Cuando empecé en esto de los libros para niños a principios
del milenio, visitaba multitud de centros de profesores. Iba de un lado para
otro hablando de las bondades de la lectura, sugería títulos, compartía
experiencias y enseñaba actividades sencillas. Docentes, animadores de lectura,
narradores orales, madres y padres nos sentábamos alrededor de los libros y
conversábamos. Fue una época muy bonita de la que germinó esta casa de
monstruos que ustedes pueden disfrutar estos días.
Oía de todo. Anécdotas inverosímiles y chascarrillos de lo
más variopinto. Recuerdo unas jornadas sobre la lectura en un centro de profesores
de un pueblecito de la Sierra de Alcaraz y Segura, a las que acudieron dos
maestros, una chica jovencita y un cuasi-sexagenario, que desempeñaban sus trabajo
en un colegio rural agrupado (CRA, para los del gremio) que contaba con una
decena de niños.
En cierto momento de la tarde hablábamos del contexto de la
lectoescritura, una cuestión en absoluto baladí para desarrollar el gusto por
la lectura. La pareja se arrancó. Ellos se dedicaban al público agreste, sus
alumnos no estaban muy familiarizados con la vida urbana que a estas alturas de
la vida exhibían la mayoría de los infantes. Lo suyo era el mundo animal, la pesca
y la caza, la recogida de la aceituna, el tiempo de las setas, las verduras
silvestres y la huerta de temporada. Estaban embebidos en un ecosistema muy
particular al que los libros de texto estaban ajenos, y se las veían negras
para que hacer atractivas las primeras lecturas de estos chavales.
Sabían muy bien a lo que se referían. Estaban muy implicados
en que las criaturas aprendieran. Habían echado mano de las famosas maletas que
se utilizaron en las Misiones Pedagógicas y otras muchas estrategias que
merecieron nuestro aplauso, pero sin lugar a dudas lo que más nos llamó la
atención es que ellos habían desarrollado todo un sistema de alfabetización
basado en catálogos de maquinaria agrícola e instrumentos de caza y pesca.
Tractores, cosechadoras, rifles y cañas de pescar eran las primeras cartillas
de lectura de sus alumnos que, apasionados por todos estos artilugios, buceaban
por vez primera en el universo de las palabras. El resto de participantes
empezamos riéndonos, pero poco a poco nos dimos cuenta de que habían sido muy certeros
en la elección: nada como una pasión para desatar otra.
Y con esta anécdota me voy al álbum de hoy, uno que me ha
encantado, no sólo porque después de aquello he constatado lo que es trabajar
durante años como maestro rural (¡Lo que aprendí yo de rehalas y venados!),
sino por ser un título necesario a la hora de abrirnos los ojos acerca de los
sentimientos encontrados en la dicotomía campo y ciudad a la que tanto acudo en
mis post. Y es que Tractor viene conmigo
un álbum de Finn-Ole Heinrich, Dita Zipfel y Halina Kirschner que ha sido editado
en español por TakaTuka, es un canto al pensamiento rural que seguramente
muchos de nosotros no entienda, pero que sí apoya a otros muchos que necesitan
lecturas más campestres y agrícolas.
Algunos lo llamarían un “slow-book” por eso de apostar en
los modos de vida tranquilos y sosegados del mundo rural. Otros hablarán de él
en tono de alegoría y denuncia social (¿Por qué vivimos empeñados en denigrar las maneras
campestres?). Y yo veo en él la mirada de un niño que se empeña en vivir junto
a su mejor amigo a pesar de todo.
Hay muchas formas de existir. Unos existen a base de redes
sociales (me llama mucho la atención este tipo, pues denota muchos complejos no
resueltos), otros gracias a sus hijos (¿Se han dado cuenta de la cantidad de
padres que existen a costa de sus hijos? Me resulta bastante llamativo teniendo
en cuenta que la crianza consiste en proporcionar independencia y no restarla),
los del aula de al lado existen gracias a nosotros (¡La de veces que nos acordamos
de ellos mientras los gritos de su clase interrumpen la nuestra…!) y nosotros
por ellos (“Quejicas” nos llaman…).
Hay gente que existe a conciencia (les aviso de que es
bastante peligrosa pues tiene poco miedo al fracaso) y otra que existe muy de
vez en cuando (véanse aquellos que viven a la sombra de sus iguales, los que
están inmersos en el trabajo o los siempre apocados).
Muchos convendrán que mejor existir en vez de no hacerlo,
aunque en ciertas ocasiones deseemos desaparecer de la faz de la tierra para no
aguantar a la cantidad de hijoputas que se agolpan en tu puerta. Otras veces
quieres ser grande y hacerte visible, existir eternamente, sin impedimentos o
contratiempos (empiezo a entender las razones sobre el poder y la fama aunque
no las ponga en práctica).
También les confieso que hoy, lunes aciago, me he dado
cuenta de que no soy lo suficientemente existente (ya saben que los monstruos inofensivos,
poco importamos). ¿Deberé hacer algo? Con urgencia o sin ella, lo intentaré. A
mí modo, por supuesto, que ando algo cansado de palabras vacías y amaneramiento
vago. Que una cosa es pasar y otra desvanecerse.
Y con tanta existencia (e insistencia) llegamos a Petra, un álbum de Marianna Coppo
editado este otoño por Juventud y que nos habla precisamente de todo esto. Del
ser, el estar y el parecer desde el punto de vista de una ¿piedra? (Permítanme
los interrogantes porque a estas alturas del libro me entran ganas de dudarlo),
nos trasladamos al propio devenir, uno que se hace cuesta arriba cuando
interiorizamos esa pregunta mínima: ¿Y yo? ¿Qué soy?
Desde el desenfado, ilustraciones algo disyuntivas pero
siempre complementarias, y la estética siempre limpia de la autora, se nos
presenta una historia muy abierta donde se ponen sobre la mesa diferentes
aspectos del existencialismo (¿Podría definirse como un álbum filosófico? A lo
que yo contesto: ¿Y cuál no?). Un libro que dará mucho juego no sólo a la hora
de plantear manualidades (pintar rocas, buscar nuevas aplicaciones a los
objetos o tunearlos), sino en el momento de pensar en nuestra existencia, que
al final, es de lo poco que nos queda.
Hemos pasado noviembre y con diciembre llega la Navidad, una
época de consumismo desorbitado. Para que Papa Noel y los Reyes Magos no sólo
echen mano de ropa de marca y tecnología variada, un servidor les sigue
recomendando regalar libros, que son muy buenos para el alma. Es por ello que
aquí llegan la primera de las selecciones de álbumes infantiles, en este caso la
de boardbooks o libros de cartón (últimamente también se les llama “toddler
books”), una selección que he decidido partir en dos para darle un poco de
visibilidad a estos libros para prelectores y primeros lectores (entre 0 y 4-5
años de edad), y que tradicionalmente publicaba en mayo. Como no son tan
abundantes como los álbumes convencionales y no se les da tanto bombo en las
librerías, conmino a padres primerizos, trabajadores de los jardines de
infancia, guarderías y educación infantil, a consultar las selecciones del
2018-2019, del 2017-2018, del 2016-2017 y la del 2015-2016.
Y ahora, unas consideraciones… Como la mayor parte de estos
libros suelen ser híbridos entre las categorías de ficción y no ficción, no
considero oportuno darle relevancia a dicha división
Siempre intento no dejar ninguno en el tintero, pero si se
me olvida alguno, ya saben que pueden apuntármelo o enviármelo (llamada a
editoriales).
Como en el resto de ocasiones, señalo aquellos que me han
encantado con mis tres estrellas, que son como las Michelín pero en el medio
LIJero.
Por último decirles que si quieren ojearlos por dentro,
muchos de ellos están disponibles en el instagram de los monstruos en forma de
vídeo (como el de la cabecera de este post).
Sin más dilación, ¡he aquí esta primera parte de la selección
comentada de libros de cartón!
Virginie Aracil. Las formas del señor Bear / Los colores del
Señor Bear. Combel. Empezamos con un par de libros informativos para
prelectores y primeros lectores en los que su protagonista, el señor Bear, se
dedica a familiarizarnos con el triángulo, el círculo y el cuadrado, el rojo,
el verde y el azul, de una manera cercana y utilizando para ello objetos de
nuestra vida cotidiana.
Mar Benegas y Neus
Caamaño. Hola, mañana. A buen paso.
En esta historia cotidiana se nos presenta el día a modo de retahíla y con un
torrente de aventuras por delante. Hay que saludar al día, al perro, al abuelo…
en definitiva a todo el que se cruce en el camino de un protagonista que está
ansioso por descubrir un mundo lleno de sensaciones y experiencias. Pero al
final, todo día termina de la misma manera…
Caracolino y Canizales. La jirafa Rafa / Carteros y carteras. NubeOcho. Una nueva colección de boardbooks se abre camino con estos dos libritos que no se pueden perder. Muy divertidos y sonoros (música incluida de la mano de su autor) nos presentan una historia sobre cartas con hermosos mensajes y una jirafa que me tiene encandilado (será que tiene gafas y bigote). Una nueva apuesta más que prometedora para pequeños y grandes con mucho ritmo.
Bárbara Castro Urío. ¡A dormir, pequeña ballena! Zahorí Books.
De la mano de la ganadora de la categoría Toddler en la última feria de Bolonia,
llega un nuevo libro de cartón en el que la protagonista es una ballena que va
creciendo conforme va zampando. Un libro ideal para aprender a contar e
identificar los colores (dos temáticas bastante utilizadas en este tipo de
libros) que termina con un “buenas noches”.
Marta Comín. Abracadabra. Combel. (***) Un
cumpleaños, un nieto, un abuelo y una maleta llena de magia. Este es el
argumento que Marta Comín, la diseñadora valenciana, utiliza para crear un
libro-objeto cargado de sorpresas a base de troqueles, escenas escondidas y
juegos de perspectiva. Nunca he sido muy hábil con los trucos de
prestidigitación, así que me enamoré perdidamente de él.
Menena Cottin. Doble Doble. Tecolote. (***) Una de
los mejores libros de este año que encontré por casualidad en mi librería
favorita. Con solo tres colores (rojo, blanco y negro), una serie de imágenes
basadas en siluetas bidimensionales, y un giro de 180º, Menena Cottin consigue
desplegar un universo mágico en torno a un libro-objeto. Diseño, perspectiva y
mucho juego nos hacen soñar a pequeños y grandes sin remisión.
Michaël Escoffier y Matthieu Maudet. ¡Es mi sopa! Océano Travesía. (***) El que diga que esos autores no le tienen cogida la medida al libro de cartón es que ha leído pocos de ellos. Esta vez se internan en una historia con estructura de sketch sobre una madre, un hijo y un plato de sopa, a la que también son invitados dos villanos clásicos de los cuentos de hadas. Con mucha comedia y enredo, sorpresas, giros inesperados y metaliteratura, seguro que este libro consigue lo imposible. Incluso que sus hijos coman.
Susie Hammar. Cuentanúmeros. mtm Editores. (***). Esta pequeña editorial nos vuelve a sorprender un curso más con uno de esos libros de cartón que abre muchas posibilidades a los nuevos lectores. Con animales como protagonistas, ilustraciones de colores potentes y líneas definidas, una serie de piezas móviles y troqueles táctiles, la propuesta es más que interesante, no sólo para aprender a contar y asocial los números con su grafema, sino para abrir un universo lúdico que ensalze el libro-juego.
Meritxell Marti y
Xavier Salomó. Minino. Combel. Un nuevo libro-serie protagonizado por un
intrépido gato se abre camino en las librerías de la mano de dos de los autores
más prolíficos en este género del boardbook. En la luna o bajo la lluvia,
Minino es un felino muy dicharachero que es capaz de moverse entre las páginas
gracias a un sistema de lengüetas móviles. Seguro que lleva la alegría a sus
casas y seguro que llegarán nuevos títulos en breve.
Pep Molist y Mandana
Sadat. La reina de la noche. Ekaré.
Si en el de Mar Benegas y Neus Camaño se nos presentaba el día, le llega el
turno a la noche, un espacio que generalmente se simboliza desde ciertos
sonidos e imágenes. Es así como los protagonistas de este libro, padre e hijo, intentan
llegar a casa antes de que se cierna la noche sobre ellos con una buena dosis
de imaginación. Inspirado en el poema Erlkönig,
de W. J. Goethe, tiene un puntito muy hermoso para dormir y, sobre todo, soñar.
Estrella Ortiz y
Nuria Gallardo. Cinco lobitos. Libre
Albedrío. (***) Con una canción rimada de toda la vida, las autoras nos
sumergen en la primera infancia con este boardbook sencillo y muy hermoso donde
las imágenes en tela son simbólicas y certeras (seis escenas son suficientes
para encandilarnos). Toda una delicia que muchos se hartarán de contar y cantar
en los próximos meses.
Antonio Rubio y Óscar
Villán. Juego de letras. Kalandraka.
(***) Uno de los libros más hermosos, lúdicos y divertidos de este año que
termina. En él, los autores de la colección De la cuna a la luna nos proponen
un viaje por el diccionario conducido por una simpática oruga que, a base de
abrir y cerrar solapas nos presentan rimas que beben de lo estrambótico y el
sinsentido. ¡Si se les ha pasado por alto deben acudir a su librería más
cercana!
Antonio Rubio y Óscar
Villán. Frutas / Animales.
Kalandraka. Dos nuevos títulos para hacer más grande la colección de la
cuna a la luna, una serie de libros con mucha rima y pocas palabras (no se
crean que esto es fácil de conseguir…) altamente necesaria en cualquier
biblioteca para prelectores y primeros lectores. En este caso, sus geniales
autores rinden un tributo a los animales y las frutas. No se los pueden perder.
Nicola Slater. ¿Dónde está mi jersey? Combel. Ahora
toca una historia de despistes y mucho humor en la que a base de pestañas que
se abren y se cierran vamos descubriendo un montón de animales que acompañan al
conejo protagonista en la búsqueda de un jersey que a saber dónde está. Buenas
dosis de humor y aspectos lúdicos se combinan en una narración entrañable.
Britta Teckentrup. Mi pequeño zorro/ Mi pequeña ardilla. Picarona.
Respetuosos con el medio ambiente, estos libros de la aclamada Britta
Teckentrup pone su mirada en la vida de algunos mamíferos que salen de sus
madrigueras. En su deambular tropiezan con otros animales y situaciones que
bien merecen un poco de atención por parte de los futuros lectores, siempre
empáticos y sorpresivos.
Katrin Wiehle. Mi gran océano. Lóguez. Una vez más hay
que hablar de esta magnífica colección dirigida a los prelectores. Con el mundo
natural por bandera e impresos en carton 100% ecológico, Katrin Wiehle se centra
esta ocasión en el mundo submarino. Ballenas, tiburones, medusas, caballitos de
mar, cangrejos, focas… Un sinfín de seres que habitan uno de los medios más
diversos y amenazados de nuestro planeta, en el que merece la pena bucear y,
sobre todo, respetar.
Giovanna Zoboli y
Philip Giordano. Cuando el sol despierta.
Libros del Zorro Rojo. (***). Si hemos tenido un libro sobre el día y otro
sobre la noche, ahora nos toca terminar esta tanda con un libro que combina
ambos periodos. Con una serie de escenas protagonizadas por animales u objetos,
los autores nos hablan de una dicotomía básica a través de frases sencillas e
imágenes de líneas sencillas, formas planas y tintas medias. Un libro muy
hermosos y con gran calidez visual muy evocador y poético.
Aunque no es tiempo de flores y demás chanzas primaverales
(¡Menudo frío hace!), hoy le llega el turno a una de esas historias que, a
pesar de haber trascendido a la cultura popular gracias a la serie de dibujos
animados televisiva de los 80-90, mucha gente no sabe sobre su primigenia condición de novela. Y es que Las aventuras de la
abeja Maya de Waldemar Bonsels tiene mucho que decir.
Es por ello que aprovecharé el post de hoy para trasladarles
mi experiencia (segunda en este caso, pues leí este libro por primera vez
cuando era un mengajo) aprovechando la nueva edición de Nórdica Libros con las
siempre exquisitas ilustraciones de Ester García (fíjense en su colorido, en
las composiciones equilibradas, en esos marcos redondos de otro tiempo, y en la
labor de investigación sobre la flora y fauna) que acompañan a esta reseña de
hoy.
Antes de sumergirme en las andanzas del autor y otras
consideraciones, decidí que lo mejor era releerlo sin muchas influencias
externas, algo que fue un acierto pues lo pasé bastante bien con esa abeja y la
caterva de bichos que la acompañaban en sus andanzas (cosa rara, pues no soy
muy insectívoro). Aunque me recordó a la primera lectura (muy humana,
detallista y con mucha plasticidad), sí es cierto que lo hice con esa
perspectiva de ¿adulto? que te endosan los años.
Después de aparcar el libro sobre el sofá, me puse manos a
la obra con la biografía del autor, Waldemar Bonsels, que según tenía
entendido, no tenía desperdicio (la pueden disfrutar enterita después de la
reseña, que me he tomado la libertad de elaborarla aparte).
Tras leer y leer muchos artículos ya no sabía si dejarme llevar
por la vida de su autor y lapidar a la abeja Maya junto a él -como han hecho
tantos otros-, o dejar de lado los datos biográficos y buscar un punto
intermedio en mis anotaciones. Me vino a la cabeza la palabra “censura” y, con
una sacudida de orejas opté por extraer el jugo de un libro que ha vendido
millones de copias (que yo, por lo general, siempre respeto a los lectores).
En primer lugar hay que decir que la abeja Maya es un libro
sobre la naturaleza. Hay mucha belleza en él. Es un jardín junto a un lago, un
paraíso vegetal en el que pululan montones de seres vivos que establecen
multitud de relaciones. Es fiel reflejo de lo que acontece en un prado. Y si no
me creen, siéntense frente a trozo de hierba y dejen el tiempo pasar.
En segundo lugar hablamos de una obra de insectos que, a
pesar de conservar su aspecto y comportamiento instintivo (ya saben, las
libélulas son carnívoras y los saltamontes brincan), son antropomorfos en su
manera de pensar y razonar, el verdadero quid de la cuestión en una obra
bastante vapuleada por el tiempo, los prejuicios y las interpretaciones.
De entre todos los personajes que se pasean por sus páginas
destaca Maya, la protagonista, una abeja que se encuentra a caballo entre una
paria y una suerte de heroína que se enfrenta al mundo sola con las mínimas
lecciones vitales de Casandra, su nodriza, algo que se repite en otros muchos
actores principales de la Literatura Infantil.
De esta forma Maya representa a ese niño inocente que
realiza su propio viaje iniciático y va creciendo conforme se desarrolla la
acción. Entabla conversación y vive experiencias con otros seres. Crece y va modificando
su pensamiento y conducta para enfrentarse a las adversidades que le presenta
el camino, algo bastante presente en los libros para niños de finales del XIX y
principios del XX en los que el carácter pedagógico/didáctico es
bastante patente.
Las aventuras de la
abeja Maya también es un canto a la libertad, pues se debería adscribir a la
llamada “literatura de vagabundos” como bien ha apuntado el experto Walter Fähnders. Este es un género en el que los personajes deambulan errantes y
escriben sus historias a la intemperie. Pastores, bandoleros, hechiceros,
gitanos y una abeja exploran el mundo y nos trasladan sus impresiones (¿Bonito,
verdad?)
Hay pasajes a lo largo del libro que hablan de su inocencia
infantil. La abeja también es piadosa, algo que muestra en el pasaje en el que Schnuck
devora a Hans Cristoph o en el que le habla de una rana moribunda (“...me
cuesta mucho ver sufrir a alguien” o “Hay muchas cosas tristes en el mundo”, explica Maya). También es ignorante (su
capacidad de sorprenderse con una gota de rocío habla por sí sola), bastante
correcta y educada (se refiere a todos muy cortésmente), tiene muy buen humor (su
encuentro con el escarabajo Kurt lo deja bien claro) y es muy curiosa (su
obsesión por toparse con los humanos es tan preocupante como la de un mocoso
empecinado en conocer a un troll).
A pesar de todos estos rasgos destacables, no han sido pocos
los que han interpretado esta obra desde prismas menos inocentes y más sesgados,
relacionándola con los valores del nacionalsocialismo alemán. El caso más
reciente es el de Sven Hanuschek que se centra en varios puntos para justificar
esta idea… Así, apunta al carácter supremacista de la abeja, sobre todo cuando
se refiere a las avispas, sus acérrimas enemigas. Pasajes como “Ser confundida
con una avispa, con ese atajo de ladronas inútiles, con ese pueblo de bandidas,
de vagabundas, significaba para ella la mayor de las injurias” podrían hablar
de judíos y alemanes, aunque también es cierto que podrían hablar de orcos y
elfos, de piratas y niños perdidos.
También habla de la colmena como símbolo de la nación
alemana, una a la que Maya regresa finalmente para combatir a las fuerzas
invasoras; un punto de vista con el que no estoy de acuerdo, pues la
organización estatal de cualquier himenóptero (véanse hormigas) facilita
bastante la asimilación por parte del lector de una metáfora sobre el modus
vivendi humano y son ampliamente utilizadas en el universo cultural infantil.
Hanuschek señala al mismo tiempo las similitudes entre el
discurso de la abeja reina y el que el emperador Guillermo II de Alemania dio
en julio del año 1900 a las tropas que partían para enfrentarse al
levantamiento bóxer en China, y que, aunque podría ser cierto, se me ocurre
pensar que las arengas bélicas son bastante parecidas en contenido.
Por último, tanto Sven Hanuschek, como otros autores, echan
mano de que La abeja Maya fue uno de los libros más leídos por los soldados alemanes
en las trincheras para justificar esa supuesta identificación con el régimen, una cuestión
sobre la que tengo varios peros… Si nos fijamos bien La abeja Maya se publica en 1912, antes de desatarse la Primera
Guerra Mundial, esa que acabaría con la hegemonía industrial del Imperio Austrohúngaro, y también es bastante anterior a la crisis económica producto de las
disposiciones del Tratado de Versalles, germen de un descontento ciudadano que
pergeñaría el nacionalsocialismo hitleriano.
El segundo apunte que hago se refiere a la guerra en sí
misma, pues aunque Maya tuviera un
éxito ulterior entre los lectores de aquella época, los conflictos bélicos
siempre han existido, no sólo en el mundo real, sino también en la ficción
infantil y juvenil. La guerra está ahí, bien entre nazis y yanquis, bien entre
abejas y avispas.
El último apunte y como bien explica Helga Karrenbrock trata
sobre ese amparo que ofrece Maya. Bonsels
empatiza con el soldado por ser un guardián
de la libertad, una libertad situada en ese prado floreciente y lleno de
vida que, aunque ilusorio, se convierte
en un lugar de anhelo sobrecargado frente a chimeneas industriales humeantes,
ciudades en explosión y una crisis de fe. Porque el soldado también es humano y
necesita un refugio en el que sentirse vivo y en paz.
Para finalizar todo este (contra)análisis sobre La abeja
Maya, sólo me resta una consideración sobre las decisiones del autor… No seré
yo quien justifique las de Bonsels pues tengo bastante con las mías, pero sí
les diré que no se deben extrañar de que los artistas o “agentes culturales” busquen refugio entre políticos para recibir apoyos de muchos tipos. Lo que no
sabría decirles es si todos ellos se dan cuenta de que les hacen un flaco favor
a sus obras, pues las estigmatizan a lo largo del tiempo y las condenan a la
censura, una consecuencia que no se merece ni La abeja Maya ni cualquier otro
título que encandile a tantos lectores durante tanto tiempo.
***
Waldemar Bonsels nace en1880, en Holstein, siendo el segundo de los cinco hijos de un farmacéutico
reconvertido a odontólogo. Cursa educación secundaria en Kiel, estudios que
abandona a la edad de dieciséis para asistir en Bielefeld a una escuela de
negocios (algo parecido a la formación profesional). Terminado ese tiempo
trabaja como comercial en una imprenta entre 1900 y 1902. Tras ese
periodo decide enrolarse en la llamada Misión de Basilea, una organización
ecuménica protestante, y es enviado como comerciante misionero a las Indias Orientales durante seis
meses entre 1902 y 1903. A su regreso funda junto a tres socios laeditorial EW Bonsels and Co. en Munich, en la
que publicará sus primeros trabajos.
En 1906 contrae matrimonio con Klara Brandenburg, su primera
esposa y con quien tiene dos hijos. Se divorcia y vuelve a casarse con Elise
Ostermeyer y tiene otros dos hijos. Durante este tiempo continua
publicando sus escritos, tanto en su propia editorial, como en otras, véase F.
Fontane & Co, Avestruz, y Schuster y Loeffler.
Así llegamos a 1910, año en el que el editor y escritor se
traslada con su familia a una casa que su amigo Bernd Iseman posee en Oberschleißheim, una zona en las afueras de
Munich y en la que se inspira para escribir su gran éxito, Las aventuras de la abeja Maya, un libro que sería
publicado en 1912.
Estalla la Primera Guerra Mundial y Bonsels es enviado como
corresponsal de guerra a Galicia y Lodomeria (Ucrania-Polonia) y más tarde a
los países bálticos. Cuando termina la contienda en 1918, Bonsels decide
comprar una casa en la isla de Capri y otra en Ambach en la orilla oriental del
lago Starnberg, donde se traslada a vivir él solo mientras el resto de su familia reside en Munich, algo que desembocará en un nuevo divorcio.
Es así como Bonsels dedica su tiempo a escribir nuevos
libros sobre crímenes o relatos eróticos, a entablar amistad con otros autores
como Benjamin Franklin Wedekind o Heinrich Mann (ambos de origen judío), en viajar
a Estados Unidos, Turquía o Egipto, y en dar conferencias por diferentes países
disfrutando de las rentas que produce la
abeja Maya, uno de los libros más vendidos hasta la década de los 40.
Durante ese tiempo, además de tener otro hijo con la
bailarina Edith von Schrenck -nunca se casarán-, hay que destacar otros hechos
significativos en la vida de Bonsels… Entre 1924 y 1925, junto al biólogo y
director de cine Wolfram Junghans, adapta la abeja Maya al cine utilizando
insectos vivos (lo que oyen). La película muda de seis actos se estrena en el
Capitolio de Dresde el 8 de abril de 1926 recibiendo buenas críticas por su la
producción técnica. Este hecho favoreció que Walt Disney se interesara por la obra para su adaptación en cine de animación y mucho más tarde, en el 87, su producción para la pequeña pantalla en forma de serie.
Como fruto de esta experiencia, Bonsels también se anima a
realizar una expedición a Brasil junto al documentalista Adolph von Dungern y el
director de fotografía August Brückner, con intención de realizar un reportaje
naturalista, un proyecto que se ve truncado inesperadamente.
Así llegan los años 30 y con ellos el ascenso del Hitler al
poder. Es así como el nacionalsocialismo irrumpe en la vida de los alemanes,
incluido Bonsels, que desde su casa en Capri se entera de que muchos de sus
libros son quemados la noche del 10 de mayo de 1933 junto a obras de Marx,
Freud, Remarque, Ossietzky o Tucholsky, por incluir pasajes que recogen
prácticas sexuales desviadas. No obstante se salvan de la hoguera Las aventuras de la abeja Maya, un libro
que se sigue vendiendo a todo trapo, y otras dos obras más, Viaje a la India y
Himmelsvolk. Si esto no fuera poco, Bonsels comienza a escribir una serie de
artículos apoyando los ideales del régimen nazi entre los que destaca el
titulado NSDAP y el judaísmo, donde
evidencia una clara postura antisemita, sobre todo en lo que al aspecto
cultural se refiere, calificando a los intelectuales judíos como “veneno”
debido a su gran influencia y poder cultural prescriptivo. Esto unido una
fortuna mayor que la de algunos ministros del Tercer Reich en la que la abeja Maya tiene mucho que decir (les
recuerdo que fue uno de los libros de cabecera de los soldados en las
trincheras), le ayuda a obtener un
puesto influyente en el Reichsschrifttumskammer, uno de los siete departamentos de la
Cámara de Cultura fundada por Goebbels para el nuevo régimen.
En 1943 publica Dositos,
un libro del que sólo se publicaron un centenar de copias y con un prólogo muy
controvertido, donde destaca nuevamente el antisemitismo.
Todo cambia tras la Segunda Guerra Mundial y después de la
caída de Adolf Hitler, Bonsels intenta presentarse a los aliados como víctima
del régimen nazi, cosa que no cuela. Así es incluido en la llamada desnazificación,
por lo que sus novelas son prohibidas y su figura queda relegada a un segundo
plano.
En 1949, Waldemar Bonsels enferma de linfogranulomatosis
(enfermedad de Hodgkin). Al año siguiente, se casa con su última pareja,
Rose-Marie Bachofen, y el 31 de julio de 1952, Bonsels muere en su casa en
Ambach. La urna con sus cenizas es enterrada en el jardín.
Ha comenzado el adviento. Los comercios están abarrotados de
productos y, sobre todo, de gente. No hay quien quepa en los bares (para una cervecita
siempre hay tiempo) y el personal no para de hacer cábalas y así cuadrar una
agenda que cada año se hace más cuesta arriba (Menos mal que yo me mantengo
fiel a mis principios de asistir única y exclusivamente a aquellos eventos en
los que pinto algo…).
Se avecinan las cenas “remember”. Las de los años de colegio
(Pfff… Nostálgicos…), las de cuando íbamos al instituto (Más de lo mismo…),
incluso las del conservatorio (¡Yingelbels, yingelbels…!). También hay que
quedar bien con los amigos de la infancia (Qué acabaos están algunos… Hola… ¿Es
ahí el geriátrico?), con los del barrio (¡Y venga batallitas!) y con los del
apartamento de Torrevieja (Aunque los cuerpos no estén para olas). En
definitiva, hay que ver a todo quisqui y no morir en el intento (cosa harto difícil,
pues los estómagos ya no están para ostias).
Lo mejor de todo es cuando hacen acto de presencia los familiares...
Como si de una aparición mariana se tratase, empiezan a desfilar por la puerta
cientos de sombras chinescas que vienen a ponerse como la Tomata. Lo que otrora
era un remanso de paz, se transforma en un comedero de pollastres. Si te
descuidas te sacan el ojo con un mondadientes. A ver quién se ceba más. Como si
no hubiera un mañana… Intentas agasajarlos, sacas las mejores viandas del
trastero y al final terminas a codazos. No sabes cuántas cabezas, cuántas
manos, cuantas suegras y cuñados hay alrededor de la mesa. Cuentas tropecientas
bocas, unos cuantos anillos de casado, no-sé-cuántas fajas, otras tantas gafas
(las lentillas las dejamos a un lado), un par de dientes de plata, y al
terminar, te desmayas.
Así, con la consciencia perdida, llegamos a uno de esos
libros que te hacen pensar al mismo tiempo que te sacan una sonrisa. Y es que En mi casa somos... un libro con texto
de Isabel Minhós Martins, ilustraciones de Madalena Matoso y editado por Takatuka,
nos encontramos con una dilatada familia con la que la vida es toda una aventura,
no sólo aritmética (¡Atención a los maestros de preescolar y primaria! ¡Que
este libro da mucho juego con las matemáticas!), sino también por lo anatómico
de la historia.
Si además tenemos en cuenta que nos hace reflexionar sobre
la animada vida en familia (si yo les contará nuestras celebraciones en familia
de antaño, no pararían de reír en un par de años) y lo (des)agradable que es
tener a hermanas, padres, abuelos, tíos y primos al lado, podríamos afirmar que
este libro es una imperiosa necesidad. Y si me apuran, les empujaré a que lo
lean todos juntos, al derecho y al revés, y de esta manera, pasar más tiempo
juntos que, aunque no lo crean, es lo que nos hace falta.
Cuando un servidor andaba por Madrid, mis compañeros de
clase solían decirme que seguramente yo conocía mejor la ciudad que ellos. Según
ellos mucha gente de la capital vivía en microcosmos como Aluche, Alto de
Extremadura, Usera o Virgen del Cortijo y pasaba tres kilos de lo que les
ofrecía el resto de la urbe. Algunos incluso admitían que nunca había estado en
lugares tan emblemáticos como el Museo del Prado o como la Biblioteca Nacional
(eso sí, el Cortilandia no les faltaba).
Si bien es cierto que la magnitud de la ciudad es
proporcional al desconocimiento de la misma, no es algo exclusivo de las metrópolis,
sino que ocurre en la mayor parte de los casos, pues no pocas veces he
descubierto rincones todavía inexplorados en mi propio ecosistema. Valladolid, Pontevedra,
Alicante, Málaga o Cáceres nos pueden ofrecer la misma sensación de aventura
que la que se experimenta en una población de varios millones de personas, la
cuestión es lanzarse a las calles y dejar que estas te impregnen.
Capillas, grafitis, fuentes, bares, plazas, jardines y un
sinfín más de detalles pasan desapercibidos en el día a día, y porqué no
(ricemos más el rizo, que me parece muy interesante) también personas de
nuestro entorno. Abogo por esos lugares y gentes invisibles. Esos seres humanos
que viven cerca de nosotros, meros desconocidos con los que nunca hemos mediado
palabra. ¿Por qué no correr el riesgo de llamar, entrar y disfrutar? Siempre
hay algo de hermoso en esa falta de cautela.
Dejen de ir vagando por la calle con los ojos vendados,
miren hacia un lado y otro, como los niños escudriñando los detalles. Pues esas
cosas que creemos nimias, perdidas, pueden desplegarse ante nosotros como las
colas de los pavos reales. Y si no me creen presten atención al libro de hoy,
uno que nos habla del entorno y las miradas con atención. Y es que Dominika
Lipniewska nos presenta En la ciudad
(editorial Cocobooks), un álbum para primeros lectores que nos invita a
sumergirnos en los entresijos de una ciudad llena de formas geométricas,
mientras despierta, cuando brilla la luna, en mitad del parque o en los puestos
del mercado. Un entorno colorista y geométrico que nos atrapa en sus líneas
para pasar las páginas una y mil veces. Como debería ser, incluso en la realidad.
No sé si alguna vez les he contado que mi abuelo era
vaquero. No como los de las películas del oeste americano, que lo suyo eran
las vacas lecheras. Recuerdo vagamente las cuadras donde las ordeñaba, cómo
entraba la luz tenue del otoño por las ventanas. Por aquel entonces ya le
quedaban muy pocas. Yo pasaba entre sus traseros con algo de cautela, pues
nunca he sido muy amigo de las coces ni de las ventosidades.
Aunque las cosas han cambiado, hay que guardar la memoria a buen
recaudo…