miércoles, 19 de noviembre de 2025

De aves nocturnas, sororidad y leyendas marinas



Seguimos con los cuentos en esta tercera semana de noviembre, en la que el frío ha hecho aparición. Buscamos el calor de nuestros hogares y algo de entretenimiento en los pequeños relatos. No necesariamente tienen que haber sido inventados hace cientos de años, pues hay muchos cuentos actuales que evocan los mismos saberes desde una perspectiva diferente.
Si bien es cierto que los arquetipos y discursos han cambiado durante los últimos años, también lo es que siguen manteniendo una simbología parecida, véanse como ejemplo todos esos búhos, gatos y cuervos que acompañan a magos y brujas, animales dignos de atención.



Centrándonos en búhos y lechuzas, la asociación se debe a la relación histórica que estas aves mantienen con la oscuridad, la noche y el inframundo. Desde muy antiguo, las rapaces nocturnas se consideraban un mal augurio. Escucharlas ulular era presagio de mala suerte o incluso la muerte. Su actividad nocturna y su capacidad de cazar en la oscuridad, las vinculó con las artes ocultas, lo que ha llevado a la Iglesia católica a relacionarlas con el infierno. Si a todo esto unimos que en muchas zonas de Europa existe la creencia de que las brujas se transforman en estos animales para sobrevolar pueblos y bosques con la intención de atacar a los niños, el mito está servido.
Es curioso que todo esto contraste con otras visiones más positivas, sobre todo las de la antigua Grecia, ya que el emblema de Atenea, diosa de la sabiduría, era precisamente un búho. Representaba la intuición y la claridad mental. Animaba a confiar en los instintos y hallar conocimiento en los momentos difíciles. En Japón, se asocian con la buena suerte y el éxito, de hecho y el pueblo maya asociaba al búho con la fertilidad.
Sin lugar a dudas, toda esta dicotomía en lo que a simbolismo se refiere, ayuda a engrandecer la leyenda que rodea a unas aves de mirada profunda (quizá la disposición frontal de sus ojos tan parecida a la de los humanos, nos confiera cierta simpatía hacia ellos) que siguen apareciendo en relatos infantiles como Harry Potter o el que traemos hoy a la palestra.


La bruja lechuza es el tercer álbum en clave de cuento que Myriam Dahman, Nicolas Digard y Júlia Sardà publican en España gracias a Pípala, un sello editorial que tantas cosas buenas nos ha traído a las estanterías.
Este relato se adentra en la historia de una mujer conocida como la Bruja Lechuza y que es capaz de ver la verdad cuando mira a los ojos de la gente. Vive encaramada en lo alto de un acantilado y con el paso de los años se ha quedado sola por los miedos infundados de los visitantes. Una noche de invierno, la joven Nora llega con una extraña invitación de Baltasar Tintanegra, temido señor de las profundidades del mar. Al hurgar en su mirada, la Bruja Lechuza descubre que Nora permanece presa en el fondo del mar porque le entregó su corazón a cambio de salvarla. Durante esa noche, ambas entablarán una profunda amistad y, tras su marcha, la Bruja Lechuza se plantea aceptar la invitación del malvado Baltasar con tal de salvar a Nora ¿Logrará hacerlo?


Antes de nada, una advertencia. Si esta historia les recuerda a Piratas del Caribe, la famosa trilogía cinematográfica (el cofre, ese barco hundido o la caracterización marina de los personajes), se debe a que ambas están inspiradas en la antigua leyenda marinera de Davy Jones o Duffy Jones (Disney también adaptó este personaje mítico).


En este relato moderno, además de encontrar mucha magia, cosa que siempre se agradece en las historias con sabor a otro tiempo, nos topamos con dos vertientes discursivas. Una hace referencia a la astucia y la inteligencia de la heroína, para enfrentarse al engaño del antagonista. La otra se basa en el ejercicio de sororidad entre dos mujeres que buscan la libertad, una física y la otra emocional. 


Como ya hizo en Leina y el señor del bosque y El secreto del lobo, Júlia Sardà desarrolla un ejercicio de virtuosismo a base de tintas medias y unas composiciones muy geométricas. Basadas en motivos nórdicos, naturalezas muertas, detalles y filigranas que rememoran el estilo de los grandes ilustradores del art decó, la artista llena de colorido y movimiento este relato. Unas ilustraciones donde recoge la dualidad tierra-mar (¿Se han fijado en las simetrías que establece?) y nos deja entrever la divergencia entre dos mundos el acuático y el terrestre, incompatibles pero complementarios. Personajes imposibles, pequeños detalles a modo de prólogo y epílogo y numerosos cambios de plano. La artista catalana nos guía por ese imaginario tan suculento y antiguo en el que los monstruos nos recreamos. Una delicia visual.

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