Vivimos en un mundo lleno de ceremonias donde lo verdaderamente importante es el boato y la apariencia. Todo se relaciona con lo ritual y nada con la verdad. Prima el relato y se obvian los hechos. Da igual lo que hagas en el reino de los impostores, lo que trasciende es la verborrea.
Y, ¡ay de ti si la utilizas indebidamente…! Mándalo a la mierda o dile hijo de puta al cortijero de turno, que verás la que te cae… El malo eres tú porque has roto esas convenciones odiosas sobre las que se sostiene todo el "establishment" social. A pesar de contrastadas y verídicas, ellos se encargan de restarle credibilidad a tus palabras, denigrarte y callarte. Eres un maleducado y tienes mala ostia, lo peor que puede pasarte en el universo de lo políticamente correcto. Da igual que lleves toda la razón del mundo o que actúes con respeto y elegancia, no vale de nada si hablando no pareces un cura inerte o una asistente social.
Por favor y gracias, buenos días, feliz año, te acompaño en el sentimiento y enhorabuena. Locuciones que se han instalado en el quehacer diario y que se supone dicen mucho cuando en realidad no sirven de nada. Lo digo como lo siento, máxime cuando todos los que se dedican a los discursos lo que en realidad están haciendo es parapetarse tras ellos.
Llenas de toda intencionalidad y vacías de toda humanidad (algo con lo que se suelen confundir los buenos modales), algunas veces las palabras son un juguete sin igual. Para embaucar, para convencer, para justificarse o para vengarse. Solo tienen que ver cómo nos las gastamos en las redes sociales, cómo se utilizan en los telediarios y cómo se pronuncian desde los estrados.
Por eso de vez en cuando no viene mal despojarlas de pompa y bambolla, e infamarlas como se merecen. Ya está bien de tenerlas tanto en cuenta. Menos seriedad y más broma con ellas. Porque total…, son un invento. Retórica, dialéctica, elocuencia, semántica…
Para ello les recomiendo que se hagan con el último libro de Marta Comín. Recién publicado por A buen paso, Un huevo en bicicleta es lo que podríamos llamar un álbum-artefacto. Podría ser un juego. Y lo es. Podría ser un diccionario. Y lo es. Podría ser una competición de chistes. Y lo es. Podría ser un arma. Y lo es. Podría ser un libro. Y también lo es.
En esta ocasión, la Comín elige dos expresiones cualesquiera formadas por un par de sustantivos y/o adjetivos y las representa gráficamente, pero al pasar la página, ¡voilá! Las palabras se combinan y surgen otras dos nuevas expresiones que ella interpreta a su libre albedrío (con esto quiero decir que el resultado es una oda al sinsentido y lo surrealista).
Un ejercicio inmejorable para sacar de quicio al más leído y desbocar la imaginación, el aspecto lúdico del lenguaje, el día a día, y sobre todo, a los deslenguados. Una vuelta de tuerca necesaria donde no hay que perder de vista ciertos detalles que conectan unas páginas con otras y nos llevan hasta una sorpresa final.
A quien no le guste es porque se toma las palabras con mucha seriedad. He dicho.
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