No sé qué me pasa últimamente pero tengo unas ganas locas de bailotear. Y no es que tenga buenas razones para ello, pues este 2022 parece haberme equivocado el pie (cosas del directo). No obstante el cuerpo me pide mambo, pasodoble y chachacha. Se ve que, como los almendros, estoy floreciendo por momentos.
Será este febrero loco, que no solo lleva de cabeza a agricultores y climatólogos, sino a cualquier ser viviente que se deje llevar por los biorritmos (¡Qué control tienen algunos de su propio organismo!). Que si la luna de nieve (¿Nieve? ¿Dónde?), que si temperaturas pre-veraniegas, ¡esto es una locura en toda regla!
Lo peor de todo es que no sé paso alguno. Ni piruetas y cabriolas, lo mío es bailar lo que me viene a los pies, que ya es bastante, pues tengo una memoria corporal bastante nula y no creo que sea capaz de recordar ninguna fórmula en la que la cadera y el tacón sean factores determinantes.
Muevo el esqueleto para divertirme, algo que siempre está bien. Dejarme llevar por ritmos y melodías con mucho ánimo, sentirse vivo y sandunguero, que lo demás, teniendo en cuenta los tiempos que corren, se me figura hasta vano y empobrecido.
Yo no sé cómo algunos se ubican en una barra, posición "mojón" en modo automático y, haciendo uso del brazo (y del hígado), se pasan la noche levantando vidrio en barra fija, incapaces de mover las pestañas al son de cualquier canción de moda. Casi siempre ellos. Ellos no bailan ni solos, directamente son estatuas.
Una realidad de la que nos habla Swing, un álbum sin palabras de Joao Fazenda que publicó hace años Juventud y que se detiene en todos aquellos que se sienten incapaces de bailar por diferentes razones. El protagonista de esta historia es un señor que, a pesar de haber intentado con su parienta una y otra vez eso de darle a los pies, se ve incapaz de convertirse en el amo de la pista. Choca con todos los enseres de la casa y ni siquiera asistiendo a clases de baile es capaz de dar tres pasos seguidos. ¿Logrará bailar al fin?
Utilizando la línea como principal metáfora visual (rectas angulosas y curvas sinuosas) el autor portugués da vida a una historia mínima y cotidiana en la que más de uno (¿Por qué será que muchos hombres son nefastos para el bailoteo? ¿Habrá algún estudio al respecto?) se verá reflejado.
Unas guardas que forman parte de la acción (la trasera me encanta), colores vivos y llenos de contrastes son algunas de las bazas de un libro que podemos regalar a cualquier persona que no sea muy ducha en este arte de la danza (¿Quizás a un marido o amigo patoso?).
Lo que más me gusta de este libro es que, por arte de magia, podemos escuchar la música (no solo swing, cualquiera), pero sobre todo la que palpita en nuestros corazones, verdadero motor de cualquier coreografía que, como esta, nos eleva por los aires.
1 comentario:
Gracias Román por esta entrada tan divertida y sandunguera y por tu recomendación, todo color y movimiento. Alegras las mañanas con tu blog
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