Andamos preparando el examen final de la escuela de idiomas y estos días nos ha tocado ejercer de críticos, más concretamente de una obra de Samuel Beckett, el escritor y dramaturgo irlandés. Aunque sus grandes obras fueron escritas en francés, nuestra profesora ha querido que nos adentráramos en Los días felices, una obra en inglés que está protagonizada por una mujer que se halla semienterrada.
Aunque yo prefiero el teatro en directo, me ha resultado la mar de productivo, no solo porque nunca antes me había adentrado en el universo de este autor, sino porque he descubierto el llamado teatro del absurdo y he encontrado un montón de coincidencias entre este y bastantes álbumes que me encantan y con los que iré ilustrando esta entrada para que ustedes mismos busquen analogías en ellos.
Se conoce por teatro del absurdo a un conjunto de obras entre las décadas de 1940 y 1960 por dramaturgos como Samuel Beckett, Arthur Adamov, Eugène Ionesco, Jean Genet y Harold Pinter, así como el que surgió a partir de estas en décadas posteriores.
En estas creaciones, las escenografías y el decorado son bastante limitados. Los fondos, si los hay, son extremadamente sencillos, y no existe apenas atrezo ni objetos añadidos. Este hecho juega un papel muy importante en el contraste entre contextualización y discurso. Un mundo vacío y con objetos muy pesados y voluminosos, que por un lado permiten al espectador focalizar su atención en los personajes, mientras que por otro empequeñece y engulle a las figuras en una suerte de inmensidad espacial.
Del mismo modo, en el teatro del absurdo no suele haber cambios de ubicación. Las escenas y actos suceden en los mismos lugares. Un inmovilismo que nos invita a esa quietud estática que permite la reflexión, pero que también ancla a los personajes a una realidad que está presentada imaginariamente.
En lo que a la trama se refiere, este tipo de teatro está caracterizado por tramas que parecen exentas de significado, de lógica, de coherencia. Parece que no sucede nada, pero a su vez pasa de todo. Lo poético queda relegado a un plano velado del que participa el subconsciente del espectador.
Diálogos repetitivos, casi de besugo, salidas de tono, montones de disparates, rupturas del marco narrativo y una falta de secuenciación que invitan a esa atmosfera que no tiene ni pies ni cabeza, pero que engancha por su aparente sencillez e idealización. Los personajes tienen un gran obstáculo para expresarse y comunicarse entre ellos mismos constantemente. Suele haber silencios (in)cómodos que además de establecer un muro invisible, se prestan al diálogo interno.
Aunque la actitud de estas obras puede parecer baladí, son obras centradas en temas muy importantes como la existencia humana, las relaciones personales, el cuestionamiento de la sociedad, la dicotomía entre la percepción personal y plural, la susceptibilidad social o las diferencias entre los seres humanos. Todo ello aderezado con mucho humor.
Se resalta la incongruencia entre el pensamiento y los hechos, así como la incoherencia entre las ideologías y los actos. Lo interesante del teatro del absurdo es que no da las respuestas que esperamos, o las que creemos que vamos a esperar, sino que nos deja a nosotros la interpretación y el análisis de cada palabra, cada gesto, cada semblanza.
2 comentarios:
Precioso.
Gracias por compartirlo.
Saludosbuhos!!!!
Un placer 😊🩵
Publicar un comentario