viernes, 18 de febrero de 2022

Naturaleza y libros infantiles


En muchos libros infantiles solemos encontrar un acercamiento a la naturaleza. Escenarios, protagonistas y metáforas que nos hablan de la estrecha relación que mantenemos con nuestro medio ambiente, un tema que desgrano brevemente en este post con tres ejemplos en los que detenerse.


A mi juicio son cuatro los factores que influyen en esta acusada presencia del mundo natural en la Literatura Infantil. Por un lado tendríamos el influjo de los llamados cuentos tradicionales, unas historias cuyos escenarios tienen mucho que ver con prados, ríos, montañas y bosques, lugares a los que solían acudir los habitantes de esa Europa rural que ahora nos parece muy lejana. La naturaleza es ese lugar donde todo es posible por lo desconocido y salvaje.
Por otro lado tendríamos esa cosmovisión intimista entre el ser humano y la naturaleza que autores románticos, como Bécquer, Mary Shelley, Oscar Wilde, Edgar Alla Poe o Lewis Carroll nos trasladan en sus obras. Perdidos en los recovecos de la naturaleza, buscan sus propias grandezas y miserias, asimilando que ellos mismos formaban parte de ese todo que, de un modo u otro, generaba las realidades mundanas que la época industrial hacía más patentes con sus fábricas y su hollín.
Si bien es cierto que esta fusión entre literatura y naturaleza está condicionada por factores históricos, a veces bebe de las modas y tendencias actuales. Ecologismo, indigenismo y otras tendencias han ayudado a que las representaciones un tanto oníricas del mundo natural impregnen muchas obras actuales de la Literatura Infantil. El resultado de una idiosincrasia que se ha ido instalando en estos tiempos de super-idealización en los que robledales, taigas y sabanas son paraísos terrenales. Refugios maravillosos donde no habita nada indeseable, ni cruel, ni malo.
Del mismo modo, también puede deberse a la estrecha relación entre el autor y un medio ambiente agreste donde la inspiración es esa comunión sobrenatural que nos salva de unas afecciones que se ven disipadas cuando nos hallamos en mitad del bosque, paseando a orillas de una playa desierta o en mitad de la dehesa.


Tres buenos ejemplos de este acercamiento natural en los libros infantiles son Un bosque en mí, de Deborah Underwood y Cindy Derby (Libros del Zorro Rojo), Mi árbol secreto de David Pintor (La Guarida) y Soy un árbol de Sylvaine Jaoui y Anne Crahay (Kókinos).
En el primero se nos presenta un viaje emocional en toda regla donde los símiles naturales tienen mucho que decir en una historia que habla de ti, de mí o de cualquiera. Poético a rabiar, se articula sobre unas ilustraciones donde aguadas llenas de luces, penumbras y sombras son las diferentes estaciones de este particular vía crucis en el que su protagonista se sincera en un silencio compartido con la naturaleza que le rodea y con el lector-espectador.


Composiciones bien elegidas, planos cinematográficos, tintas medias y toda una suerte de sinceridades se agolpan entre las ramas de los árboles, los claros del bosque y otros remolinos de vida. Una elección que no solo gusta a consumidores introspectivos, sino a todos lo que por alguna razón, se definan amantes de espesuras vegetales y cromatismos naturales.



En el segundo título, el ilustrador gallego y reciente ganador del Goya a la mejor película de animación, se interna en una historia sobre paralelismos vitales y ciclos naturales. Inspirado, como suele ocurrirle últimamente, por su hija Nara, indaga en los mil y un momentos en los que un roble, árbol majestuoso que llena las carballeiras de su tierra, está presente en la vida de cualquier niño de un modo, como apunta el propio título, misterioso, casi clandestino. 


Un libro que recuerda a El árbol generoso de Shel Silverstein pero centrado en la infancia, una etapa donde las emociones son mucho más potentes, algo que se observa en un final, tan triste, como esperanzador. David Pintor detiene el espacio en ese tronco, en esas hojas, en ese prado, y deja pasar el tiempo, uno que da buena cuenta de los juegos compartidos, de los momentos de descanso, de las alegrías y tristezas, de que hombres y árboles somos como hermanos.




Para terminar la tríada, nos acercamos a un álbum que, como el anterior, establece un símil entre el proceso de gestación de un ser humano y el de germinación de una semilla. En este caso y aunque se hace uso del estilo figurativo, los autores se decantan por el uso de la metáfora, tanto visual, como verbal, para ir desarrollando una idea que queda reflejada en el título.


Con líneas sutiles y una composición especular, la acción se desarrolla sobre la idea del crecimiento en un espacio cerrado en el que, poco a poco, una nueva vida se abre paso hacia la luz del día. Aunque la escala temporal no es equivalente, el propósito subyacente se consigue ante un espectador que ve en cada doble página la evolución de dos procesos naturales en los que el fin no es comprender cada detalle, sino tomar consciencia de la magia que envuelve nuestra existencia.



miércoles, 16 de febrero de 2022

¡Que nada ni nadie os arruine el día!


Miércoles. El ecuador de la semana laboral. Un día estupendo para cabrearse como si no hubiera un mañana. Gracias a los alumnos, la profesora de inglés, la soberbia e incompetencia familiar, un colega incoherente, los políticos… Cualquiera puede ser el detonante de un ataque de cólera inusitado. Pero de verdad, ¿merece la pena pasar el día malencarado?


No es que yo sufra un síncope cada vez que alguien me tuerce el carro, pero sí reconozco que hay personas en este mundo que me sacan de mis casillas. Y no precisamente porque me contesten de mala manera o me gasten bromas pesadas. Tiene más que ver con los desprecios, las faltas de consideración o la obcecación.
Que nieguen la evidencia, que solo se acuerden de ti cuando les interesa o que sean incapaces de corresponderte como mereces, son gestos que me sacan de quicio. Será porque yo, aunque malhablado, sin formas y nada condescendiente, intento actuar con bastante autocrítica, dentro de una lógica y siempre intento ponerme en lugar del otro. No soy partidario del egocentrismo, el egoísmo y los intereses varios.


Si bien es cierto que antes me condenaba como un demonio, últimamente estoy empezando a gestionar este tipo de situaciones desde la ignorancia y la indiferencia. A veces trae más cuenta mirar hacia otro lado que enseñar las garras. Hacer lo que me apetezca y que todo me resbale. No se puede estar todo el santo día mosqueado con gente que a duras penas te demuestra el poco talento del que dispone.


A veces uno no puede evitar que lo saquen de sus casillas, sobre todo si tienes el resorte un poco flojo, pero hay que intentarlo y minimizar las ocasiones. Si te pareces al payaso que sale disparado de la caja sorpresa, si se te tuerce el morro a la mínima de cambio, el libro de hoy, es tu libro. Y teniendo en cuenta que Shinsuke Yoshitake es un maestro a la hora de quitarle hierro a cualquier asunto para darle la vuelta a la tortilla a cuenta de mucho humor, no te lo puedes perder.
En la misma línea que otros títulos de esta colección, ¡No soy un monstruo! (Libros del Zorro Rojo) se centra en los múltiples enfados de una protagonista cuyos nervios se ven alterados por cualquiera. Los compañeros de colegio, los requerimientos maternos, el vecindario. Cualquiera es capaz de enfurecerla y ella no puede evitar pensar en cómo les devolvería la pelota (programar un robot para que les congele la barriga o entrenar una abeja para que les pique, son dos ideas maravillosas). También nos cuenta los métodos que ha desarrollado para paliar esos ataques de ira y sus investigaciones respecto a los de otras personas. La conclusión es evidente: hay un monstruo que quiere hacerle la vida imposible. ¿Logrará vencerlo? ¿De qué manera?


Lleno de simpatía y desde una perspectiva bastante sui generis, el autor japonés vuelve a hacer de las suyas con un álbum donde viñetas y croquis, guiños, metáforas y toques surrealistas constituyen los recursos narrativos para un pequeño manual que divierte y hace pensar a partes iguales sobre la sencillez-complejidad humanas, esa dualidad tan hermosa y a la vez tan detestable.
Un último consejo: ¡No dejen que nadie les arruine el miércoles!

martes, 15 de febrero de 2022

Lectores asesinos o el ¿poder? de los libros


Con lo que me gusta un salseo literario debo sumarme a la polémica que ha suscitado la relación que muchos medios de comunicación han establecido entre La edad de la ira, una novela de corte juvenil de Nando López, y el triple crimen del parricida de Elche, un suceso que ha conmocionado a la sociedad española poniendo de relevancia los problemas de un universo adolescente cada vez más complejo.
Se ve que el chaval que mató a su padre, su madre y su hermano por verse privado de videoconsola y wifi a consecuencia de unas malas notas (el castigo preferido por todas las familias de este país… ya saben, lo más fácil), lo tenía sobre la mesita de noche, según comentan los investigadores del caso y, cómo no, los (des)informantes ya se han lanzado sobre la carroña.
A día de hoy y con todo lo que estamos viendo, deberían saber que sensacionalismo y reduccionismo son las armas favoritas de los políticos y sus mamporreros, los grandes grupos de comunicación, para hacer de su capa un sayo. Manipular a la opinión pública para lograr sus intereses es algo inherente al poder, todavía más en la era de un buenismo donde hay que erradicar toda incomodidad de la faz de la tierra y fabricar así zombis votantes. Censura, censura y más censura, algo que he comentado hasta la saciedad con temas como el de la salud mental. Por ello mi recomendación es que apaguen la tele, se alejen de las redes sociales y lean. A Nando López o a cualquier otro. Seguro que sacan mucho más provecho.
Hacer responsables a los autores y sus libros de los actos que otros cometen me parece una justificación muy vana por tres razones. La primera es que parece una especie de intento por elevar a la categoría de víctimas a una serie lectores que no saben dónde tienen la mano izquierda o necesitan internamiento psiquiátrico. Como si las palabras o la literatura los erigiera en un estatus criminal muy superior en aras de una actividad cultural que parece ser la quintaesencia del postureo ilustrado (no se pierdan este artículo). Dudo mucho que la naturaleza asesina se base única y exclusivamente en lo que lean antes de irse a la cama.
La segunda es que colgarle el sambenito a los libros o los videojuegos es otra evidencia más de una sociedad enferma llena de culpables, externalidades y vendas en los ojos. Miserias que, precisamente se ponen de relevancia gracias a los productos culturales de calidad. Porque la buena literatura es precisamente eso, internarse en lo intrincado de la naturaleza humana para lacerarnos de algún modo con sus dardos, dejarnos ver el tipo de efluvios que exudamos. Nada es tan feo o tan bonito como para dejar de mirar dentro y fuera de nuestro pellejo.
La tercera tiene que ver con la construcción del discurso, pues como bien expliqué AQUÍ, la lectura es un acto complejo donde no solo interviene el autor, sino también el lector. Él pone sobre ese tablero que es el libro su experiencia previa, sus frustraciones, deseos y pasiones para construir un relato, un mensaje que no tiene que ser precisamente válido, inofensivo o coherente. De hecho la suspensión de la incredulidad que ha desencadenado esta atrocidad depende única y exclusivamente de un adolescente y su mala interpretación de una obra ficcional (he aquí otra pregunta: ¿Es necesaria la mediación lectora?).
Por otro lado les digo: y si esa conexión fuese cierta, ¿qué? A veces me "alegro" de que estas cosas sucedan. Y no porque mueran familias enteras (¡Qué pena y qué culpa tan grande!), asesinen al presidente de una nación (recuerden la historia que subyace a El guardián entre el centeno) o existan suicidios en masa (se ve que Goethe lo consiguió). Me satisface porque aúpa en cierto modo el poder que tienen los libros sobre la sociedad, en aras del morbo, of course, pero poder al fin y al cabo. 
Tampoco es que me vaya a rasgar las vestiduras por un libro que no he leído (millenials, armarios, traumas, intriga..., quizá me anime), pero me alegro de que se le dé visibilidad, y la gente, los teenagers, sientan curiosidad por él y se acerquen a las librerías. Auguro que este escritor catalán se va a hinchar, más todavía teniendo en cuenta que mañana se estrena la serie homónima. 
Lo dicho, lean, pero con calma, que no todos los lectores obsesivos se lanzan a luchar contra molinos de viento.

lunes, 14 de febrero de 2022

Doctor amor


Hoy es San Valentín, el patrón de los enamorados, un día que muchos detestan pero que otros veneran hasta el hartazgo. Románticos o consumistas, empalagosos o prácticos, sea cual sea nuestra naturaleza no solemos preguntarnos sobre las bases biológicas del amor, un sentimiento que altera el nuestro organismo queramos o no.
Hace años se estudiaron algunos de los procesos bioquímicos y fisiológicos que tenían lugar en el cuerpo cuando nos enamorábamos y se definieron tres etapas dependiendo de las sustancias que iban apareciendo.


La primera se denomina enamoramiento o pasión, un estado de intensa atracción sexual y duración variable (hasta 18-30 meses según los expertos) en el que actúa el cerebro primitivo. En él tiene lugar la liberación de los llamados neurotransmisores primarios, es decir, entran en juego la norepinefrina, la dopamina y la serotonina. Estas moléculas son las causantes del estado de bienestar y placer que sienten los enamorados, los pensamientos y conductas obsesivos hacia el ser amado o la pérdida del juicio crítico (ya saben que hay gente que se vuelve loca de amor). Los que nos hemos enamorado alguna vez también experimentamos dificultad para conciliar el sueño, sudor en las manos, rubor en las mejillas, se nos acelera el latido cardiaco o echan a volar las conocidas mariposas en el estómago.
Con tantos “síntomas” no debe extrañarnos que algunos crean que el amor tiene mucho que ver con una enfermedad o, como diría Ortega y Gasset, un periodo de imbecilidad transitoria.


Si la relación continúa, subimos al segundo piso del amor, un periodo de apego y cariño que puede rondar los 10 años y en el que intervienen el cerebro medio y sustancias como la vasopresina y la oxitocina. Mientras que la primera incrementa la preferencia por la pareja, los niveles de cortisol, la atracción y la presión arterial, la oxitocina está involucrada en el refuerzo positivo, es decir, con el placer, incrementando la complicidad, la empatía, el afecto y la confianza con la pareja. Por si no lo sabíais, cuando nos abrazamos, liberamos pequeñas cantidades de este neurotransmisor.


Por último, en la tercera etapa del amor, tiene lugar el afianzamiento de la pareja. Existe una gran atracción, tanto intelectual, como emocional. Esto trae aparejada una admiración por la pareja, la base para ese amor perdurable que no todas alcanzan. En este proceso tiene mucho que decir el neocortex cerebral. Las relaciones que duran 30, 40 o 50 años, además de deseo y cariño, también hay mucha inteligencia. Objetivos comunes, reparto de roles, necesidades personales y colectivas, percepciones similares de la realidad y la toma conjunta de decisiones son algunos ejemplos que ayudan a ese equilibrio afectivo.


Como no podía ser de otra manera, acompaño esta perorata amorosa con el Dos personas de Iwona Chmielewska, un álbum editado por Océano Travesía hace unos cuantos años pero que nunca había traído a este lugar. Toda una suerte de metáforas poéticas sobre las relaciones de pareja que ahondan en todo tipo de momentos e ideas que pueden girar en torno a ellas. 
Un recorrido por todo tipo de parejas, por todo tipo de situaciones cotidianas entre personas que comparten vida, espacio y sentimientos, que la ilustradora polaca plasma sobre el papel haciendo un ejercicio narrativo muy hermoso que merece la pena conocer y regalar. 
Con recursos que recuerdan a otros genios como Norman Messenger o Javier Sáez Castán, la autora de libros como Ojos, El bastón azul-La caja azul o El problema (un álbum que leo y releo) nos lleva de la mano en un paseo donde símbolos, (des)contextualizaciones, mensajes encriptados y surrealismo son algunos de los elementos que irrumpen en el tiempo y el espacio cuando dos deciden ser uno.



jueves, 10 de febrero de 2022

Vidas inapetentes


Uno de los problemas más chungos con los que tenemos que lidiar a día de hoy es el de la inapetencia social. Más todavía desde que la pandemia llegó a nuestra vida, una situación que ha agudizado unos comportamientos que se venían observando desde hace años en este mundo supuestamente desarrollado.
Gran parte de la población se siente más que aburrida y nunca hay ganas de hacer nada. ¿Por qué? Quizá se deba al aislamiento emocional, a los cambios en las relaciones familiares, o a que los hogares se han llenado de dispositivos móviles y plataformas digitales. Individualismo, soledad, ese vacío existencial que todos parecemos llevar a cuestas.


Es curioso… Estamos al tanto de lo que nos rodea pero sin interaccionar directamente con ello. Vivimos al margen de la realidad, actuamos como animalillos asustadizos que buscan calor y refugio en una madriguera donde nada nuevo ni excitante puede suceder. Un control mayúsculo de todas las variables y parámetros que nos aboca a un confort basado en la comodidad más abyecta.


Lo más terrorífico es que hay individuos que dan palmas con las orejas cuando el test de antígenos sale positivo (tras diecisiete intentos… ¡Qué ganas tienen de pillarlo!) y han de meterse una semana en sus respectivas cavernas. Que lo hagan miles de seres inanimados que se pasan el día al cobijo de los subsidios, el Sálvame y el brasero, tira que te va, ¿pero mis alumnos? (Sí, mis alumnos de quince años… Para fliparlo...).
Adivino que dentro de poco algunos pedirán que se restituya la mascarilla obligatoria en exteriores, ya que, pareciéndoles poco estar encerrados en su maldita casa todo el santo día, quieren que el resto seamos como Michael Jackson. 


Resumiendo: hay gente que ha perdido las ganas de vivir, todo un despropósito para una especie que siempre se ha definido como racional y social.
Menos mal que a muchos autores de libros infantiles no se les escapa una y nos regalan libros como Sam, una sombra rebelde, un álbum de Michelle Cuevas y Sydney Smith recién publicado por la editorial Juventud que nos habla de personas hastiadas y sombras hedonistas.


Todo empieza cuando la sombra de Sam, un chaval con una vida aburridísima en la que no hay ni alicientes ni chispas, se separa de su dueño y comienza a experimentar esa parte espontánea y excitante de la que ha sido privada durante toda su existencia. Saltar a la comba o montar en el tiovivo eran algunas de esas cosas que siempre ha deseado hacer. Está tan contenta y radiante (y eso que es una sombra), que el resto de sombras toman nota y empiezan a hacer lo mismo. Pero todo empieza a desmadrarse y la sombra de Sam decide tomar cartas en el asunto para evitar una catástrofe mayor…


Llena de color y muy vitalista (algo que escasea mucho en lo cotidiano), esta historia que enlaza con novelas clásicas como La maravillosa historia de Peter Schlemihl de von Chamisso, se traslada a un contexto más cercano donde el lector se puede ver reflejado gracias a unas ilustraciones realizadas con diferentes tipos de planos y recursos del cómic (fíjense en las escenas donde no hay delimitadas viñetas: son las más oníricas y fantásticas).
Un mensaje que llega al espectador que no sólo busca un hilo narrativo sugerente e imaginativo, sino algo que despierte su interés por lo mundano, por esas pequeñas cuestiones que engranan la máquina de la existencia, que ya es bastante regalo para las vidas inapetentes de este siglo.


martes, 8 de febrero de 2022

Una simbiosis artística


Aunque febrero está aquí, todavía se pueden plantear una New Year resolution, o en cristiano, un propósito para este 2022. A más de uno le habrá dado por el yoga, el crochet o el alemán. Pero yo prefiero decantarme por la pintura.
Con tanto inglés, tanto deporte, tanta pandemia, tanto blog, tanta red social y tanta hostia, no me queda ni un minuto para darle rienda suelta a mi faceta más artística. Hace unos años me concedía la mañana del sábado para coger los pinceles y practicar, pero de un tiempo a esta parte, naranjas de la China.


No les voy a decir que un servidor sea un artista disciplinado. De eso nada. Regalos, algún encargo, ilustraciones o simples ejercicios han sido los acicates en esta intermitente carrera como aficionado. Cualquier excusa ha sido buena para empujarme a esto del dibujo. Eso sí, también diré que soy bastante terco, y cuando decido pintar algo, me gusta acabarlo.
También soy bastante perfeccionista, como mi madre. Ella siempre ha creído que ese “don del dibujo” (como dice ella) lo he heredado de mi padre. Yo no estoy muy de acuerdo, pues más vale paciencia y constancia, que fiarse de talentos y habilidades (prueba de ello son algunos de los platos con los que nos suele “deleitar” el buen hombre…).


Prueba y error, prueba y error… Muchas cuestiones de la vida giran en torno a ese matrimonio de vocablos, pero también es cierto que en cada disciplina hay un puntito de magia que nos aproxima a la excelencia, y en esto del arte, tiene que ver con el estilo, ese algo innato, especial y diferente que también hay que saber cultivar.
Sí, mi madre es incapaz de dibujar un monigote pero hace otras cosas la mar de bien, como por ejemplo, bordar, algo que a mí, personalmente, me costaría horrores. Es por ello que admiro a todas las que, con hilo y aguja son capaces de engalanar cualquier bastidor y prenda de vestir.


Algo parecido debió pensar Miguel Ángel Pérez Arteaga cuando vio por primera vez los bordados de Práscedes Alastuey, la hermana de su bisabuela. Unas pequeñas obras de arte que colgaban de un marco sobre las paredes de la casa del pueblo desde hace décadas y que le inspiraron para contar una bonita historia en su álbum Me gusta dibujar que fue publicado hace unos meses por la editorial Yekibud.
Cuenta el autor que fueron hechos en 1898 y que mientras contemplaba un día aquellas letras, personajes y motivos de toda condición, empezó a brotar en su imaginación una historia donde, tomando como hilo conductor aquellas puntadas de colores, podían encontrarse dos familiares con inquietudes artísticas que habían sido cuyas vidas había separado más de un siglo.


Una vez más el autor maño nos vuelve a sorprender echando mano del diseño tipográfico, la fotografía y las técnicas tradicionales (en este caso el bordado) para aupar un álbum pequeñito donde conviven en perfecta simbiosis dos perspectivas artísticas diferentes a base de cuento sumativo y narrativa casi circular. Y de paso rinde un homenaje a todas aquellas personas que, como Práscedes, dedican parte de su tiempo a darle forma a sus ideas como mejor les parece.
Un canto a la tradición y la creatividad desde una visión compartida de la belleza que nos rodea.


domingo, 6 de febrero de 2022

De amores, bichos y otras bestias


Últimamente me ha dado por pensar en las falacias del amor. No por los demás, que también, sino por las mías propias, que no son pocas. Aun siendo verdaderas, tendemos a idealizar las relaciones, las personas, nuestros sentimientos, como si fueran únicos y eternos. Pero no lo son: son los de ese momento. Si se quedan, que lo hagan, y si no, que se vayan. Hay muchas formas de amar y permanecer. Que a veces estar no es sinónimo de ser.


Te busqué entre los grillos
saboreando vino.
Y me encontró la noche
en el camino.

Te busqué entre los grillos
con un vaso vacío.
Esperaba llenarlo
con el rocío.

Las estrellas se mecen
en una copa,
duermo y los grillos duermen
entre mi ropa.

El amor suena a grillos

***

Cuando desperté,
el dinosaurio
todavía estaba allí.
Le abrí la puerta,
pero su sombra
se quedó junto a mí.

La sombra del dinosaurio (y de Monterroso)

Leire Bilbao.
En: Bestiapoemas y otros bichos.
Ilustraciones de Maite Mutuberria.
2021. Pontevedra: Kalandraka.



jueves, 3 de febrero de 2022

Sacando de quicio al visitante


Las visitas no siempre son bien recibidas, sobre todo cuando no hay invitación de por medio. Algunos se prestan encantados de acogerte sin previo aviso, improvisan cualquier hueco y disfrutan de la compañía, pero otros te dan con la puerta en las narices sin pudor alguno. Zamparse en casa de alguien tiene sus riesgos, tanto para el que se hospeda, como para el que se ofrece a darte cobijo.


Lo principal para el visitante es que debe entender al hospedero. Hay que respetar sus normas, captar rápidamente su forma de vida e integrarse en ella de una manera sigilosa para alterarla lo menos posible (algunos inquilinos son capaces de hacerse amos y señores del feudo ajeno en menos que canta un gallo). No ensuciar mucho, intentar ser ordenado (esa no es mi mejor baza, lo confieso), comer lo que haya, no poner pegas a todo, evitar las exigencias, tener algún detalle y dejarse hacer.


Sobre los anfitriones, hay de todo… Gente que intenta enseñarte hasta el último centímetro de su ciudad, como si fueras a quedarte a vivir por allí o fueras arqueólogo (yo reconozco que museos, muchos, pero piedras, las justas). Otros pasan de ti olímpicamente y tienes que buscarte la vida (cuando te gusta perderte y mimetizarte con el entorno, es ideal). Muchos piensan que solo has ido a verlos a ellos y se pasan el día proponiéndote planes caseros (una tortura para alguien callejero como un servidor). Algunos se ponen tan exigentes a la hora de atenderte que dan ganas de darles un Tranquimazid. Los menos hasta se enfadan si no les lames el culo hasta la extenuación. Y los últimos parece que ven su ciudad gracias a ti (muy típico de que viven en las metrópolis).


La que no podemos decir que sea The hostess of the mostest es una de las protagonistas de La noche de la visita, un álbum estupendo de Benoit Jacques que acaba de ser reeditar A buen paso y no pueden perderse por muchas razones.
La primera es que está basado en, quizá, el cuento popular más famoso de occidente, Caperucita Roja (pueden pasarse por esta selección de las mil y una versiones que se han hecho de él). Concretamente se centra en el pasaje donde el lobo llega a casa de la abuela para merendársela mientras espera a la nieta. Es el momento clave elegido para desarrollar una narración muy activa que tiene lugar en los mismos escenarios, el interior de la casa, concretamente el dormitorio de la abuela, y el exterior de esta, donde se encuentra el lobo.


Es así como se desarrolla un diálogo casi eterno entre ambos personajes gracias a una vuelta de tuerca humorística: la abuela está más sorda que una tapia y no escucha bien lo que le responde un lobo que no consigue engañarla por mucho que se empeñe. Giros inesperados, libres interpretaciones de la anciana, juegos tipográficos que aumentan la intensidad de la acción y guiños cinematográficos, se entremezclan en un libro con el que hartarse de reír.


Ilustraciones donde las formas recortadas y el negro, el rojo y el blanco son esenciales, nos trasladan a esta historia nocturna en la que lograremos empatizar con el lobo por un lado (las más de 100 páginas de este álbum consiguen el mismo efecto sobre el lector), y veremos retratada a más de una abuela, por otro (la verdad es que esa señora necesita un buen audífono).
Con un final inesperado, se lo recomiendo a manos llenas porque es un libro de traca con el que te diviertes, te enfadas e incluso te apiadas del villano por excelencia.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Un poco de análisis (pre)eurovisivo y personajes que no saben quiénes son


Que el mayor tema de debate de nuestro país sea quién va a representar a la televisión pública (a mí me representa poco) en el festival de Eurovisión, es más que significativo en una sociedad absurda como la nuestra. Que si feminismo, que si letras poco curradas, que si lenguas cooficiales.
Toda una suerte de temáticas para que las hordas de mamporreros construyan su demagogia a cuenta del show benidormense que ha montado el gobierno para entretenernos mientras bajamos la colina de Omicron y los inmunólogos se lanzan sobre sus yugulares. Algo más que frecuente en esta legislatura de las pandereitas donde abundan las cortinas de humo para que los parlamentarios sigan haciendo de las suyas.


Yo, que siempre he sido más de Gericault, me divierto mucho más aventando las miserias de un evento que, además de sacarle las corás a los artistas (seguro que más de uno ha palmado pasta), deja entrever las montañas de caspa que cubren el panorama musical a base de cancioncillas pegadizas que animan la clase de aqua-gym.


Siento que mi canción favorita no vaya a Turín, pero pronunciar la palabra “arte” cuando hablamos de la Bandini me parece bastante pretencioso (aviso a todos aquellos que se están marcando tesis doctorales sobre iconografía en las redes sociales). Bailaré su himno todas las veces que sea necesario, aunque siga viendo en ella a otra middle-class erigida en alegoría libertaria del romanticismo maternal.


En mitad de esta lucha en el barro a la que no ha sido invitada Pamela Anderson (luego me vienen con el patriarcado), tengo el presentimiento de que la única que ha salido perdiendo es la chiquita que ha ganado...
Rigoberta se hinchará a billetes gracias a Spotify (solo espero que eclipse a Rosalía lo antes posible) y las gallegas tendrán cubierto el verano a base de bolos. Mientras, BMG, la gran discográfica que hay detrás de Chanel, la fagocitará mientras cuatro payasos se dedican a insultarla en aras de ese feminismo que defienden a ultranza. Un juguete roto más que, vestida de Carmen Farala (la drag queen que ha diseñado sus monos relucientes), yacerá en la cuneta del eurofestival.


Y es que nada mejor que saber quién eres y adónde vas, no sea que con tantas ganas y tantos deseos por cumplir, te pegues un trastazo monumental. Que se lo digan a Pitschi, la gatita que no quería ser gatita, un álbum que Hans Fischer escribió e ilustró en 1947 pero que Blackie Books ha traído a las librerías españolas hace unos meses.
Mauli y Ruli,los gatos de la abuela Luisa, tienen cinco hijos. Mientras Grigri, Groggi, Patschi y Negri se pasan el día enredando, Pitschi, la gatita más pequeña y delicada se marcha en busca de algo diferente. Es así como se topa con un gallo orgulloso, una cabra que da leche, una familia de patos nadadores y otra de conejos saltarines. Intenta ser como todos ellos y lo único que consigue es llevarse un susto monumental que la deja medio muerta. ¿Sobrevivirá?


Con este clásico de las letras infantiles, les invito a darse una vuelta por su propia existencia acompañados de las litografías que llenan de vida un libro que, además de ser apto para todos los públicos, tiene un ligero regusto a otras obras donde el inconformismo y la curiosidad infantiles se abrazan para presentar el yo y sus circunstancias. Que nunca viene mal eso de conocerse. No sea que con tantas ganas, acabemos reventando.