Gafas y miopes en la Literatura Infantil



Andaba yo buscando un contenido divertido para este mes de octubre en el que tantas  novedades incluyo, cuando mi señora madre, que tiene el don de la oportunidad, me bajó de la nube con uno de sus pellizcos, empezamos a charlar y la cosa deriva a una foto de mis alumnos en un centro de reciclado de papel (visitas escolares, ya saben). Ella, que es la obviedad en persona y le interesaba poco la celulosa, me saltó con que todos los alumnos de la instantánea usaban gafas. Yo, que soy otro cegato, me fijé y, efectivamente, conté nueve zagales con lupas, un hecho que me llevó a pensar que si en las sociedades occidentales la miopía es una epidemia, ¿por qué no abundan personajes con lentes en la Literatura Infantil y Juvenil?


Alejándonos de temas muy polémicos como los roles de género y el sexismo, y retomando otros que pasan más desapercibidos pero igualmente interesantes (¿Vieron el de los personajes pelirrojos en la LIJ?), hoy toca hablar de los gafotas de la LIJ.
Primero toca contextualizar el asunto con algo de ciencia…
La miopía es un defecto del ojo en el cual, los rayos de luz no convergen en la retina, sino en un punto focal situado delante de esta. Ello provoca que las personas que padecen esta tara no sean capaces de enfocar adecuadamente los objetos lejanos. La miopía puede ser de dos tipos, simple (es la que surge en la adolescencia, no sobrepasa las seis dioptrías y detiene su aumento alrededor de los treinta años) y patológica (muchas, muchas dioptrías). Esta deficiencia, que también puede ocasionar dolor de cabeza, irritación del ojo o estrabismo, se puede corregir con gafas, lentes de contacto o cirugía, soluciones que no erradican la miopía en ninguno de los casos (ni tan siquiera con la operación… infórmense en su oftalmólogo más cercano) ya que es variable a lo largo de la vida.


La miopía tiene su origen en factores genéticos y hereditarios. Es por ello que parejas miopes tendrán una mayor probabilidad de ser padres de hijos miopes, así como la pertenencia a una u otra raza (en algunas zonas de Asia, como en Hong Kong, necesitan gafas ¡¡entre un 50 y un 60% de sus habitantes!!). Algunos de estos genes fueron identificados hace unos años y también se relacionan con otras enfermedades oculares como el glaucoma, las cataratas o el desprendimiento de retina.
También hay que correlacionar los genes de la miopía con factores ambientales, por ello y dependiendo del lugar del mundo que habitemos, tendremos mayor probabilidad de padecerlo. Por un lado estos genes pueden haber sido seleccionados por nuestro modus vivendi ya que tienen menos prevalencia en sociedades todavía cazadoras-recolectoras (esta pérdida de visión disminuiría el éxito en la supervivencia).


Por otro lado hay que tener en cuenta que, desde que las pantallas de los aparatos digitales han irrumpido en nuestras vidas, la prevalencia de este fallo visual es más patente en unas sociedades que en otras (mientras que en África sólo un 5% de la población es miope, en Norteamérica y Europa la miopía alcanza al 20-30% de sus habitantes).
Como ya hemos visto y a pesar de que las gafas abundan cada vez más, siguen suponiendo cierto complejo estético para todos aquellos que las usan, más todavía cuando el miope es un niño y se encuentra en pleno desarrollo físico y personal. Parece que llevar gafas es como acarrear un letrero luminoso que muchos desean apagar. Quizá les puede sonar a tontería, pero un servidor experimenta mucho asombro cuando se va de copas y constata que, entre los trescientos que pululan en el bar, él y cuatro más son los únicos que las llevan puestas. Esto denota que todavía cala en la sociedad cierto deje antiestético sobre este artilugio que se supone que inventó el italiano Alessandro Della Spina en el siglo XIII (aunque muchos otros como Séneca, Alhacén o Grosseteste estudiaran los principios de la óptica mucho tiempo atrás) y que algunos, como mi amiga la Pili, no vean tres en un burro porque se avergüencen de llevarlas.


Natalia Colombo

Algo similar ocurre en la ficción literaria, donde, salvo contadas excepciones, no abundan los protagonistas con anteojos. No me malinterpreten, no  pretendo que ahora salgan a la palestra montones de álbumes que nos hablen de lo felices que somos los que llevamos gafas (una mentira como una casa, sobre todo cuando se empañan los cristales o la lluvia impide la visibilidad…), sino que los protagonistas con gafas no sean tímidos y se dejen ver entre los lectores. La literatura, los libros, contribuyen a la formación de estereotipos, es decir sirven de ejemplo, ya que los lectores se pueden identificar con los personajes y servir a una experiencia personal desde un punto de vista cultural.
Como nota previa decirles que me he centrado en aquellos libros que cuentan con protagonistas miopes ya que, curiosamente, son muchos más los personajes secundarios miopes de la LIJ, véanse amigos, adultos ayudantes o antagonistas (los malos, para que me entiendan), algo que también les puede servir para meditar sobre la relación entre las gafas y los signos de sabiduría, de inteligencia o impopularidad en los libros para niños y jóvenes.


Jim Kay

¡Y empezamos con la retahíla de este tipo de personajes...! El primero es Harry Potter, la indudable estrella del panorama de miopes literarios. Algo que me fascina de este personaje es ver como sus gafas evolucionan con él (y no me refiero a la forma). Mientras que en los primeros volúmenes esas gafas le dan un aire de niño torpe e incluso de antihéroe friki, en los últimos títulos podemos entrever cómo esas lupas, paradójicamente, le otorgan credibilidad y autoridad. Creo que esto ha contribuido mucho a la percepción que el lector tiene de ese objeto, algo que se ha trasladado a la sociedad, sobre todo a las generaciones de millenials que lucen con mucho orgullo sus gafas de pasta en Instagram y otras redes sociales.


Saltamos a nuestro miope patrio, el Manolito Gafotas de Elvira Lindo, un chico que vacila de lupas como nadie en las ocho novelas que conforman la serie, y que, como en el caso de Potter pero en un entorno más realista como el de Carabanchel Alto, vive las más variopintas aventuras. Coronándose como un héroe de barrio, es un tipo normal con  el que los lectores españoles de los noventa pudieron identificarse fácilmente. Entrañable pero no tan carismático como el primero.
En narrativa contamos con la presencia femenina de Catherine, una obra de Patrick Modiano ilustrada por Sempé en la que su protagonista vive entre dos mundos, el real y el borroso, ese en el que se ve obligada a bailar (¿¡Que es eso de hacer ejercicio con las gafas puestas!?). Es así como descubre el poder de ver con nitidez o no... a su antojo. 



Sempé

En los álbumes ilustrados hay que definir dos tendencias claras. Por un lado tenemos aquellos títulos creados con clara orientación pedagógica, es decir, intentando un refuerzo positivo en aquellos lectores con falta de aceptación sobre este tema. Y por otro lado tenemos libros en los que las gafas son un mero abalorio, que engalana y caracteriza. Aunque un servidor prefiere los segundos (no me suele gustar lo dirigido),  apuntaré a todos y cada uno que elija.


Guridi

Entre los personajes de los álbumes ilustrados uno de los que más gracia me hace es el Carlitos de Las gafas de ver, el personaje creado por Margarita del Mazo y Guridi. Este chico  vive empeñado en que las gafas son una forma de lograr el corazón de su amor platónico, pero se equivoca. Nada mejor como unas gafas para encontrar el amor verdadero. Otro libro que indaga en lo especial que tiene llevar gafas es Violeta y las gafas mágicas, un cómic de Émilie Clarke (Astiberri) en el que las lupas de la protagonista son una cosa loca y le ayudan a desvelar los secretos de la gente, algo bastante útil en algunos casos como un posible crimen o un examen sorpresa. Me encanta. 


Entre mis favoritos también se encuentran el ¿Dónde están mis gafas? de María Pascual (editorial Thule), T-Rex de Jeanne Willis y Tony Ross (editorial Ekaré) y Las gafas de Topo, de Julia Donaldson y Axel Scheffler (editorial Juventud), tres álbumes magníficos que hacen hincapié en los mil y un sitios donde podemos dejar olvidadas las gafas. El protagonista del primero nos mantiene en vilo durante toda la acción (¿Las encontrará finalmente?), mientras que el segundo nos hace ver las consecuencias que esto de no ver tres en un burro puede acarrear, tanto a nosotros, como a los demás.





María Pascual





Otro de mis predilectos es Lentes, ¿quién los necesita? de Lane Smith y editado por Fondo de Cultura Económica. El autor de este libro, además de incluir un juego tipográfico más que interesante (me recuerda a cada vez que visito al oftalmólogo y empiezan a decirme que lea las letras…), desdibuja las ilustraciones para que se parezca al tipo de visión de los miopes. Un título con mucho humor que recomiendo incansablemente.
Para echarle imaginación y echarse unas risas tienen el No quiero llevar gafas de Carla Maia de Almeida y André Letria (Picarona), uno donde su protagonista se resiste a llevar gafas, pero que al final tendrá que seguir los consejos del oftalmólogo. Seguro que se lo pasan en grande con todo el muestrario de gafas que imagina el chaval y de paso seguro que anima a más de un lector a usar las suyas.



Llamativo es el libro Las gafas del abuelo de Roberto Aliaga y Miguel Cerro (Edebé) donde se pone en valor la gafa como un filtro de imaginación a través del cual podemos cambiar el mundo a nuestro antojo.


Miguel Cerro


Continuo con Calvin, el pájaro lector (yo diría que es un estornino) que protagoniza dos álbumes ilustrados, Calvin no sabe volar y ¡Calvin, ten cuidado! de Jennifer Berne y Keith Bendis y editados por Takatuka. Un par de títulos divertidos donde se nos habla de la necesidad de llevar gafas, no sólo por capricho (cosa que veo últimamente), sino para leer adecuadamente o no comernos un mojón.
Quizá Unas gafas para Rafa de Yasmeen Ismail, una autora que suele ahondar en los complejos infantiles, sea el libro más conocido por todos, probablemente por el tono entrañable de un relato en el que el protagonista intenta incansablemente esconder sus gafas rojas para al final descubrir que todo tiene sus ventajas.


Yasmeen Ismail

Otra historia que alienta al uso de lentes graduadas es Octavio y sus gafas, un álbum de Marc González Rossell publicado por Tres Tigres Tristes que, con tan solo dos colores, nos habla de lo útiles que le resultan a su protagonista, sobre todo en mitad de la noche. Y es que en la oscuridad, Octavio puede ver monstruos, tramposos y parejas enamoradas. Un libro tranquilo y sosegado para que los críos descubran las ventajas más inusitadas y poéticas de este objeto que tanto nos ayuda.


Y como Rafa rima con gafas, otro de los libros sobre los que debemos llamar la atención es La jirafa Rafa, un boardbook con canción incorporada de Caracolino y Canizales (NubeOcho), en el que nuestra protagonista también tiene bigote (a ver si encuentro más personajes con este accesorio y me pongo al quite con otra selección de personajes y mostachos).



Otras obras que podríamos incluir en esta categoría de libro-álbumes sobre miopes son Veo veo, de Pimm Van Hest y Nynke Talsma, El secreto de erizo de Susanna Isern y Natalia Colombo, La cebra Ceci de Ana Ventura y Alberto Faria, Cecilio tiene gafas de Sacha Azcona y José Luis Navarro, Telmo, el león miope de Beatriz Jiménez de Ory y Cecilia Varela o Jaime y las gafas mágicas de Anatxu Zabalbeascoa y Telmo Rodríguez.


He de apuntar igualmente a todos aquellos álbumes que, aunque no tratan las ventajas y desventajas de llevar gafas, incluyen entre sus páginas personajes caracterizados con ellas. Este es el caso de Mirando de Daniel Nesquens y Adolfo Serra (Canica Books), Un día curioso con el señor oso de Magali Le Huche y Monika Spang (La Fragatina), SuperLucas de Marina Hernández Ávila, o el Dadá de Germano Zullo y Albertine (Ekaré) o Un elefante con gafas de Natasha Domanova (Milenio - Nandibú).


Marina Hernández Ávila


No nos podemos olvidar del cómic y todos los superhéroes que lucen anteojos. Bien para pasar inadvertidos como Clark Kent en Superman, Diana Prince en Wonder Woman, o Peter Parker en Spiderman (las gafas parece ser que nos restan identidad), bien por necesidad (fíjense en el Cíclope de los X-Men) o por una cuestión de comodidad como les pasa a Bruce Banner en Hulk o Henry Philip McKoy -Bestia en los X-Men-, hay que llevarlas puestas de vez en cuando.



Y si hablo de tebeo no me puedo olvidar de mi gafotas favorito, Mortadelo. Con disfraz o sin él siguen siendo su signo de identidad, le acompañan a todas horas y se le rompen en cada momento, pero hace las delicias de todos, oiga.


Si bien es cierto que esto pasa en occidente, debemos llamar la atención de que en oriente, más concretamente en el mundo del manga, aunque abundan personajes secundarios con gafas como Son Gohan o el Trunks de Bola de Dragón, o la Arale de Mr. Slump, o el Kabuto Yakushi de Naruto, no hay protagonistas con gafas, algo muy llamativo teniendo en cuenta el porcentaje de miopes asiáticos.


Espero que este pequeño monográfico les haya gustado y sobre todo les haya servido para reflexionar sobre una cuestión que, aunque en principio puede parecer baladí, es de suma importancia teniendo en cuenta que colegios, institutos, bibliotecas, gimnasios o pabellones deportivos están llenos de chicos que usan gafas.
¡Ah! Y no se olviden de añadir otros títulos sobre este tema que se me hayan olvidado (o no haya visto… jejeje).

miércoles, 17 de octubre de 2018

No caben las palabras



NOTA: Antes de empezar con mis disquisiciones, he de decirles (y también admitir) que la de hoy quizá sea una de las reseñas más difíciles con las que me he topado, sobre todo porque a pesar de haber hurgado dentro de mí para encontrar las palabras que definan un libro como este, creo haberlas encontrado vagamente. Espero que lo lean y me den su opinión sobre mi visión. A veces el libro-álbum nos lleva por derroteros complejos, inadvertidos, y, sobre todo, inquietantes.

*

Los libros son como las personas, que pueden parecer una cosa y luego ser otra, o por qué no, ser una cosa y parecer otra. Siempre me han fascinado esos que bajo sus dulces ademanes esconden auténticas fieras. Me seduce el peligro sin advertencias, casi enconado.
Quizá no me he expresado bien: las personas son como los libros. Libros que, aunque tímidos, no pasan inadvertidos. Te miran de frente, con los ojos bien abiertos. Te dicen “Acércate”, “Bienvenido”, “Pasa”. Y mientras unos declinan la oferta, otros giramos los goznes de la puerta para descubrir el otro lado.



Los días felices. Un título hermoso porque fueron dichosos. Tal vez triste, porque hoy no son esos días. Bernat Cormand nos avisa y nos invita. Uno, que es muy agradecido, se prepara en el sofá junto a una copa de vino tinto. Miramos al niño de la tapa. Él no nos mira. Tiene los ojos cerrados y esboza una leve sonrisa. Quizá quiere recordar esos días.


Paso las páginas y ahí están los dos, Jacob y el de la tapa, el protagonista. Me sobra una doble página. Continúo con las rosas y el cervatillo (Si me acerco a olerlas probablemente saldrá corriendo. Son hermosos pero muy asustadizos). Alguien toca al timbre. (Me gusta la gente atrevida, ¿y a quién no?). Aventuras. Un hueco en un árbol y un tesoro que habla palabras compartidas. Se rompe la magia. Llueve y la tristeza nos empapa a mí y a esos días. Vuela una mariposa que todo lo agita, y terminamos con una suma:

el mismo hueco + un hallazgo = la lágrima que recorre mi mejilla.


Entorno también los ojos. Como el niño de la tapa. Repaso las escenas. Las alegres, las contenidas. En las ilustraciones desdibujadas por la nostalgia y sus neblinas. En lo sutil de nuestros sentimientos columpiados desde los primeros años de vida. Pienso que me gustan los libros, esos que me agitan a pesar de su apariencia inofensiva, que acometen contra los prejuicios de otros, de uno mismo. Creo que a veces no caben las palabras. Porque son pequeñas, porque son muy grandes. Esa es la magia del libro-álbum.



martes, 16 de octubre de 2018

Viajando sin moverse del barrio


Estaba un día de cháchara con mi padre cuando me salta con que el mundo se rige por centros de interés demográfico y no por países, algo a lo que nos han acostumbrado a pensar. Yo suelo hacerle el caso necesario (que ya saben cómo se ponen los ancianos si les damos pábulo) y tomé nota de la receta por si acaso.
Meses más tarde me voy a Madrid, una urbe como Dios manda, metro y búho incorporados y me percato de que allí todo se mueve más rápido. La gente está puesta. En moda, tecnología, política. Se las saben todas. Lo mejor de todo es que van a su aire, sin fijarse en el de al lado. “Eso es bueno” pienso yo mientras admito que mi padre tenía razón.
A pesar de lo tumultuosas y caras que son las grandes ciudades, convendrán conmigo que también son mucho más enriquecedoras que las de provincias o los pueblos mínimos, sobre todo en lo que a apertura de mente se refiere (¿Por qué d’Hondt y sus dichosas circunscripciones no tuvieron en cuenta esta realidad? ¿Y por qué nuestros políticos no quieren revisar una ley electoral basada en ello? Es para pensárselo…), algo que en gran parte se debe a su cosmopolitismo y su condición reeducadora. Llenas de gente variopinta. Pobres y ricos, altos y bajos, feos y guapos. Personas de todo origen y condición, de aquí y de allí. Las urbes desbordan multiculturalidad por cualquier esquina.


Con esta realidad enlazo para dedicarle una reseña a un álbum de Peter Sís que es un canto a la diversidad humana de las metrópolis, que me encanta y que la editorial Ekaré ha rescatado del infierno de la descatalogación. Y es que Madlenka es un gran regalo para los monstruos, no sólo por ese aire de modernidad que destila una historia donde la niña protagonista viaja alrededor del mundo mientras visita los diferentes comercios de su barrio, sino por muchos elementos más que hay que considerar (aparte del estilo tan característico que destila un autor que mezcla los códices medievales, el puntillismo o los blocs de notas en sus ilustraciones).
En primer término decir que Peter Sís decidió que su propia hija protagonizara este libro. Emotivo ¿no?
En segundo lugar me encanta el recurso narrativo del zoom cinematográfico (Peter Sís también estudio cine, ¿se nota, eh?) que utiliza para adentrarse en la historia y en la que también intervienen las guardas y la portadilla (recuerden que este autor juega bastante con estas partes del libro, véase su El árbol de la vida, y de las que tienen más información en este monográfico sobre la anatomía narrativa del álbum). Así vemos el planeta tierra desde el espacio y un punto rojo dibujado en él. Nos acercamos cada vez más: Estados Unidos… Más todavía: Nueva York… Más: manzanas y manzanas de edificios... Más: el apartamento donde vive la familia de Madlenka.


La tercera luz de este libro es que, aunque generalmente se encuadra en la categoría de ficción, podría incluirse en la de no ficción, ya que tiene cierta vis de libro informativo por utilizar cada pareja de dobles páginas como un pequeño catálogo cultural sobre el país al que pertenece cada comerciante.


El cuarto punto es que incluye un recurso como los troqueles (recurso físico y estético), para enlazar escenas consecutivas y abrir ventanas en la imaginación de Madlenka (y los lectores, porque depende donde se sitúen estos) que, con el pasar de las páginas (podríamos decir que tiene también carácter de libro móvil… ¡Lo tiene todo!), se embeba de lo que sus vecinos le cuentan.
Por último llamo la atención sobre que el nombre de la protagonista tenga tantas variantes como lenguas se presentan en este libro. Francés, hindi, italiano, alemán, español o tibetano son las que eligió su autor para saludar a esta niña tan curiosa.


Como propina decirles que mi doble página favorita de este libro es la dedicada al  mundo de los cuentos de los hermanos Grimm. Cenicienta, los enanitos de Blancanieves, Hansel y Gretel, el lobo de Caperucita o los músicos de Bremen aparecen en ella. Tampoco faltan el barón Münchhausen o el Pedro Melenas de Hoffmann.
En fin, una delicia esta Madlenka. Háganse con ella que les dará muchas alegrías.