lunes, 17 de noviembre de 2025

Aleksandr Afanásiev, sus cuentos y un cómic


Como todos los años, la tercera semana de noviembre se celebra en Instagram la Folktale Week, el reto que propone un puñado de ilustradoras tomando como excusa siete elementos típicos de los cuentos populares (uno por cada día de la semana). Este año, la inspiración corre a cargo de palabras como noche, eco, lluvia, libro, hechizo, tormenta y amanecer. Así, artistas de todo el mundo dan rienda suelta a sus habilidades y llenan la citada red social de imágenes inspiradas en relatos tradicionales que se pueden disfrutar dándole al enlace que hay más arriba o buscar los hashtags #folktaleweek o #folktaleweek2025.
En lo que a mi contribución respecta, empiezo esta semana con Aleksandr Afanásiev, una figura emblemática en lo que a cuentos tradicionales se refiere. Aunque ya lo he mencionado en diferentes ocasiones hablando de Vladimir Propp o Iván Bilibin, hoy me gustaría dar unas pinceladas a su vida.


Nacido en Boguchar, ciudad de la Rusia más europea, en 1826, Aleksandr Nikoláyevich Afanásiev, tuvo una infancia aparentemente normal. Su padre, un intelectual que no pertenecía a la nobleza, se empeñó en que sus hijos recibieran una educación formal. A sus dieciocho años y tras terminar los estudios básicos con unos resultados mediocres, se marchó a Moscú a estudiar Derecho.
Durante los cuatro años que siguieron, Afanásiev se empapó de las corrientes democráticas y progresistas de la época, algo que no gustaba al régimen zarista de Nicolás I. Así, tras someter a revisión las clases que el profesorado y los estudiantes en prácticas daban en la universidad, el ministerio decidió apartarlo de la carrera docente para evitar su influencia entre los estudiantes.


Tras una breve etapa ejerciendo como periodista, encontró trabajo en el Archivo Central del Ministerio de Asuntos Exteriores de Moscú, lugar en el que trabajaría durante trece años. Durante los primeros años se dedicó por completo al folklorismo. Recorrió su provincia y recopiló una pequeña colección de relatos en la que intentó preservar su carácter primigenio sin aderezos ni retoques literarios.
Tras el intento fallido de su publicación, Afanásiev viajó en 1952 a San Petersburgo para ser elegido miembro de la Sociedad Geográfica Rusa por la sección de Etnografía. Este hecho fue crucial en el desarrollo de su obra, pues gracias al archivo cedido por la sociedad, tomaría forma el primer tomo que vio la luz en 1855.
Así, y con la ayuda que recibió de otros folcloristas y etnógrafos como Vladímir Ivánovich Dal, que le cedió unos ciento cincuenta relatos, enriqueció su colección desde muchas zonas del llamado Imperio Ruso. Finalmente, logró reunir un total de 680 cuentos populares en ocho volúmenes bajo el título de Cuentos populares rusos.


A pesar de recopilarse en ruso, se publicaron originalmente en francés, lengua vehicular de la nobleza de la época gracias a las reformas introducidas por Pedro I el Grande en el siglo XVIII. Precisamente, esta modernización y europeización de la Rusia tradicional fue la que agravó el trabajo de recopilación, ya que la cultura popular había sido relegada a un segundo plano.


Tras la simpatía popular que le supuso la publicación de unas treinta y tres Leyendas populares rusas (1859) que se burlaban del clero, la aristocracia y los terratenientes, apareció la censura institucional a su obra, ya que no solo ridiculizaba a los grupos de poder, sino que suponía un peligro al ensalzar la cultura de los campesinos en un contexto reformista. La gota que colmó el vaso fue su supuesto encuentro con el revolucionario Aleksandr Herzen. Afanásiev fue despedido de su trabajo en el archivo y empezó a sufrir penurias económicas que le llevaron a malvender su biblioteca personal.
Afanásiev murió de tuberculosis y en la pobreza más absoluta a la edad de 45 años.


Para que conozcan uno de sus clásicos, hoy les traigo El pájaro de fuego, un relato que Laura Wittner y Mariana Ruiz Johnson han adaptado al cómic y habita las librerías españolas gracias a la editorial A fin de cuentos.
El librito nos cuenta la historia de un pájaro que se dedica a robar las manzanas de oro del zar Vislav Andrónovich. Más que harto, el monarca ofrece la mitad de su reino a quien lo atrape y aparecen en escena tres hermanos llamados Dimitri, Vasili e Iván. Tras el fracaso de sus hermanos mayores, Iván, el más pequeño, le arranca una pluma y ahuyenta al animal del manzano, pero el zar, caprichoso e insatisfecho, pide que le den caza. Así empieza un relato lleno de aventuras en las que el joven Iván deberá enfrentarse a un sinfín de pruebas, incluidas la traición de sus propios hermanos y su amor por Elena la Bella.


Tengo que decir que las autoras han elegido un formato muy agradable para un cuento tradicional. La verdad que me ha sorprendido lo bien que funciona ese híbrido entre álbum y novela gráfica para un relato de estas características. Del mismo modo, Ruiz Johnson también acierta con su estética colorista, un estilo donde los contrastes y esos márgenes llenos de filigranas nos recuerdan y acercan a las ilustraciones de Bilibin (Nota: No hay que olvidar que una baza muy importante de las adaptaciones dirigidas a los primeros lectores es precisamente la de aproximarlos a la obra original).


El viaje del héroe, sus ayudantes mágicos (ese lobo gris y ese cuervo, me siguen enamorando), la lucha entre el bien y el mal y valores como la lealtad y la perseverancia… Sí, queridos monstruos, este cuento sigue enamorando a lectores de medio mundo gracias a sus arquetipos y elementos narrativos.
Así, este cómic de pequeñas dimensiones supone un nuevo marco de lectura para un relato que ha probado los contextos más variados, como la adaptación al ballet en la que participó Igor Stravinski en 1910 y sobre la que más tarde intervendría Marc Chagall (escenografía y vestuario, 1945). ¿Qué más necesitan para bucear en él?

viernes, 14 de noviembre de 2025

Divertimentos numéricos


Las matemáticas nunca han sido mi fuerte. Sobre todo en lo que se refiere al cálculo. Todavía no sé lo que es una derivada ni una integral. A mí, que me pongan a resolver ecuaciones y despejar incógnitas, pero que no se les ocurra hablarme de áreas ni pendientes. Soy un tarugo o tuve malos profesores. Una de dos o un poco de ambas.


Con razón se habla de pensamiento abstracto y pensamiento analítico. Mientras que uno se enfoca en conceptos, pensamientos y patrones que no están ligados a lo concreto, el otro descompone problemas en partes más pequeñas y las examina de manera metódica para comprenderlos mejor. Aunque todos los seres humanos tenemos parte de los dos, algunas personas desarrollan más el primero y otras, el segundo.


A veces, todo puede mezclarse de manera homogénea y encontramos matemáticos que cultivan las letras (acuérdense de Lewis Carroll) y poemas que nos hablan de aritmética, léanse como ejemplo estos tres divertimentos de Antonio Rubio. Y es que si despojamos de toda seriedad cualquier tema, las ideas fluyen de manera natural y, sobre todo, juntas.

En medio del agua-0

En charcos recién llovi-2
se bañaba don Fort-1
todos sus huesos moja-2
y sin paraguas ning-1

Transeúntes asusta-2
pillabanes y pillas-3
lo miraban desola-2
temiendo grandes desas-3

Pero el pobre don Fort-1
con los ojos empaña-2
cantaba muy oport-1
El aria de los osa-2

Literales

Diez son cuatro,
ya lo ves.

Once son cuatro,
también.

Y doce, cuatro,
¡rediez!
y, sin embargo,
mil
solo son tres.

Ecuación

v = e/t
vivir = estar / temporalmente
o
estar partido por el tiempo

Antonio Rubio.
En: Divertimentos. Juegos poéticos.
Ilustraciones de Carmen Queralt.
2025. Pontevedra: Kalandraka.


martes, 11 de noviembre de 2025

Las trabas del amor


Como ya les adelanté hace unos meses en este pequeño monográfico sobre Paul Cox, gran parte de las obras de este artista seguían inéditas en nuestro país, una falta que han venido a enmendar dos de las editoriales que más se preocupan por el álbum gráfico dentro de nuestras fronteras, los Barrett y Libros del Zorro Rojo. Mientras que los primeros se han animado con Historia del Arte, los segundos se han decantado por Mi amor. Sin lugar a dudas son dos grandes elecciones de las que hay que hablar en este lugar de libros monstruosos.


Historia del arte fue publicada por primera vez en 1999 a cargo de la casa francesa Seuil Jeunesse y obtuvo el mismo año el premio Bologna Ragazzi en la categoría de ficción. Incluido posteriormente en su Coxcodex 1 (Seuil Jeunesse, 2003) y recuperado recientemente por la editorial MeMo, este libro de 166 páginas nos cuenta una historia de lo más estrambótica.


Érase que se era un reino siniestro y aburrido por culpa de un soberano que se pasaba el día comiendo helados frente al televisor (Golpe número 1: cuestionamiento del poder). Era tan mezquino, que había encerrado a su hija en una alcoba hasta que tuviera edad suficiente para casarse con el chambelán (otro deleznable tonto-el-pijo). Pero como en cualquier otro buen cuento que se precie, la princesa quería a otro: al joven pintor Paco Lux (N.B.: Fíjense en el nombre, pues está formado por las mismas letras que las del nombre del propio autor. ¿Es un juego inocente o será su alter ego? Y les advierto que no es un capricho de la traductora, pues en la versión original sucede lo mismo…).
Una noche, un anciano misterioso le da un pincel mágico a cambio de tres manzanas. Con él, los personajes que pinta cobran vida y abandonan sus lienzos (¿Cuántos libros infantiles se han escrito al calor de un lápiz mágico?). Así, tras una serie de dichas, desdichas y disparates, el artista-héroe (¡Que dualidad tan hermosa!), un rey desnudo y un explorador, se las ingeniarán para llegar hasta su doncella y darle en los morros a su padre.


Ingeniosa hasta decir basta, esta obra tiene mucha enjundia narrativa. Un sabroso batiburrillo de referencias, actuales y clásicas, artísticas y estilísticas, da vida a un libro que tan pronto nos recuerda la magia de Alicia en el país de las maravillas, el humor de El traje nuevo del emperador, la inocencia de Caperucita Roja o la mirada de la Mona Lisa. Si se fijan, verán a los pescadores en el Sena de Monet, al golem de Praga, a las mujeres de Picasso y a la Rapunzel de los Grimm. Cuentos tradicionales, personajes históricos o míticas batallas en un contexto muy disparatado, pero con mucho sentido (el ejército fotocopiado y los corazones a base de mermelada me han robado el cuore).


Si bien es cierto que muchos verán en él un libro dirigido al público adulto, lo cierto es que puede adaptarse a lectores de 10 a 100 años sin que nadie tenga que renunciar a nada, pues los niveles discursivos de este híbrido entre el álbum y la novela gráfica son de lo más variado y cualquiera puede articular una casa propia en la que deambular gracias al sentido que nos marca su autor.


Pasamos a Mi amor, un libro de pequeño formato que guarda una historia reconocible por todos. Que si sube a lo alto de las pirámides, trepa hasta la copa de un cocotero, se pone a cantar, se hace pasar por millonario, domador de fieras e incluso se disfraza de león. Mira que se esfuerza, pero nada, ella, diva y orgullosa, lo rechaza una y otra vez. Pero un día, algo sucede que consigue despertar el interés de la chavala y la cosa empieza a cambiar. ¿Qué será? ¿Logrará el amante su propósito o está condenado a la soledad?


A modo de relato por capítulos, este librito publicado por vez primera en 1992 no solo aborda el tema de las relaciones amorosas, sino que plantea numerosas cuestiones como la correspondencia entre una pareja, el poder del amor y la pasión, la pérdida de la dignidad, el problema de la toxicidad y toda esa casuística de comportamientos, intereses y casualidades que hacen de este sentimiento la fuerza generatriz del mundo.


Y ahora toca hablar un poco del estilo de Paul Cox… Si bien es cierto que el ojo poco entrenado puede ver muchas similitudes en ambos libros, sobre todo, en lo que a viñetas se refiere (todas las imágenes quedan enmarcadas en las dos historias), hay diferencias sutiles que marcan sus respectivas narrativas.


Mientras que en Historia del arte, el autor decide ubicar cada imagen con su correspondiente texto en la misma página, en Mi amor se encuentran yuxtapuestas en páginas diferentes (texto a la izquierda e imagen a la derecha). En Mi amor no utiliza cartelas y en Historia del arte sí. Incluso las colorea, forman parte de la imagen en cierto modo. Esto tiene como consecuencia un marco de lectura muy diferente.
Por otro lado, las ilustraciones de Cox se centran en la línea, en el dibujo, un modus operandi que recuerda a otros maestros del mundo gráfico como Rodolphe Töpffer, al que tanto admira. Este recurso elemental ensalza la búsqueda del significado. Basados en una iconografía casi pueril a la que cualquiera, independientemente de su edad y procedencia, se puede acercar, sus dibujos conservan el significado, una autonomía muy necesaria en un universo visual donde últimamente priman los fuegos de artificio.


Del mismo modo ocurre con el color. Una paleta limitada de colores saturados y brillantes que unas veces llena las figuras de manera homogénea y otras queda tratada a modo de serigrafía o estampado, como ocurre en Mi amor, donde utilizó las técnicas del estarcido y el linograbado. Todo ello con un equilibrio cromático donde las manchas y las tramas juegan sobre el papel en la composición de la escena o, como sucede en Historia del Arte, en las parejas de viñetas de cada doble página.


Llámenlo parquedad o simplificación, pero el caso es que Paul Cox logra llevar la armonía a cada imagen gracias a representaciones básicas, siluetas y la combinación de tintas básicas.

lunes, 10 de noviembre de 2025

Trabas vitales


Aunque los docentes aplicamos raseros que obligan a los alumnos a actuar en la misma línea, también de he decirles que no tratamos a todos por igual, sobre todo en lo que se refiere a lo académico. Para ello, los vamos clasificando conforme asoman las dificultades y vamos apuntando sus fortalezas y, casi siempre, debilidades.
De entre todas ellas, la que más se me hace cuesta arriba es la inseguridad. Mientras hay estudiantes que pecan de una confianza superlativa y creen andar sobre las aguas, otros exhiben una falta de aplomo absoluta. Y lo peor de todo es que trabajan como el que más, dedican muchas horas al estudio, pero siempre la cagan. Su capacidad de decisión es tan ínfima que terminan perdiendo un montón de puntos por el camino o, lo que es peor, suspendiendo todos los exámenes.


Hay profesores que lo achacan al nerviosismo, otros a la falta de atención, pero lo cierto es que este tipo de alumnos terminan agotados al no ver traducido su esfuerzo en unos resultados más satisfactorios. Aunque no lo crean, es bastante descorazonador observar cómo el ánimo de este tipo de alumnos queda diezmado por una causa ajena a sí mismos.
Ojala tuviéramos una varita mágica con la que cambiar la naturaleza de ciertas personas, pero lo cierto es que, en la mayoría de los casos, estos problemas pasan por la aceptación de la realidad y la mejora de sus habilidades en la medida de lo posible.


Como ejemplo, hoy les traigo la historia de Pececito, el personaje que protagoniza el álbum de Mamiko Shiotani que acaba de publicar la editorial madrileña Pastel de luna. 
Pececito es un animal acuático y no puede vivir en el medio aéreo. Por ese motivo, todas las mañanas se pone un traje especial que le permita acudir a la escuela. A Pececito le encanta la escuela. Le gusta aprender, jugar con sus amigos durante el recreo e incluso la hora de la comida. Lo único que odia Pececito son las clases de gimnasia. Hoy tocan las carreras de relevos y, por desgracia, Pececito se cae y se hace daño, un percance que le obliga irse a casa y empezar a odiar la escuela. ¿Logrará reponerse y regresar? ¿Encontrará una forma de mejorar su destreza?


Con un estilo característico donde los lápices de grafito y color son los protagonistas, la autora nos deleita con un universo a la japonesa donde los avances tecnológicos conviven en una sociedad formada por montones de especies animales. Aunque el librito (me encanta el tamaños y las proporciones), tiene cierta moralina, hay detalles, sobre todo textuales, que me resultan encantadores (¡Esas lágrimas perdidas en el agua me han robado el corazón!).



Esperando que esta editorial publique pronto otros de sus libros como El fantasma del desván e Historia de un huevo, solo me queda decirles que espero que aprendan a perderse en sus ilustraciones para disfrutar, no solo de las composiciones y ópticas tan estudiadas de la autora, sino del sinfín de detalles que recoge (el sombrerito sobre la pecera portátil, el hueco circular en el escritorio y las miradas fijas de los personajes son mis favoritos).

viernes, 7 de noviembre de 2025

Asoma el otoño


Por fin se atisba el otoño por las rendijas de noviembre. Parecía que nunca iba a llegar. Lluvia, viento y frío, una tríada necesaria para continuar con el ciclo del año, ese que sigue tan alterado a expensas del llamado cambio climático. Seguramente no vendrá de golpe, pues ese tiovivo que es el termómetro, subirá de nuevo los próximos días. Me da Todavía tendremos tiempo de acalorarnos…
Mientras tanto, los días se acortan y las hojas se van dorando. El olor de las castañas asadas invade las calles y todo afuera parece aletargado. Adentro, la vida. En las casas, en los bares, en las librerías, en los teatros y en los centros comerciales. Unos alimentan el buche y otros los corazones, pero todos se afanan con las provisiones.
Y para los que hagan acopio de lecturas con las que abrigar el tiempo que se avecina, aquí un poemario lleno de juegos de palabras y vaivenes musicales para disfrutar del ritmo del calendario.

Están desnudos los chopos
porque el otoño ha venido,
y con sus manos de viento,
les fue quitando el vestido.
¡Ay, cómo tiemblan sus ramas!
¡Cómo tiritan de frío!
Y están ahora esperando,
en las orillas del río,
una nueva primavera,
para que venga a vestirlos.

***

Al son del viento,
ritmo sonoro,
las hojas secas,
alados gnomos,
danzan y danzan
jugando al corro.

Dorada lluvia
de hojas de oro.
Hasta el robledo,
llegó el otoño.

Carlos Reviejo.
Esperanza verde y Ballet de otoño.
En: Versos a la luz de la luna.
Ilustraciones de María Rico.
2025. Valencia: Iglú.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Un clásico necesario


Blackie Books lanza este otoño El gigante de hierro de Ted Hughes, concretamente la versión ilustrada por Chris Mould. El famoso relato del poeta inglés publicado por primera vez en 1968 y que ya había sido editado en nuestro país por las principales casas del sector como Alfaguara, Anaya o Edelvives, vuelve a estar disponible en las librerías.


Concebida en principio como una obra personal con la finalidad de consolar y animar a sus hijos tras el suicidio de su esposa, Sylvia Plath, El gigante de hierro cuenta la historia de un gigantesco engendro metálico que aparece de repente en la Tierra. Tras caer por un precipicio, termina hecho añicos y se recompone por arte de magia. Por el día vive en el mar y por la noche se acerca a un pueblo y devora maquinaria agrícola. Tras ser descubierto por un niño llamado Hogarth, los habitantes intentan destruirlo sin éxito. Un año más tarde, Hogarth cree que es inofensivo y conmina a sus paisanos a ayudar al gigante dejándole comer chatarra. Agradecido por su apoyo, el gigante de hierro demuestra su bondad y capacidad de sacrificio, enfrentándose en un duelo a una especie de dragón que quiere arrasar toda la vida del planeta.


Descrito por algunos como un cuento de hadas moderno, este libro recoge ciertos elementos ficcionales muy interesantes que lo sitúa a caballo entre la fábula moral y la novela de ciencia ficción. En primer lugar, el gigante de hierro se ajusta a la idea del mito contemporáneo debido a su misteriosa llegada desde el espacio. Nadie sabe de dónde viene ni quién lo creo. Parece una figura divina. Del mismo modo, es capaz de ensamblarse una y otra vez, una especie de resurrección con fuertes implicaciones religiosas.


En segundo lugar y como indican algunos estudiosos, también entra en la categoría del forastero incomprendido, ya que este gigante necesita ingerir objetos metálicos para seguir con vida. Esa es la razón por la que devora la maquinaria agrícola de los habitantes. En realidad no quiere atentar contra el bienestar de estos, sino que tiende a la supervivencia como cualquier otro hijo de vecino.


El tercer elemento narrativo que más me gusta es esa dualidad entre poder e inocencia, una cualidad que exhiben otros personajes de la literatura, como el monstruo de Frankestein o religiosos, como el gólem judío. Son poderosos por su gran tamaño y fuerza, pero sin embargo se rigen por un pensamiento sencillo, instintivo, casi infantil. Esta es la razón por la que establece una conexión con Hogarth, un niño que entiende a otro niño. Libre de los prejuicios que guían la actitud de sus paisanos adultos, Hogarth llega a comprender su naturaleza y le tiende la mano.


Con cierto deje ecologista y un profundo sentimiento antibelicista (N.B.: Teniendo en cuenta que el conflicto con el extraño dragón venido desde Orión se resuelve mediante un reto, no podía serlo más), esta historia narrada en cinco noches (así lo reza el subtítulo del original) tiene muchos ingredientes, tanto estéticos, como argumentales, que la hacen muy valiosa en el campo de la Literatura Infantil y Juvenil del siglo XX. Tanto es así que ha sido adaptada al cine (Hela aquí, en esta selección de libros infantiles y películas de animación).


Sobre las ilustraciones de Chris Mould para esta edición, hay que apuntar al contraste entre tonos azulados y toda una gama de ocres que simulan esa “golden hour” que tan de moda se ha puesto en las redes sociales. Como a muchas otras novelas de ciencia ficción, un cromatismo crepuscular compuesto de luces tenues y sombras profusas, le viene al pelo.
Por otro lado, Mould compone las escenas en viñetas que, o bien secuencian la acción, o bien fragmentan la escena en una mosaico narrativo, un recurso muy interesante a la hora de convertir relatos de cierta envergadura en álbumes ilustrados. Del mismo modo, cabe mencionar una tipografía rotulada que juega con el tono discursivo y crea un ritmo de lectura muy interesante. 
En definitiva, todo un acierto.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Una infancia agreste


Hace un porrón de años me desempeñé como monitor de educación ambiental con niños en edad escolar. Tenía chiquillos de 3 a 12 años, un intervalo de edad más que considerable para sumergirme en un mundo fascinante durante unos cuantos meses. Aunque fue bastante agotador (empecé a comprender el cansancio físico que sufren los colegas que se dedican a las etapas de infantil y primaria), entendí muchos de los mecanismos que regían el aprendizaje y el comportamiento humano.
Me encantaba ver cómo las actividades más sencillas se desbordaban en un millón de posibilidades, nuestra capacidad para estirarlas y que siempre pareciesen insuficientes. Ejercicios que a un adulto le podían parece sumamente sencillos, se transformaban en contextos maravillosos en los que disfrutar de lo cotidiano. Movilidad, repetitividad, imitación, exploración o experimentación. Si reunían esas características, casi todos los juegos que proponíamos tenían un éxito rotundo. Pero, si además los acompañábamos de un entorno natural, teníamos que tirar fuegos artificiales cuando terminábamos.


¿Qué sería de los críos sin el patio del colegio, un parque cercano o ese trocito de monte donde pasan el fin de semana? Soy partidario de los niños que trepan a lo alto de los árboles, que se descuelgan de sus ramas, los que juegan con el barro y dejan trepar a las hormigas por sus brazos. Me gustan las criaturas que se quedan embobadas con el paso lento del caracol y coleccionan las hojas caídas del otoño. Fanáticos de los palos y las piedras, de las ranas y las luciérnagas.
La naturaleza es un espacio tan desconocido como cercano. Ese escenario en el que podemos observar, tocar o escuchar a nuestras anchas, en el que el peligro nos acecha irremediablemente y en el que también descansamos plácidamente. Si bien es cierto que lo podemos sufrir y disfrutar en solitario, siempre es más agradable compartirlo con los demás. Intercambiamos impresiones, reímos, guerreamos y nos protegemos. Por eso, echando mano del fotolibro que acaba de publicar A buen paso (a todas las editoriales del gremio les ha dado por tener uno en su catálogo...), ¡vámonos a merendar al campo!


Con el título de El paseo, este álbum con texto de María José Ferrada, fotografías de Vega Mayor y Hugo Ferrer e intervención artística de Motoko Toda, nos cuenta las correrías en el campo de ¿tres? amigos. Perro, Chanchita y Conejo son los protagonistas de esta aventura visual gracias a otro grupo de amigos, los seis chiquillos que los llevan a cuestas cuando se divierten trepando por los cerros o perdiéndose entre los brezos. Así, los tres muñecos de corcho llevan consigo tres mochilas donde guardan sus libretas de campo y unas viandas que compartir. Tres panes, tres guindas, veintiuna gotas de lluvia y una zanahoria. Y los sueños del camino que no se olviden.


Tomando como excusa los juguetes artesanales y los omnipresentes juegos infantiles, este elenco de creadores se deja llevar por la experimentación para dar vida a una aventura cotidiana en la que la infancia es la verdadera protagonista. Personas reales y personajes de ficción constituyen una combinación discursiva muy sugerente que nos sitúa en diferentes posiciones narrativas y nos ayuda a explorar el universo infantil gracias a los alter ego.
A modo de pequeños títeres, los niños teatralizan en un ecosistema personal e intransferible al tiempo que dejan fluir su creatividad e imaginación. Un reflejo de ese lenguaje que todos, pequeños y mayores, reconocemos como parte de un legado de esa patria común.


Y mientras todo esto sucede, me deleito con las palabras de la Ferrada... Frases como […] el silencio es una forma de hablar que solo conocen los amigos, se abrazan con la luz que irradian las imágenes y me invitan a encontrarme con mis recuerdos en el sitio de siempre: ahí, bajo las flores amarillas.

sábado, 1 de noviembre de 2025

Bregando con la muerte


Aunque nadie en su sano juicio quiere morir, sí que existen diferentes formas de afrontar la muerte. Algo que depende, lógicamente, de las circunstancias que nos rodeen. Mientras que el niño ve el fin de la vida desde el miedo que motiva una posición inexperta en la que los sueños por cumplir marcan el rumbo, el anciano comienza a resignarse cuando ha visto cumplidas muchos (o algunos) de sus deseos. También el entorno juega un papel fundamental, pues no es lo mismo que todos tus amigos y conocidos estén vivitos y coleando, que normalices acudir al cementerio cada dos por tres.


A pesar de esto, hay muchas pinceladas que detallan la visión que cada uno tiene de esa dualidad que nos acucia. El grado de satisfacción vital, una enfermedad, muchas alegrías, las posibilidades y las imposibilidades, el azar y sus caprichos, las creencias y el hecho cultural, traumas y demás demonios. Cada percepción va moldeando la actitud con la que unos y otros generan esa lucha interna. Y así, cada uno va tomando conciencia de ese tránsito finito como puede.


Incluso los libros infantiles pueden jugar un papel muy importante en esas lides, ya que nos aproximan la perspectiva que muchos autores nos hacen llegar a través de palabras e imágenes. Percepciones que, de procedencia más que variopinta, van sumando en la de cada lector. Un concepto de múltiples facetas que nos ayuda a confrontar la realidad una vez suceda.
Es por ello que hoy les traigo tres libros de última hornada sobre un tema que tanto nos apasiona a algunos monstruos y del que hace ya tiempo realicé ESTE MONOGRÁFICO donde pueden encontrar montones de títulos relacionados.


Empezaré con El pirata. Ganador de una mención especial en el premio Bologna Ragazzi del año 2024, este libro del japonés Masakatsu Shimoda acaba de ser publicado en nuestro idioma por Corimbo.
El álbum nos cuenta la historia de un malvado pirata que, tras ser atravesado por un sable, termina con sus huesos en el fondo del océano. Mientras cae a las profundidades, se va topando con diferentes habitantes marinos. Un tiburón, un pulpo o una pareja de peces abisales van pidiéndole objetos personales o partes de su cuerpo de las que el pirata se irá desprendiendo a cada visita, hasta que…


Con un lenguaje cercano donde abundan los soliloquios y los pequeños diálogos, el autor nos plantea una reflexión sobre el ciclo de la vida en el que los seres vivos interaccionan entre sí para transformar los cuerpos inertes en nuevos espacios que habitar. Primero nos deshacemos de lo terrenal, para más tarde descomponernos gracias a la intervención de otros seres vivos. Al principio, el cadáver del protagonista intenta resistirse a los cambios, pero conforme pasamos las páginas observamos un cambio de actitud, una especie de redención que lo libera del apego a lo mundano.


Con un planteamiento que me ha recordado sobremanera a La madre y la muerte de H. C. Andersen, uno de mis cuentos favoritos, el relato se articula sobre una secuencia de imágenes donde el cambio del color del fondo y la disposición de los elementos, simulan una caída lenta desde la superficie hasta las llanuras abisales. Un recorrido vertical por los diferentes estratos marinos (zona epipelágica, mesopelágica, batipelágica, abisal y hadal) surcados por los seres más variopintos.


El segundo título del que hablaré hoy es ¡Duqui! ¿Dónde estás?, un libro de Émilie Boré y Vincent Di Silvestro. Si bien es cierto que debería haberlo incluido en la última selección de cómics por su carácter híbrido, me ha parecido conveniente abrirle un hueco es esta pequeña selección de libros dedicados a la muerte.
Cuando el protagonista despierta esa mañana, nota que su madre ha estado llorando. Cuqui, su gato de Angora, se ha ido después de una larga enfermedad. ¿Pero dónde? pregunta el niño. Su madre se monta una película para intentar responderle y termina en mitad de un buen lío. Lo que no sabe esta es que su hijo tiene una explicación mucho más bonita que la suya para explicar la muerte de su mascota.


Como otros muchos libros que abordan este tema, la muerte de un animal de compañía sirve como hilo conductor para hablar del duelo. Si bien es cierto que se centra en los tópicos (el cielo, siempre el cielo) y los mensajes positivos, esta historia da una vuelta de tuerca y confronta el (sobre)proteccionismo paternal al realismo infantil (los críos son mucho más perspicaces y naturales de lo que piensan los adultos). Además, y como sucede en la vida real, añade pinceladas de humor a la hora de tratar los recuerdos del animal perdido, lo que imprime un carácter muy entrañable a la narración.


Mucho dinamismo, una caracterización impecable de los personajes (N.B.: Me encanta la cara embobada del chiquillo, su madre sobreactuada y ese padre emocionalmente torpe) y alguna metáfora visual (por ejemplo, la capa del felino o el charco de lágrimas que asoma en la planta baja), lo hacen muy apto para lectores competentes que disfrutan de las situaciones familiares.


Para terminar, nos toca El viaje de Malka, una historia de Mónica Rodríguez con ilustraciones de Alicia Varela que acaba de ser publicada en nuestro país por Diego Pun. La abuela de Malka ha muerto y ella siente cierto extrañamiento. ¿Será verdad lo de aquel viaje en barca del que tanto hablaba su abuela? Tras compartir unas palabras con sus amigas del colegio, decide salir a buscar a su abuela con su marioneta y, de paso, aclarar la existencia de ese Dios del que han charlado.


Lejos de caer en la sensiblería, El viaje de Malka aborda el tema del duelo desde una atalaya muy plural donde caben numerosas voces e interpretaciones. Del mismo modo, la imaginación se convierte en un experimento catártico que ayuda a comprender el concepto de la muerte y a lidiar con el dolor, la pena y la incertidumbre a la que obliga el fallecimiento de un ser querido.
Nacida de una conversación entre la autora y su hija, esta historia desprende muchas cuestiones, no solo relativas a la muerte o la religión, sino que también ahonda en preguntas más o menos existenciales, más o menos filosóficas que, desde tiempo inmemorial, laceran al ser humano.


Sobre los elementos narrativos de las imágenes caben destacar la delicada relación entre texto e imágenes, las guardas peritextuales, todas las metáforas que incluye (el viaje, el mar, faros y arcoíris) y una cuidada edición.