jueves, 18 de diciembre de 2025

Un lugar para la imaginación


Recapitulando un poco, les diré que he estado muy tranquilo este primer trimestre del curso. No solo en lo personal, sino también en lo laboral. Cuando los grupos de alumnos con los que tratas hora tras hora te dejan trabajar y no dan demasiado la lata, es una maravilla. La vida es así, unos cursos escolares son insoportables y otros los vives relajadamente. Esto va por hornadas.
Y no es que los críos sean revoltosos o maleducados, que también, sino que influyen numerosos factores que condicionan la buena o mala marcha de los días. Algo bien certero cuando tu trabajo tiene que ver con las personas, tengan estas setenta años o catorce primaveras. Quien trabaja de cara al público sabe de sobra que nada es blanco o negro, sino que las sutilidades, los pequeños detalles y sobre todo, el instante, moldean las relaciones que establecemos. Todo se basa en congeniar.
Como prueba de ello les diré que, mientras un servidor está encantado con la clase de 3º de E.S.O. que le ha tocado este curso, un grupo de compañeras están de ellos hasta las mismísimas narices. Puede que yo sea menos exigente que ellas, que ellos se porten peor en sus clases que en las mías o que se conozcan más en profundidad (la confianza...). El caso es que mis clases son una balsa de aceite. Eso no quiere decir que todo cambie en un mes o que el año que viene me vea al borde del ataque de nervios, pues en los ecosistemas escolares, una brizna de hierba puede desencadenar un huracán. 


Lo único que puedo apuntar es que, por el momento, no he tenido que enviar a nadie a lo más recóndito del aula, lo que llamamos la soledad académica, un lugar en el que los alumnos sean incapaces de desarrollar sus habilidades sociales en el sentido equivocado.
Y cruzando los dedos para que ese espacio siga vacío en mis aulas, abrimos El rincón de pensar, un libro de Pieter van der Heuvel publicado en nuestro país por la editorial Litera y que nos acerca a una historia ambientada en esa zona que puede albergar a los personajes más inesperados.  


Alguien envía al niño al rincón de pensar. Seguramente ha hecho alguna travesura. Pero, precisamente, no está solo. Conforme pasamos las páginas, vemos cómo aparecen sus compañeros en escena. Un perro, un alce, una bandada de gaviotas, una serpiente, una jirafa, tres cabras, un gato, un periquito… Conforme van llegando el niño entabla conversación con ellos. Todos participan de ese momento, dialogan y se interpelan mientras graznar, rebuznan o balan. Pero poco a poco, el niño se va quedando solo de nuevo. ¿Qué habrá sucedido?
Aunque son muchos los que se posicionan en contra de este tipo de zonas escolares o familiares (desde que la Supernanny entró en el juego, muchos padres lo instauraron también en casa), el autor nos plantea una vuelta de tuerca en la que cabe una reflexión sobre su utilidad. Puede que, desde el aburrimiento, estos castigos a la antigua usanza permitan un paréntesis tanto imaginativo, como reflexivo en el que tranquilizarse, evadirse y pensar en cómo nos hemos comportado, pues no solo se refiere a una isla en mitad del universo, sino a un momento donde se instaura la calma.


Desde el humor surrealista, este álbum que recuerda al teatro de lo absurdo y funciona a modo de slow-motion (mismo escenario con ligeras modificaciones en los personajes), nos cuenta una historia visualmente acumulativa (esta mezcla de zoo doméstico y salvaje me vuelve loco) en la que podemos jugar a las adivinanzas (¿Se atreven a descubrir las razones que han llevado a cada uno de los personajes a estar ahí? ¡Fíjense en los detalles!) o simplemente disfrutando de las travesuras recordando las nuestras propias. ¡Y que vivan este tipo de rincones!

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