martes, 10 de diciembre de 2019

¡Mama, yo quiero un tractor!



Cuando empecé en esto de los libros para niños a principios del milenio, visitaba multitud de centros de profesores. Iba de un lado para otro hablando de las bondades de la lectura, sugería títulos, compartía experiencias y enseñaba actividades sencillas. Docentes, animadores de lectura, narradores orales, madres y padres nos sentábamos alrededor de los libros y conversábamos. Fue una época muy bonita de la que germinó esta casa de monstruos que ustedes pueden disfrutar estos días.
Oía de todo. Anécdotas inverosímiles y chascarrillos de lo más variopinto. Recuerdo unas jornadas sobre la lectura en un centro de profesores de un pueblecito de la Sierra de Alcaraz y Segura, a las que acudieron dos maestros, una chica jovencita y un cuasi-sexagenario, que desempeñaban sus trabajo en un colegio rural agrupado (CRA, para los del gremio) que contaba con una decena de niños.


En cierto momento de la tarde hablábamos del contexto de la lectoescritura, una cuestión en absoluto baladí para desarrollar el gusto por la lectura. La pareja se arrancó. Ellos se dedicaban al público agreste, sus alumnos no estaban muy familiarizados con la vida urbana que a estas alturas de la vida exhibían la mayoría de los infantes. Lo suyo era el mundo animal, la pesca y la caza, la recogida de la aceituna, el tiempo de las setas, las verduras silvestres y la huerta de temporada. Estaban embebidos en un ecosistema muy particular al que los libros de texto estaban ajenos, y se las veían negras para que hacer atractivas las primeras lecturas de estos chavales.
Sabían muy bien a lo que se referían. Estaban muy implicados en que las criaturas aprendieran. Habían echado mano de las famosas maletas que se utilizaron en las Misiones Pedagógicas y otras muchas estrategias que merecieron nuestro aplauso, pero sin lugar a dudas lo que más nos llamó la atención es que ellos habían desarrollado todo un sistema de alfabetización basado en catálogos de maquinaria agrícola e instrumentos de caza y pesca. Tractores, cosechadoras, rifles y cañas de pescar eran las primeras cartillas de lectura de sus alumnos que, apasionados por todos estos artilugios, buceaban por vez primera en el universo de las palabras. El resto de participantes empezamos riéndonos, pero poco a poco nos dimos cuenta de que habían sido muy certeros en la elección: nada como una pasión para desatar otra.


Y con esta anécdota me voy al álbum de hoy, uno que me ha encantado, no sólo porque después de aquello he constatado lo que es trabajar durante años como maestro rural (¡Lo que aprendí yo de rehalas y venados!), sino por ser un título necesario a la hora de abrirnos los ojos acerca de los sentimientos encontrados en la dicotomía campo y ciudad a la que tanto acudo en mis post. Y es que Tractor viene conmigo un álbum de Finn-Ole Heinrich, Dita Zipfel y Halina Kirschner que ha sido editado en español por TakaTuka, es un canto al pensamiento rural que seguramente muchos de nosotros no entienda, pero que sí apoya a otros muchos que necesitan lecturas más campestres y agrícolas.
Algunos lo llamarían un “slow-book” por eso de apostar en los modos de vida tranquilos y sosegados del mundo rural. Otros hablarán de él en tono de alegoría y denuncia social (¿Por qué vivimos empeñados en denigrar las maneras campestres?). Y yo veo en él la mirada de un niño que se empeña en vivir junto a su mejor amigo a pesar de todo.



lunes, 9 de diciembre de 2019

De la existencia



Hay muchas formas de existir. Unos existen a base de redes sociales (me llama mucho la atención este tipo, pues denota muchos complejos no resueltos), otros gracias a sus hijos (¿Se han dado cuenta de la cantidad de padres que existen a costa de sus hijos? Me resulta bastante llamativo teniendo en cuenta que la crianza consiste en proporcionar independencia y no restarla), los del aula de al lado existen gracias a nosotros (¡La de veces que nos acordamos de ellos mientras los gritos de su clase interrumpen la nuestra…!) y nosotros por ellos (“Quejicas” nos llaman…).
Hay gente que existe a conciencia (les aviso de que es bastante peligrosa pues tiene poco miedo al fracaso) y otra que existe muy de vez en cuando (véanse aquellos que viven a la sombra de sus iguales, los que están inmersos en el trabajo o los siempre apocados).


Muchos convendrán que mejor existir en vez de no hacerlo, aunque en ciertas ocasiones deseemos desaparecer de la faz de la tierra para no aguantar a la cantidad de hijoputas que se agolpan en tu puerta. Otras veces quieres ser grande y hacerte visible, existir eternamente, sin impedimentos o contratiempos (empiezo a entender las razones sobre el poder y la fama aunque no las ponga en práctica).
También les confieso que hoy, lunes aciago, me he dado cuenta de que no soy lo suficientemente existente (ya saben que los monstruos inofensivos, poco importamos). ¿Deberé hacer algo? Con urgencia o sin ella, lo intentaré. A mí modo, por supuesto, que ando algo cansado de palabras vacías y amaneramiento vago. Que una cosa es pasar y otra desvanecerse.


Y con tanta existencia (e insistencia) llegamos a Petra, un álbum de Marianna Coppo editado este otoño por Juventud y que nos habla precisamente de todo esto. Del ser, el estar y el parecer desde el punto de vista de una ¿piedra? (Permítanme los interrogantes porque a estas alturas del libro me entran ganas de dudarlo), nos trasladamos al propio devenir, uno que se hace cuesta arriba cuando interiorizamos esa pregunta mínima: ¿Y yo? ¿Qué soy?
Desde el desenfado, ilustraciones algo disyuntivas pero siempre complementarias, y la estética siempre limpia de la autora, se nos presenta una historia muy abierta donde se ponen sobre la mesa diferentes aspectos del existencialismo (¿Podría definirse como un álbum filosófico? A lo que yo contesto: ¿Y cuál no?). Un libro que dará mucho juego no sólo a la hora de plantear manualidades (pintar rocas, buscar nuevas aplicaciones a los objetos o tunearlos), sino en el momento de pensar en nuestra existencia, que al final, es de lo poco que nos queda.


jueves, 5 de diciembre de 2019

Selección de Boardbooks 2019-2020 (Parte I)


Hemos pasado noviembre y con diciembre llega la Navidad, una época de consumismo desorbitado. Para que Papa Noel y los Reyes Magos no sólo echen mano de ropa de marca y tecnología variada, un servidor les sigue recomendando regalar libros, que son muy buenos para el alma. Es por ello que aquí llegan la primera de las selecciones de álbumes infantiles, en este caso la de boardbooks o libros de cartón (últimamente también se les llama “toddler books”), una selección que he decidido partir en dos para darle un poco de visibilidad a estos libros para prelectores y primeros lectores (entre 0 y 4-5 años de edad), y que tradicionalmente publicaba en mayo. Como no son tan abundantes como los álbumes convencionales y no se les da tanto bombo en las librerías, conmino a padres primerizos, trabajadores de los jardines de infancia, guarderías y educación infantil, a consultar las selecciones del 2018-2019, del 2017-2018, del 2016-2017 y la del 2015-2016.
Y ahora, unas consideraciones… Como la mayor parte de estos libros suelen ser híbridos entre las categorías de ficción y no ficción, no considero oportuno darle relevancia a dicha división
Siempre intento no dejar ninguno en el tintero, pero si se me olvida alguno, ya saben que pueden apuntármelo o enviármelo (llamada a editoriales).
Como en el resto de ocasiones, señalo aquellos que me han encantado con mis tres estrellas, que son como las Michelín pero en el medio LIJero.
Por último decirles que si quieren ojearlos por dentro, muchos de ellos están disponibles en el instagram de los monstruos en forma de vídeo (como el de la cabecera de este post).
Sin más dilación, ¡he aquí esta primera parte de la selección comentada de libros de cartón!


Virginie Aracil. Las formas del señor Bear / Los colores del Señor Bear. Combel. Empezamos con un par de libros informativos para prelectores y primeros lectores en los que su protagonista, el señor Bear, se dedica a familiarizarnos con el triángulo, el círculo y el cuadrado, el rojo, el verde y el azul, de una manera cercana y utilizando para ello objetos de nuestra vida cotidiana.


Mar Benegas y Neus Caamaño. Hola, mañana. A buen paso. En esta historia cotidiana se nos presenta el día a modo de retahíla y con un torrente de aventuras por delante. Hay que saludar al día, al perro, al abuelo… en definitiva a todo el que se cruce en el camino de un protagonista que está ansioso por descubrir un mundo lleno de sensaciones y experiencias. Pero al final, todo día termina de la misma manera…




Caracolino y Canizales. La jirafa Rafa / Carteros y carteras. NubeOcho. Una nueva colección de boardbooks se abre camino con estos dos libritos que no se pueden perder. Muy divertidos y sonoros (música incluida de la mano de su autor) nos presentan una historia sobre cartas con hermosos mensajes y una jirafa que me tiene encandilado (será que tiene gafas y bigote). Una nueva apuesta más que prometedora para pequeños y grandes con mucho ritmo.


Bárbara Castro Urío. ¡A dormir, pequeña ballena! Zahorí Books. De la mano de la ganadora de la categoría Toddler en la última feria de Bolonia, llega un nuevo libro de cartón en el que la protagonista es una ballena que va creciendo conforme va zampando. Un libro ideal para aprender a contar e identificar los colores (dos temáticas bastante utilizadas en este tipo de libros) que termina con un “buenas noches”.


Marta Comín. Abracadabra. Combel. (***) Un cumpleaños, un nieto, un abuelo y una maleta llena de magia. Este es el argumento que Marta Comín, la diseñadora valenciana, utiliza para crear un libro-objeto cargado de sorpresas a base de troqueles, escenas escondidas y juegos de perspectiva. Nunca he sido muy hábil con los trucos de prestidigitación, así que me enamoré perdidamente de él.


Menena Cottin. Doble Doble. Tecolote. (***) Una de los mejores libros de este año que encontré por casualidad en mi librería favorita. Con solo tres colores (rojo, blanco y negro), una serie de imágenes basadas en siluetas bidimensionales, y un giro de 180º, Menena Cottin consigue desplegar un universo mágico en torno a un libro-objeto. Diseño, perspectiva y mucho juego nos hacen soñar a pequeños y grandes sin remisión.


Michaël Escoffier y Matthieu Maudet. ¡Es mi sopa! Océano Travesía. (***) El que diga que esos autores no le tienen cogida la medida al libro de cartón es que ha leído pocos de ellos. Esta vez se internan en una historia con estructura de sketch sobre una madre, un hijo y un plato de sopa, a la que también son invitados dos villanos clásicos de los cuentos de hadas. Con mucha comedia y enredo, sorpresas, giros inesperados y metaliteratura, seguro que este libro consigue lo imposible. Incluso que sus hijos coman.



Susie Hammar. Cuentanúmeros. mtm Editores. (***). Esta pequeña editorial nos vuelve a sorprender un curso más con uno de esos libros de cartón que abre muchas posibilidades a los nuevos lectores. Con animales como protagonistas, ilustraciones de colores potentes y líneas definidas, una serie de piezas móviles y troqueles táctiles, la propuesta es más que interesante, no sólo para aprender a contar y asocial los números con su grafema, sino para abrir un universo lúdico que ensalze el libro-juego.


Meritxell Marti y Xavier Salomó. Minino. Combel. Un nuevo libro-serie protagonizado por un intrépido gato se abre camino en las librerías de la mano de dos de los autores más prolíficos en este género del boardbook. En la luna o bajo la lluvia, Minino es un felino muy dicharachero que es capaz de moverse entre las páginas gracias a un sistema de lengüetas móviles. Seguro que lleva la alegría a sus casas y seguro que llegarán nuevos títulos en breve.


Pep Molist y Mandana Sadat. La reina de la noche. Ekaré. Si en el de Mar Benegas y Neus Camaño se nos presentaba el día, le llega el turno a la noche, un espacio que generalmente se simboliza desde ciertos sonidos e imágenes. Es así como los protagonistas de este libro, padre e hijo, intentan llegar a casa antes de que se cierna la noche sobre ellos con una buena dosis de imaginación. Inspirado en el poema Erlkönig, de W. J. Goethe, tiene un puntito muy hermoso para dormir y, sobre todo, soñar.


Estrella Ortiz y Nuria Gallardo. Cinco lobitos. Libre Albedrío. (***) Con una canción rimada de toda la vida, las autoras nos sumergen en la primera infancia con este boardbook sencillo y muy hermoso donde las imágenes en tela son simbólicas y certeras (seis escenas son suficientes para encandilarnos). Toda una delicia que muchos se hartarán de contar y cantar en los próximos meses.


Antonio Rubio y Óscar Villán. Juego de letras. Kalandraka. (***) Uno de los libros más hermosos, lúdicos y divertidos de este año que termina. En él, los autores de la colección De la cuna a la luna nos proponen un viaje por el diccionario conducido por una simpática oruga que, a base de abrir y cerrar solapas nos presentan rimas que beben de lo estrambótico y el sinsentido. ¡Si se les ha pasado por alto deben acudir a su librería más cercana!



Antonio Rubio y Óscar Villán. Frutas / Animales. Kalandraka. Dos nuevos títulos para hacer más grande la colección de la cuna a la luna, una serie de libros con mucha rima y pocas palabras (no se crean que esto es fácil de conseguir…) altamente necesaria en cualquier biblioteca para prelectores y primeros lectores. En este caso, sus geniales autores rinden un tributo a los animales y las frutas. No se los pueden perder.



Nicola Slater. ¿Dónde está mi jersey? Combel. Ahora toca una historia de despistes y mucho humor en la que a base de pestañas que se abren y se cierran vamos descubriendo un montón de animales que acompañan al conejo protagonista en la búsqueda de un jersey que a saber dónde está. Buenas dosis de humor y aspectos lúdicos se combinan en una narración entrañable.


Britta Teckentrup. Mi pequeño zorro/ Mi pequeña ardilla. Picarona. Respetuosos con el medio ambiente, estos libros de la aclamada Britta Teckentrup pone su mirada en la vida de algunos mamíferos que salen de sus madrigueras. En su deambular tropiezan con otros animales y situaciones que bien merecen un poco de atención por parte de los futuros lectores, siempre empáticos y sorpresivos.


Katrin Wiehle. Mi gran océano. Lóguez. Una vez más hay que hablar de esta magnífica colección dirigida a los prelectores. Con el mundo natural por bandera e impresos en carton 100% ecológico, Katrin Wiehle se centra esta ocasión en el mundo submarino. Ballenas, tiburones, medusas, caballitos de mar, cangrejos, focas… Un sinfín de seres que habitan uno de los medios más diversos y amenazados de nuestro planeta, en el que merece la pena bucear y, sobre todo, respetar.


Giovanna Zoboli y Philip Giordano. Cuando el sol despierta. Libros del Zorro Rojo. (***). Si hemos tenido un libro sobre el día y otro sobre la noche, ahora nos toca terminar esta tanda con un libro que combina ambos periodos. Con una serie de escenas protagonizadas por animales u objetos, los autores nos hablan de una dicotomía básica a través de frases sencillas e imágenes de líneas sencillas, formas planas y tintas medias. Un libro muy hermosos y con gran calidez visual muy evocador y poético.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

La abeja Maya o una censura de la belleza



Aunque no es tiempo de flores y demás chanzas primaverales (¡Menudo frío hace!), hoy le llega el turno a una de esas historias que, a pesar de haber trascendido a la cultura popular gracias a la serie de dibujos animados televisiva de los 80-90, mucha gente no sabe sobre su primigenia condición de novela. Y es que Las aventuras de la abeja Maya de Waldemar Bonsels tiene mucho que decir.
Es por ello que aprovecharé el post de hoy para trasladarles mi experiencia (segunda en este caso, pues leí este libro por primera vez cuando era un mengajo) aprovechando la nueva edición de Nórdica Libros con las siempre exquisitas ilustraciones de Ester García (fíjense en su colorido, en las composiciones equilibradas, en esos marcos redondos de otro tiempo, y en la labor de investigación sobre la flora y fauna) que acompañan a esta reseña de hoy.
Antes de sumergirme en las andanzas del autor y otras consideraciones, decidí que lo mejor era releerlo sin muchas influencias externas, algo que fue un acierto pues lo pasé bastante bien con esa abeja y la caterva de bichos que la acompañaban en sus andanzas (cosa rara, pues no soy muy insectívoro). Aunque me recordó a la primera lectura (muy humana, detallista y con mucha plasticidad), sí es cierto que lo hice con esa perspectiva de ¿adulto? que te endosan los años.


Después de aparcar el libro sobre el sofá, me puse manos a la obra con la biografía del autor, Waldemar Bonsels, que según tenía entendido, no tenía desperdicio (la pueden disfrutar enterita después de la reseña, que me he tomado la libertad de elaborarla aparte).
Tras leer y leer muchos artículos ya no sabía si dejarme llevar por la vida de su autor y lapidar a la abeja Maya junto a él -como han hecho tantos otros-, o dejar de lado los datos biográficos y buscar un punto intermedio en mis anotaciones. Me vino a la cabeza la palabra “censura” y, con una sacudida de orejas opté por extraer el jugo de un libro que ha vendido millones de copias (que yo, por lo general, siempre respeto a los lectores).


En primer lugar hay que decir que la abeja Maya es un libro sobre la naturaleza. Hay mucha belleza en él. Es un jardín junto a un lago, un paraíso vegetal en el que pululan montones de seres vivos que establecen multitud de relaciones. Es fiel reflejo de lo que acontece en un prado. Y si no me creen, siéntense frente a trozo de hierba y dejen el tiempo pasar.
En segundo lugar hablamos de una obra de insectos que, a pesar de conservar su aspecto y comportamiento instintivo (ya saben, las libélulas son carnívoras y los saltamontes brincan), son antropomorfos en su manera de pensar y razonar, el verdadero quid de la cuestión en una obra bastante vapuleada por el tiempo, los prejuicios y las interpretaciones.
De entre todos los personajes que se pasean por sus páginas destaca Maya, la protagonista, una abeja que se encuentra a caballo entre una paria y una suerte de heroína que se enfrenta al mundo sola con las mínimas lecciones vitales de Casandra, su nodriza, algo que se repite en otros muchos actores principales de la Literatura Infantil.


De esta forma Maya representa a ese niño inocente que realiza su propio viaje iniciático y va creciendo conforme se desarrolla la acción. Entabla conversación y vive experiencias con otros seres. Crece y va modificando su pensamiento y conducta para enfrentarse a las adversidades que le presenta el camino, algo bastante presente en los libros para niños de finales del XIX y principios del XX en los que el carácter pedagógico/didáctico es bastante patente.
Las aventuras de la abeja Maya también es un canto a la libertad, pues se debería adscribir a la llamada “literatura de vagabundos” como bien ha apuntado el experto Walter Fähnders. Este es un género en el que los personajes deambulan errantes y escriben sus historias a la intemperie. Pastores, bandoleros, hechiceros, gitanos y una abeja exploran el mundo y nos trasladan sus impresiones (¿Bonito, verdad?)


Hay pasajes a lo largo del libro que hablan de su inocencia infantil. La abeja también es piadosa, algo que muestra en el pasaje en el que Schnuck devora a Hans Cristoph o en el que le habla de una rana moribunda (“...me cuesta mucho ver sufrir a alguien” o  “Hay muchas cosas tristes en el mundo”, explica Maya). También es ignorante (su capacidad de sorprenderse con una gota de rocío habla por sí sola), bastante correcta y educada (se refiere a todos muy cortésmente), tiene muy buen humor (su encuentro con el escarabajo Kurt lo deja bien claro) y es muy curiosa (su obsesión por toparse con los humanos es tan preocupante como la de un mocoso empecinado en conocer a un troll).


A pesar de todos estos rasgos destacables, no han sido pocos los que han interpretado esta obra desde prismas menos inocentes y más sesgados, relacionándola con los valores del nacionalsocialismo alemán. El caso más reciente es el de Sven Hanuschek que se centra en varios puntos para justificar esta idea… Así, apunta al carácter supremacista de la abeja, sobre todo cuando se refiere a las avispas, sus acérrimas enemigas. Pasajes como “Ser confundida con una avispa, con ese atajo de ladronas inútiles, con ese pueblo de bandidas, de vagabundas, significaba para ella la mayor de las injurias” podrían hablar de judíos y alemanes, aunque también es cierto que podrían hablar de orcos y elfos, de piratas y niños perdidos.


También habla de la colmena como símbolo de la nación alemana, una a la que Maya regresa finalmente para combatir a las fuerzas invasoras; un punto de vista con el que no estoy de acuerdo, pues la organización estatal de cualquier himenóptero (véanse hormigas) facilita bastante la asimilación por parte del lector de una metáfora sobre el modus vivendi humano y son ampliamente utilizadas en el universo cultural infantil.
Hanuschek señala al mismo tiempo las similitudes entre el discurso de la abeja reina y el que el emperador Guillermo II de Alemania dio en julio del año 1900 a las tropas que partían para enfrentarse al levantamiento bóxer en China, y que, aunque podría ser cierto, se me ocurre pensar que las arengas bélicas son bastante parecidas en contenido.
Por último, tanto Sven Hanuschek, como otros autores, echan mano de que La abeja Maya fue uno de los libros más leídos por los soldados alemanes en las trincheras para justificar esa supuesta identificación con el régimen, una cuestión sobre la que tengo varios peros… Si nos fijamos bien La abeja Maya se publica en 1912, antes de desatarse la Primera Guerra Mundial, esa que acabaría con la hegemonía industrial del Imperio Austrohúngaro, y también es bastante anterior a la crisis económica producto de las disposiciones del Tratado de Versalles, germen de un descontento ciudadano que pergeñaría el nacionalsocialismo hitleriano.
El segundo apunte que hago se refiere a la guerra en sí misma, pues aunque Maya tuviera un éxito ulterior entre los lectores de aquella época, los conflictos bélicos siempre han existido, no sólo en el mundo real, sino también en la ficción infantil y juvenil. La guerra está ahí, bien entre nazis y yanquis, bien entre abejas y avispas.



El último apunte y como bien explica Helga Karrenbrock trata sobre ese amparo que ofrece Maya. Bonsels empatiza con el soldado por ser un guardián de la libertad, una libertad situada en ese prado floreciente y lleno de vida que, aunque ilusorio, se  convierte en un lugar de anhelo sobrecargado frente a chimeneas industriales humeantes, ciudades en explosión y una crisis de fe. Porque el soldado también es humano y necesita un refugio en el que sentirse vivo y en paz.
Para finalizar todo este (contra)análisis sobre La abeja Maya, sólo me resta una consideración sobre las decisiones del autor… No seré yo quien justifique las de Bonsels pues tengo bastante con las mías, pero sí les diré que no se deben extrañar de que los artistas o “agentes culturales” busquen refugio entre políticos para recibir apoyos de muchos tipos. Lo que no sabría decirles es si todos ellos se dan cuenta de que les hacen un flaco favor a sus obras, pues las estigmatizan a lo largo del tiempo y las condenan a la censura, una consecuencia que no se merece ni La abeja Maya ni cualquier otro título que encandile a tantos lectores durante tanto tiempo.



 *          *          *

Waldemar Bonsels nace en  1880, en Holstein, siendo el segundo de los cinco hijos de un farmacéutico reconvertido a odontólogo. Cursa educación secundaria en Kiel, estudios que abandona a la edad de dieciséis para asistir en Bielefeld a una escuela de negocios (algo parecido a la formación profesional). Terminado ese tiempo trabaja como comercial en una imprenta entre 1900 y 1902. Tras ese periodo decide enrolarse en la llamada Misión de Basilea, una organización ecuménica protestante, y es enviado como comerciante misionero a las Indias Orientales durante seis meses entre 1902 y 1903. A su regreso funda junto a tres socios la  editorial EW Bonsels and Co. en Munich, en la que publicará sus primeros trabajos.
En 1906 contrae matrimonio con Klara Brandenburg, su primera esposa y con quien tiene dos hijos. Se divorcia y vuelve a casarse con Elise Ostermeyer y tiene otros dos hijos. Durante este tiempo continua publicando sus escritos, tanto en su propia editorial, como en otras, véase F. Fontane & Co, Avestruz, y Schuster y Loeffler.
Así llegamos a 1910, año en el que el editor y escritor se traslada con su familia a una casa que su amigo Bernd Iseman posee en  Oberschleißheim, una zona en las afueras de Munich y en la que se inspira para escribir su gran éxito, Las aventuras de la abeja Maya, un libro que sería publicado en 1912.
Estalla la Primera Guerra Mundial y Bonsels es enviado como corresponsal de guerra a Galicia y Lodomeria (Ucrania-Polonia) y más tarde a los países bálticos. Cuando termina la contienda en 1918, Bonsels decide comprar una casa en la isla de Capri y otra en Ambach en la orilla oriental del lago Starnberg, donde se traslada a vivir él solo mientras el resto de su familia reside en Munich, algo que desembocará en un nuevo divorcio.
Es así como Bonsels dedica su tiempo a escribir nuevos libros sobre crímenes o relatos eróticos, a entablar amistad con otros autores como Benjamin Franklin Wedekind o Heinrich Mann (ambos de origen judío), en viajar a Estados Unidos, Turquía o Egipto, y en dar conferencias por diferentes países disfrutando de las rentas que produce la abeja Maya, uno de los libros más vendidos hasta la década de los 40.
Durante ese tiempo, además de tener otro hijo con la bailarina Edith von Schrenck -nunca se casarán-, hay que destacar otros hechos significativos en la vida de Bonsels… Entre 1924 y 1925, junto al biólogo y director de cine Wolfram Junghans, adapta la abeja Maya al cine utilizando insectos vivos (lo que oyen). La película muda de seis actos se estrena en el Capitolio de Dresde el 8 de abril de 1926 recibiendo buenas críticas por su la producción técnica. Este hecho favoreció que Walt Disney se interesara por la obra para su adaptación en cine de animación y mucho más tarde, en el 87, su producción para la pequeña pantalla en forma de serie.


Como fruto de esta experiencia, Bonsels también se anima a realizar una expedición a Brasil junto al documentalista Adolph von Dungern y el director de fotografía August Brückner, con intención de realizar un reportaje naturalista, un proyecto que se ve truncado inesperadamente.
Así llegan los años 30 y con ellos el ascenso del Hitler al poder. Es así como el nacionalsocialismo irrumpe en la vida de los alemanes, incluido Bonsels, que desde su casa en Capri se entera de que muchos de sus libros son quemados la noche del 10 de mayo de 1933 junto a obras de Marx, Freud, Remarque, Ossietzky o Tucholsky, por incluir pasajes que recogen prácticas sexuales desviadas. No obstante se salvan de la hoguera Las aventuras de la abeja Maya, un libro que se sigue vendiendo a todo trapo, y otras dos obras más, Viaje a la India y Himmelsvolk. Si esto no fuera poco, Bonsels comienza a escribir una serie de artículos apoyando los ideales del régimen nazi entre los que destaca el titulado NSDAP y el judaísmo, donde evidencia una clara postura antisemita, sobre todo en lo que al aspecto cultural se refiere, calificando a los intelectuales judíos como “veneno” debido a su gran influencia y poder cultural prescriptivo. Esto unido una fortuna mayor que la de algunos ministros del Tercer Reich en la que la abeja Maya tiene mucho que decir (les recuerdo que fue uno de los libros de cabecera de los soldados en las trincheras), le  ayuda a obtener un puesto influyente en el Reichsschrifttumskammer, uno de los siete departamentos de la Cámara de Cultura fundada por Goebbels para el nuevo régimen.
En 1943 publica Dositos, un libro del que sólo se publicaron un centenar de copias y con un prólogo muy controvertido, donde destaca nuevamente el antisemitismo.
Todo cambia tras la Segunda Guerra Mundial y después de la caída de Adolf Hitler, Bonsels intenta presentarse a los aliados como víctima del régimen nazi, cosa que no cuela. Así es incluido en la llamada desnazificación, por lo que sus novelas son prohibidas y su figura queda relegada a un segundo plano.
En 1949, Waldemar Bonsels enferma de linfogranulomatosis (enfermedad de Hodgkin). Al año siguiente, se casa con su última pareja, Rose-Marie Bachofen, y el 31 de julio de 1952, Bonsels muere en su casa en Ambach. La urna con sus cenizas es enterrada en el jardín.



martes, 3 de diciembre de 2019

De familias y otros percales



Ha comenzado el adviento. Los comercios están abarrotados de productos y, sobre todo, de gente. No hay quien quepa en los bares (para una cervecita siempre hay tiempo) y el personal no para de hacer cábalas y así cuadrar una agenda que cada año se hace más cuesta arriba (Menos mal que yo me mantengo fiel a mis principios de asistir única y exclusivamente a aquellos eventos en los que pinto algo…).
Se avecinan las cenas “remember”. Las de los años de colegio (Pfff… Nostálgicos…), las de cuando íbamos al instituto (Más de lo mismo…), incluso las del conservatorio (¡Yingelbels, yingelbels…!). También hay que quedar bien con los amigos de la infancia (Qué acabaos están algunos… Hola… ¿Es ahí el geriátrico?), con los del barrio (¡Y venga batallitas!) y con los del apartamento de Torrevieja (Aunque los cuerpos no estén para olas). En definitiva, hay que ver a todo quisqui y no morir en el intento (cosa harto difícil, pues los estómagos ya no están para ostias).


Lo mejor de todo es cuando hacen acto de presencia los familiares... Como si de una aparición mariana se tratase, empiezan a desfilar por la puerta cientos de sombras chinescas que vienen a ponerse como la Tomata. Lo que otrora era un remanso de paz, se transforma en un comedero de pollastres. Si te descuidas te sacan el ojo con un mondadientes. A ver quién se ceba más. Como si no hubiera un mañana… Intentas agasajarlos, sacas las mejores viandas del trastero y al final terminas a codazos. No sabes cuántas cabezas, cuántas manos, cuantas suegras y cuñados hay alrededor de la mesa. Cuentas tropecientas bocas, unos cuantos anillos de casado, no-sé-cuántas fajas, otras tantas gafas (las lentillas las dejamos a un lado), un par de dientes de plata, y al terminar, te desmayas.


Así, con la consciencia perdida, llegamos a uno de esos libros que te hacen pensar al mismo tiempo que te sacan una sonrisa. Y es que En mi casa somos... un libro con texto de Isabel Minhós Martins, ilustraciones de Madalena Matoso y editado por Takatuka, nos encontramos con una dilatada familia con la que la vida es toda una aventura, no sólo aritmética (¡Atención a los maestros de preescolar y primaria! ¡Que este libro da mucho juego con las matemáticas!), sino también por lo anatómico de la historia.


Si además tenemos en cuenta que nos hace reflexionar sobre la animada vida en familia (si yo les contará nuestras celebraciones en familia de antaño, no pararían de reír en un par de años) y lo (des)agradable que es tener a hermanas, padres, abuelos, tíos y primos al lado, podríamos afirmar que este libro es una imperiosa necesidad. Y si me apuran, les empujaré a que lo lean todos juntos, al derecho y al revés, y de esta manera, pasar más tiempo juntos que, aunque no lo crean, es lo que nos hace falta.


lunes, 2 de diciembre de 2019

Detalles urbanos



Cuando un servidor andaba por Madrid, mis compañeros de clase solían decirme que seguramente yo conocía mejor la ciudad que ellos. Según ellos mucha gente de la capital vivía en microcosmos como Aluche, Alto de Extremadura, Usera o Virgen del Cortijo y pasaba tres kilos de lo que les ofrecía el resto de la urbe. Algunos incluso admitían que nunca había estado en lugares tan emblemáticos como el Museo del Prado o como la Biblioteca Nacional (eso sí, el Cortilandia no les faltaba).


Si bien es cierto que la magnitud de la ciudad es proporcional al desconocimiento de la misma, no es algo exclusivo de las metrópolis, sino que ocurre en la mayor parte de los casos, pues no pocas veces he descubierto rincones todavía inexplorados en mi propio ecosistema. Valladolid, Pontevedra, Alicante, Málaga o Cáceres nos pueden ofrecer la misma sensación de aventura que la que se experimenta en una población de varios millones de personas, la cuestión es lanzarse a las calles y dejar que estas te impregnen.


Capillas, grafitis, fuentes, bares, plazas, jardines y un sinfín más de detalles pasan desapercibidos en el día a día, y porqué no (ricemos más el rizo, que me parece muy interesante) también personas de nuestro entorno. Abogo por esos lugares y gentes invisibles. Esos seres humanos que viven cerca de nosotros, meros desconocidos con los que nunca hemos mediado palabra. ¿Por qué no correr el riesgo de llamar, entrar y disfrutar? Siempre hay algo de hermoso en esa falta de cautela.


Dejen de ir vagando por la calle con los ojos vendados, miren hacia un lado y otro, como los niños escudriñando los detalles. Pues esas cosas que creemos nimias, perdidas, pueden desplegarse ante nosotros como las colas de los pavos reales. Y si no me creen presten atención al libro de hoy, uno que nos habla del entorno y las miradas con atención. Y es que Dominika Lipniewska nos presenta En la ciudad (editorial Cocobooks), un álbum para primeros lectores que nos invita a sumergirnos en los entresijos de una ciudad llena de formas geométricas, mientras despierta, cuando brilla la luna, en mitad del parque o en los puestos del mercado. Un entorno colorista y geométrico que nos atrapa en sus líneas para pasar las páginas una y mil veces. Como debería ser, incluso en la realidad.



viernes, 29 de noviembre de 2019

Las vacas de mi infancia



No sé si alguna vez les he contado que mi abuelo era vaquero. No como los de las películas del oeste americano, que lo suyo eran las vacas lecheras. Recuerdo vagamente las cuadras donde las ordeñaba, cómo entraba la luz tenue del otoño por las ventanas. Por aquel entonces ya le quedaban muy pocas. Yo pasaba entre sus traseros con algo de cautela, pues nunca he sido muy amigo de las coces ni de las ventosidades.
Aunque las cosas han cambiado, hay que guardar la memoria a buen recaudo…

Talán, talán, telén, telén.
Último aviso “vacas al tren”.

Llega el otoño y se cae la hoja,
la lluvia a rayas todo lo moja.
El campo vuelve a ponerse verde.
Tal vez su hija no lo recuerde.

La vaca flaca aunque es octubre,
ya no despacha ni media ubre.

No le apetece ni la verdura
y apenas se hace la pedicura.

Todas las noches toma somníferos,
es la más triste de los mamíferos.

Para animarla, su cuidador
le ha regalado un ordeñador.

[…]

Raúl Vacas.
La vaca flaca.
Ilustraciones de Gómez.
2019. Salamanca: La guarida Ediciones.