viernes, 14 de abril de 2023

Elogio a la estupidez


La vida es tan absurda que roza la estupidez. O mejor dicho, las personas llegan a ser tan estúpidas que hacen de la vida un sinsentido. Y no solo me refiero a los payasos, los borrachos o los niños. No. También a los delincuentes, los ignorantes y los enfermos. Son capaces de girar tanto sobre sí mismos, que al final cambian el momento de inercia de su propia órbita.


La estupidez tiene muchas caras, pero es fácil distinguirla entre la multitud. A saber:
La gente estúpida vive más y mejor.
Siempre que algo no te interesa, puedes ponerle un poquito de estupidez.
Cuando quieras salirte con la tuya, hazte el estúpido. La estupidez es la mejor de las excusas.
Siempre puedes culpar a los demás de tus errores. La estupidez es así.
Nadie discute contigo. Saben que solo estás capacitado para hablar de ti mismo.
Ignoras las emociones y problemas de los demás, pero nadie te lo tiene en cuenta.
Y sobre todo, te autocompadeces constantemente y piensas que eres el ombligo del mundo.


Yo siempre he pensado que, a pesar de la estupidez que seamos capaces de aglutinar, lo más importante es saber procesarla. Si no, estamos perdidos. Perdidos en las calles, en los bares, en las casas, en familia y en nosotros mismos. Independientemente de nuestra procedencia, estado civil, condición física y cacao emocional, hay que resumirlo todo a una misma regla: la de la ligereza.
Eso sí. No todo es negativo. A veces la estupidez se desvanece con los primeros rayos de sol, te saca una sonrisa, se transfigura en belleza o ensalza la inteligencia. Entonces, y solo entonces, la estupidez merece la pena.


Como elogio a la estupidez, hoy les traigo El conejo Sato, un libro encantador de Yuki Ainoya que acaba de publicar la editorial Pastel de Luna. Es uno de esos libros que encandila en la primera lectura. Por su tono amable y poético. Por esa voz que resuena en nuestro interior y ese anhelo de ser Haneru Sato, el niño disfrazado de conejo (¿O es un conejo disfrazado de niño?) que lo protagoniza.


Siguiendo la fórmula de otros libros infantiles, se articula en siete pequeñas historias donde Sato riega las plantas, tiende la ropa, come sandía y nueces o pasea entre los charcos. Haga lo que haga, Sato deja fluir su imaginación y crea un universo muy sugerente donde el sinsentido busca su propio significado.


Textos directos y descriptivos que, al compás de las ilustraciones, refuerzan unas ideas bucólicas y llenas de magia en las que podemos bucear con mucha tranquilidad. Un discurso apto para cualquier lector que busca un refugio a la realidad, pero sobre todo donde la estupidez se arma de valor para ensalzar lo humano.

2 comentarios:

Eva Vélez dijo...

A mí, pese a ser un elogio a la estupidez -como tú dices-, este libro me gusta mucho por esa forma de presentar un mundo absurdo y bello del que el protagonista decide formar parte con una gráfica diferente a la que estamos acostumbrado.
He de decir que la edición en catalán tiene un par de errores de traducción y hace que la vista duela cuando se lee; una lástima.
Un abrazote!

Román Belmonte dijo...

A mí, el libro me ha parecido muy hermoso. El tono, las ilustraciones, la forma de presentar cada historia, ese sabor inconcluso tan onírico... Y las traducciones ya se sabe ¡Nobody is perfect!