Llevo jugando cinco días (podría extrapolarlo a los
trescientos sesenta y cinco días del año, pero hay que ser serios, o por lo
menos parecerlo) y les puedo decir que me encanta. El juego está más de moda
que nunca y se incorpora en los más variopintos ámbitos de la vida con el fin
de motivarnos, solucionar problemas, mejorar la productividad o activar el
aprendizaje. Es lo que se llama “gamificación” (el término “ludificación” sería
más correcto en castellano, pero bueno…), una serie de estrategias que se han
venido desarrollando desde principios de milenio en diferentes ámbitos –desde el
empresarial hasta el entorno de las redes sociales- y que tiene bastante
chicha, incluso en el libro-álbum y su lectura, que es lo que me interesa.
En primer lugar me gustaría plantearles la pregunta: ¿Leer es
un juego? Algunos pensarán que sí, otros que no, y yo me quedo en el término
medio ya que considero que depende mucho del enfoque que le demos a este verbo.
Seguramente la lectura adulta se asemeje más a un procedimiento o a una
destreza, pero en la primera infancia el acto de la lectura tiene que ver más
con un juego (mecánicas, reglas y dinámicas mediante). Pero, ¿qué tipo de juego
es ese?
Seguro que conocen multitud de juegos que pueden clasificarse
en función de diversos criterios. Funcionales, simbólicos, reglados,
psicomotores, sensoriales, cognitivos… Centrándonos en el criterio más evidente,
el del número de jugadores, tenemos juegos colectivos y juegos individuales,
categoría en la que podríamos incluir nuestro juego de lectura… ¿o no?
Si consideramos la perspectiva humanista podríamos decir que
un libro, al igual que otras producciones culturales, como una canción o un
videojuego, es la extensión de las ideas humanas, generalmente de un autor, que
recibe otro humano, el lector. Es decir, el libro es un espacio de interacción,
en este caso lúdica, el lugar donde convergen dos seres humanos, dos
interlocutores, dos jugadores, y en el que se puede establecer un diálogo a
pesar de la ausencia física de uno de ellos.
Por otro lado, si a estos pensamientos míos añadimos que
existe un sinfín de libros cuyo contenido hace referencia al juego y otros aspectos
de la gamificación, no sería cuestión baladí afirmar que LEER ES UN JUEGO,
sobre todo cuando en las librerías nos encontramos con títulos como ¿Jugamos? un álbum de Svein Nyhus que
invita al pequeño lector a pasárselo pipa junto a Butti, su protagonista.
Butti es claro, no se anda con rodeos. Invita a los críos a
coger su mano y dejarse llevar. De una página a otra nos dice qué hacer, qué
mirar. Se muestra receptivo y espera que tú te abras a su realidad. Para
arriba, para abajo. Mira por aquí, imagina por allá. Esta es la prueba evidente
de que un libro te puede hablar. En rojo y en azul, dos colores nada más. Créanme,
sólo tienen que girar el pomo, abrir la puerta, leer y, sobre todo, jugar.
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