miércoles, 18 de noviembre de 2020

Excéntricos aunque invisibles


Hoy es mi santo, y a pesar de llevar con bastante elegancia este nombre que me propinó mi padre sin encomendarse a nadie (que se lo digan a mi madre) he caído en la cuenta de que soy invisible. Como lo oyen... Si de los Pablos, las Pilares o los Pacos se acuerda todo el mundo cuando llega su onomástica (“Felicidades a todos los Josés y Pepes” “Manolo, muchas felicidades” “¡Lola, bonica, que disfrutes de tu día!”), de mí no se acuerda ni el Tato (tampoco es que me acuerde yo del suyo. Que invisibles hay a montones). 
Nos pasa como a la gente buena, que se acuerdan de ellos cuando se mueren. “¡Con lo buena persona que era!” decía uno... “¡Ojalá lo hubiera conocido más y mejor…!” rezaban aquellas... Y no me negarán que los maestros se aprenden antes el nombre de los alumnos holgazanes y maleantes (repetición mediante y pareado al canto), que el de los cándidos y trabajadores. 


Yo me moría por un santo cuando era crío (y sin estar bautizado, imagínense el cuadro). Todo el mundo tenía el suyo excepto yo (eso me pasó por pionero), pero Doña Puri, mi maestra más querida, medió con el clero para propinarme dos, uno en noviembre y otro en febrero (tenía que recuperar el tiempo perdido). Y fui feliz hasta que mi hermana lo averiguó y dijo que ni mártires ni leches, una celebración y no más, que Virgen de los Llanos solo hay una. 
Aunque pensaba tomarlo como excusa para saltarme los preceptos coronavíricos y celebrarlo con un “brunch” el próximo sábado (aviso que, ni aun así, en años sucesivos se acordarían mis allegados), prefiero obviarlo, que a mí pocos me invitan a ensuciarles la casa (Nota: Recuérdenme que otro día ironice sobre esta miga tan suculenta). 


Como aquí los que me han felicitado son mi madre y Libros del Zorro Rojo (ahora les cuento el porqué), son los únicos que merecen un buen convite. Como la “mia mamma” ya se ha puesto fina -como su propio nombre indica- a base de tarta de trufa y chocolate, llega el turno de darle las gracias a la citada editorial con esta reseña, pues hoy mismo ha llegado a mi buzón ¿Vegetariano? de Julien Baer y Sébastien Mourrain, uno de sus últimos libros que además de encantarme, tiene a un tocayo mío como protagonista (¿casualidad o detallazo?). 


Román Mojapán (lo siento, pero mi apellido, como bien decía la loca de la Majo, tiene más solera: “Médico, artista o torero. Lo que tú prefieras”) recibe la inesperada visita de un par de pollastres que a modo de policías le piden que los acompañe. Él se presta a seguirlos hasta una nave donde será acusado por unos cerdos, un buey, un pavo, tres polluelos, un palito de merluza y lo que parece ser unos nuggets. Román se acojona mientras el búho lo declara culpable y...


Para conocer el desenlace de una historia con mucho humor, tendrán que acudir a su librería/biblioteca más cercana. Sólo les puedo decir que me ha chiflado por lo difícil que es desarrollar una mirada crítica sobre la dualidad carnivorismo-vegetarianismo (esa realidad dietética en la que vive sumida la sociedad occidental mientras los chinos crecen al 10% y los etíopes se mueren de hambre), por poner en el punto de mira a todos y al mismo tiempo no defraudar a nadie. Así que, detractores, seguidores, coman lo que coman, aplaudan, por favor. 
Yo por mi parte lo voy a celebrar con una rebanada del pan que acabo de sacar del horno untada de sobrasada y queso. Que solo se celebra un día San Román, el excéntrico.

martes, 17 de noviembre de 2020

Una pizca de autocrítica


Estoy hasta las narices de una sociedad tan frágil como esta que ¿vivimos? Tanto es así que he empezado a rodearme de personas con cierta autocrítica en vez de ofendiditos, que son como los triunfitos pero sin dar el cante. Lo siento pero ya no estoy para hostias, máxime cuando parece que no se puede decir ni opinar… Entre los acomplejados de turno, los censores del régimen, las leyes mordaza y el ministerio de la verdad, están agotando mi paciencia. 
A todo quisqui le pasa algo, todos necesitan terapeutas, palmeros y coba, mucha coba, no sea que se hernien al mirar para sus adentros. ¿Acaso no sería más práctico comenzar por uno mismo y dejar en paz al resto? Empiezo a pensar que ese victimismo individual que llena todos los ámbitos es un lastre asqueroso que, como una jaula dorada, no nos deja entender el mundo ni tampoco querernos. 


Si no hablas porque no hablas, si dices porque dices. No se puede opinar de nada ni de nadie, solo dejar que te entierren bajo toneladas de sus mierdas. ¡Ea! No vaya a ser que se molesten y te tachen de esto, de lo otro o de vete-tú-a-saber (¡La imaginación al poder!). Quizá las cosas vayan más allá y te censuren, te traten de apestado y como guinda, te denuncien a sus inquisidores. “Libertad” le llaman. 


Ya llevo unos cuantos “amigos” que, por sacudirle la herrumbre a sus vidas (alguien tendrá que hacerlo, porque ellos solo saben rebozarse) me han pedido el divorcio. Yo lo respeto (si no estamos en sintonía, adiós muy buenas), pero vaticino que no seré el primero ni el último (o quizá sí, que a pesar de mis modales, sé querer bien y aguanto lo que otros no aguantan). 
Les llenan la cabeza de empatía, inteligencia emocional, sororidad, respeto y escucha activa, pero ¿y el mundo donde queda? A la gente le han dicho que se lo merece todo pero que no practique nada. Pobrecitos ellos, salvadores de un mundo pueril y estéril. 


En vez de libros de autoayuda y algún que otro coach místico (¡Qué empalagosos son!), les recomiendo un título magnífico con el que curarse -de verdad- de todos esos males. No podía ser otro que Ese robot soy yo de Shinsuke Yoshitake (Libros del Zorro Rojo) que sin yogui-pilates ni bebidas sin lactosa, nos introduce en el universo más humano y menos autocomplaciente de los álbumes ilustrados. En él, Kenta, su protagonista, decide adquirir un robot para que se haga pasar por él cuando le toque realizar las tareas más tediosas de su existencia. De camino a casa, el robot le pide que le explique quién es y cómo es, qué le gusta y qué no, un sinfín de detalles necesarios para realizar un papel impecable de cara a su madre y otros adultos. 


Con el humor al que nos tiene acostumbrados, Yoshitake, se atreve con una oda maravillosa al existencialismo y el viaje interior, uno que se extrapola a cualquier lector que lo agarre en sus manos y busque un espejo aunque distintos reflejos en los que mirarse. Una receta inmejorable para buscar y encontrar. Y si ni por estas se hallan, tendré que dejarlos mirándose el ombligo y seguir ejerciendo mis labores de monstruo, que robots ya hay bastantes.

lunes, 16 de noviembre de 2020

(con)Fabulando por la lectura


Si alguno de ustedes tiene a bien leer El infinito en un junco, el best-seller de Irene Vallejo y flamante premio nacional de ensayo, se dará cuenta de que le debemos mucho a los griegos, no sólo por inventar la democracia, sino también por mantener a buen recaudo gran parte de las obras de la antigüedad, velando no sólo por las propias, sino también por las ajenas, anteriores o contemporáneas a las suyas, un verdadero ejercicio de “generosidad” (entrecomillo porque siempre hay algo de egoísmo en todo esto) para los que vinimos después.
Además de exponer esta realidad desde una perspectiva histórica y una visión un tanto poética, Vallejo se detiene en algunas de las obras que han trascendido al tiempo y sobre las que se fundamenta la cultura occidental, como son la Ilíada de Homero o las tragedias y comedias griegas. No obstante eché de menos algo de más chicha cuando habló de Esopo, un “autor” que a los monstruos nos interesa bastante (queda disculpada pues el trabajo es magnífico y hay que disfrutarlo sí o sí). 


Y digo esto pues Esopo, ese creador que, como Homero, ha quedado rodeado (¿o sepultado?) por un aura misteriosa, es uno de los pioneros de la literatura infantil, pues sus fábulas pertenecen a ese corpus de obras adultas que los niños han tomado como suyas (instados tal vez por los adultos) desde que la infancia es infancia. 


Recordemos que la fábula es un relato que trata de los problemas o vicios humanos y contiene enseñanzas de tipo moral pero no se adscriben al plano espiritual y/o religioso (léase parábola). Esto es interesante pues, aunque constituyen un género didáctico para todo tipo de público (N.B.: las fábulas de Esopo no sólo quedaban adscritas al vulgo o los niños, sino que fueron lectura obligatoria en innumerables universidades durante el Renacimiento), contiene elementos y figuras estéticas de importancia para el corpus de la ulterior LIJ, como son el de la personificación de animales y objetos, tan utilizado en todo tipo de narraciones infantiles incluso hoy día (ver aquí el ejemplo de las Fábulas de Lobel), y el uso de personajes arquetípicos donde abundan los antagónicos (por ejemplo lobo-cordero). 


Quizá Esopo no inventó nada, pues la fábula ya pululaba por Mesopotamia y fue cultivada por Hesíodo, pero sí establece un punto de partida para el estudio de estas voces narrativas que, desde la brevedad, juegan con la fantasía y el propio pensamiento humano, pues son recurrentes, no sólo en el ideario cultural, sino también en el cotidiano –sabiduría popular lo llaman-. 


Por todas estas razones, abro esta semana LIJera (habrá de todo, les aviso) con la nueva edición que Reino de Cordelia nos trae de las Fábulas de Esopo esta vez acompañadas por las ilustraciones del genio Arthur Rackham, artista al que ya le dedique un monográfico (¡Hagan click AQUÍ y disfruten!). En ella, además de las 206 narraciones que la tradición fabulística atribuye directamente a Esopo, un esclavo semilegendario procedente de Samos del que se sabe más bien poco a pesar de que genios como Velázquez le hayan puesto rostro (el desconocimiento siempre pergeña mitología), también contamos con 78 de las composiciones de Fedro y Babrio, dos autores pertenecientes a la Roma imperial que si bien crearon sus propias fábulas, también remozaron las del genio griego (de ahí que Esopo hoy día reúna varios nombres bajo una misma denominación). 


Fábulas conocidísimas como la zorra y el cuervo, el perro con un trozo de carne, la tortuga y la liebre, el ratón de campo y el ratón de ciudad o la cigarra y la hormiga, conviven en este volumen con otras igualmente extraordinarias como Boreas y Helios, el águila y el escarabajo, el viejo y la muerte, el estómago y los pies, o la encina y la caña. 
No se lo piensen: regalen(se) este pedazo de libro, pues hará el deleite de todos.

domingo, 15 de noviembre de 2020

Veroño


Si pensaban que este otoño iba a ser de lumbre y castañas, de boniatos y madejas de lana, de historias al calor del puchero, de lluvia y paraguas, les aviso (por si acaso todavía no se han dado cuenta) de que no. Este veroño, como nos descuidemos, nos vamos a tener que proteger del sol, pues excepto niebla no vamos a ver mucho más. Ni frío hace. Ea, tendremos que alimentar esta estación con los versos del cantor… 

Una vieja que vive muy pobre 
en la parte más alta del pueblo, 
que posee una rueca inservible, 
una virgen y dos gatos negros, 
mientras hace la ruda calceta 
con sus secos y temblones dedo, 
rodeada de buenas comadres 
y de sucios chiquillos traviesos, 
en la paz de la noche tranquila, 
con las sierras perdidas en negro, 
va contando con ritmos tardíos 
la visión que ella tuvo en sus tiempos. 

[…] 

Federico García Lorca.
En: Santiago.
Ilustraciones de Javier Zabala.
2020. Barcelona: Libros del Zorro Rojo.


viernes, 13 de noviembre de 2020

Hablando de LIJ con... Juan Senís


Juan Senís, además de profesor de universidad, ha hecho sus pinitos como autor de libros infantiles y es el alma mater de Dulce Pepinillo, uno de esos reductos en los que habita la poesía infantil en forma de reseñas personales y concienzudas, dos razones de peso para estar en esta sesión de mesa camilla en la que entresacamos opiniones variopintas sobre la llamada LIJ. ¡Empezamos, que en este día de libros y librerías toca una entrevista a golpe de belleza! 
Román Belmonte (R.B.): Conociendo su dilatado currículum vitae me sorprende que haya aterrizado en este género tan minoritario ¿Qué lleva a Juan Senís a la poesía infantil? 
Juan Senís (J.S.): No lo sé muy bien, pero es verdad que, desde que me dedico a dar clase de LIJ a tiempo completo y a investigar sobre ello, he ido creando un camino personal que me llevó a la poesía quizás por dos razones. La primera, que es un género muy desatendido desde el punto de vista crítico y, por lo tanto, un lugar donde se podía llenar un hueco (eso es lo que pretendía con el blog, por ejemplo). Y la segunda, el hecho de que se trate de un género bastante conservador en el que se repiten una serie de patrones en diversas tradiciones (no lo digo yo solo, por cierto) me hace sentir curiosidad por conocer esas dinámicas y explorar las razones de ello. Y, en fin, en general me parece un género fascinante por lo que tiene de difícil y de contradictorio. 


R.B.: Prosa o verso, verso u oración, métrica o estética… Yo siempre me hago un lío: ¿a qué pijo llamamos poesía? 
J.S.: Ja, ja, ja. Bueno, aquí uno podría ponerse un poco relativista, posmoderno y posestructuralista porque le saliera del pijo (que al final somos todos un poco de las tres cosas, como hijos de nuestro tiempo) y soltar una boutade del tipo: poesía es todo aquello que la gente llama poesía. Pero no. Déjame que me ponga un poco sublime y académico (solo un poco) y use un término que me gusta utilizar porque creo que es revelador: repertorio. El repertorio es el conjunto de reglas y convenciones que rigen el funcionamiento de un género literario en un momento dado de la historia. Esas reglas y convenciones van cambiando con los tiempos, claro está, pero siempre hay algo que permanece… Hoy en día, por ejemplo, la poesía no tiene por qué tener rima (la gran revolución poética de los últimos dos siglos la relegó), pero sí tiene ritmo; también hay poesía escrita en prosa, hay poesía más bien poco estética… El abanico es amplio. Y ahora aún más. Pero, si me preguntas qué es lo que distingue la poesía de otros géneros, yo diría que una especial tensión en el lenguaje que se manifiesta de muchas formas y, sobre todo, una manera peculiar de decir la realidad que traduce a su vez un modo original de ver la realidad. Es en ese viaje entre el ojo y el verbo donde reside la poesía. Yo les digo a mis alumnas muchas veces que, para decir las cosas como todo el mundo, mejor no escribir ni narrar. Pues eso es la literatura, y la poesía es donde se manifiesta todo esto de forma más extrema. 


R.B.: ¿Y tú de quién eres? ¿Retórica o estética? 
J.S.: Bueno, yo soy de las dos… Esto es como decir a quién quieres más, a mamá o a papá, ¿no? Aquí caemos un poco en esas dicotomías falsas del fondo y la forma. Si por retórica te refieres a la textura del lenguaje, al ritmo, por ejemplo, y por estética a la parte más conceptual e imaginista de la poesía, yo suelo preferir una poesía más estética que retórica, porque muchas veces con la retórica se tiende al formulismo y a la puerilidad. Pero al final creo que la separación es un constructo teórico más bien abstracto. 
R.B.: Ñoña, simple, inofensiva… Si la literatura infantil en general ya recibe todos estos apelativos, la poesía infantil es el género más denostado. Dígale algo a todos esos capullos que le restan solera… 
J.S.: Les diría que se han quedado en la superficie de las cosas y que no se han molestado en ir un poco más allá. Pero esta es una acusación con la que lidiamos cada día quienes nos dedicamos a la LIJ. También les diría que en algunos casos tienen razón, porque se publica mucha poesía que se puede calificar con esos tres adjetivos y que no aporta nada de nada ni al género ni a los lectores. Pero eso siempre ha sido así. En novela también se publican cosas muy malas y nadie se rasga las vestiduras por ello. Mala literatura ha habido siempre, para adultos y para niños, como mal arte, mala comida, ropa mala… Peor es que hubiera mala praxis médica o mala ingeniería de puentes y caminos. En la literatura, al fin y al cabo, siempre hay algo de juego serio y necesario, afortunadamente. 


R.B.: En guarderías y jardines de infancia todavía escucho a los niños cantando coplillas de siempre o jugando con adivinanzas y retahílas, ¿por qué cuando crecemos, abandonamos el plano de lo lúdico y lo colectivo y relacionamos la belleza de las palabras con lo serio y lo íntimo? 
J.S.: No sé muy bien por qué, pero yo creo que se produce un desplazamiento ceremonial… en el sentido de que la poesía deja de tener una función, deja de relacionarse con ceremonias nuestras del día a día, como sí ocurre en la infancia, al tiempo que el lector en formación empieza a tener contacto con otra poesía, más lírica y sobre todo escrita, que suele encontrar en los libros de texto y que suele leer en el aula. Ahí hay una fractura muy clara, que es difícil de atajar, sobre todo por la manera en que se "trabaja" (horrible palabra, que entrecomillo a propósito) la poesía en el aula, como detallaré más adelante. 
R.B.: A su juicio, ¿a qué se debe la invisibilidad de la poesía en general? 
J.S.: Otra pregunta difícil… Bueno, hay varios factores, como siempre. Por un lado, está el tema escolar que he apuntado antes: generalmente la poesía se lee en un ambiente encorsetado y además encorsetada ella misma en medio de todo tipo de actividades y ejercicios. No se pide al alumnado que lea poesía para identificarse, para construir una identidad, para que el poema resuene dentro de ellos mismos, sino para que localice las figuras, mida los versos, etc. Eso es un horror, y el horror está en las aulas… aunque no en todas, claro está. Si en esas aulas, además, quien está al mando no es lector o lectora de poesía, el desastre está ya consolidado. 


R.B.: Suscribo sus palabras. No obstante parece que los jóvenes se pirran por los poetas que florecen en Instagram ¿Qué opina de este fenómeno? ¿Están devolviendo las redes sociales cierto estatus social a la poesía? 
J.S.: Es un fenómeno complejo y del que no tengo una opinión muy formada. Pero es indudable que, en medio de lo que ahora Baricco llama la crisis del mediador y de los nuevos paradigmas de lectura, se ha producido un fenómeno por el cual la poesía ha adquirido gran visibilidad a través de las redes. Se trata de un tipo de poesía más bien poco poética (por decirlo así), pero que tiene mucho éxito porque plantea un desahogo directo y algo pueril, dicho sea de paso, pero que conecta en fondo y en medio (las redes) con los jóvenes lectores. No pasa nada. Es poesía comercial, como hay novela comercial, y está bien que sea así. Pero tal vez deberíamos reflexionar y preguntarnos si el éxito de este tipo de poesía – en general de una calidad más que dudosa, y a la que se apuntan a veces hasta triunfitas y triunfitos con la colaboración de un coach literario (sic) que viene a ser el negro de la vida – no es síntoma del fracaso de la escuela como mediadora poética y educadora literaria, como hablaba antes. Ahí lo dejo. 


R.B.: Siempre que hablo de poesía infantil recuerdo aquel sketch cómico de Martes y Trece parodiando a Gloria Fuertes donde la rima consonante era el santo y seña de la mofa. ¿Crees que la poesía infantil se encuentra más sujeta a la rima consonante que la dirigida a los adultos? ¿A crees que se debe? 
J.S.: Lo creo firmemente y lucho por eliminar esa lacra desde mi modesta posición. A ver, la poesía infantil es, como digo yo a veces, una Arcadia, y como tal, inmovilista y un poco anticuada, porque al final la escriben los adultos y por lo tanto plasma la visión que los adultos tienen de la infancia y (más importante aún) de lo infantil. Toda obra para niños lo hace, dibuja un lector modelo infantil que es al mismo tiempo un retrato de la visión de la infancia que existe en una época determinada. Si los adultos creemos firmemente que los niños solo reaccionan positivamente ante cierto tipo de poesía (con ritmo, con rima, etc.) y no ante otros tipos, lo normal es que acaben escribiendo ese tipo de poesía, y lo mismo pasa con los editores que publican ese tipo de poesía. Pero eso es lo mismo que darles a los niños de comer siempre chucherías y el puñetero menú infantil de los restaurantes (una idea que odio). Sin exponerlos a nuevas experiencias poéticas (o culinarias, o de lo que sea) no conoceremos su respuesta lectora. Por eso, tal vez esta predominancia de la rima y todo eso sea un síntoma más de esta etapa de la historia en que la niñez está sobreprotegida y, en cierto modo, confinada, lo cual es una paradoja si luego ponemos en manos de los niños un móvil a los diez años y pueden ver porno, ¿no? La poesía sin rima es mala, pero el porno, no. 
R.B.: ¿Tiene esto que ver con que la poesía dirigida a los niños haya tardado más en adaptarse al verso libre que la poesía adulta? 
J.S.: Tiene mucho que ver con lo que he dicho en la pregunta anterior. A falta de estudios concluyentes (aunque he leído hace poco algunas investigaciones al respecto que arrojan algo de luz), creo que tiene que ver con varios factores. Primero, esa idea tan extendida de que es lo que les gusta a los niños… Vale, sí, les gusta, como les gustan las chucherías, y no les damos eso todo el rato. Segundo, ciertas inercias establecidas del sistema literario ligadas a la repetición de clichés que funcionan. Y, tercero, en general el desconocimiento de ciertos mediadores de lo que ha sido la poesía en los últimos siglos y decenios. Es una combinación compleja, como siempre, pero ahí apunto algunas causas. 


R.B.: ¿Quiénes a su juicio han revolucionado el panorama de la poesía infantil en español? 
J.S.: Aun a riesgo de ser reductor, y de meterme en un jardín considerable, creo que la gran revolución de la poesía infantil en español viene del otro lado del Atlántico. Es solo una intuición, pero que comparto, por ejemplo, con una autora que me gusta mucho y con la que tengo una relación epistolar, Cecilia Pisos, que llegó a las mismas conclusiones que yo… Tampoco hablaría de revolución (es ambiciosa la palabra) en un terreno como este, pero sí que desde el otro lado parecen haber normalizado la relación de la poesía infantil con el verso libre, que es un paso adelante considerable. Al margen de la revolución, hay autores que me gustan… Por ejemplo, María José Ferrada ha logrado crear una voz y un mundo propios que es muy personal y casi intransferible, aunque haya ya una senda que ha inaugurado y por la que transitan otros autores y, sobre todo, autoras. La misma Cecilia Pisos, ya mencionada, es una gran escritora para niños (es argentina). En Italia, recomiendo seguir a Silvia Vecchini, que es una maravilla de autora (su poesía no está traducida al español, creo). Y luego, más que autores, hay libros que son hitos y que van más allá de lo obvio… Podemos hablar mañana de ellos, si te parece bien, pero hablar de revolución me parece un poco desproporcionado. 


R.B.: Sobre el formato en que se presenta la poesía infantil actual creo que el álbum tiene mucho que decir. ¿Qué opinas sobre la poesía ilustrada? 
J.S.: Yo creo que el álbum ha fagocitado en cierto modo la LIJ: su influencia en los últimos años no tiene parangón, y eso incluye la poesía. Ahora mismo, el álbum poético es una de las manifestaciones quizás más interesantes del mercado literario infantil (y no infantil). Pero ante todo hay que hacerse una pregunta: ¿por qué, para qué ilustrar poesía? ¿Qué sentido tiene? Yo me lo pregunto ante cada edición ilustrada de poemas para niños o adultos, porque ilustrar para redundar en el contenido del texto, y no para ampliarlo o desafiarlo, no tiene demasiado sentido. En cualquier caso, ahora hay una corriente favorable a este formato, aunque no todo sea bueno dentro de él. Lo que sí es llamativo es el auge de las ediciones de poesía ilustrada para adultos, que tiene que ver, claro está, con la supervivencia del libro en papel como objeto estético. Está por estudiar este fenómeno, y no descarto dedicarme a ello en el futuro. 


R.B.: Para despedirnos (por hoy, que ya sabes que mañana nos volvemos a ver en la sección Café con monstruos del Instagram de los monstruos) ¿A qué juega Juan Senís? ¿Cuál/es es/son su/s plato/s favorito/s? ¿Y sus libros favoritos? 
J.S.: Yo juego al tenis, cuando puedo, y juego a gustar al personal en general, porque me puede la seducción de todo tipo, como a cualquier tímido. Entre mis platos favoritos están la tortilla de patatas (yo cenaría eso hasta en Navidad, no te digo más), el arroz de cualquier manera (aunque una buena paella es un placer enorme) y todas las legumbres. Ya ves que soy un poco castizo, pero es que me parece un poco hortera eso de hacerte el cosmopolita a través de la comida (perdón). Y mis libros favoritos… Otra pregunta difícil, pero, en fin, podría decirte, así, a bote pronto, la poesía de Emily Dickinson (que es una suerte de milagro lingüístico y conceptual), Proust (que he leído entera la Recherche, en francés, y ya de paso fardo un poco, ja ja), autoras como Willa Cather o Natalia Ginzburg, que están fuera del canon porque narran centrándose más en universos domésticos (como si eso no fuera vida de verdad) … Y Mujercitas, porque fue el libro que me hizo lector… o lectora, quién sabe. Pero, en general, cualquier libro que renueve mi mirada… y da igual que sea para niños o para adultos, al final, que sea poesía o novela. Sin eso, no hay literatura. No existe. Al final, todos queremos que nos cuenten la misma historia de siempre con otras palabras, ¿no? Para burlar la muerte y estar entretenidos e iluminados. No hay más.

Está entrevista continuó en el espacio que los monstruos tienen en Instagram para profundizar sobre títulos y autores de poesía infantil, así como en otras cuestiones de la poesía infantil más actual. Pueden acceder al vídeo AQUÍ o a través del IGTV de la citada plataforma.


Juan Senís (Oviedo, 1975) es doctor en Filología Hispánica y Licenciado en Filología Hispánica e Historia del Arte por la Universidad de Castilla-La Mancha. Asimismo, obtuvo un Diplôme d’études approfondies en la Universidad Paul Valéry / Montpellier III. Ha publicado la monografía Mujeres escritores y mitos artísticos en la España contemporánea (Pliegos) y los álbumes ilustrados Geno (OQO) y Un viaje nunca visto (La Fragatina), así como diversos trabajos en revistas y libros colectivos. Actualmente es profesor en la Universidad de Zaragoza y mantiene el blog sobre poesía infantil Dulce Pepinillo.


jueves, 12 de noviembre de 2020

Adiós, Barbara Fiore


Me acabo de enterar del fallecimiento de Barbara Fiore, la fundadora de una de las editoriales con más garra del libro-álbum en nuestro país. Junto a Francisco Delgado, su pareja y socio en esta aventura de retomar un formato que tantos buenos momentos nos ha dado durante el siglo XXI, creó en la ciudad de Granada un sello con su nombre que nos abrió el universo de muchos autores internacionales y que hoy día son reconocidos por todos en ese viaje a caballo de palabras e imágenes. 


Wolf Erlbruch, Shaun Tan, Jimmy Liao, Suzy Lee, Kaatje Vermeire, Carl Cneut, Carl Norac, Shinsuke Yoshitake, Oyvind Torseter o Luke Pearson me han hecho disfrutar durante todos estos años de andadura en el universo literario. Arriesgadas, incómodas, sugerentes, transgresoras, algunas amables y otras no tanto, las historias que ha traído esta mujer a las librerías españolas, a más de uno se nos han antojado un soplo de aire fresco muy necesario.


Por todo esto y a pesar de no haberla conocido en persona, desde esta casa de monstruos me uno a la pena de su familia y seres queridos, al paso que reconozco el buen ojo y la valía de una joven editora que, si bien no escribió libro alguno, dio alas y voz a los de otros, que es un acto de generosidad más que loable para con ellos y sus lectores. 
Que el viaje te sea liviano, compañera. 


*Todas las imágenes que acompañan este sencillo homenaje pertenecen al libro A propósito de la vida, un magnífico álbum de Christian Borstlap publicado este otoño por Barbara Fiore Editora.

martes, 10 de noviembre de 2020

Estrategias de supervivencia


Últimamente me cuesta hablar del mundo que me rodea. Es un verdadero hartazgo estar siempre con lo mismo… El dichoso virus y sus cuitas, la ley Celaá y su propaganda, Biden vs. Trump, el pelele de Goya, el rey en Bolivia, el aumento del desempleo… Uno acaba aburrido de darle bombo a toda una serie de elementos distractores cuando lo cierto es que nadie nos habla de lo que verdad importa: el nuevo orden. 
No se equivoquen. Si ustedes se piensan que esto va de rojos y azules, de altos y bajos, de feos y guapos, es que están totalmente obnubilados. ¡Que los tiros no van por ahí, melones! Lo que está en juego es nuestro modo de vida tal y como lo conocemos hoy, uno que se resume en disponer del espacio y el tiempo como mejor nos plazca hasta que sobrevenga lo inevitable. 


Auguro que dentro de poco se estarán echando las manos a la cabeza, y no porque no puedan hablar catalán en sus escuelas, que lo harán como lo han hecho todos estos años (si yo fuera ministro lo divertido sería prohibir el castellano…). Tampoco tendrá que ver con el coronavirus, pues gracias a las vacunas (y un buen golpe de talonario del estado) sobrevivirán a sus efectos. 
Seguramente lo que venga esté relacionado con otras miserias, pues el ser humano, imaginativo donde los haya, se las compondrá para idear un nuevo ecosistema mundial con el que empercudir la libertad. Amigos, todo cambiará. Ya lo está haciendo, y aunque ustedes no lo crean, siempre hay lugar para más. No es que desee el mal a nadie, pero llevo un tiempo desgranando extraños comportamientos y nuevas realidades que me asustan bastante. 


Si no le temen a la esclavitud, sigan hacia delante. Yo me bajo aquí. Pensaré cuál es la mejor estrategia para sobrevivir, para no dejarme arrastrar por tanta mierda, que me resbale y salir a flotando para no pisarla a pesar del embate. Sí, hoy me he puesto épico gracias a la mirada de Koichiro Kashima en La historia del arca de Noé tal como me la han contado a mí editada por A buen paso. 
No es para menos, pues en esta reinterpretación del archiconocido pasaje bíblico, el autor nipón se vuelve a sumergir en su particular universo, uno que puede hacerse extensivo al día a día de cualquier niño (N.B.: Hoy ha tocado la hora del baño, pero podría haber sido la de fregar los platos), para traernos una parábola llena de ¿simbolismo? 


El caso es que uno no sabe por dónde pillar una historia a caballo entre la realidad y la ficción, entre lo onírico y lo consciente. Y digo esto porque lo cierto es que ya me gustaría a mí que mi bañera se llenase de personas diminutas, de animales imposibles y un barco con forma de inodoro en el que un hombre biempensante salva un hábitat fantástico (y de paso lo deja como una patena... ¡Con lo que odio limpiar la bañera!). 
Lluvia, olas, e incluso un monstruo marino que utiliza escafandra dan buena cuenta de que nada iguala la inventiva infantil para hacer frente desde lo lúdico, a esa dualidad sucio-limpio (tan temida y odiada por muchos críos) que subyace como último motor narrativo en este libro. 
Sin más, me voy a la ducha para buscar mi propia catarsis creativa con la que resistir al nuevo mundo.



lunes, 9 de noviembre de 2020

Lunes por equivocación


Como me he levantado bastante fresco (ayer empecé a ver la adaptación cinematográfica de La librería y fue tal el sopor que me suscitó, que a las once y pico estaba roncando), me ha dado por pensar en errores. El primero, la película y el segundo, el lunes.
Sin intención de adscribirme a los topicazos, he hecho un esfuerzo por el desvarío para enriquecer así lo poco que nos queda de sabiduría popular, no sea que me tachen de huero y estéril (que nos vamos conociendo). 


Respecto a los errores hay que decir que en el mundo existen dos tipos de personas, los que son capaces de analizar la situación y buscar las posibles soluciones y aquellos que no cambian ni a tiros su perspectiva y siguen errando una y otra vez en el intento, algo que tiene que ver con el pensamiento prefijado, un aspecto de cómo funciona nuestro cerebro. Eso en lo que se refiere a la tortilla de patatas, olvidarse de un cumpleaños o decir un improperio en una primera cita, pues en otras cuestiones, el error tiene miga… 


Imagínense que uno de los científicos que trabaja en la vacuna contra el COVID cometiera un error y cuando nos la inocularan modificara el material genético de nuestras células provocara una enfermedad crónica. Aquí no hay marcha atrás que valga y el error sería tan imperdonable, como el del ingeniero que yerra en el cálculo de las estructuras que conforman un puente o el radiólogo que interpreta mal el resultado de un TAC en un enfermo de cáncer. 


Quizá las equivocaciones con más usía son las creativas. Y no es para menos pues cualquier artista sabe que el error, más que tara, es una alegría. Sobre todo porque abre la mente, establece relaciones desconocidas, juega con el discurso y provee de nuevos atavíos; vamos, como decía Rodari, un gran aliado. Así es como han nacido el Moisés cornudo de Miguel Ángel (¡Lo que consigue una mala traducción!) o el espejo mágico de Un bar aux Folies Bergère de Manet (el reflejo no coincide con lo que se ve en primer plano). No obstante son obras maravillosas donde el gazapo otorga un valor añadido. 


Sobre este último punto nos quiere llamar la atención uno de esos libros con los que me reencuentro en la biblioteca. Como echo mano del blog y veo que no lo he reseñado, hoy les recomiendo Un libro lleno de errores, de Corinna Luyken (editorial Lumen). 
Todo empieza dibujando un ojo más grande que el otro. Un error pequeño que se soluciona haciendo más grande el otro. Pero la cosa no funciona porque nos pasamos y hay que arreglarlo de otra forma: con unas gafas (una idea estupenda). La alegría dura poco y aparecen un cuello larguísimo, un codo puntiagudo y un sinfín de errores más. Unos se solucionan fácilmente y otros no tanto, pero lo importante es que todo empieza a encajar y el resultado es muy evocador, algo que la autora también nos quiere transmitir sobre el concepto subjetivo de la belleza. 


Disfruten de este álbum con pocas palabras y diversas lecturas que tiene un puntito muy juguetón (¡Perspectivas y bucles narrativos al ataque!), que de seguro les hace olvidarse del lunes y todos esos errores insignificantes que han cometido, como por ejemplo, levantarse.

domingo, 8 de noviembre de 2020

El poeta que se fue


Todavía no había decidido con qué versos engalanar la casa durante este fin de semana, hasta que unas palabras atravesaron la ventana: “Miki Naranja ha coronado el Everest”. Y mientras las lágrimas impregnaban Instagram, seguía pensando en la importancia de este mundo al revés. De si es, de si fue. Pues nada queda y todo es. 
Me llevaron a pensar en esos poetas que, buscando nuevos cobijos, aventaron sus trinos en las redes sociales, un medio algo vulgar (decían los académicos) para el ejercicio de la belleza, esa que, paradójicamente, puede estar en cualquier parte. La cosa siguió creciendo, y mientras algunos cayeron por evidentes e impostores, otros siguieron escalando. 
De entre todas esas voces crecidas al amparo de las sociedades del “like”, la única que se atrevió con los poemas para niños, esos que de fáciles son muy complicados, fue la de Miguel Ángel Herranz, y estaría feo que habiendo hecho junto a Lorena Martínez Oronoz un trabajo, a mi juicio, delicioso, no estuviera aquí, más en estos días en los que se nos ha ido, tan joven, tan callado. Por ello, que el aire fresco se eleve y haga volar sus palabras honestas y humanas. 

Mi padre tenía una vespa 
y una librería. 

Me subió a las dos 

y me demostró, sin 
gestas, lo grande 

que es el mundo 

y lo pequeño que era yo. 

*** 

Mi papá insiste 
levantando mucho las manos 
hay que bajar la ropa 
la lavadora no se pone sola. 

Yo ya lo sé: 

nada se quita ni se pone solo 
ni siquiera el sol 

que a pesar de ser tan grande 
necesita que todo el mundo 
siga girando 

a su alrededor. 

Miguel Ángel Herranz alias Miki Naranja. 
Cuestión de tamaños y La lavadora
En: Érase una pez. Pequeños poemas para niños gigantes
Ilustraciones de Lorena Martínez Oronoz. 
2019. Barcelona: Penguin Random House.



jueves, 5 de noviembre de 2020

Con prisas y alguna pausa


Esta semana ha sido de locos. Salir a correr, limpiar la casa (y va y llueve…), trabajar (con este horario tan condensado no hay quien pare), bien de plancha, corregir exámenes, apuntes por aquí y apuntes por allá, comprar viandas, preparar la comida, quedar con los amigos, acudir al dentista (¡esa muela lleva años dándome la lata!) y un sinfín de recados se han agolpado en estos días. Si a ello sumamos un confinamiento inminente, el estrés es doble (hay que ser previsor y evitar las interminables colas). 


Menos mal que no tengo hijos que si nooo… No me quiero imaginar el resultado al combinar mi apretada agenda con un horario infantil de extraescolares y hábitos saludables. En una palabra: demencial. Aunque intento organizarme de la mejor manera para no dejar a un lado temas como el blog o el ejercicio físico (siempre estoy maquinando la mejor manera de optimizar mi tiempo), hay veces que debo rendirme y aparcarlos en favor de las obligaciones. 


Si bien es cierto que al principio me pesa (“Este tema de rabiosa actualidad me encuadraba con este libro” o “Mañana corro el doble), según pasan las horas me doy cuenta que el mundo no se acaba, que nada es imprescindible. Incluso aprendo a disfrutar de ese tiempo haciendo otras cosas o simplemente haciendo nada. La calma y el sosiego se apoderan de mí y me detengo para valorar de otra forma lo que me rodea. 


Precisamente ese es el mensaje que cunde en ¡Deprisa, deprisa! un álbum con mucho encanto y humor de Clotilde Perrin y editado por la editorial Juventud. En él, un chavalín salta de la cama y, raudo y veloz, se viste, se asea y sale pitando de su casa. Coge el bus y después una lancha, todo ello con mucho vértigo y a toda pastilla. Pero las cosas al final no salen como él esperaba y tiene que volver. Al principio va un poco cabizbajo pero conforme contempla el mundo que le rodea y empieza a apreciar la belleza gracias al sosiego y la calma, el paseo adquiere otro cariz. 


El libro en cuestión es bastante redondo y te da en qué pensar, no sólo por la historia, sino también por una serie de recursos que aportan mucha atmósfera a la lectura. Mientras que el formato es estrecho y apaisado dando sensación de continuidad temporal, el texto y la tipografía juegan con el lector-espectador (cuando el protagonista va rápido no hay pausas y cuando va lento las palabras se enroscan en los momentos). 
Y con esto y un bizcocho me despido hasta mañana, viernes, que me apetece rascarme la barriga y desconectar del tic-tac del reloj el resto de la tarde.