Hace nada que ha empezado
2017 y creo que es el mejor momento para plantearse de qué hablar en
este lugar los próximos 364 días. Para ello, lo mejor es dar unos
pasos hacia atrás y recapitular lo vivido. Todo ello pensando en voz
alta, que es lo que mejor se me da...
Durante las últimas
semanas me enrolé en una pequeña reforma de este sitio. He dejado
atrás el fondo oscuro y le he dado una mano de pintura blanca (luz,
mucha luz) para facilitar la lectura y dotarlo de más espacio. También
he combinado el negro, los grises y el tono frambuesa para imprimir cierta armonía visual al texto. Unos cambios importantes han sido el de
añadir unas pestañas/páginas para resaltar algunos temas (muchos
se quejaban de que entre tanta información les resultaba difícil
buscar cosicas de su interés) y el de incluir mucho más “feedback” por todos
lados.
Mientras realizaba todas
estas tareas (todavía no finalizadas por completo), iba echando el
ojo a entradas antiguas, a reflexiones en torno a los libros infantiles
que publiqué hace seis o siete años. Eran miradas divertidas,
tontas, absurdas, osadas, desorbitadas..., pero al fin y al cabo
opiniones, preguntas y creaciones contextualizadas en la Literatura
Infantil.
No obstante y aunque
sigo siendo igual de incisivo y hablo de lo que me viene en gana,
quizá con una formación mayor (el estudio nunca viene mal), es
cierto que por aquel entonces estaba menos contaminado por el
mercado. Prestaba mucha menos atención a las novedades editoriales,
apuntaba de manera caótica a los catálogos, me fijaba en joyas
literarias cubiertas de polvo, obviaba muchas de las opiniones
vertidas por los gurús "lijeros", y no hablaba jamás con editores o autores.
Me temo que este lugar en
el que viven los monstruos deriva de una pasión personal y de un
ejercicio de responsabilidad para con los que lo visitan -hay que
estar al día y ofrecer contenidos aceptables que puedan servir de
guía a otros-, pero también he de decir que, cuanto más me interno
en este tinglado mercadotécnico, el negocio de la LIJ se me empieza
a figurar algo cansino y desmedido.
El ritmo de publicación
de las novedades es frenético. Cada semana aparecen unos cuantos
títulos nuevos sobre las estanterías de las librerías. Montones de
libros con temáticas y estilos similares se disputan la atención de
los consumidores. Y la gente, incluido yo mismo, nos vemos abocados a
elegir entre una marabunta de títulos difícilmente manejables y
clasificables (créanme que, a pesar de tener muy claras mis
preferencias, tardé más de tres semanas en calibrar y equilibrar mi
selección anual). Así, no es de extrañar que el mercado de la LIJ
se esté volviendo -si me permiten lo hiperbólico- insoportable para
todos los sectores...
He visto cómo editoriales
que empezaron con un catálogo modesto, publicando tres o cuatro
libros anuales, han pasado a editar quince títulos al año en todas
las lenguas peninsulares, algo que no sólo supone un mayor esfuerzo
vital si tenemos en cuenta que muchas de estas editoriales están
formadas por una o dos personas, sino también económico (gastos de
producción, anticipos a los autores, edición, impresión,
almacenamiento, transporte, pagos de "royalties", etc.). Si a ello añadimos que los editores
pugnan por cuotas de atención cada vez más difíciles a base de apuestas promocionales cada vez más costosas, la cosa se agrava.
No negaré que la oferta se ha ampliado considerablemente y que era necesario editar y/o reeditar muchos clásicos desconocidos/olvidados en nuestro país, pero también hay que tener en cuenta que, aunque el consumo en libros infantiles ha ido creciendo en los últimos años debido, en parte, a un mayor interés social, no es lo suficientemente grande como para poder sostener un volumen de publicaciones semejante. Todo esto es algo directamente relacionado con la disminución de los tirajes, ya que, de los 1500 ejemplares por título, hemos pasado a 750 ejemplares en el mejor de los casos (es preferible re-imprimir a comerse con patatas los excedentes).
Respecto a lo que salpica
a los autores, hay que decir bastante... El abanico de autores que se dedican a los libros para niños ha aumentado considerablemente desde hace unos años, aunque también hay que apuntar a su carácter endogámico (es frecuente ver cómo bailan sus nombres de unas
editoriales a otras). Esto denota la influencia que tienen estos grupos dentro del sector editorial y la poca participación que tienen
las editoriales en la búsqueda de escritores y/o ilustradores
noveles que amplíen el campo de visión en una LIJ que debería ser cada vez más diversa.
Está claro que la LIJ es secundaria, una mera afición para muchos profesionales (no sé cuánto de bueno o malo ha hecho la
ósmosis por los libros para niños) y, teniendo en cuenta la imperiosa necesidad de engendrar un libro en unos pocos meses para
hacer frente a la celeridad de las temporadas de novedades, tenemos
gran cantidad de obras hechas ad hoc para un consumo rápido y de
mala digestión.
No se puede vivir sólo
de la literatura infantil a no ser que cuentes con un título
superventas o un contrato vitalicio con un gigante editorial. Es por
ello que no son pocos los autores que han decidido aparcar a un lado
un mundo que, no sólo no presta la suficiente atención promocional
a sus creaciones tras desinflarse como novedades, sino tampoco a la
hora de remunerar económicamente un trabajo (Estamos hablando de
adelantos cada vez más paupérrimos que rondan los 700-1000 euros... ¡Sería necesario publicar doce títulos a lo largo de un
año natural para poder malvivir!) cuyos derechos de autor están
desprotegidos por leyes cada vez más injustas. En este apartado
también hay que destacar que ese pequeño porcentaje que cobra el autor (del 14% del
precio sin I.V.A. como máximo), en el caso del álbum, hay que
dividirlo entre escritor e ilustrador, lo que reduce todavía más la
posibilidad de subsistir gracias a la Literatura Infantil.
Cambiando de sector, hay
que llamar la atención sobre las distribuidoras, empresas que tienen
mucho que ver en este lío... Las novedades se han convertido en una
doble “necesidad”. Por un lado estos intermediarios (sobre todo
los grandes) “recomiendan” a las casas editoriales cierta
continuidad a la hora de publicar sus productos. Hay que estar en el
candelero y seguir en esta carrera de fondo. Por otro, el mercado de
novedades escalonado permite a los editores el cobro de sus porcentajes sobre las ventas de
forma regular ya que muchas distribuidoras realizan sus pagos con
demora (una media de 6 meses).
De aquí nos vamos a los
mediadores de lectura... Instituciones y profesionales que tienen
como objetivo ampliar el abanico de lecturas, se ven abrumados por la
imposibilidad de manejar toda la información que les llega y ofrecen
un servicio de promoción y orientación lectora bastante convulso.
¿Cómo es posible que en las selecciones anuales de libros, muchos
blogs y revistas especializadas sólo se refieran a las novedades del
último trimestre del año? Y aquellos que se publicaron en marzo,
¿dónde están? La responsabilidad de la crítica, de los
especialistas y los medios de comunicación no es la de contribuir al
enriquecimiento de la industria gracias al consumo rápido de
productos caducos, sino de aupar los productos de buena calidad, se
pergeñen estos el mes pasado o hace cincuenta años.
Otro daño colateral de
la ingente cantidad de publicaciones sobre librerías y bibliotecas
es, indiscutiblemente, la falta de espacio... Es difícil moverse
entre las estanterías, unas que están atestadas de libros
literalmente. Miles de volúmenes se agolpan en ellas y pierden su
razón de ser dentro de un universo donde se las debería tratar como
piezas relevantes. Es así como caen en el olvido títulos que se
publicaron unos meses atrás. Así es como se vuelven invisibles
libros maravillosos. Y es de esa forma como se expurgan los depósitos
de archivos y bibliotecas para desterrar al cubo de la basura obras maravillosas de nuestro patrimonio cultural.
Todo esto, cómo no,
redunda sobre los lectores, receptores últimos de un proceso
bastante complejo que gesta unos libros que poco trascienden. Lo que
debería traducirse en calidad, no es más que un espejismo, una
suerte de coincidencias que tienen más que ver con altavoces y
medios de comunicación, con modas pasajeras, con tipos de papel y
formatos, con tipografías e ilustraciones efectistas, que con lo
literario.
Allanar todo este
escarpado relieve que se presenta ante la dulce pero amarga LIJ, no será nada fácil a
menos que todos los implicados hagamos un poco de autocrítica, que
seamos conscientes de nuestras capacidades y de la realidad que nos
envuelve. Necesitamos reflexionar sobre qué Literatura Infantil
queremos, sobre qué modelo es el más adecuado. Si no lo hacemos,
probablemente, el que hoy vivimos, acabará por autofagocitarse, por
engullir, no sólo a las empresas que de unos años a esta parte
tanto bueno han traído, sino también a una parte de nuestro
pensamiento, de nuestra cultura.
Por todas estas razones
relacionadas con el mundo del libro infantil y algunas de carácter
personal, aunque no abandone del todo el mercado de novedades,
necesito regresar a los libros del ayer, unos que se masticaban
despacio y que me permitían disfrutar. Reencontrarme con mi
Literatura Infantil, a dejarme llevar por las cosas que me emocionan. Leer y soñar... Sencillamente, volver.
3 comentarios:
Muy buena reflexión. Pusiste en palabras exactas algo que vengo pensando desde hace un tiempo luego de haber estudiado sobre LIJ. Evidentemente menos es más, pero cuando las editoriales siguen estrictamente las reglas del mercado, ya que obviamente necesitan estar insertas en él, entonces estamos en problemas porque lo único que se pretende es la acumulación de capital sin importar la calidad del producto. Mientras haya mediadores que comprendan de qué va la mano, entonces la LIJ tendrá sentido, de lo contrario, estamos perdidos.
Gracias por seguir escribiendo. Hay honestidad, conocimiento y originalidad en cada entrada...un placer leerte.
Gracias por vuestros comentarios. Estoy contigo, Gimena. Rocío, ¡qué buena eres conmigo! ¡Espero veros a menudo por aquí!
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