lunes, 20 de mayo de 2019

Buscando la identidad



Se acerca el final de curso y no hay nada mejor que los trabajos en grupo para terminar de salir loco. Con tanto ruido (¡Nenes! ¡He dicho “colocad las mesas por grupos”, no que provoquéis un terremoto!), tanta cartulina y lápices de colores (la cuestión es usarlos todos sin excepción), tanto ordenador portátil (¿Me habéis visto cara de informático?), tanto “lettering” (estas chicos de hoy día siguen tan puestos en caligrafía y rotulación como los de antaño), tanta cartulina y tanta enciclopedia, uno pierde la conciencia.


Si a ello unimos los efluvios corporales que van llenando las aulas, la cosa es para caerse en redondo y despertar amnésico… ¿Quién soy? ¿Qué ha pasado? ¿Y ese tufillo tan extraño? ¿Dónde decís que estoy? ¿Extraterrestres o caminantes blancos? ¿Vais a fagocitarme?... Sacudo la cabeza como los canes y me despejo de tan peliagudo asunto mientras mis alumnos siguen a lo suyo (por ellos, como si aparece por la puerta el mismísimo ejército de Anibal…).


A veces tampoco hace falta mucha mandanga para perderse, pues es un ejercicio la mar de saludable pensar (de vez en cuando, claro está, que tomar las cosas con vicio puede tener un efecto muy nocivo) en nosotros, dejarnos llevar por cuestiones profundas, tenernos en cuenta. Unos lo llaman meditación y otros calentarse la cabeza, pero los resultados son similares. Y si además nos ayudamos de un libro como el de hoy, el producto seguro que incluirá más de una sonrisa.


¿Quién soy yo? de Paula Vásquez y editado recientemente por Loqueleo Santillana, se interna en ese juego del existencialismo. Como ya hemos apuntado en otras ocasiones, el tema de tomar consciencia de quien es uno mismo a través de los juegos de páginas es una constante en la literatura infantil de prelectores y primeros lectores.
Bien intercambiando solapas, bien añadiendo características de diferentes personajes, bien mutando la fisionomía de un personaje –recurso en el que se basa este libro-juego-, el lector no sólo identifica lo que estaba buscando (recordemos que nos lo pasamos como enanos con los equívocos), sino que ve su propio reflejo en ese proceso de cambio.


Es así como el animal fantástico que protagoniza esta aventura sobre el papel, nos invita a adentrarnos en nuestro subconsciente de una forma fantástica, imaginativa e incluso paródica, tanto es así que algunos lectores claman en voz alta, dialogan con él, como el niño que clama entre la muchedumbre que el emperador va desnudo. Nos reímos con él, de él, de nosotros mismos, y eso, oíganme, es un regalo.

viernes, 17 de mayo de 2019

Tengo el corazón contento



Hoy es viernes y el Román estaba bien contento hasta que ha pillado a varios jetas copiando. Tampoco es que me haya inmutado. Ya saben lo que hay conmigo. Facilidades, todas pero, jetas, ninguno. Yo seré un fresco, pero también honrado, y eso de adelantar por la derecha a otros que juegan limpio, no va conmigo. Así que no me den palmas por rumba u otro palo guerrero, que me conozco y no quiero…
Corramos un estúpido velo, que por fin llegó el fin de semana y toca tener el corazón contento y no ha lugar para caras largas ni otras formas de berrinche.



Félix Corazoncontento,
carpintero de talento,
es un genuino tesoro,
tiene un carácter de oro:
muy pacífico y paciente,
considerado y atento
con toda clase de gente.
¿Su secreto? Yo os lo cuento
con la palabra concreta:
como se agarra ravietas
con uve, que es más bajita,
a nadie irrita
y no hay resentimiento.
A causa de un error
de ortografía
con todos vive en paz
y en armonía.

Gianni Rodari.
En: De la A a la Z.
Ilustraciones de Chiara Armellini.
2018. Tres Cantos (Madrid): Loqueleo Santillana.



miércoles, 15 de mayo de 2019

Étienne Delessert y la onírica primavera



Señoras y señores, ¡en este San Isidro, patrón de los labriegos, sigo tan primaveral como un animalejo salvaje! Y aunque ya les he traído algún que otro título lleno de aromas y sabores propios de esta época del año, he creído conveniente recomendarles el libro perfecto para llenarles el ánimo.
Durante la tarde de ayer, mientras perfumaba mi casa de lejía y removía el polvo de la estantería, mis ojos se posaron sobre él. Étienne Delessert. “¡Uf, nunca he reseñado esta maravilla! Hay que deshacer el entuerto, pues mis queridos monstruos deben conocerlo sí o sí, que no se diga que olvido los clásicos del álbum ilustrado por los títulos de nueva hornada…”


Antes de centrarnos en el libro en cuestión, considero interesante conocer algo de la vida y obra de Étienne Delessert, uno de los grandes en esto del libro-álbum. Nacido en Lausanne en 1941, Delessert disfrutó en su infancia del mundo natural en su Suiza natal mientras desarrollaba juegos creativos con su madre. Aunque no empezó a dibujar hasta los 23 años, a los 16 ya era consciente de su afición por desarrollar ideas visualmente. Tras estudiar filología clásica y familiarizarse con los mitos griegos y latinos que más tarde recogería en sus obras, comenzó con sus trabajos de ilustración, una ocupación que empezó y desarrolló de manera autodidacta.


Ilustración para 1,2,3,4 Cuentos

Delessert ha confesado multitud de veces quiénes han sido sus mayores influencias… Los directores de cine de la “Nouvelle Vague” -Godard, Truffaut o Chabrol-, las obras de Franz Kafka, Samuel Beckett y Eugéne Ionesco (NOTA: Existe una edición de su 1, 2, 3, 4 Cuentos ilustrada por Delessert que no tiene desperdicio y que fueron bellamente publicados por Combel en nuestro idioma) o artistas como Brueghel, Klee o Steinberg, de quienes podemos encontrar referencias en sus imágenes, se dejan ver en sus trabajos de técnica clásica donde destacan la acuarela y el gouache.


Delessert, además de trabajar para revistas como The New York Times, The Atlantic Monthly y Le Monde o programas como Sesame Street, y recibir numerosos reconocimientos entre los que destacan los dos Premios Grafico en la feria de Bologna y su nominación al Andersen en 2010, ha publicado más de ochenta trabajos, de los cuales un buen puñado han sido traducidos a más de catorce idiomas. El primero de sus trabajos fue The Endless Party (1961), al que le siguieron muchos otros como Ashes Ashes, Dance!, The Seven Dwarfs, Who Killed Cock Robin?, Humpty Dumpty, Big and Bad, Moon Theater, A Glass, A Was An Apple Pie, Night Circus, Food y Spartacus the Spider



Ilustración para A Was An Apple Pie!


Ilustración para Who Killed Cock Robin?

En castellano podemos encontrar poco de este autor ya que muchas de estos libros han sido descatalogados con el tiempo. Entre estos tenemos la serie Yok-Yok, 12 libros que durante los años 80 serían llevados a la animación en la pequeña pantalla (al final de este post y en este monográfico sobre la relación entre la animación y el libro-álbum, pueden encontrar ejemplos), la serie de cuentos de Ionesco que ya hemos comentado, Cómo el ratón descubre el mundo al caerle una piedra en la cabeza (Altea), ¡Odio leer! (Lúmen), una hermosa fábula para no lectores, A todo color, editado hace unos años por Libros del Zorro Rojo, y el que hoy disecciono.


Ilustración para I still hate to read!


Ilustración para A todo color

El libro que me ha llevado a este autor es Una larga canción. Como muchos otros trabajos de él, es un canto a la naturaleza y su inevitable poder. Todo empieza en el campo cubierto  de nieve. Algo despierta bajo ese manto nevado, una extraña criatura con cierto aire humano, también extraterrestre, comienza a caminar al compás de esa hermosa canción a la que hace referencia el título (¿La oyes? Está ahí). A su paso, la vida se abre camino. Se yerguen las flores, se abren sus capullos, los animales despiertan de su letargo y todo se convierte en una fiesta desconocida y familiar a la que cualquiera está invitado excepto los dos cazadores que se ven extrañamente paralizados por ese ser que en parte representa a la Gaia de la mitología. No está solo pues espíritus y criaturas que en cierto modo recuerdan a las que pueblan ese jardín de las delicias de El Bosco, otro de los pintores de quien más influencia recibe Delessert, bailan a su son colorista.


Ilustración para Una larga canción

Tras el éxtasis, la canción se aleja, volviendo a cerrar ese círculo que marca el reloj natural, para dejar que el invierno se cierna otra vez sobre la vida sobre el que caben tantas interpretaciones como lectores.
Lo dicho: merece la pena perderse entre las páginas de este libro, no sólo porque nos traslada al verdadero espíritu primaveral, sino porque es una buena muestra de la capacidad de uno de los padres del libro-álbum moderno para abrir universos oníricos, surrealistas y, sobre todo, paralelos en los que construir otros nuevos y fantásticos.


Ilustración para Una larga canción



lunes, 13 de mayo de 2019

Sueños sobre los árboles



Con la alergia algo más atenuada (gracias a las múltiples bonanzas de la orilla del mar, of course) y los ánimos chispeantes, parece que las ganas de primavera empiezan a despegar, que es lo que tocaba. Tumbarse sobre el pasto mullido, dejar que pasen las horas. Sin preocupaciones, sin más compañía que uno mismo y las hormigas y otros insectos que, como los escarabajos, trajinan incesantemente. Que te arrulle el trinar de los pájaros, contemplar las puestas de sol con la esperanza de que los días próximos vengan cargados de más luz. Vivir es el verbo de esta época del año.
En mi memoria se agolpan los recuerdos de esas primaveras en las que la bicicleta era mi mejor compañera, cuando mi hermana me llevaba a la guarida de la perra recién parida, y surcábamos los campos de cebada entre las espigas que verdeaban. Recogíamos flores y, a falta de florero, mi madre las colocaba en un vaso. Corríamos detrás de las gallinas y sus pollos recién nacidos, pelábamos los ajos tiernos -montones de ellos-, también guisantes. Tortillas de porrines, también de espárragos, caracoles, fresas con nata y flanes de huevo. Eso era la primavera.


Solo nos faltaba una casa en lo alto de un árbol, o mejor dicho árboles lo suficientemente grandes como para hacer una casa sobre sus ramas, porque claro, teniendo en cuenta que sobre La Mancha rala no abundan, y que por aquí no hay muchos jardines particulares (la vida española es lo que tiene), teníamos que buscarnos las mañas en otros rincones. Entre las cañas, alguna cuevecilla o un bosquete asalvajado eran los lugares para construir una pequeña choza o un espacio más amable.


No echábamos mucho de menos el árbol pues, aunque la altura siempre ofrece más enjundia –véanse Ewoks o elfos de Lothlorien-, la cosa no consistía en hacer una obra de ingeniería, sino en crear un espacio amable en el que sentirnos a salvo de las decisiones adultas, de su omnipresente mano. Se trataba de idear un ecosistema personal, quizá caótico, imperfecto, donde dar rienda suelta a nuestros miedos y deseos, y que, sin mucha arquitectura, nos fuéramos encontrando unos a los otros, para reñir, entendernos o amarnos.


Esa es la idea que me ha recorrido mientras leía Como hacer una casa en un árbol, un álbum poético de Carter Higgins y la conocida ilustradora hawaiana Emily Hughes (ya saben, la misma de Salvaje, El pequeño jardinero o Charlie y Ratón) editado en castellano por Libros del Zorro Rojo.


En él se despliega esa exuberancia del mundo natural de la que hablamos, no sólo desde un punto de vista contemplativo, sino desde lo pragmático y lo fantástico. La naturaleza envuelve este libro en cuyas páginas se ofrecen una serie de consejos, las instrucciones necesarias para dar forma a ese hogar sobre el árbol, o lo mejor de todo, a deconstruirlo una y mil veces, pues cada niño tiene su árbol particular sobre el que construir un futuro personal e intransferible, un andamio sobre el que disfrutar de mil aventuras, hacer las piruetas más imposibles, escuchar historias inverosímiles y soñar bajo el cielo estrellado.




viernes, 10 de mayo de 2019

De dientes y dentelladas


No les miento si les digo que llevo una cruz muy gorda con cierta muela sin juicio. La cosa va para año y pico, pero nada, no hay forma de enderezarla. Lo han intentado todo, desde reconstrucción hasta endodoncia. Pero ella, terca y dura, se resiste a cualquier apaño. El caso es que tampoco se pone a bailar en la encía y como que me da pena arrancarla sin más, sin ninguna oportunidad. Los dentistas (que ya llevo un par) avisan de que tiene fecha de caducidad. Me sugieren un implante en su lugar, pero un servidor, que conoce bien su cuerpo, cree que no será una solución pues los rechazos son plausibles al fin y al cabo. El próximo lunes iré otra vez. Espero no acabar a dentelladas… Sólo nos queda rezar a mi muela y yo por seguir en comunión.

El tiburón gris
se fue al dentista.
¿Puede usted darme
alguna pista?

Abra la boca,
que voy a mirar.
Tiene usted dentro
más de medio mar.

Horas y horas
pasó limpiando,
rasca que rasca
y restregando.

Pero el dentista
tuvo mal final:
el tiburón gris
lo zampó sin sal.

Nota: no hay que dejar durante mucho tiempo a un tiburón con la boca abierta.



Leire Bilbao.
El tiburón va al dentista.
En: Bichopoemas y otras bestias.
Ilustraciones de Maite Mutuberria.
2019. Pontevedra: Kalandraka.



jueves, 9 de mayo de 2019

De familias muy humanas y un clásico remasterizado



Alumnos, compañeros de trabajo, repartidores, camareros, dependientes y desconocidos dan muchos calentamientos de cabeza, pero ¿y la familia, qué? No se crean ustedes que no ofrecen pocos disgustos. De hecho considero que tus allegados siempre son quienes tienen la mayor capacidad para sacarte de tus casillas. Bien por la confianza que depositas en ellos, bien porque los conoces demasiado bien, siempre acaban amargándote la existencia.
Viejos manipuladores, madres chantajistas, abuelas regentes, hijos parásitos, nietos lloricas, cuñados pusilánimes, otros también borrachos y cansinos, primos impertinentes, y demás fauna se entrenan para ponerte a prueba cada día, en cada reunión familiar, en los hospitales y los cementerios, en encuentros fortuitos y Dios-sabe-qué-más circunstancia.


Mi abuela, muy refranera ella, siempre decía que “El que se cabrea, tira la garrota, y cuando la recoge ya la tiene rota”. Hay que aprender a no molestarse, a hacer oídos sordos a todo tipo de necios, compartan tu genética o no, pues al final uno se lleva el sofoco y los demás se van de rositas, una opción poco contemplable pues también decía la matriarca que “Los disgustos se dan, no se toman”.
¡Ay, si Hamlet hubiera hecho caso a mi señora abuela! ¡No se hubiera ahorrado malos tragos…! ¡Incluso la vida! Pues esos congéneres obnubilados por la envidia y la miseria no merecían tanto drama… Y es que Shakespeare, que era muy listo sabía muy bien lo que decía en sus tragedias que, como esta, bebía de toda suerte de jugarretas familiares.


Ya sé que soy una rara avis y que no todo el mundo se encuentra con fuerzas de leer la más extensa obra de Shakespeare (admito que el teatro tiene su intríngulis pero una vez que cambiamos el chip, sólo hay que recrear escenario y actores en nuestra imaginación, y dejarse llevar), es por ello que hoy les invito a que disfrutar de Mira Hamlet, un albúm ilustrado sencillamente genial de Barbro Lindgren y Anna Hõglund editada en nuestro país por la editorial Thule.
La primera vez que vi este libro, me llamó mucho la atención, no sólo porque la historia de este príncipe de Dinamarca repleta de envidia, tretas palaciegas, inquinas personales y azar, está protagonizada por animales –conejos, zorros o ratas-, sino porque el texto se presenta de modo muy abreviado, pues en cada doble página aparecen las ideas básicas de cada acto de forma telegramática.


Les digo con sinceridad que la idea me ha fascinado, por un lado es fiel a los sucesos de la obra original, y por otro interna al lector, infantil o adulto (creo que muchos de ustedes, aunque crean conocer esta obra cumbre de la literatura, seguramente no sea así) en la lectura de creaciones sobre las que se construye la literatura occidental.
No debemos olvidar que, al igual que Shakespeare, este álbum de formato muy agradable e ilustraciones a grabado, adereza con cierto humor la acción a pesar de su vis trágica (me encanta que se aferre a la realidad ¡Cómo en la vida misma!). Ojalá hubiera más versiones como esta de El mercader de Venecia, Medea, La Celestina, Macbeth o La vida es sueño, que aproximándose a los pequeños lectores no dejen de ser los fieles reflejos de la vida pasada, presente y futura, pues ahí radica la importancia de los clásicos y su mensaje que sigue resonando en nosotros mismos: la humanidad.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Películas del oeste y duelos al sol



Si les digo que los niños de los ochenta hemos mamado mucho western no les miento. Si nuestros padres acudían a las sesiones matinales de los cines para disfrutar con las de indios y vaqueros, nosotros nos zampábamos con patatas esas mismas películas unos cuantos años después, pues eran las cadenas televisivas las que nos regalaban sobremesas de tiros y flechas.
John Wayne, Tom Ford, Henry Fonda, Robert Mitchum, James Stewart o Clint Eastwood nos amenizaban la tarde después de las consabidas series animadas (¿Y esta cosa tan sana por qué se habrá perdido?). Yo pensaba que mi padre era un pesado de tomo y lomo, pues algunas las habíamos visto cinco o seis veces (¡Y las que nos quedaban…!), pero el caso es que algunas tenían su aquel como La diligencia, Centauros del desierto, El bueno, el feo y el malo, Raíces profundas, Río rojo, o Dos hombres y un destino.


Aunque yo puse un punto y aparte al cine del oeste tras El jinete pálido, pues esa escena en la que la niña lee el Apocalipsis me pareció sublime (les transcribo el texto al final), en los noventa y primeros dos mil pudimos ver algunas buenos largometrajes de este género (¿Han visto o Deuda de honor o Valor de ley?), que se quedó un tanto obsoleto, bien porque se había asociado erróneamente al machismo, bien porque abogaba por la defensa del imperialismo estadounidense, cuestiones estas que han obligado a dar un giro al cine social con ejemplos como Bailando con lobos, Sin perdón, o Desapariciones.


Así llego hasta el libro de hoy, uno que se convierte en un claro homenaje al cine del lejano oeste de la mano del siempre genial Manuel Marsol, un autor que en muchas ocasiones se deja llevar por sus recuerdos de infancia, algo en lo que coincidimos plenamente. Duelo al sol (editorial Fulgencio Pimentel), un álbum ilustrado sobre el que ya llamé la atención en esta selección de libros y que toma por nombre el del western clásico protagonizado por Gregory Peck que se basa en el clásico relato bíblico de Caín y Abel (me encanta este guiño… sigan leyendo), nos cuenta el clásico enfrentamiento entre las diferentes facciones humanas.
Un riachuelo. A un lado un indio, supongo que sioux (ya saben que Hollywood ha reducido a un puñado las tropecientas tribus de americanos nativos). Al otro un vaquero. Se baten en duelo. Uno tensa el arco, el otro prepara el revólver. Pero, ¡vaya! Siempre pasa algo que rompe la magia del momento. Una serpiente, el tren, el amor equino o un bisonte, siempre hay una excusa para encontrarse al día siguiente.


Es así, como en este juego de primerísimos planos y  planos generales (los más utilizados en estas cintas), Marsol nos presenta con mucho humor y cierta parodia, los comportamientos del ser humano. Establece con nosotros un diálogo absurdo que nos hace pensar sobre las diferencias entre los individuos dejando al lado el belicismo que cabría esperar en un territorio nuca explorado hasta ahora en el género del álbum.



Se lo recomiendo a manos llenas, no sólo para niños, esos que verán en él un mundo un tanto vintage pues el western ya está cayendo en los trasteros de la cultura popular, sino a todos aquellos adultos que se atrevan a buscar sentimientos que conecten su pasado y presente.
Por cierto, lleguen hasta más allá de los créditos de este libro con mucho sketch, pues los “bonus track” les aguardan con una muy humana risotada final. Léanlo, regálenlo.


"Y contemplé un caballo negro. El que lo montaba llevaba en las manos un par de balanzas. Y escuché una voz que decía: “Una medida de trigo por un centavo y tres medidas de cebada por un centavo. De este modo no estropearás ni el aceite ni el vino”. Y cuando él hubo abierto el cuarto sello oí la voz de la cuarta bestia decir: “Ven a ver”. Y yo miré. Y contemplé un caballo pálido y el nombre de su jinete era la muerte. Y el infierno le seguía.”


lunes, 6 de mayo de 2019

Las diversas lecturas de la madre naturaleza



Agradezco sobremanera los días que se están presentando. La luz del sol se abre paso y la primavera florece a un ritmo imparable. El tiempo nos deja aprovechar los días de asueto, algo que nunca está de más. Así me dejo seducir por el campo, uno repleto de brotes, flores, abejas y pájaros. Da gusto pasear por las veredas, entre el sol y la sombra que proyectan olmos y álamos. Encuentro cáscaras de huevo por el suelo, los conejos cruzan una y otra vez los caminos y recuerdo la lectura en la que he invertido mis horas durante los días pasados, el clásico Bambi, una vida en el bosque, del que, además de sentirme cual cervatillo saltarín, he creído apropiado hacerles llegar sus ecos.
Antes de disfrutar con esta obra trágica pero esperanzadora, los bellos pasajes que guardan sus páginas y la melancolía que desprenden las descripciones de esos bosques centroeuropeos, me puse a indagar en la vida de Felix Salten, pseudónimo de Siegmund Salzmann, periodista y escritor austrohúngaro que pergeñó esta historia, y lo cierto es que tras la pequeña investigación me he encontrado con una novela muy distinta, incluso más intensa, así que he creído conveniente ponerles en antecedentes.


Todo empieza en 1869, en Budapest, capital del entonces Imperio Austrohúngaro, dónde nace Salzmann. Pronto su familia emigra a Viena, una ciudad que ha reconocido la ciudadanía completa a los judíos. Es allí donde trabaja y desarrolla su actividad como periodista y crítico, y también se convierte en socio fundador del movimiento "Joven Viena", un grupo de escritores que apuestan por el modernismo, el simbolismo y el impresionismo, y entre los que también se encuentra Stephan Zweig.
A principios del siglo XX ven la luz sus primeras obras impresas. Pequeñas historias, algunas novelas, poemas, biografías, libretos para operetas, y metrajes de cine componen este corpus. De entre ellas destaca Bambi, una obra escrita en 1923, donde se narran las aventuras de un corzo. La novela cala entre el público infantil de la época y rápidamente es traducida al inglés para colmar de éxito a su autor.


De entre las interpretaciones y lecturas que se le han dado a esta obra, destacan dos. La primera es la lanzada por el régimen del Tercer Reich, que ve en ella una alegoría al trato que los judíos reciben por parte de los nazis en aquella época, e incluso ven en este animal  el símbolo de Neftalí (erróneo pues es una cierva y no un corzo), fundador de una de las doce tribus de Israel  y cuyo nombre significa “Mi lucha”. Esto provoca que Hitler lo prohíba junto a otros de sus libros a partir de 1936. Muchos ejemplares de Bambi son quemados y la censura se abre camino una vez más en los regímenes totalitarios (que no los únicos).
Por otra parte, la segunda lectura que para mi gusto también hace mella en esta obra es la realizada por los estudios de Walt Disney en su adaptación al cine de animación (el productor, aprovechándose de la suerte que corre el autor en la Austria nazi, le compra los derechos por la cantidad irrisoria de cinco mil dólares), una en la que, para empezar, el protagonista es un ciervo de Virginia americano. También prescinde de una serie de personajes como Rono, Kaurus, Netla, Gobo, la señora Liebre o el Mochuelo, añade otros secundarios inexistentes en la obra original como la mofeta Flor o Tambor, y empercude el discurso filosófico inicial de Salten, confiriéndole un carácter más vacuo (mucho humor blanco) aunque no se desprenda de la problemática ambiental y ese sentimentalismo tan característico del autor europeo.


Y ahora, mi lectura… Comienzo llamando la atención sobre el nombre del protagonista, uno que deriva de la palabra italiana “bambino” (niño), algo que me hace pensar en que Salzmann quería presentar su personal universo a través de unos ojos infantiles que, aunque inocentes, son vivos y se cuestionan muchas cosas que le rodean, de hecho muchos animales se extrañan de esa extrema curiosidad en un ser tan joven.
Continuo diciendo que Salzmann escribe este libro tras visitar los Alpes suizos e interesarse por el mundo natural que lo rodeaba, de hecho, en esta novela se describen pasajes sobre el comportamiento de muchos animales, así como de las relaciones que se establecen entre ellos en un ecosistema salvaje y equilibrado, por lo que podríamos decir que se asemeja a un cuaderno de naturalista (algunos lo han definido como un manual de cinegética o un folletín para cazadores, algo en lo que estoy bastante en desacuerdo).
Por último y para mí el más importante de los puntos, es la importancia del discurso humanista, el modo en el que el autor habla de la condición humana a través de la voz de esas criaturas, unas que de alguna forma pasan a venerar a estos seres superiores que son capaces de quitarles la vida desde una posición casi divina pero también de perdonársela y cuidar el medio que les rodea.


Aunque algunos reconocen que la película de Disney hizo renacer el espíritu de Salten de las cenizas de unos libros que sólo pretendían reflexionar sobre la condición humana y describir la etología de los animales de los bosques europeos, creo que es una buena idea que durante las tardes que vienen, echen mano del libro original, por ejemplo esta bella y cuidada edición ilustrada por los delicados bordados de Gimena Romero y publicada por Thule, y lo disfruten a la sombra de cualquier árbol, pues bien merece conocerlo en su hábitat natural, como al resto de seres que comparten con nosotros este regalo que es el mundo.

viernes, 3 de mayo de 2019

La luna de los sueños



Se alargan los días. Se acortan las noches. Y yo sigo soñando a troche y moche. Poco a poco el invierno me ha ido consumiendo. Dormía fatal, con muchas ganas pero a contratiempo. Y así pasaba, que a base de tedio y cansancio, cundía el desánimo.
Parece que la cosa ha cambiado, pues descanso a pierna suelta, incluso habiéndome marcado una buena siesta. ¿Será que la luna me acuna con su piel de plata y una sonrisa callada?



Juego de niños,
tocar la luna.
¿Será de queso
o de aceituna?
Vuelvo a contarlas
una por una.

Monerías

Luna de miel,
luna de papel,
luna de pan
con aceite y sal.

Luna de ajo,
cara de estropajo.
Luna de vino,
cara de pepino.
Luna de cielo,
cara, caramelo.

Luna de miel,
luna de papel,
luna de pan
con aceite y sal.



Nieves García García
Monerías.
En: ¡A la LUNA, a las DOS, y a las TRES…!
Ilustraciones de Noemí Villamuza.
2019. Pontevedra: Kalandraka.



jueves, 2 de mayo de 2019

Querido pueblo minero...



Si el otro día me quejaba de mis rutinas laborales (ya saben que en este país, al que no se queja le llueven todos los marrones), ayer, Día del trabajo, me dio por pensar que soy bastante afortunado. Mire usted, hecho la mayor parte del jornal en horario matutino, sólo de lunes a viernes, libranza los fines de semana y fiestas de guardar, unas vacaciones bastante holgadas (ojito con lo que van a decir porque les aviso de que otros, véanse como ejemplo los funcionarios de prisiones, sólo trabajan un tercio del año) y un sueldo que no está nada mal. Dicen que lo peor que tenemos son los alumnos, algo con lo que no comulgo, pues bien sabe Dios que mi cruz suelen ser la burocracia, los equipos directivos, los orientadores y los compañeros gandules.
Evidentemente, la cosa depende del centro donde caigas. Como buen docente (de la pública, of course) he estado en un puñado de centros a lo largo de mi carrera profesional, siete para ser más exactos. En cada uno de ellos me he topado con gentes diferentes, y por tanto, he visto de todo. De cada sitio te quedas con ideas variopintas, actividades, formas de enseñar y aprender. Te vas impregnando poco a poco de cierto germen educativo que desembocará en un modus operandi propio y personal que acarrearás hasta la jubilación (e incluso después).
Aunque a todos ellos les tengo mucho aprecio, si tuviera que elegir aquel que más me ha aportado hasta el momento en el aspecto laboral, ese sería el instituto de Almadén en el que estuve cuatro años. ¡Anda que no me avisaron veces que podía buscar otro lugar! Pero nada, yo desoí a los partidarios de las comisiones de servicio (mal empleadas) y de las expectativas (quería decir “encerronas”) de destino, y allí que me zampé.


La mina de mercurio más grande del mundo se encontraba bajo el cerro sobre el que se había ido diseminando el pueblo, uno con cierta solera, pues algunos edificios como la antigua escuela de minas (la más antigua de España pues data de 1777), su plaza de toros hexagonal o el hospital de mineros de San Rafael tenían mucha enjundia. Todavía estaba en desmantelamiento pero parte de la explotación estaba abierta al público, sobre todo la que databa de la época romana -ya se extraía el cinabrio en tiempos de Estrabón, Vitrubio y Plinio-, las infraestructuras árabes (de ahí el nombre del pueblo), también el baritel de San Andrés y el horno de aludeles. Y por supuesto todo lo que me rodeaba. Las dehesas se extendían ante mí. Pastos, encinas y alcornoques. Agua a raudales durante el invierno y en verano, el crudo estiaje. El pueblo entero olía a guarrillo. Mmmm, ¡qué rico...! Pero, ¡ay, amigos! Hay algo en un pueblo minero que no les puedo contar porque me echaría a llorar, así que les traigo un libro que creo les puede ayudar a comprenderlo.


Llevaba tiempo esperando que este libro se editase en castellano y así lo ha hecho Ekaré con el buen gusto que la caracteriza. Pueblo frente al mar es un álbum de Joanne Schwartz y Sydney Smith que narra el día a día de una familia de un minero. La historia es narrada por su hijo mayor, un chico que le encanta mirar el mar, un océano que se encuentra encima de la mina de carbón a la que cada día acude su padre a trabajar.


Si hay algo que llama la atención sobre todo lo demás, es la luminosidad de unas páginas que no parecen hablar de muertes y tragedias bajo tierra provocadas por el grisú y el hundimiento de las galerías, sino de un canto hacia la esperanza que, con cierta resignación, hablan de lo bello y lo humano. El brillo de las olas, la brisa sobre la tumba del abuelo, la claridad que inunda los hogares… Todo es sumamente hermoso.


Asimismo, llama poderosamente la atención un texto poético y enérgico en el que se hace una denuncia social sobre las condiciones de los trabajadores y donde se describen los pormenores de los perforistas, sus largos jornales, los peligros a los que se exponen (Nota: Sobrecogen las imágenes donde la gran masa negra de tierra se ciñe sobre las cabezas de los obreros. Una composición más que acertada) y la normalidad con la que se enfrentan sus familias al peligro diario.


Sin embargo, frente a esta idea también hemos de notar lo decrepito de un pueblo donde se crea riqueza (La pregunta es: ¿A costa de qué?), unos hogares tan desangelados y paupérrimos como la propia mina, las calles desiertas, sin vida. Porque al fin y al cabo, los pueblos mineros son así, tristes. Se lo digo yo, que viví en uno de ellos.