La
felicidad es algo extraño. Tanto, que en muchas ocasiones me pregunto qué hay
en este mundo que a veces nos hace tan dichosos, a veces tan desdichados… Unos
días, sin motivo aparente, nos despertamos malhumorados, sin ganas de nada, tampoco
de ver a nadie. Nos arreglamos con desgana y deambulamos por las calles como si
acarreáramos una pesada carga que unas veces se traduce en lágrimas y otras en
riñas constantes (con la cafetera o con nuestros padres, ¡no dejamos títere con
cabeza!). Así pasa la tarde, llega la noche y, mientras nos acurrucamos entre
las sábanas esperamos ver un nuevo día que puede ser el mismo o diametralmente
diferente.
Probablemente
la gente infeliz nunca vea salir el sol con otro brillo distinto, quizá todos
sus días sean del mismo color ceniciento al anterior, algo que prueba que la
felicidad, esa con la que nos martillean constantemente los psiquiatras, los
psicólogos y los “coaches” (¡Qué modas!), es un ejercicio constante que
necesita de nosotros mismos, de nuestra actitud positiva, de nuestra voluntad y
de nuestra capacidad para asombrarnos, para inventar pensamientos hermosos,
para valorar las pequeñas cosas que tiene la fortuna cotidiana.
Desengáñense.
La felicidad, esa cosa tan abstracta, tan paradójica, tan subjetiva, no es un
estado de constante alegría, de perpetuo bienestar, sino que tiene más que ver
con los instantes hermosos, con lo efímero de la vida (N.B.: como muestra, mi
sonrisa mientras les escribo esta bonita entrada J). Abran los
ojos, desperécense y tomen nota: la capacidad para asombrarse con las pequeñas
cosas que tiene la vida, bien sea el trinar de los pájaros, su revolotear, esa
compañía que tiene que ver con la de la familia, con la de los amigos, con el
contacto que establecemos con el resto del mundo, tiene un gran valor para
nuestras emociones, nuestros sentimientos y nuestra forma de ver el mundo.
Es
por ello que hoy les traigo un álbum ilustrado que, a pesar del tratamiento
digital de las imágenes (ya saben que no me gustan demasiado, pero soy
consciente de que hay que estar receptivo y no hacerle ascos a nada), me caló
muy hondo y me infló de vida. Pájaro azul,
de Bob Staake (editado en castellano por Océano-Travesía), nos habla (sin una
palabra, ¡increíble!) de los encuentros fortuitos, de las cosas insignificantes,
de la importancia de la vida, de los amigos, de la compañía, del sacrificio,
del consuelo, de cuando la muerte nos visita, del dolor insoportable, de la
tenue tristeza, del consuelo y de la dulce dicha. Nos dice que queda mucho aún
de lo que vivir, de lo que alimentarse, porque el corazón se conforma con
guardarlo todo, incluidos el azul de sus ojos y su trino infinito.
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