Ya hemos empezado con los exámenes y la cosa se pone tizná. La
biblioteca a reventar en los recreos, ojeras sobredimensionadas, faltas de
asistencia sin justificar, mal humor, caras largas y alguna lágrima son el pan
nuestro de cada día. Más todavía cuando te tocan los cursos superiores (los
alumnos son grandecicos y se van dando cuenta de lo que ganan y lo que
pierden).
Mientras que en la escuela no se respira animadversión
alguna hacia la institución educativa (siempre hay niños a quienes no les gusta
la escuela, pero por lo general, y aunque estudien poco, lo reconocen como su
hábitat), en los centros de secundaria la cosa cambia, el alumno no quiere
estar en las (J)aulas. Su rebeldía y ganas de transcender les aboca a cierto
odio visceral hacia la rutina, las pautas, las normas, la cuadrícula. No es su
sitio.
Llevo más de una década oyendo las mismas quejas y las
mismas ilusiones. Comparto con muchos colegas el “Esto siempre ha sido así”
pero también opino que también se debe a una falta de sincronización entre los
alumnos y su entorno. Mientras que escuelas y facultades han ido cambiando, los
centros de E.S.O. y Bachillerato estamos sujetos a cierto estatismo (Lo digo
por mi propia experiencia como alumno y como profesor).
El cambio es difícil, pero mientras esperamos que suceda yo
siempre les digo que a mí tampoco me gusta este rollo. Que llevo catorce años
contando las mismas cantinelas. Hora tras hora con la célula, con la deriva
continental y con los mismos chascarrillos, y que sin embargo para mí cada
clase es diferente, e intento disfrutar con ellos mientras enseño algo. Sí, la
vida es repetitiva, injusta y muchos adjetivos más, pero en vez de quejarse,
más les valdría dar un vuelco al ánimo y apropiarse de una atmósfera que puede
ser muy contagiosa.
Este podría ser el mensaje de Una historia, un libro de Mariana Coppo (editorial Kalandraka) que sencillamente
me ha encantado. Pero lejos de encorsetar las decenas de interpretaciones
posibles quiero centrarme en las características de este libro-álbum que
recuerda en cierto modo al Seis
personajes en busca de autor de Pirandello (en este caso cinco, y más que autor
buscan una historia en la que zamparse).
El libro se plantea como una sucesión de escenas en un mismo
escenario donde se va forjando una narración. Además, la autora decide
diferenciar las páginas derecha e izquierda, es decir, reserva la página
derecha para el mundo creativo y fantástico y la izquierda para la faceta
aburrida y más real. Mientras que en las páginas derechas un universo colorista
y mágico es dibujado por el personaje gatillo (este alma libre, incluso
marginal, le da al interruptor), en las páginas de la izquierda la acción es
sosa, insulsa, tanto que están casi vacías o son atravesadas por un nubarrón.
Llega un momento en el que ese cosmos imaginativo se adueña de otro personaje,
y de otro más, así, hasta llegar a desbordarse por todo el espacio. Por último,
un guiño metaliterario y una frase que invita a construir otra historia, la
nuestra propia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario