miércoles, 3 de febrero de 2021

Un ejercicio reflexivo sobre "la vacuna" (Primera parte)


Para Iván, esperando que estudie y practique la ciencia como un ejercicio reflexivo.

Como de “la vacuna” se ha dicho de todo, pero nadie se ha centrado en lo verdaderamente importante, aquí está el menda lerenda para ejercer de biólogo y enseñarles qué es y cómo funciona. No solo para que dejen de repetir hasta la extenuación todas las sandeces que dicen en la tele, sino para que sean conscientes de ese analfabetismo científico que tan de manifiesto ha puesto el SARS-CoV-2. ¡Allá vamos!


Para el que no lo sepa, un virus no es un ser vivo estricto. Estos gérmenes no están formados por células como las bacterias o los protozoos, pero sí por moléculas orgánicas, mayoritariamente por proteínas -eso de lo que están hechos los batidos de los gimnasios- y ácidos nucleicos -las moléculas que tienen la información para fabricar las proteínas-. Como cualquier forma orgánica, esos entes tienden a perpetuarse, pero como ni comen, ni se relacionan, ni se reproducen por sí mismos, necesitan de otros para hacerlo. Es aquí donde entran en juego nuestras células, unas que el virus utiliza para realizar copias de sí mismo y de paso, jodernos el asunto. El virus, tras penetrar en ellas, utiliza la maquinaria celular para replicarse, las altera, induce toxicidad o incluso se las carga.


Nuestro cuerpo puede responder de dos maneras ante este asalto vírico. Si nuestro sistema inmune reconoce el bicho a tiempo, cosa que ocurre en personas jóvenes o ya inmunes, creará anticuerpos y esa invasión será muy leve o incluso inexistente. Si por el contrario no se da ni cuenta, algo que sucede por ejemplo en personas mayores o con enfermedades cardiovasculares, ya tenemos liada una enfermedad, en este caso la COVID-19, que también puede tener un cuadro clínico inapreciable o muy agudo, llegando incluso a producir la muerte.
Con este panorama resulta interesante disponer de medidas que minimicen los efectos de dicha invasión, sobre todo en el segundo supuesto, es decir, en grupos humanos de riesgo. Para ello se echa mano de terapias que intentan transformar el segundo escenario en el primero, es decir, en preparar al sistema inmune para la posible invasión y que la cosa no se vaya de madre (que incluso así se puede ir: ninguna vacuna es efectiva al 100%).


Entre esos métodos tenemos las vacunas, un procedimiento nada nuevo, ya que las inventó Edward Jenner a finales del siglo XVIII. Lo que sí ha cambiado es su composición, pues ya no incluyen el propio virus muerto o atenuado, ni siquiera los capsómeros u otras partes directas de ese virus. 
En el caso de este coronavirus se ha visto que nuestro sistema inmune reconoce las proteínas que forman las espículas de la cápsida, es decir, esos pinchitos que le dan aspecto de corona, para después producir anticuerpos. Por esto lo que hay que hacer con la vacuna es meter esa proteína S, también llamada “glicoproteína de punta viral”, en nuestro organismo. ¿Y cómo lo hacemos? En vez de meterlas ya formadas, se introducen los genes para producirlas, algo que se puede hacer de dos formas, la razón por la que hay dos tipos de vacunas.
Por un lado tenemos las vacunas de AstraZeneca o Janssen, unos preparados que contienen otros virus llamados adenovirus. Son virus que producen enfermedades comunes (resfriados, por ejemplo) y que son modificados genéticamente para que sean más inofensivos todavía. En su material genético se incluyen los genes que producen esa proteína S para que de esa forma, cuando el virus menos chungo se introduzca en nosotros y se multiplique, también preparará a nuestro sistema inmune ante el ataque del SARS-CoV-2. Unas vacunas clásicas.
Aunque esta técnica se usa desde hace más de una década para producir otras vacunas (sí, la de la gripe, por ejemplo), hay que tener en cuenta que tiene efectos secundarios, sobre todo porque hay un pequeño ataque a nuestro cuerpo y este puede responder con síntomas de una enfermedad común, como la fiebre, el cansancio o la diarrea. Además hay que tener en cuenta que cualquier virus es susceptible de introducir nuevos genes en nuestro material genético y por tanto modificarlo, algo que a la larga puede derivar  en otras enfermedades.


Las "vacunas" (entrecomillo porque todavía no está claro que sean vacunas) de última hornada (Pfizer o Moderna), consisten en secuencias génicas (ácidos nucleicos) del virus que se introducen en nuestras células para que ellas hagan de virus y produzcan en la superficie de la membrana celular las proteínas que, en teoría, desencadenan la respuesta inmune.
Por eso nos inoculan un ARN mensajero, es decir, otro ácido nucleico que es intermediario entre el principal y las proteínas, para que nuestras células, usando su maquinaria, las produzcan y las coloquen en la membrana celular. Una vez ahí, nuestro sistema inmune las reconoce y se prepara para una posterior infección.
¿Todo es tan bonito en este tipo de vacunas? No. Lo primero es que no está tan claro que preparen al sistema inmune, de ahí que se necesiten tantas dosis, y por tanto, no se deberían considerar vacunas, sino más bien terapias génicas. Además de la inestabilidad del ARN mensajero (se deteriora muy fácilmente con las “altas” temperaturas y sufren una rápida digestión celular) y que incluir este y no otro tipo de ácido nucleico minimiza mucho las opciones de recombinación genética con el de nuestras células (que tienen como molécula informacional ADN, muy diferente al ARN mensajero), hay que tener en cuenta otros datos importantes. A pesar de ser ARNs mensajeros modificados con diversos elementos, no dejan de constituir secuencias génicas extrañas que no sabemos cómo interactúan a posteriori con nuestro genoma (todavía no hay evidencias de ello pero nadie nos asegura que existan mecanismos parecidos a los de los retrotransposones o genes saltarines en estos casos).
No se nos debe olvidar que tanto las primeras vacunas, como las segundas contienen excipientes y otra serie de moléculas (fosfolípidos, colesterol, etc.) que en muchos casos desencadenan otras reacciones (por ejemplo, una de cada cien personas sufre cefaleas y vómitos, o una de cada mil personas sufre parálisis facial temporal).


Y ahora me dirán “Todo esto está requetebién, pero ¿tú te la vas a poner?” Todavía no lo sé. Sigo sopesando y contrastando toda la información que me llega y, cuando se acerque el momento, decidiré en base a mis circunstancias. Al fin y al cabo es uno mismo y no los demás, quien pone en riesgo su integridad, tanto si se la administra, como si no, y hay que entender los diferentes posicionamientos basados en reflexiones que abarcan una realidad más amplia que la biotecnología.
En primer lugar no debemos olvidar que, como muchos otros medicamentos que se aprueban con celeridad, estas vacunas están sujetas a un seguimiento adicional y se encuentran en fase IV de farmacovigilancia (así lo catalogan las autoridades sanitarias, no yo), en parte porque se desconocen sus efectos en gran parte de la población, más todavía en menores de 16 años o mayores de 80, así como el tipo de inmunidad que confiere (corto, medio o largo plazo).
Entiendo a quienes creen que la ciencia no es perfecta y que el “tecno-optimismo” (busquen el término para más información) es un lastre -como cualquier otra religión-. 
Entiendo a quienes hablan de la responsabilidad de los científicos y también de su imperfecta humanidad (¿Les recuerdo el papel que tuvo Einstein en la construcción de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki?). 
Entiendo a quienes esgrimen que hay otros fármacos que suponen riesgos más graves para la salud y sin embargo, utilizamos. 
Entiendo que los grupos de riesgo se vacunen, pues deben minimizar el impacto de un posible contagio. 
Entiendo a todos aquellos que no quieren ver las vacunas ni en pintura ya que muchas de ellas se relacionan con patologías tan variadas como el síndrome de Guillain-Barré, la trombopenia, varios tipos de encefalitis o el autismo. 
Entiendo a quienes no quieren engordar a la industria farmacéutica, la tercera en volumen de ganancias tras la energética y la armamentística cuyos principales clientes son los gobiernos de medio mundo (por algo será…).
Pero sobre todo entiendo a aquellos que no quieren ceder ante la presión política y mediática que se está realizando para la vacunación masiva (nada tiene que ver con la preventiva). Que si nos van a poner una estrella de David en el pecho, que no nos van a dejar viajar o que nos imposibilitará encontrar curro (¡Cómo si no hubieran sembrado ya el suficiente miedo!). Listas negras, dedos que señalan, vecinos increpando y linchamientos públicos. Posicionarse en contra de la coerción y coacción sobre la ciudadanía también es una elección. Hacer caso omiso de Ana Obregón, no compartir las peroratas de influencers pseudo-científicos, obviar las campañas publicitarias encubiertas, sus batas de médico y de todo tipo de señuelos comerciales para convencer al populacho, es igualmente respetable. Sobre todo cuando nadie habla del consentimiento informado que te hacen firmar si optas por inyectarte la vacuna (para los políticos, lo primero es obligarte y luego quedar exentos de cualquier responsabilidad…) ni de la locura que supone administrarla a toda la población (¿Es necesario que los menores de 30 años se vacunen? ¿Y los que ya han pasado la enfermedad? Pregunto).


Si después de haber leído todo lo anterior deciden ponérsela, lo entenderé, y si no, también. Dentro de unos cuantos meses, cuando tengamos datos sobre la mesa, retornaré a esta reflexión en una segunda parte y hablaremos largo y tendido de cómo han ido las cosas. No obstante, hoy por hoy entenderé cualquier elección lógica, pues en eso consiste el juego de la libertad: en elegir siendo conscientes de lo que inyectan o no en SU hombro.

***
Las imágenes que acompañan este post están extraídas de Cómo funciona el cuerpo, un libro informativo de David Macaulay (editorial Océano Travesía) que les recomiendo, tanto por su gran calidad gráfica, como por su contenido científico (fue asesorado por expertos en la materia) y que puede adaptarse a lectores del último ciclo de primaria hasta el ámbito preuniversitario. Una de esas joyas a las que nos tiene acostumbrados este autor de ficción y no ficción, y con gran aceptación entre el público anglosajón desde que fuera publicado hace más de trece años. 
¡Y den las gracias a María Dolores por sus lindas manos para sujetarlo!

lunes, 1 de febrero de 2021

Impregnarse de la naturaleza

Con esto de cerrar los bares, los centros de salud y las grandes superficies, la gente no sabe dónde acudir ni qué hacer. Los tres pilares del ocio colectivo del siglo XXI se han esfumado y más de uno va a sufrir un telele. Y claro, con tal de no aguantar al yerno, a los críos o a la parienta, ¿dónde se han lanzado? Pues al campo, que es gratis y mu' bueno. Caminata tras caminata se depuran los higadillos, se oxigena el pellejo, cogemos colorcete y los bronquios aprenden qué es el aire fresco.


Lo mejor de todo viene cuando te encuentras a algún conocido que, aparte de recordarte que el tipo de mascarilla que llevas no es el adecuado para una buena protección (ojalá a más de uno le diera un pasmo con su FFP2 en plena naturaleza y sin un alma rondando en kilómetros a la redonda), te comenta lo dichoso que le ha hecho saber que en el campo hay pájaros trinando. De traca.
Sinceramente, la vida moderna nos está alienando, afectando seriamente al cerebro. Nos ha vuelto completamente subnormales… Sí, caris, los pájaros cantan, las higueras dan higos, los almendros, almendras, los conejos viven en sus madrigueras, el musgo señala el norte, las plantas heladas brotan de nuevo, el madroño y el algarrobo conservan sus hojas todo el año, el romero florece en invierno, el hielo resbala y la nieve se congela. Welcome to the party!


Y no es que me haya levantado especialmente irónico en este lunes ventoso, solo les hago partícipes de algunas de las respuestas que he tenido que dar a más de un incauto en estos días de vorágine campestre. Cuestiones que no constituyen parte de mi formación científica, sino de la mera observación. Que la naturaleza enseña con sólo mirarla, mentecatos. Así que déjense de tanta contemplación y tomen nota.


Para que empiecen a practicar la curiosidad, les dejo con Una piedra inmóvil, el álbum de Brendan Wenzel que publicará Océano Travesía los próximos meses y que me ha dejado maravillado. No es de extrañar, pues este hombre tiene gran facilidad para ayudarnos a observar el mundo que nos rodea desde diferentes perspectivas, algo que ya nos dejó claro con El gato Mateo va de paseo, un álbum excelente que pasó muy desapercibido en nuestro país (el título que le propinaron no le hizo favor alguno…).
En esta ocasión, Wenzel centra la mirada en una piedra y todo lo que acontece a su alrededor. Toda una corte de seres vivos desarrollan sus quehaceres en torno a ella y conforme pasamos las páginas empezamos a comprender que ese objeto que en principio es totalmente inerte, rebosa dinamismo por los cuatro costados, siendo testigo de los cambios que sufre el ecosistema que se transforma a su alrededor.


Con una prosa poética que realza esta serie de ilustraciones, el autor hila una narración disyuntiva que, además de contemplar la naturaleza como mero espectador, también interpela al lector en un recorrido introspectivo para consigo mismo, de manera que se adhiera al escenario y forme parte de él.
Recursos como las viñetas, juegos de perspectivas, contenidos de no ficción (zoología y ecología), unas guardas que son canela fina (¿Saben qué es eso que cubre la roca de la guarda posterior?) y todo tipo de planos, se unen con una técnica mixta muy particular en pro de un libro muy agradable, potente y delicado.



jueves, 28 de enero de 2021

Contemplar el horizonte


Ya nos están avisando de que queda poco. El futuro se aproxima y ya nada lo detendrá. Vaciaremos los hospitales y llenaremos los bares, las salas de conciertos y los teatros. Bullirán las avenidas, los centros comerciales, las playas y los aeropuertos. Y sobre todo, pondremos cara a la euforia del siglo XXI. Lo anuncian por todos lados: el principio de la vida se acerca (en el caso de que mantengamos el puesto de trabajo y un poco de poder adquisitivo, claro).
O al menos, eso quieren hacernos pensar… ¿Por qué? Vete tú a saber lo que tienen en mente o en sus agendas, el caso es que les interesa lanzar una serie de arengas (cada cosa por su nombre) que me producen, tanto miedo, como urticaria. Fíate tú de los líderes mesiánicos.


No se equivoquen, desde tiempos inmemoriales los poderosos engalanan los relatos, sobre todo si estos cojean (véase el caso), para alimentar a las masas hastiadas. Condecorar a los héroes, henchirnos de orgullo, alabar el sacrificio de la tropa y honrar a las víctimas… Lo peor de todo es que muchos los creen. Porque quieren, porque lo necesitan.
Cada vez que escucho consignas como estas, me dan ganas de emular a Campodetenis, el egipcio de Asterix legionario, y dedicarles un sonoro ¡Tururú! Y no porque no crea que se le pondrá coto a la pandemia, sino porque ese cariz épico (además de empalagoso) sólo vale para tildar de cierto efectismo los telediarios, las películas de romanos y las series fantásticas, que al fin y al cabo, es lo que nos va: la ficción.


“El fin de la guerra está cerca” me dicen. “Será el de la vuestra” contesto. Porque yo miro al día cada mañana. No me hacen falta las pandemias para enfrentarme al tiempo, pues cada hoja del almanaque es una afrenta. Cada día tiene un alba y una puesta. Dichosos aquellos que las encaran y contemplan. Y al que se parapete tras lo que otros decidan, mi más sinceras condolencias.


El caso es que me producen cierta lástima. Encerrados en sus casas, esperando el toque de corneta. Asomados a ventanas desde las que sólo puedes ver coche-calle-coche… Por eso y mucho más aquí les traigo un poco de alivio, pues
Horizonte, un librito maravilloso de Carolina Celas publicado estos días por La Topera Editorial es un bálsamo para el aislamiento.
Como su propio nombre indica, Horizonte, es un álbum que se centra en esa línea que se dibuja a lo lejos (bueno, quizá también cerca que hay horizontes muy figurados). Explícito sobre el mar, oculto tras las montañas, patente o difuso, real o ficticio. El horizonte se abre camino en este libro optimista sobre las perspectivas y el futuro, sobre la necesidad de buscar y la satisfacción de encontrar.


Centrada en una línea que se dibuja en mitad de cada ilustración, esta narración poética e intimista nos propone un diálogo introspectivo conforme vamos alargando esa recta horizontal. Pasamos las páginas y contemplamos un eje que adopta muchos semblantes, como transita en el tiempo y el espacio. Colores vibrantes y formas orgánicas se disponen en la arquitectura de cada escena donde un personaje protagonista sirve de nexo de unión entre lector y escenario, que nos acompaña en este viaje reflexivo.
Y si llega el día que mirando hacia dentro son capaces de ver lo de fuera, acuérdense de este libro y piérdanse en la sencillez del horizonte.

martes, 26 de enero de 2021

De sociedades líquidas y ascensores transformadores


Pa’ La Llorona. 

Hace un tiempo que Zygmunt Bauman me viene rondando la cabeza. Un cúmulo de cosas me llevan a pensar que quizá tenía razón y que sus teorías podrían ser válidas aunque en principio no las tomara muy en cuenta en esto de la modernidad, más que nada porque 1) huyo de todo aquel que sea foco de opinión (cuando este señor murió hace años a todos los progres les dio por tirarse pedos de colores a costa de sus reflexiones) y 2) desde mi perspectiva social veía muy lejanos sus axiomas.
Para los que no estén familiarizados con la filosofía de este polaco nacionalizado británico les diré que, entre otros, acuñó el término “modernidad líquida”, un contexto donde las relaciones sociales pierden solidez, pues la identidad individual pasa por una constante adaptación de nuestros valores, siempre auspiciada por factores como las redes sociales, el consumismo o el colectivismo. 


En términos sencillos, Bauman ve en los bienquedas, los borregos y los caprichosos, un nuevo biotipo que huye de los principios –morales o no- y se apunta a todo aquello que lo beneficie. Los ejemplos búsquenlos en preguntas como ¿Por qué ha cambiado tanto el concepto de amistad? ¿Por qué triunfan las compras on-line? ¿Por qué todo el mundo se apunta al postureo de los #metoo y #blacklivesmatter? 
He de confesar que en 2017, cuando murió, no me gustó nada el cariz que adoptaron los alegatos que ensalzaban su obra (de tanto relacionarlo con el buenismo social se me hizo bola), pero ahora que habito otro contexto más real, el de la pandemia, coincido bastante con su visión, sobre todo porque constato día a día el aislamiento afectivo al que nos hemos abocado durante las últimas décadas. 


Nos pirramos por parecer más comprometidos, por entender y empatizar con todo y todos. Despreciamos instituciones básicas como la familia o el matrimonio, pero confiamos en otras mastodónticas como el estado o los organismos internacionales. Apoyamos causas que ni nos van ni nos vienen, pero nos pasamos el día jodiendo al vecino. Consideramos necesarios bienes que no lo son y compramos compulsivamente para alcanzar una felicidad irreal. Nos parapetamos tras el Whatsapp o la pandemia para no afrontar los conflictos cercanos. Somos incapaces de abrazar a nuestros hermanos o llorar junto a los seres queridos, y mientras tanto, buscar refugio en terapeutas y desconocidos. Alimentamos nuestras carencias a base de “me gusta” y palabras vacías. Nos enfrentamos a nuestros complejos desde la complacencia, las consignas y la corrección política. Renunciamos a ser humanos. 
Déjense de milongas pues no hay más ciego que el que no quiere ver. No sé qué les parecerá a ustedes pero yo creo que estamos hechos unos gilipollas y que estaría bien ir pensando en darle unas vueltas al asunto, quitarse la venda de los ojos, dejarse de tanta autocomplacencia y vivir. 


Nos hemos acostumbrado a que la vida sea como un ascensor abarrotado de gente, a ocupar 30 cm3, no despegar el pico y esperar impacientes a llegar a nuestro destino sin más contacto que el del aire que respiramos. Algo en lo que la siempre sorprendente Yael Frankel se ha centrado para desarrollar El ascensor (editorial Limonero), una doble historia sobre las relaciones que se establecen entre los habitantes de un edificio que coinciden en un ascensor medio escacharrado que ejerce de máquina transformadora. Seis personajes en busca de humanidad que gracias a dos bebes, una tarta y una fábula hermosa, tejen un vínculo especial que perdura en el tiempo y que tienen como protagonista a un niño tímido que acompañado de su perro, ejerce de primer narrador. 
El formato, alargado y vertical, es el más adecuado para una narración que sube y baja. Las ilustraciones en blanco y negro con unas mínimas pinceladas en rojo, además de encontrar en un damero el recurso ideal para construir los distintos pisos, sugieren un universo desdibujado que se llena de las técnicas variadas que utiliza la autora argentina. 


Todo se combina para erigir un relato donde realidad y fantasía se cogen de la mano, se funden en una suerte de cuento sobre personas solitarias que se encuentran en un viaje mínimo, y que, lejos de ser el fiel espejo de todo lo que he contado sobre esas relaciones líquidas, supone un canto esperanzador sobre el encuentro tangible y todo lo que nos pueden ofrecer los demás. 
No se olviden de buscar las metáforas, las coincidencias, los pequeños detalles (¿Lleva el protagonista el globo durante todo el trayecto? ¿A qué les recuerda el tocado del señor mayor?), pero sobre todo, no dejen escapar esa sorpresa cumpleañera que se esconde en la guarda trasera. 
¡Feliz semana!

sábado, 23 de enero de 2021

Pequeña selección de cómic infantil y juvenil actual


Algo está pasando con el cómic infantil. Como sucede con otros géneros de la Literatura Infantil, son cada vez más las propuestas de cómic y novela gráfica para niños y adolescentes que podemos encontrar en librerías y bibliotecas (sólo tienen que acudir a este monográfico, las selecciones del 2018, del 2019 y del 2020 para darse cuenta)
A ello hay que añadir que también ha empezado a diversificarse de una forma pasmosa. Tanto es así que si hace unos años la mayor parte del cómic y la novela gráfica se centraba en la ficción, últimamente encontramos algunos cómics dedicados a la no ficción, algo que podrán observar en la pequeña selección de hoy. 
Como siempre, presento los títulos en orden de complejidad lectora creciente (es una sugerencia, evidentemente), incluyo un resumen con comentarios sobre cada uno de ellos y señalo mis propuestas favoritas con las ya clásicas tres estrellas. 
¡Que la disfruten! 

FICCIÓN 



Jaume Copons y Liliana Fortuny. Bitmax & Co. Combel. Empezamos con una serie de de nuevo lanzamiento cuyo protagonista principal es Bitmax, un robot rescatado del camión de la basura y puesto a punto por un oso y un ratón. Mucho humor blanco y situaciones alocadas en un cómic de tipo coral en el que caben todo tipo de personajes animales (y algún que otro imaginario) en un bosque que promete ser el escenario de sorpresas y más de una carcajada. 


Emily Tetri. Tigresa contra pesadilla. Astiberri. Pasamos a otro cómic para primeros lectores en el que una tigresa y su amigo monstruo vencen a cualquier pesadilla que haga aparición en mitad de la noche. Bueno, a cualquiera no, pues una bastante terrible se les resiste. ¿Lograrán acabar con ella? Para saber el desenlace tendrás que leer esta historia donde superación personal y amigos imaginarios tienen mucho que decir. 


Marco Paschetta. Lucero. Thule. (***) Continuamos con Lucero, una criatura con cuernos que se topa con Gajo, un pececillo que se dirige hacia el mar. Como Lucero nunca ha ido más allá del bosque, decide acompañarlo en su viaje. Una historia con fondo ecologista y crecimiento personal en un escenario con formas orgánicas (me recuerda bastante al trabajo de Ruzzier) y numerosos animales como artistas invitados. 


Ashley Spires. Binky agente espacial. Juventud. Llega Binky, un gato muy doméstico (tanto que no ha salido nunca de la casa de sus dueños) que decide hacerse agente espacial para explorar el espacio exterior, uno lleno de moscas… ¡Ups! ¡Quería decir extraterrestres! Recibe su carnet y empieza a construir su nave espacial. ¿Cumplirá su sueño? Una historia muy simpática llena de humor absurdo que habla de emancipación y cariño familiar (¡Que tiene incluida serie de animación!)


Romain Pujol y Vincent Caut. Avni animal verdaderamente no identificado. Astiberri. (***) Tomando como excusa la llegada de un nuevo alumno, este cómic narra el día a día de una escuela de primaria a la que acuden un buen puñado de animales que quedan sorprendidos por la imaginación de Avni. Estructurado en episodios de dos páginas, se adentra en temas como el acoso escolar, las diferencias culturales y la amistad. Bonito y muy simpático. 



Guillaume Perreault. El cartero del espacio. Juventud. (***) Bob es un cartero espacial. va de planeta en planeta repartiendo la correspondencia. Un día su jefe le cambia el recorrido y tiene que visitar nuevos rincones de la galaxia. Un planeta lluvioso, otro a rebosar de trastos e incluso uno lleno de furiosos perros. Cada entrega es una nueva y peligrosa aventura para un cartero que no está acostumbrado a los sobresaltos. Con moraleja y guiño metaliterario, esta es una de las historias de este personaje fantástico.


Wilfrid Lupano y Stéphane Fert. ¡Que empiece el espectáculo! Juventud. Conectando circo y dictadura, este cómic breve se abre camino entre los lectores defendiendo la espontaneidad frente a la rigidez, lo colorido frente a lo gris. El circo llega a la ciudad. Empieza el espectáculo y el general ve en cada uno de los números una amenaza para sus normas. Así hasta un ataque de risa desorbitado pone las cosas en su sitio. Da en qué pensar y afila la mirada. 


Cristina Portolano. Soy mar. Liana Editorial. (***) Llegamos a uno de esos libros donde el surrealismo y lo onírico se tienden la mano para contar una historia donde el paso a la pubertad y la imaginación infantil se desbordan en mitad del océano. Mar quiere sacar a Franky, un pez payaso, de la pecera, pero la abuela no le deja. Llega la hora de dormir, Franky adopta forma humana y la lleva con él para vivir increíbles aventuras. Extraño, inquietante y metafórico. 


Deborah Marcero. En un tarro de cristal. Astronave. (***) Liam colecciona todo tipo de objetos que mete en tarros de cristal. Un día conoce a Evelyn y juntos continúan recogiendo el arcoíris, el murmullo del mar… ¡Un momento! ¿Pero todo eso se puede guardar en un frasco? Tierna y agridulce historia de amor-amistad que se centra en desarrollar la capacidad para construir y acumular recuerdos inolvidables que perduran a pesar de la distancia. 


Camille Jourdy. Las Varamillas. Astronave. (***) La penúltima de las recomendaciones del apartado de ficción es una de esas novelas gráfica donde conviven lo extraordinario y lo cotidiano, el surrealismo y lo humano. Esta es la historia de Jo, una nueva Alicia que, con tal de no aguantar a parte de su familia, se aleja del lugar donde se celebra el picnic, para encontrarse con unas extrañas criaturas que, como el conejo blanco, la conducen a un universo extraordinario donde vivirá aventuras inolvidables. Genial y desbordante. 



Magnhild Winsness. Shhh. Liana Editorial. (***) Terminamos esta tanda de cómic de ficción con una novela gráfica para preadolescentes. Como todos los veranos, Hanna va a pasar el verano con sus tíos y sus primas, Siv y Mette, sumergiéndose en una serie de sucesos que la cambiarán para siempre. En una narración donde el silencio habla por sí solo, nos internamos en las vicisitudes de quizá la edad más compleja gracias a una tríada que representa sus tres estados emocionales más marcados: inocencia, curiosidad y rebeldía. 


NO FICCIÓN 


Leire Salaberria. La familia panda. Somos uno más. Beascoa. Siempre que llega un nuevo miembro a la familia, las cosas dejan de ser como eran. Es lo que le sucede al pequeño panda rojo con su hermanita. Un cómic que a caballo entre la ficción y la no ficción recoge fielmente situaciones cercanas sobre los celos infantiles y el proceso de adaptación que suponen los hermanos menores. Sintético y bien traído para padres temerosos.


Kalle Johansson y Lena Berggren. ¿Qué es en realidad el fascismo? TakaTuka. (***) Basado en la exposición de hechos históricos, esta novela gráfica nos presenta algunas de las estrategias que los diferentes regímenes políticos desarrollaron durante la época de entreguerras. Ilustraciones realistas que en ocasiones son copias de fotografías y un relato secuencias y dinámico, abre el debate entre los lectores de esta obra. 


Yual Noah Harari, David Vandermeulen y Daniel Casanave. Sapiens, una historia gráfica. Debate. (***) Tanto si fueron uno de los 27 millones de lectores que tuvo este ensayo, como si no, seguro que disfrutan de un cómic que se adentra en diversas líneas de estudio de la evolución humana como la del mestizaje y el reemplazo. Echando mano de dos pesos pesados de la novela gráfica, es un buen momento para recomendarlo a adolescentes en ciernes y futuros antropólogos. 




jueves, 21 de enero de 2021

Desconocidos y bienpensados


Tras el pequeño experimento que realicé ayer en forma de encuesta sobre mi universo personal, concluyo con que ninguno de mis conocidos en las redes sociales me conoce al milímetro. Tampoco importa, pues si uno mismo es el único que tiene la llave de acceso, sería de incautos eso de abrirse en canal y aventar cada uno de los propios secretos. 
Soy consciente de que despisto mucho (la respuesta sobre mi álbum favorito era bastante desconcertante, pero siento decirle que los gustos, muchas veces, no tienen que ver con la lógica), pero no entiendo qué ha llevado a muchos participantes a considerar que viviría en Berlín o que he estudiado filología hispánica, más que nada porque he repetido hasta la saciedad que soy biólogo y que me encanta Londres como gran ciudad. 


Sí, reconozco que había preguntas muy difíciles que necesitaban de una relación estrecha para poder dar en el clavo (y ni aun así, ¿eh, Peibol?). No obstante el resultado ha sido bastante curioso, pues he constatado que las redes sociales, aunque son un medio un tanto superficial y fácilmente manipulable, sirven para empatizar con otros a pesar del desconocimiento y la distancia. 
Sigue siendo necesario el cara a cara, las miradas y el contacto. Afianzamos conceptos, descubrimos mentiras en los gestos, en comentarios de soslayo. Fijarnos en la cadencia de la voz y su entonación para despejar incógnitas que presuponemos ciertas. Y aun así, aunque todo eso suceda, habrá misterios que sigan escondiéndose tras cada ser humano. 


Es ahí donde entra en juego nuestro cerebro. Funciona a su antojo, se toma licencias argumentales y ubica las piezas que faltan en los huecos de un relato, de la cara que se esconde tras la mascarilla (¿Se han dado cuenta que con el bozal creemos que todo el mundo es más guapo?) o incluso en mi perfil de Instagram. Es así, imaginamos y damos forma a lo desconocido. Presuponemos y nos anticipamos, jugamos y soñamos. Porque sin eso no hay ilusión, y de paso, tampoco vida. 
Algo similar es lo que sucede en Querida tú a quien no conozco, un pequeño álbum de la autora francesa Isabel Pin y editado por Lóguez estos meses, en el que la protagonista se dedica a imaginar cómo será el primer encuentro con la niña recién llegada al colegio. La directora dice que viene de otro país y habla otro idioma, así que nada mejor que invitarla a merendar y conocerse. La anfitriona se hace su composición de lugar: pasteles, café, terrones de azúcar y hasta flores. No deja nada al azar, pero sí a la amistad. 


Muchos ven un canto a la hospitalidad en un libro donde también tiene cabida la migración y la crítica social, pero yo prefiero centrarme en esa amistad que rompe una lanza por lo sincero y lo humano, dejando a un lado la negatividad de unas suposiciones que, casi siempre, son poco halagüeñas por culpa de los prejuicios. 
Lean y después, si se atreven, pueden hacer como ella y enviarle una carta a ese o esa que ven todos los días en la parada de autobús o en la taquilla del cine. Seguramente acierten poco, pero serán muy felices.



lunes, 18 de enero de 2021

Vaciar la maleta, llenarte de recuerdos


Conozco gente de muchas esferas y condiciones. Desde pequeños burgueses hasta peones agrícolas. Gente con varias carreras y muchos sin el graduado escolar. Altos, feos, exuberantes y destartaladas. Ordenados y caóticos. No suelo desechar a nadie porque todos me interesan. Me gustan las personas. 
De entre todos ellos siento verdadera debilidad por los extranjeros. Venidos de tierras lejanas por culpa de la desdicha o por amor, despiertan mucho entusiasmo en mí, no sólo por el exotismo que desprenden, sino por esa curiosidad que he cultivado desde la infancia. 


Me da igual de donde sean. Marroquís, argentinos, brasileños, ingleses, suecos, alemanes, senegaleses, sudafricanos, japoneses, chinos, peruanos o canadienses. La cuestión es que amplíen tu perspectiva. Seguramente todo viene de cuando mi padre metía a los mormones en casa para preguntarles cosas sobre Utah (hace décadas era bastante difícil encontrar estadounidenses por estas tierras) o de aquel invierno en el que vino al colegio la prima finlandesa de una amiga y con la que estuve carteándome durante un tiempo. 
Tampoco hay que ir de progre ni enrolarse en una ONG, que el buenismo es un gran lastre , pues diferencias y choques también enseñan. El caso es exponerse, dejarse leer. Si germina, cojonudo. Y si no, tan amigos. El gusto es conocerse y ver qué nos ofrecemos. 


Todo es un aprendizaje. Palabras, comida, lugares, costumbres o ropa. Todo es susceptible de empaparnos. Tanto ellos, como yo, que para eso somos esponjas. Muchos no han visto la nieve, otros tampoco han sufrido los rigores del verano, ni probado el atascaburras. Disfrutar de las tardes de feria, de sus mañanas y el olor a mojado, degustar el gazpacho manchego, entender nuestro humor negro o entender palabras como gobanilla, casquera o el ¡ea! tan manido. 
Ahora que lo pienso, esas son algunas de las cosas favoritas del sitio donde nací. Lo peor de todo es que muchas no las puedo llevar conmigo porque hay que disfrutarlas in situ. Lo único que nos queda es hablar de ellas, recordarlas y ofrecerlas para que se conviertan en las cosas favoritas de otros llegado el momento. 


Todo esto y mucho más, es lo que me he planteado gracias a No sin mis cosas preferidas, un álbum de Sepideh Sarihi y Julie Volk publicado recientemente por Lóguez y que obtuvo el premio Bologna Ragazzi en la categoría de ficción. Cuenta la historia de una niña cuyos padres deciden marcharse a otro lugar. Ella decide hacer una selección de todo aquello que tiene que llevarse. Una pecera, una silla que le hizo su abuelo o el conductor del autobús escolar son algunas de sus cosas preferidas. Lo peor de todo es que no caben en la maleta, de tal forma que idea la manera de llevarlas hasta su nuevo hogar. 


Con técnicas tradicionales donde prevalece el lápiz de grafito y pinceladas de los colores primarios (amarillo rojo y azul), se nos presentan unas ilustraciones llenas de detalles (fíjense en las marcas sobre el marco de la puerta) que nos hablan más allá de un texto que podría servir para diferentes situaciones geográficas. Es así como oriente y occidente se encuentran en las páginas de un libro donde abundan los silencios, la tristeza y la esperanza. Amplios espacios en blanco y composiciones llenas de simbolismo (maletas confundiéndose con edificios o ventanas gigantes) son un valor añadido en una historia sobre migración y encuentros, no sólo con un mismo, sino con el futuro que llegará y nos abrirá puertas a nuevas cosas preferidas.