España cae siete puntos en comprensión lectora. ¿Les extraña el titular con el que nos hemos levantado? A mí lo más mínimo. Lo que me parece peliagudo es que, según apuntan los informadores, se deba al cierre de los centros educativos durante la pandemia. Como si la responsabilidad de que en este país se lea, la tenga única y exclusivamente la escuela.
Aquí siempre haya algún tonto al que endiñarle el muerto. ¿Acaso solo leemos los maestros? Manda huevos que ni la sociedad ni las familias estén metidas en el ajo de la lectura. Todo recae siempre sobre los mismos. Una concepción que procede del más asqueroso paternalismo de estado que, coadyuvado por ese menosprecio tan español al funcionario, sigue denostando la labor del trabajador público. Así nos va.
El otro día me decía un gilipollas que tengo como amigo, que él, por el hecho de ser padre, tendría que pagar menos a la hacienda pública (a pesar de estar en el negocio de las multipropiedades... ¡Ejem!). Es decir, solo por el hecho de traer criaturas al mundo, algunos se creen con el derecho de tener un mayor status social. Porque lo valen. Les han vendido la moto de que el estado va a cuidar de ellos, que no les va a faltar de nada. Pondrán todos medios a su alcance, incluidos médicos y maestros. A sus pies.
En vez de pensar que la escasa formación de las familias fue la que lastró a los críos durante la pandemia, que la educación formal les sobrepasaba, que carecían de conocimientos y estrategias con las que enseñar a sus hijos desde casa, prefirieron cargar con el sambenito a unos docentes que se vieron atados de pies y manos en sus hogares a base de limitaciones.
Quizá sea ese el razonamiento correcto. Admitir de una vez por todas que muchos padres existen en la más absoluta ignorancia y que prefieren vivir preocupados por comuniones y otros eventos en los que puedan estirar el cuello, a participar del proceso de enseñanza de sus hijos. O eso, o gritar, encerrarlos en sus cuartos, imponer castigos de los que se arrepienten demasiado pronto, echar balones fuera e intentar vapulear a los únicos que, desde una posición todavía comprometida, intentan hacer algo por abrirles la mente.
Detrás de esto y una vez más, las dobleces triunfan en una sociedad abocada a la impostura, al quiero y no puedo, exhibicionista y pecadora, absurda hasta el punto de decir basta.
Lo dicho: de aquellos barros, estos lodos, pero de pandemia, ni hablar.
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N.B.: Todas las imágenes que acompañan a este post son obra de Quint Buchholz y algunas se incluyen en El libro de los libros y En el país de los libros, ambos publicados por Nórdica.
2 comentarios:
Bellísimas ilustraciones
Hola, soy profesora de Lengua y literatura en Chile y empaticé completamente con tu comentario. En mi país también vemos caer estrepitosamente las cifras respecto de la comprensión lectora...cada vez que recibimos los resultados de las evaluaciones estandarizadas es como si nos pusieran una lápida encima y en muchas bocas resuena la idea de que es la escuela la única responsable de la situación. Sin duda un tema para debatir.
Me encanta tu blog, aprendo de él todo el tiempo.
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