Llevo dos noches sin pegar ojo. Un maldito resfriado se ha
adueñado de mi anatomía y cuando no es el dichoso moqueo, hace aparición un
estornudo que me despierta a mitad del sueño (Mmm… ¡Tarta de zanahoria!). Voy
necesitando un receso en las fosas nasales y despejarme de esa congestión que
tanta lata me da. Espero que cuando esto acontezca duerma a pierna suelta,
porque si no el castigo será doblemente injusto. Y si no, tendré que decirle a
alguien que me lea un cuento, como por ejemplo los Cuentos de Mama Osa, el último libro de Kitty Crowther recientemente
publicado en castellano por Libros del Zorro Rojo y al que le auguro una larga
vida. Pero antes de hablar de él, volvamos a la relación de los cuentos y el
álbum…
Desde que empecé a diseccionar álbumes me percaté de que la
narrativa breve, concretamente el cuento, era lo que primaba en un formato
donde el número medio de páginas rondaba las treinta y dos. Mientras que en los
albores del libro-álbum la mayor parte de los autores echaron mano de los
cuentos tradicionales para desarrollar sus creaciones, a partir de la segunda
mitad del siglo XX la tendencia fue cambiando con los cuentos de autor y las
historias personales empezaron a salir a la palestra.
Estas nuevas ideas, aunque no distaban mucho de ese germen
popular primigenio, sí buscaban un cambio en la LIJ de la época, y es así como
se abandonaron las arquitecturas sencillas y lineales (generalmente una sola
narración continua) para diversificarse en otras menos comunes. Nacieron obras
como Historias de ratones, Sopa de ratón,
Búho en casa o Saltamontes va de
viaje, unos títulos de Arnold Lobel donde primaba una historia que servía
de exo para otros cuentos independientes, todos ellos aglutinados en un mismo volumen.
Así es los Cuentos de Mama Osa. Es un
libro de hoy pero huele a otro tiempo.
El segundo punto que llama la atención de este libro es el
color predominante, el rosa, como dirían mis alumnos, “fosforito”, un color que
ya nos invita desde la cubierta a sumergirnos en esta idea que surgió gracias
al sueño de Sara Donati, una amiga de la autora, tal y como se nos indica en la
dedicatoria. El rosa fluorescente lo llena todo, nos envuelve. No es la negra
oscuridad de la noche, sino una luz viva y a la vez tenue que nos invita a
cerrar los ojos, a soñar, mientras se refleja sobre la nieve o la sonrisa de
una madre que cuenta historias.
También debemos señalar que los tres cuentos que Mamá Osa
narra nos hablan de construir lazos con los demás, de cómo formamos parte de un
todo plural donde cada uno realizamos una tarea por el bien ajeno. Nos podemos
reconocer tanto en la guardiana de la noche, como en Jacko Mollo, Zhora, Bo u
Otto, pues nos hablan de situaciones humanas y cercanas, sin demasiada moraleja
pero con claridad.
Y para dejarles con la intriga sólo les digo que me encanta
el final, porque sigo siendo un niño y me encantan los cuentos.
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