A pesar de lo que muchos se esfuerzan por significarse, he llegado a la conclusión de que, a pesar de presuponer un abanico muy amplio de colores y sabores en esta especie nuestra (7.700 millones de Homo sapiens dan para mucho), no tenemos garantizada tanta diversidad, más que nada porque la biología y la sociedad nos homogenizan a partes iguales y sólo quedan pequeños resquicios del día a día en los que diferenciarse.
También he de llamar la atención sobre ese valor añadido que le propinamos a la distancia, piedra angular en ese concepto idealizado y posmoderno de la aventura que tenemos, pues son muchos los que buscando catarsis vitales y nuevas experiencias, se han ido hasta la otra punta del mundo para constatar que aquellos se diferencian poco de estos (la paradoja de los desconocido podría llamarse).
Yo, que soy un fresco, no tengo vergüenza ninguna y suelo tratar con todo tipo de fauna autóctona y foránea, les diré que, sin comerlo ni beberlo y andando cuatro pasos, pueden toparse con excéntricos de mucho cuidado (sobre todo si se dejan los prejuicios a un lado, aviso). El presidente de la comunidad, la panadera, el ligue de turno o el inspector de trabajo, nadie está exento como personaje, máxime si sabemos mirar y hurgar bien dentro.
Si no tienen ganas de hurgar y optan por la extravagancia evidente, lo mejor que les puedo recomendar en este martes casi invernal es Un día con Nip y Nimp, el álbum de Lionel Serre que acaba de publicar en nuestro país la editorial Barrett. Nip y Nimp son vecinos. Mientras que Nip lleva una vida muy convencional, Nimp acostumbra a realizar sus quehaceres de una forma muy particular, algo que podemos ver en este libro que tiene muchos puntos a favor.
Cada pareja de imágenes funciona a modo de comparativa (echen un ojo a las guardas-resumen si no me creen) de punto histriónico (sobre todo en el modus operandi de Nimp), que haciendo uso de la literalidad de las palabras y lo imposible de las formas (fíjense en la arquitectura de esa casa) disparar la tan necesaria fantasía.
Si a todo esto sumamos esa suerte de juegos de diferencias que tan famosos eran en la sección de pasatiempos de la prensa escrita, el libro es una delicia, no sólo para despertar el aspecto lúdico de la lectura, sino para desbordar el discurso en cualquier persona que, como el niño que vio desnudo al emperador, tenga la capacidad de buscar más allá de lo que nos dicen las palabras.
Para terminar, añadir que si bien es cierto que ambas imágenes se complementan en un vaivén humorístico que da buena cuenta de la dualidad en personas diferentes, también se refiere a lo que sucede en nosotros mismos (¿Acaso no convive en cada uno de nosotros, lectores, un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde?). Es por ello que les invito a un pequeño juego psicológico: si tuvieran que elegir, ¿Nip o Nimp?
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