miércoles, 23 de marzo de 2022

Luchando por el sustento


Mucho empeño está poniendo el gobierno en hacernos creer que lo que ellos llaman “ultraderecha” es lo que está detrás del paro de transportistas, la huelga de nuestra flota pesquera o las manifestaciones del sector agrícola, pero lo cierto es que ya no hay quien se lo crea. ¿Por qué les interesa que cunda esa idea? Básicamente para que la sociedad siga dividida, liarla de nuevo y ser capaces de coger otra bocanada de aire en esa carrera por la supervivencia institucional que llevan perpetrando desde que llegaron al poder.


Azuzados por tanto ninguneo, los camioneros no se achantan (¡Olé!) y siguen en sus trece, cosa que no me extraña pues todo aquel que conozca un poco el funcionamiento de este sector sabrá que la inmensa mayoría de los conductores de este país lo son por cuenta propia (autónomos, sí, esos…) aunque sean contratados por empresas mayoristas que les pagan cuatro pesetas pero que ellos se hagan cargo de los costes (gasolina, mantenimiento, carretera y manta). Resumiendo, otros esclavos más de todas esas patronales que resultan no tener ni un solo camión en propiedad y a las que el gobierno ¡sí reconoce! Manda cojones…
Con pescadores, ganaderos y agricultores, otro tanto de lo mismo. Y si no, pongan nombre ustedes a todos esos intermediarios que encarecen los productos en torno a un 500% desde que salen del campo y llegan a nuestro frutero. Luego dirán que los capitalistas y liberales son otros y ellos son los del puño en alto, la lucha obrera y las políticas sociales. ¿Qué mejor política social que cada uno pueda ganarse el sustento sin necesidad de pasar miseria?


Lo que esta gente quiere es especular con nuestro dinero. Porque hay que pagar muchas nóminas (las suyas y las de millones de pesebristas), mantener los ismos de turno (sacrificando educación y sanidad...), y subvencionar a sindicatos y otros “agentes sociales”. Ya veríamos que pasaba si tuvieran que prescindir de todos esos impuestos directos que nos gravan para sostener su tinglao… Prefieren que el pez siga mordiéndose la cola, que tomar decisiones lógicas y efectivas.


Me encantaría ver a este gobierno, a los que se fueron y a los que llegarán, pasando verdadero hambre. Veríamos si la solidaridad les llena el estómago, si cenan a base de lenguaje inclusivo y pueden alimentarse a costa del ecologismo. El buche se les iba a quedar más seco que la mojama, porque sin alpiste no hay retórica, eufemismos, ni demagogia que valga.
Un mensaje que también se encargan de traernos Przemystaw Wechterowicz y Marta Ludwiszewska en su álbum ¿El huevo o la gallina?, una metáfora maravillosa sobre cómo funcionan las sociedades occidentales actuales que acaba de publicar la editorial Thule.


En este libro, Pollito se pone a pensar mientras mira las nubes y ¡voila!, le viene una pregunta a la cabeza: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Entusiasmado corre a hacérsela a toda la granja. Al abuelo, a la abuela, a sus tías, a Félix y a Rex, a las señoras cabra y vaca, incluso al espantapájaros. Cada uno de ellos le ofrece una respuesta desde diferentes puntos de vista pero, ¿cuál será la más acertada?


Con mucho humor y unas ilustraciones coloristas, los autores polacos se internan de manera inesperada es estas sociedades del ruido en las que vivimos donde todo el mundo opina y nadie sabe lo que dice, o al menos, no se quiebra la cabeza para hablar con coherencia. Menos mal que el giro inesperado del final, nos deja con la boca abierta y nos hace pensar gracias a un reflejo animal que nos recuerda cual es el fin de nuestra existencia a pesar de nuestras ínfulas de erudición.
Lo dicho, que yo apoyo a unos huelguistas que sin tanta palabrería, tienen muy claro dónde está su sustento.

sábado, 19 de marzo de 2022

Padres (im)perfectos


Que mi padre está como unas maracas ya lo he contado en otras ocasiones. No es un hombre al uso pues tiene una idiosincrasia muy particular en la que dejadez, ideas disparatadas,  humor negro, frustración, hipocondría, imaginación, terquedad, bagaje intelectual desorbitado y trabajo a destajo son piezas clave.
No voy a decir que mi padre es el mejor del mundo porque tendría que batirme en duelo con muchos de ustedes, pero sí que afirmo que sin mi padre yo no sería el que soy. Quizá me hubiera criado en una familia típica donde nada se pondría en duda, no habría pluralidad y todo seguiría un rumbo muy manido. Demasiado aburrido todo, la verdad.



Hay personas que viven su faceta como hijos a base de rencor. Que si mi padre me hizo esto, que si me hizo lo otro, que si me dijo lo de más allá, que nunca se lo perdonaré… Todos los padres hacen cosas mal (como cualquier hijo de vecino), pero no por ello son malos padres. Estamos en un mundo en el que, parecer ser, la vida de cualquier persona debe adscribirse a un plano idílico de sentimientos y circunstancias que nos homogenicen por igual. ¿Acaso todos los padres deben ser cariñosos, condescendientes, comprensibles y dialogantes? Permítanme decirles que yo no lo creo y soy muy feliz con el padre imperfecto que me ha tocado.
Algún día tendré que rendirle tributo. Idear cierto personaje que protagonice alguna novelita simpática, de esas muy alocadas en las que cualquiera pueda verse reflejado porque, aunque ustedes no lo crean, todos los padres comparten excentricidades. Sin ir más lejos hoy les traigo la historia de un padre que, cuando fue niño, liberó un dragón…


Escrita por Ruth Stiles Gannett en 1948, la primera parte de la trilogía que se reúne bajo el título Three Tales of My Father's Dragon (la segunda y tercera todavía no han sido traducidas a nuestra lengua), cuenta la historia de un chaval, Elmer Elemento, cuyo máximo deseo es volar. Un día se encuentra a un gato que le habla de la Isla Salvaje, donde tienen retenido a un dragón, que podría hacer su sueño realidad. Así que decide partir en un barco hacia allí con un buen cargamento de chicle, piruletas, gomas, cepillos de dientes y un peine para sortear los peligros que encontrará y liberar así al dragón.



De esta historia hay dos ediciones diferentes en castellano. Una es en formato novela ilustrada, como la original, y está publicada por la editorial Turner (2014), otra es la que acaba de publicar la editorial Lata de Sal en formato de álbum ilustrado. Aunque en ambas pueden encontrar las ilustraciones originales y monocromas de Ruth Chrisman Gannett, madrasta de la autora, en la de formato libro-álbum se complementan con ilustraciones de Helena Pérez García que reinterpretan a todo color las originales.


Páginas a rebosar de aventuras, con montones de animales muy bien caracterizados y mucho ingenio infantil, son las mejores bazas de un libro que sigue reimprimiéndose más de 70 años después de su publicación y del que se han hecho adaptaciones cinematográficas (hay una versión anime de 1997 y este año se estrenará otra animada en Netflix) para alegría de su autora, una que todavía siguen vivita y coleando (este año cumplirá la friolera de 99 años) en una granja cercana a Nueva York.




viernes, 18 de marzo de 2022

Caminando por la vida


Me encanta andar. Desde que tengo uso de razón ando de aquí para allá. De hecho, andaba tanto cuando era pequeño, que me parecía raro que la gente fuera en coche, sobre todo mis tíos, conductores recalcitrantes que llegué a pensar que no tenían piernas.
Así pasa, que tengo la manía de fiarme más de mis piernas que de cualquier otro medio de transporte. Coche, taxi, autobús e incluso metro, me resultan más lentos que el brío de mis piernas. Quizá esa sea la razón por la que muchas veces llego tarde. Sobredimensiono mi velocidad de crucero y no controlo la capacidad de alcance. ..
Lo peor de todo es que no puedo vender el coche, una herramienta que solo utilizo para trabajar pero que últimamente se pasa más tiempo en el garaje que en la carretera.


Grandes avenidas, pequeños jardines, pueblos o ciudades, mis piernas han recorrido todas. Te topas con sorpresas, con gente. Hay callejones sin salida que merecen un vistazo, calles estrechas, también empinadas, parques exuberantes y puentes por lo que no pasa nadie.
Cuando uno anda mira a su alrededor, ve cosas que de otro modo pasarían desapercibidas, se siente parte del paisaje, de ese mundo circundante en el que a veces merece la pena recrearse. Detalles de todo tipo se suceden y te evaden.


Caminar… Quizá eso sea lo que me ha permitido dejar atrás tantos obstáculos. Cuando uno anda siempre mira hacia delante. Porque tiene que seguir su rumbo, y sobre todo, para no chocarse. Andar es un ejercicio de lo más sano, el de perseguir una meta, un destino.
Es un tiempo para reflexionar mientras notas cómo los rayos del sol te broncean la cara o el frío que te deja la nariz colorada. Te abstraes, ordenas las ideas, les das muchas vueltas a las cosas. Robert Louis Stevenson, Honore de Balzac o Charles Darwin. Más de un genio se ha dedicado a pasear andar para relajar la mente, activar sus neuronas y cultivar el intelecto.


Y paso a paso, llegamos a los 9 kilómetros, esa distancia que da nombre al álbum de Claudio Aguilera y Gabriela Lyon que acaba de sacar Ekaré a la luz en nuestro país. Con varios reconocimientos internacionales, este libro ilustrado nos cuenta la historia de un niño que debe recorrer todos los días los nueve kilómetros que separan su casa de la escuela. Atravesando arrayanes, ríos, campos de cultivos y senderos, se suceden los paisajes que, tomando diferentes planos nos invita a acompañarlo en su periplo.
Pensativo, cansado, vivaracho, y sobre todo, juguetón. Así es el protagonista de esta historia donde la sinceridad e inocencia del texto se conjugan perfectamente con el colorido de unas ilustraciones donde la óptica cinematográfica y las viñetas ayudan a la secuenciación y el dramatismo de una historia realista.
Mención aparte merecen unas guardas peritextuales (juntas articulan un mapa donde a modo de GPS se dibuja el recorrido que realiza el niño), los cambios de luz que van de  la noche al día y un apéndice donde aprendemos un poco sobre las especies de aves que acompañan al protagonista.


Sin embargo, tengo un pero con parte del apéndice final... Lejos de ese aire de denuncia social que parece haberse instalado en las editoriales del ramo, prefiero tomar este libro como una aventura diaria. Teniendo en cuenta los tiempos que corren, este libro es casi un privilegio, pues la mayor parte de los críos en edad escolar del mundo viven en ciudades donde el asfalto, la polución, el tráfico rodado y un sinfín de peligros escriben una historia muy diferente y más peligrosa a la que se recoge aquí.
No entiendo el fin de exhibir tanta belleza para, acto seguido, abogar por esa normatividad buenista que nos afecta y empobrece (¿Será acaso un intento por erradicar todo lo bonito de esta historia? ¿No podrían habernos dejado una pizca de libertad para meditar sobre lo que acontece en esta historia?). Extraña paradoja que prefiero obviar y disfrutar plenamente de un pequeño viaje rebosante de vida, naturaleza, constancia y esperanza.



martes, 15 de marzo de 2022

Relatos poderosos


Desde todas las cadenas y auspiciadas por el amarillismo, la demagogia, los dictados políticos y la lágrima fácil, se están diciendo toda una serie de mentiras que, ahondando en discursos bastante manidos, contribuyen a seguir manteniendo un tinglao lleno de intereses creados, en vez de informar sobre la verdad.
Auspiciados por la manipulación de datos e imágenes bien seleccionadas (Ya saben, amigos del libro-álbum: una imagen vale más que mil palabras), minuto a minuto los telediarios lanzan mensajes apocalípticos sobre una audiencia pandémica que se ha acostumbrado al miedo como droga necesaria en esa supervivencia donde el desánimo cunde en este mundo de zombis.
El relato oficial se desploma sobre nuestras cabezas. Un filtro que, como la calima que cubrió ayer el sureste español, colorea a su antojo la luz y nos deja una imagen distorsionada de esa realidad que algunos quieren oír apostados en el sofá amén de un sustento propiciado por ese bienestar ficticio con el que papá Estado chantajea al contribuyente en cada episodio de esta distopía en la que se ha convertido el mundo.


Las palabras nunca antes habían sido tan poderosas. Lo inverosímil adopta formas monstruosas y se cierne sobre una masa de analfabetos funcionales que ignora sus propias capacidades para construir un discurso crítico y bien cimentado. Lo que otrora solo eran meras ideas, se han transformado en terrorismo informativo.
Pandemias que no son pandemias, vacunas que no son vacunas, desabastecimiento que no es desabastecimiento, y guerras que no son guerras. Sustantivos y verbos jamás habían estado tan desprovistos de significado. O quizá sí. Las palabras siempre han sido palabras, quizá lo que haya cambiado es nuestro nivel de credulidad y tolerancia. ¿Llevaría razón Dostoyevski? Lo único que sé es que prefiero el lado amable de las palabras a esta orientación tan deleznable en la que solo habla el poder, ese juego asqueroso donde el único objetivo es mantenerse y no caer.


Eso me recuerda que tenía pendiente de reseña un libro sobre el poder de las palabras, las que escriben sobre la arena de La playa mágica Ana y Ben, la pareja de niños que protagonizan esta historia de Crockett Johnson que ha publicado recientemente la editorial Corimbo.
Ambos llegan a la orilla de la playa. Ana está cansada. Se hubiera quedado en casa leyendo un cuento, a lo que Ben responde que prefiere estar al aire libre y hacer cosas por uno mismo en vez de leer. Ana le contesta que a los protagonistas de los cuentos, al menos, les pasan cosas interesantes. Ben le dice que en un cuento no pasa nada interesante, que los cuentos son solo palabras, las palabras son solo letras y las letras son solo diferentes tipos de marcas. En ese momento, a Ben se le abre el apetito y escribe la palabra “mermelada” sobre la arena. De repente, una pequeña ola borra esa palabra de la orilla y en su lugar aparece una fuente con mermelada. ¡Es una playa mágica!


Así comienza una merienda muy especial en la que palabras e imaginación se funden para disfrute de cualquier lector. Un rey, su caballo, el bosque, ciudades y castillos aparecen en ilustraciones sencillas donde el trazo a grafito es el único medio de expresión y acompañan una historia inesperada que pone patas arriba una realidad que se figuraba aburrida para ensalzar las palabras como medio ideal que construye los deseos.


Un álbum en el que cualquier elemento es susceptible de ser interpretado (incluso esa caracola a la que los protagonistas hacen referencia una y otra vez) en pro de un relato tan hermoso, como absurdo.
Es por eso que me gusta la magia de las palabras y las olas del mar. Porque el vaivén de ambas siempre cambia el mundo. Para bien o para mal.



jueves, 10 de marzo de 2022

Preservar nuestra naturaleza


No sé si a estas alturas podría vivir sin redes sociales. Es tanta la miseria humana que percibo a través de las publicaciones de ciertos engendros (para mí han salido de la categoría de “humanos”) que si me privaran de su disfrute podría morir de pena.
Sigo a un plasta que le ha dado por el folklore para hacerse el interesante. También viaja, habla cuatro idiomas, se declara pansexual y viste camisas de cuadros (telita). Es tal su nivel de empalague que habla en cierta lengua olvidada de Las Hurdes mientras pone morritos para que sus followers, que solo lo admiran cual figura de cera, no entiendan una mierda al tiempo que aplauden su cara bonita. Una joya ibérica.
Además de todos los que se hacen pasar por Zendaya o Gigi Hadid, También hay influencers que invierten el día llorando por las esquinas. Les confieso que no llevo nada bien eso de que algunos ganen notoriedad a costa de la pena. Que si una vez fui gorda, que todavía vivo lastrado por haber sido un patito feo, que me critican por subir una foto en bragas con mi esposa, que mi six-pack no es perfecto... La verdad es que tanto patetismo me divierte. A estos no les hace falta salud mental. Salud mental la que necesitamos los demás para no acabar como ellos: muertos en vida.


Llevaba razón Dostoyevski con eso de “mentirnos a nosotros mismos está más profundamente arraigado que mentir a los demás”, un vicio y (sin)razón que lleva aparejado todo este postureo que condiciona a occidente durante los últimos años, esa pérdida de toda naturalidad que abocará a la extinción masiva de la especie humana. Nos hemos acostumbrado tanto a creernos lo que nos dicen gracias a esa retórica litúrgica de los ismos, que ya no sabemos ni quiénes somos, ni qué comemos, ni con qué nos calentamos. Todo se resume en lo que “debemos” y no en lo que “hay” que hacer.


Fíjense adónde hemos llegando que es preferible quedarse de brazos cruzados, en vez de defender tu casa o proteger a tus hijos. Durante estos días de conflictos bélicos escucho cada cosa de boca de algunos, que me dan ganas de desintegrarme en cientos de mariposas. Es tanto el castramiento social y emocional al que se nos está sometiendo desde ciertos púlpitos, que algunos se echan las manos a la cabeza porque unos seres humanos plantan cara a otros. ¿Estamos bien de la cabeza? Se llama su-per-vi-ven-cia, la única razón por la que la vida se lleva abriendo camino en este planeta desde hace más de 3500 millones de años.
Y si me van a salir con discursitos televisivos, yo me declaro insurgente. No les hablaré del flujo de información en la naturaleza ni de la teoría general de sistemas, y me ceñiré a Un libro de la selva, el título de hoy, una maravilla ideada por Fernando Vázquez y editada por A buen paso.


En este álbum sin palabras que también podría definirse como “ensoñación”, “viaje iniciático” “oda a lo salvaje” “fábula naturalista” o “cuaderno de aventuras”, nos encontramos con la historia de un viejo explorador que, tras coger un libro (¿Cuál será? Yo lo sé...) de su estupenda biblioteca (Échenle un ojo. No se la pierdan), se encuentra un ave entre sus páginas que le invita a perderse en la selva. Ríos serpenteantes, barcos a vapor, chamanes y jaguares aparecen en la espesura de esta jungla.
Ilustraciones vitalistas, referencias literarias, musicales y mucha magia, llenan las páginas de una historia a caballo entre lo onírico y lo real donde el contraste entre la oscuridad inicial y la luminosidad final nos arrastran a un discurso con múltiples interpretaciones entre las que brotan tres dualidades, vida-muerte, día-noche y niñez-vejez, que se vislumbran en un libro casi circular.


Extraños y sugerentes detalles nos invitan a idas y venidas constantes, a participar de este periplo por deseos y sendas desconocidas aunque practicables. ¿Se han fijado en la ilustración de la portada? ¿A quién pertenece ese ojo? ¿Al protagonista o al felino? ¿Hacia dónde mira? ¿Y la última imagen? ¿De dónde sale ese sombrero? ¿Y las guardas de finísimo papel estampado? Sensaciones que nos obligan a preguntarnos el porqué de nuestra existencia o qué mueve nuestras acciones, una serie de preguntas tan necesarias, como naturales, que mucha y buena literatura recoge en su seno para que no olvidemos que dentro de nosotros también habitan las leyes que rigen la vida.

martes, 8 de marzo de 2022

Discursos sacados de quicio


Hoy se ve que toca celebrar el día de la mujer y yo no voy a ser menos. Podría hablar de los piropos desde el andamio, del papel que la mujer tiene en el hogar, de las diferencias de salario en el trabajo, o de los llamados micromachismos que habitan en chistes y otras expresiones del día a día, pero no. También podría dedicar la entrada a las mujeres mutiladas sexualmente, a las que se ven obligadas a casarse siendo niñas, o a las que dilapidan por adulterio, pero tampoco. Estaría bien hablar de la llamada violencia machista, de las leyes paritarias o de los permisos de maternidad, pero no.
Hoy me voy a dedicar a contarles lo que me sucedió el otro día hablando de cierto libro con una conocida que se autodefine como feminista, y poner así de relevancia lo chungos que pueden llegar a ser ciertos discursos cuando se utilizan indebidamente.


Me hallaba yo en cierta librería sosteniendo en las manos Mina, un libro de Matthew Forsythe que acaba de publicar Andana en nuestro país. Hice una lectura rápida y, voilá, me encantó. El autor de Poko y su tambor había vuelto a idear una narración llena de luz (la paleta de color de este hombre es espectacular), toques de humor, con cierto espíritu crítico y pone en duda el universo adulto.
Cuenta la historia de Mina, una ratona que gusta de la lectura, cuyo padre, un poco despreocupado y excéntrico se presenta en casa con un ardilla que no lo parece. Mina, aunque desconfía de su padre, accede a que la nueva mascota se quede en casa, lo que tendrá un terrible desenlace.


Le doy con el codo a mi conocida que está muy al tanto de todas las novedades editoriales, le sugiero que le eche un ojo al citado libro y me espeta: “Ese libro es un claro ejemplo de que los problemas de las mujeres se deben al patriarcado” Yo abro los ojos como platos y ella sigue… “Si la protagonista, mejor formada que su padre, lo hubiera mandado lejos, se hubieran librado del susto. Es un reflejo de esas mujeres que viven supeditadas a los hombres y su mirada de superioridad machista”
Perplejo, le contesto que será que soy hombre y rubio, porque yo en ese libro sólo veo una buena dosis de humor, algo de sinsentido y cierta mofa sobre el mundo adulto. “Ay, qué iluso eres, Román, no sabes cómo se las gastan algunos medios culturales al servicio del discurso sexista…” 


Ya, un poco harto, le digo que deje de rizar el rizo. Que si en vez del padre, fuera la madre la que provoca esa situación, diría que el autor trata de ridiculizar a las mujeres. Si la niña ninguneara a la madre, se quejaría de que dónde queda la sororidad. Y si todo fuera muy femenino y de color de rosa, esgrimiría que la editorial hace uso de la discriminación positiva para vender su producto a todas las mujeres sobre la faz de la tierra y enriquecerse a su costa.
Menos mal que la llamó no-sé-quién y salió corriendo, porque estaba dispuesto a enzarzarme en una serie de argumentos sobre lo subversivo, la censura y esos ismos que despojan de sentido a cualquier obra literaria. Es un despropósito que un libro, lo que en principio debería ser un espacio donde lo fantástico campe a sus anchas (más todavía en este, que tiene unos puntitos estupendos), se convierta en un ring propagandístico en el que el acto creativo se ningunee y menosprecie bajo soflamas que solo buscan la división social en vez de la igualdad real.


Sí, hay gente que lo está consiguiendo. Si eso es el feminismo para ellos, cada vez me considero menos feminista. Mientras los demás siguen con su ruido, prefiero hacer caso a Mina y dedicarme a leer, una actividad básica que no pueden disfrutar millones de niñas afganas que tienen prohibido acudir a la escuela por el mero hecho de ser mujeres. ¿Acaso no es suficiente ejemplo? Se ve que no. Tocará recordar aquello de "Existen pocas armas tan poderosas como una niña con un libro en la mano", palabras que pronunció Malala Yousazfai en 2013, una que por ser mujer y declararse feminista, parece inspirar más credibilidad y respeto que un servidor. 



jueves, 3 de marzo de 2022

Libros infantiles basados en hechos reales



Como esta semana ando muy social (no sé cómo me ha dado por el activismo), hoy me pongo a hablar de un tipo de álbumes que me gustan sobremanera y que no abundan mucho en el universo de la Literatura Infantil. Son los álbumes cuyas historias están basadas en hechos reales.


Esta es la historia de Don Osito Marquina, el oso de peluche que acompañó a Salvador Dalí y su hermana pequeña, Anna María Dalí durante su infancia y primera juventud, y que Federico García Lorca, amigo del pintor, conocería durante unas vacaciones en el Ampurdán. Un juguete que todavía puede verse en museo del juguete de Figuera y que fue testigo de una de las épocas más turbulentas de la España del siglo XX.  


Desde mi punto de vista son la quintaesencia del álbum de carácter social porque ponen de relevancia historias con gran trasfondo humano que han sucedido de forma espontánea, algo que pone en valor la condición de nuestra naturaleza, una que también esconde mucha bondad y belleza sin necesidad de estar manipulada por la intencionalidad de la que adolecen muchos libros buenistas.


Los niños de la mina narra la historia de Luis y Toni, dos niños que con diez años abandonan la escuela para internarse en las minas de carbón españolas del siglo XIX poniendo su vida en peligro. Acompañado de un dosier final con fotos y abundantes datos documentales sobre este oficio ya en desuso.


Si bien es cierto que muchas veces estas obras tienen mucho de ficción, la idea primigenia que controla el discurso parte un hecho fehaciente en el que no interviene el acto creativo, una especie de esqueleto que, a pesar de impregnarse de recursos de estilo y otros diseños narrativos, expone al lector una serie de acontecimientos en los que intervinieron otros seres humanos de manera activa.


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El quid de la cuestión en este tipo de libros es su calidad ejemplarizante, algo de lo que se nos llena la boca cuando se trata de crianza, didáctica y pedagogía. 
Del mismo modo que sucede con los modales, el lenguaje o la mismísima lectura, los valores que despiertan muchos libros carecen de consistencia cuando no se llenan de recursos que impriman cercanía al lector o que se le adhieran a la memoria, sobre todo aquellos que funcionan a modo de mantras, corsés y controles remotos.


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Cuando Favio Chávez llegó a Cateura, un pueblo erigido sobre uno de los vertederos más grandes de Paraguay, nunca imaginó que sus clases de música fueran a tener tanto éxito, todo un problema cuando no hay suficientes instrumentos para todos los alumnos. Pero con la ayuda del ganchero y hábil carpintero Colá, comienzan a reutilizar objetos que encuentran entre los montones de basura que les rodean, para darle vida a nuevos instrumentos y crear la Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura, que ha llenado de melodías y esperanza no solo este pueblo, sino los escenarios de medio mundo.


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De nada sirve que existan quinientos álbumes que traten sobre la violencia, si todos son iguales y, a modo de oración, nos repiten lo mismo una y otra vez. “La violencia es mala, la violencia es mala, la violencia es mala…” una cantinela que carece de sentido en un mundo real dominado por la violencia. La Literatura, tanto ficcional, como no, debe desarrollar estrategias que, como el humor o el juego, sepa desarrollar un espíritu crítico y capaciten para el cambio. Y cuando hablo de espíritu crítico, no me refiero a poner en duda lo que opinen otros, sino lo que yo pienso, lo que piensa el propio lector.


Tancho es el nombre del protagonista de esta historia ambientada en la provincia de Hokkaido (Japón). Con las primeras nieves siempre aparecían las grullas, hasta que un año, extrañamente solo aparece una pareja. Tancho decide alimentarlas con la esperanza de que acudan más. ¿Lo conseguirá?


Ya saben la de veces que me he planteado la (in)conveniencia de la Literatura Infantil como instrumento al servicio de la sociedad, pero en este caso poca reflexión necesito. Cuando los libros son un reflejo de lo que sucede en el mundo que vivimos, que bebe directamente de él, los libros, sobre todo los que se dirigen a los niños, se despojan de esa pátina condescendiente a la que estamos más que acostumbrados los que leemos este tipo de literatura.


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Sin embargo también debemos considerar que estas son historias de ida y vuelta. Es decir, ¿hasta qué punto podemos afirmar que son espontáneas, que sus protagonistas no han sido moldeados por otros intereses que no son los puramente morales? No lo podemos saber. Tanto ellos, como nosotros nos encontramos en una sociedad llena de circunstancias de todo tipo (religiosas, políticas, culturales...) que moldean nuestras decisiones. Lo único que sabemos es que lo que hicieron está documentado de un modo u otro y han trascendido.


En La promesa de Pnina Bat Zvi, Margie Wolfe e Isabelle Cardinal (editorial Picarona) encontramos la historia de dos hermanas, Toby y Rachel, que pasaron una parte de su infancia en el campo de concentración de Auschwitz. Antes de ser separadas de sus padres, estos le dieron a una de ellas tres monedas de oro para usarlas en caso de gran necesidad y les hicieron prometer que permanecerían juntas pasase lo que pasase. Miedo, enfermedad y alguna risa se entremezclan en una narración que cuenta con ilustraciones elaboradas sobre collage digital y en tonos pardos y grises, donde la fotografías antiguas y la expresividad de los personajes añaden dramatismo a una historia real contada por la hija de una de ellas.

Libros que visibilizan los problemas del acosos escolar, otros que nos hablan de iniciativas que preservan las bibliotecas en las áreas más remotas, o historias sobre amores imposibles entre reptiles y seres humanos. Tan pronto utilizan un oso de peluche para hablarnos de la historia española del siglo XX, que se centran en las condiciones y riesgos laborales que los niños sufrían en un tiempo pasado. 


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De entre este tipo de libros y relacionados con animales, hay que señalar El caracol con el corazón del revés, un álbum escrito por Maria Popova, alma mater de Brain Pickings, esa página llena de curiosidades y álbumes que ha pasado a llamarse The Marginalian, e ilustrado por Ping Zhu (editorial A fin de cuentos). Este libro nos cuenta la historia de Jeremy, el caracol que encontró un científico jubilado en mitad de un jardín inglés. No era un caracol normal, pues la concha de Jeremy giraba al revés que el resto de los caracoles por efecto de una extraña mutación llamada "situs inversus". Como la probabilidad de que esta mutación recesiva es de una entre un millón y la vida de un caracol es tan corta, los científicos necesitaban encontrar una pareja para Jeremy con el fin de que procrease y pudieran obtener descendencia con las mismas características y así poder estudiarla. Al final la encontraron, pero...

No nos debe extrañar que en muchos de estos libros abunden las historias ambientadas en guerras y conflictos bélicos (pueden ver algunos tanto en esta entrada, como en este monográfico sobre la guerra en la libros infantiles), ya que es en estas situaciones cuando el ingenio, la imaginación y otras cualidades del ser humano afloran como revulsivo a la barbarie y el horror. Sucesos mínimos que son fiel reflejo de una vida que lejos de rendirse y amedrentarse, se abre camino entre los escombros.



En estos dos libros de Jeanette Winter (editorial Juventud) encontramos dos historias ambientadas en las guerras de Oriente Medio. La primera esta protagonizada por Alia Muhammad Baker, La bibliotecaria de Basora, Iraq, una mujer con mucho arrojo que se propuso salvar el valioso fondo de la biblioteca cuando empezó la guerra en su país. En segundo lugar tenemos a Nasreen, una niña afgana que tras la llegada al poder de los talibanes, tiene prohibido asistir a la escuela, algo que gracias al empeño de una abuela empeñada en llevarla a una escuela secreta donde aprenderá y compartirá diferentes experiencias con otras niñas como ella. 



La isla de San Simón, situada en la ría de Vigo, fue cárcel y campo de concentración durante la Guerra Civil. La lavandera de San Simón es la historia de una mujer que, con su hija, ayudaba a los presos que allí se hacinaban, intentando hacer más liviana su condena a base de ropa limpia y alimentos.


Durante la Primera Guerra Mundial, concretamente el 25 de diciembre de 1914, día de Navidad, los soldados alemanes y británicos que estaban en el frente franco-belga protagonizaron una inesperada tregua, salieron de las trincheras y, además de intercambiar comida y cigarrillos, acabaron jugando un partido de fútbol. Este es el acontecimiento que recoge La tregua, un álbum del ilustrador mallorquín Toni Galmés, que bien merece la pena leer durante las fiestas navideñas.



Para terminar este recorrido toca hacer referencia a la historia de la portada, El hombre de los gatos, un libro que habla de Alaa y su casa de gatos, un espacio que creo durante la guerra de Siria para dar cobijo a los gatos que quedaron abandonados a su suerte tras los bombardeos de Alepo y la consiguiente huida de sus dueños. Una iniciativa que trascendió fronteras y a la que se sumaron diferentes organizaciones y ciudadanos anónimos que, con sus donaciones, permitieron crear un espacio donde los niños pudieran jugar y los ciudadanos recibieran alimentos y todo tipo de ayuda.