miércoles, 23 de octubre de 2024

Nosotros y los demás


Cuando la gente habla de convivencia marital, yo me echo a temblar. No es que yo sea una persona difícil en esto de compartir, ni nada que se le parezca, pero sí que es cierto que, conforme pasa el tiempo, me doy cuenta de que tengo más teclas.
Quizá se deba a la vida en soledad, esa que nos permite hacer de nuestra capa un sayo y acostumbrarnos demasiado a nosotros mismos. A pesar de ello, disentir, acordar, coincidir y otros verbos similares se hacen cuesta arriba porque siempre implican a más de dos personas, llámense estas pareja, familia, amigos o compañeros de piso.
Para terminar de agravar la situación, aparecen las sociedades posmodernas, unas que, apelando a un ejercicio de libertad mal entendido, invitan a relaciones vacías e insoldables donde queda poco de esos humanos que ensalzaban la comunidad como una forma de vida.


No obstante, aunque viva solo casi por obligación, me niego a ser un Scrooge cualquiera. Ni huraño ni quisquilloso ni maniático. La flexibilidad debe considerarse una virtud en los tiempos que corren, esa elasticidad que nos devuelva al reencuentro con los demás y no nos aleje de la senda que marcan la política, el consumismo o las pandemias.


Para ponerle un punto y final a la hondura de hoy (hay días que me levanto demasiado intenso), les traigo El jardín del señor Ruraru y El violín del señor Ruraru, dos libros de Hiroshi Itô que la casa Club Editor ha publicado recientemente en nuestro país y que he de reconocer que han sido una grata sorpresa.
Ambos están protagonizados por el señor Ruraru, un hombre de mediana edad, calvo y con bigote, que usa gafas. Un tipo bastante maniático y cuadriculado al que le suceden cosas un tanto extrañas y se parece a ese vecino que todos tenemos sobre el que pesa cierto extrañamiento pero nos resulta irresistible.


En la primera historia nos habla de su jardín. Para él es como un tesoro y lo cuida estupendamente. Tanto es así, que tiene el césped cortado a las mil maravillas. El problema viene cuando esa yerba que parece una alfombra, atrae como un imán a todos los animales del vecindario, que se dedican a tumbarse plácidamente sobre él. Esto enfada mucho al señor Ruraru y siempre está a la gresca con ellos. El reto llegará cuando una mañana se tope con un cocodrilo. ¿Logrará espantarlo?
El segundo título nos habla del violín que el señor Ruraru heredó de su padre. A este le encantaba tocar el violín y pensó que era buena idea que su hijo aprendiera a tocarlo. Pero cada vez que el joven señor Ruraru se ponía a frotar su arco contra las cuerdas, el instrumento emitía un extraño sonido que provocaba un picor tremendo en el trasero de quienes lo escuchaban, incluido él mismo. Con el paso de los años, quizá haya cambiado su forma de tocar… ¿Lo averiguamos?


Con una filosofía narrativa muy nipona, estos dos episodios de la serie que ha encandilado a montones de niños, son la prueba fehaciente de que la LIJ va más allá de la edad y encuentra recovecos para emocionarnos. El homenaje a los familiares que se fueron, los deseos frustrados o el disfrute del trabajo personal sin importar el resultado, son algunos de los temas tan cotidianos que rezuman humanidad en estos aparentemente sencillos álbumes.


De pequeño formato, coloristas y delicados, desprenden una calidez inusitada gracias a su trazo sencillo y desenfadado que busca en la caracterización circense de un personaje tan especial como desconocido y lo surrealista de las situaciones, ese humor blanco que eleve un discurso muy universal sobre las relaciones emergentes, ese ideario construido sobre esas percepciones personales que poco a poco van transformando los demás.
Lo dicho, me han encantado.

lunes, 21 de octubre de 2024

Hacer novillos o el ejercicio de la libertad


Es lunes y daría lo que fuera porque no hubiera escuela. No seré yo quien se queje de la vida del maestro, pero sí de la del pobre, una que me obliga a trabajar para pagar las facturas. Hipoteca, agua, gas, alcantarillado, electricidad, comunidad de vecinos… todo eso y mucho más me mantienen a merced de un puesto laboral que me tiene sujeto a unos horarios.
¿Quién no se levanta un lunes con ganas de irse a pasear bajo la lluvia, buscar setas o leer una buena novela? No todo se resume en acurrucarse bajo las sábanas a modo de gusano de seda y dejar que pasen las horas. Los madrugadores tenemos otra visión diferente del aprovechamiento. Hacer ejercicio, terminar esa acuarela que se está haciendo cuesta arriba o tocar el saxofón.


Decía una amiga mía que ella quería ser multimillonaria, no para costearse la servidumbre, sino para que nadie tuviera que hacer sus tareas. Me pareció un concepto en el que detenerse. Tener tu propio huerto, preparar un caldo de patatas o barrer el porche me parecen quehaceres encantadores. Tampoco suponen un desgaste sobrehumano y son bastante entretenidos.
A la gente se le llena la boca con artículos de lujo, coches, motos, productos de alta tecnología o viajes a todo trapo, pero lo cierto es que en la modestia también vive la riqueza, esa que muchas veces saben disfrutar los viejos desde esa atalaya que les otorga el tiempo y los jóvenes que deambulan por el mundo sin un duro en el bolsillo.


Y como está página bucea entre libros infantiles, aquí les traigo La escapada, un álbum delicioso de Rozenn Brécard que acaba de publicar Libros del Zorro Rojo tras la gran acogida que ha tenido en los países francófonos.
Este álbum nos cuenta la historia de dos hermanos, una niña y su hermano pequeño que, tras perder el autobús escolar, deciden hacer novillos y lanzarse a la aventura en el pueblo costero en el que viven. Cruzar a la otra orilla en una barca, darse un chapuzón en las frías aguas del océano, explorar un desguace de coches, encontrar un amigo canino o escapar de una persecución son algunas de las peripecias que les suceden durante la jornada, ¿pero conseguirán regresar a casa?


Con gran maestría, la autora francesa afincada en Finisterre se interna en el maravilloso mundo de hacer novillos (pellas para el centro peninsular), una constante infantil que no pasa de moda. Desde ese lugar subversivo que ofrece prescindir de la rutina escolar, los personajes de esta historia, no solo se enfrentan a las convenciones adultas, sino que construyen todo un universo emocionante que embelesa a cualquiera.
La naturaleza, una ubicación inmejorable, un medio antrópico grisáceo, animales de compañía, imágenes bucólicas… Todo se articula para ensalzar la libertad, un espacio en el que la imaginación y los deseos campan a sus anchas, un paréntesis que vez en cuando se hace necesario en esta vida de compromisos adquiridos.


Con una óptica muy cinematográfica, las imágenes se suceden en este híbrido de álbum y novela gráfica sin calles ni viñetas, una doble vertiente que, utilizando dobles secuenciaciones (dentro del mismo escenario o en distintas ubicaciones), nos ofrece un lenguaje narrativo muy dinámico. Si además añadimos la técnica mixta elegida (acuarela y lápices de colores), todo se funde en una suerte de fiesta muy animada que nos invita al disfrute.


Eso sí, no hay que olvidar que, a veces, los miedos y el cansancio hacen mella, y lo mejor es volver a esa zona segura que es el hogar…

miércoles, 16 de octubre de 2024

El reino de la usura


¿El dinero es un lastre o una bendición? Para los que no tienen ni un duro, quizá sea una bendición. Para los que tienen demasiados, puede llegar a ser un lastre. Ya saben, depende de las gafas con las que miremos el mundo... Sin embargo, no está de más que echemos un ojo a cómo ha cambiado nuestra perspectiva respecto al parné durante los últimos años.
Si bien es cierto que hace sesenta años el dinero significaba arraigo estatutario (lo de tener billetes daba mucho caché) y un futuro de bienestar (hasta mediados del siglo XX no existía la pensión de jubilación), hoy en día el dinero tiene nuevas dimensiones gracias a la tecnología o los cambios sociales. Aquí un par de ejemplos…


El otro día quedé con un amiguete mucho más joven que yo para echarme algo en una terraza. Pedimos dos cervezas y las pagué en el momento. Nos pusimos al día y disfrutamos de un rato agradable, pero cuando llegué a casa me encontré con un Bizum de 2,20 euros. Se me llevaron los mil demonios. No solo tuvo la indecencia de despreciar una invitación, sino que además pensaría que estaba haciendo lo correcto por dos razones. La primera, que yo no pensara que era un pobretón y la segunda consistía en hacerme saber que no se quería aprovechar de mí. Hemos perdido el norte…


Cada vez más gente decide que su herencia vaya a manos de hospicios, organizaciones caritativas y derivados, en vez de a sus seres queridos. Esto deja entrever que familia ya no es lo que era, pero sobre todo, que la riqueza adquiere una concepción muy estoica: la disfruta quien se la gana. ¿Para qué voy a entregar mis ahorros a personas que no me han demostrado su cariño, no se han preocupado por mí o, simplemente, no conozco? Para eso lo cedo a una causa determinada y contribuyo al engrandecimiento del mundo.


Y con tanto billete de por medio, me viene a la cabeza el último librito de Iban Barrenetxea que he leído. Publicado por Loqueleo Santillana, La musaraña que robó una montaña es una de esas maravillas de las que se disfruta sin contemplaciones.
Este relato ilustrado nos cuenta las peripecias de un rey cuyo reino está para el desguace, un desastre total a pique de derrumbarse. Toda la culpa es suya. No suelta ni un duro para mantenerlo como dios manda, porque está muy entretenido ejerciendo la usura. Su pasatiempo favorito es contar quince millones trescientas cincuenta y dos mil ochocientas setenta monedas que forman un tesoro vigilado por un dragón hambriento, un laberinto mágico y noventa y nueve caballeros bien armados. Pero un día, tras pasar la mañana contando, se da cuenta de que falta una. ¿Quién la habrá robado? ¡Ha sido una musaraña! ¡La más grande ladrona del mundo! Tanto es así que es capaz de robar una montaña…


Con ese toque tan surrealista, el autor vasco nos lanza un relato que recuerda a los cuentos clásicos, pero lleno de humor y muchas casualidades. Así construye un nuevo espacio paradójico que, utilizando la parodia, ridiculiza a la avaricia y el poder gracias a un personaje aparentemente insignificante (¿Conocen algún mamífero más pequeño?). Un rey infantil y frustrado, un héroe minúsculo y astuto, muchos golpes de suerte (y desgracia) y una cigüeña que rompe el marco de lectura y cambia los acontecimientos, nos hablan de muchas cosas (o quizá de ninguna).


Apoyado por unas ilustraciones frescas y sencillas, auguro mucho recorrido a este álbum narrativo de tapa blanda que recuerda a otros de antaño (76 páginas dedicadas a lectores competentes) e igualmente eficaz en eso de enganchar a cualquiera a la letra impresa. Espero que lo lean y me den su opinión, porque este libro es la prueba inequívoca de que para escribir para niños hay que ser otro niño.

martes, 15 de octubre de 2024

El mundo, ¡qué maravilla!


El mundo es un lugar muy paradójico porque, si bien es cierto que, hasta donde sabemos, solo hay uno, cada persona tiene una percepción distinta sobre él. Sí, esto daría mucho de sí, sobre todo si nos ponemos hasta los ojos de tequila y nos da por apretar el botón filosófico.
Aunque la física ha tenido que prescindir de todas estas interpretaciones y definir el universo, los que vamos más allá logramos percibir esa subjetividad que rodea a cada existencia y que nos permite ver lo que nos rodea desde idiosincrasias muy dispares. Esa multiplicidad de miradas, no solo me parece enriquecedora, sino que puede llegar a ser apabullante, máxime, cuando todas ellas se basan en una misma realidad. Imposible controlar los 7951 millones de vidas que pululamos aquí y ahora.


El niño que disfruta de su primer día de escuela, el adulto que se va a la cola del paro, la madre que se hace la compra en el supermercado, el artista sin inspiración, el afortunado que acaba de enterarse de que su décimo de lotería es el premiado, el padre de familia que se encuentra a hurtadillas con su amante. ¡Hay tantas versiones del espacio y el tiempo…!
En realidad todas son posibles, pero lo más sorprendente es que todas lleguen a encajar de un modo lógico, como si del engranaje de una máquina se tratase. Lo llaman casualidad, destino, azar. Yo prefiero no llamarlo y sí disfrutarlo. Es tan extraño como apasionante, ¿no creen? Todos pisando la misma tierra y sentirnos diferentes. Es magia. Es equilibrio.


Al hilo de todo esto, contarles que se acaba de editar en nuestro país Todo un mundo, una de esas joyas que los enteraos soñábamos con encontrar en las librerías patrias y que gracias al arrojo de la editorial EntreDos se ha hecho realidad. Y es que Katy Couprie y Antonin Louchard han dado vida a un álbum maravilloso.


Presentado en un estuche donde están incluido, tanto el imaginario, como un juego de tarjetas que nos invita a participar de manera paralela, este librito cuadrado (15 por 15 centímetros, para que quepa en cualquier mano) con más de 250 páginas, es una delicia visual.
En primer lugar, los autores prescinden de las palabras y deciden combinar un montón de imágenes diferentes con una secuenciación determinada. ¿Tiene lógica? ¿Tiene sentido? ¿Tiene continuidad? El lector sabrá, porque cada mundo, además de tener su peculiaridades, puede ser o no comprendido por los demás.


En segundo lugar, hace acopio de diferentes formatos y medios expresivos. Grabados, pinturas, dioramas o esculturas se amalgaman en una creación multidisciplinar y un tanto desbocada que despierta muchas sensaciones. Una narrativa sin palabras con la que nos podemos identificar y acoplarla a nuestro propio universo para incluso desbordarlo.


Jugar, caminar, retorcerse, extraviarse o encontrar alternativas a cada paso. Todo un ejercicio de libertad que, como un cajón de sastre, como una chatarrería o como bazar egipcio, nos seduce y enloquece a partes iguales.

jueves, 10 de octubre de 2024

La experiencia es un grado


Si la paciencia es la madre de todas las ciencias, la ignorancia es la madre del atrevimiento. Y si no, que se lo digan a cualquiera de los enteraos que abarrotan este país de cuñados. No teníamos bastante con ellos que ahora, las redes sociales, unos lugares en los que aprovechando el formato (espacios con poco debate donde la réplica no es en absoluto efectiva) se pueblan de todo tipo de cantamañanas que buscan notoriedad a base de ego superlativo.


Y es que hay gente que ha nacido para vomitarle al mundo lo listos que son. Porque han hecho muchos cursos del INEM, porque ganan mucho dinero, porque les han regalado una cátedra, porque trabajan detrás de una barra, porque no les han prestado la suficiente atención cuando eran pequeños o, de tanto agasajo, se lo han creído. ¡Hay tantas razones para ser listo!


No es más inteligente el que nos deslumbra con su capacidad para recordar fechas, nombre o datos, tampoco lo son quienes, en aras de enfrentarse a su escasa capacidad de socializar, se refugian en templos del saber, ni siquiera los que, para alimentar sus apetitos intelectuales, acuden a todos los cursos de la universidad (incluida la popular). La mayoría de las veces, esto del conocimiento tiene que ver más con la capacidad para relacionar todos los saberes y actuar en consecuencia lógica, que obcecarse en repetir a modo de papagayos los mantras que nos ofrecen los libros. Sí, amigos, la experiencia es un grado, más todavía la personal e intransferible, que las vidas de otros, aunque interesantes, tienen un tope.


Lo dicho, en lo que a sabiduría se refiere, prefiero diablos viejos, que sabios inexpertos. Algo que me lleva hasta Panthera tigris, un álbum con texto de Sylvain Alzial, ilustraciones de Hélène Rajcak y publicado por Kalandraka. En él se nos cuenta la historia de un hombre muy sabio que entierra su cabeza en los libros para empaparse con todo lo que rodea a la anatomía, la dieta, las costumbres y el hábitat del tigre de Bengala, una fiera que habita las selvas tropicales. Cuando ya cree que lo sabe todo sobre esta especie de felinos, se presenta en la India y, con ayuda de un guía nativo, se dispone a conocer de primera mano a este animal legendario y feroz…


Basado en las enseñanzas del maestro bengalí Swami Prajnanpad (1891-1974), este libro se enriquece con tensión, suspense y muchos recursos paródicos que nos arrancan una sonrisa. Poco a poco, el lector se divierte viendo cómo el protagonista, obviando una evidencia conocida por todos, da rienda suelta a la estupidez más ignorante. Amenizado con unas ilustraciones a caballo entre la infografía de la no ficción y el relato ficcional, nos traslada a un universo donde la pumilla y los colores flúor construyen una selva misteriosa y desconcertante.


Guardas peritextuales, una contratapa deliciosa, juegos tipográficos y una frase que nunca se termina son un engranaje estupendo para darle vidilla a un libro que debería regalarse a todos los que terminan una carrera y destacar esa lección tan importante que reza: de lo que veas, la mitad creas y de lo que leas…

miércoles, 9 de octubre de 2024

El problema de la vivienda


El problema de la vivienda acucia a nuestro país. Cuando hace unos años sobraban casas para todo el mundo, había montones de casas en venta y el alquiler estaba más que aceptable, hoy la cosa se pone peliaguda por culpa del sector inmobiliario.
Las promociones de nueva vivienda se hacen a cuentagotas, los inmuebles en alquiler son insuficientes y los precios de compra-venta y arrendamiento cuestan un riñón y parte del otro. La pregunta es: ¿por qué?


Punto número uno. Les recuerdo que hace más de diez años, España vivió una crisis del ladrillo sin precedentes. Los apartamentos y adosados florecían como la manzanilla, los bancos regalaban hipotecas que acababan en embargos, los constructores se declararon en quiebra y el sector se desmanteló a costa de unos trabajadores que se prejubilaron o se reciclaron.
Punto número dos. Como la cartera de pisos en venta era enorme, el estado, los bancos y los propietarios decidieron darles salida a bajo coste e inversores nacionales y extranjeros entraron en el bombo del mercado, mientras la construcción se paralizaba rotundamente.
Punto número tres. La estrategia de recuperación y crecimiento de nuestro país se centró en un turismo y un sector servicios que necesitaba alojamientos. Al principio eran suficientes, pero después… De esta forma, no hay vivienda suficiente para compaginar las necesidades del autóctono con las del visitante, lo que estimula la competencia y de paso, la especulación.
Punto número cuatro. A todo esto hay que añadir la desprotección de los propietarios ante impagos, daños, reformas no consentidas y subarrendatarios, la poca incentivación del alquiler, una ley de la vivienda con tintes draconianos, el incremento de los precios o el alto rendimiento de las viviendas turísticas.


Y con este panorama me voy a un libro maravilloso titulado La casa de tus sueños con Henrietta y sus diseños, un álbum que George Mendoza y Doris Susan Smith idearon en el año 1981 y que rescata la editorial EntreDos para nuestro disfrute cuarenta años más tarde.
Cuando me topé con él casi me da un pasmo, pues en la parte más sentimental de mi biblioteca guardo un álbum ilustrado con tres cuentos clásicos ilustrados por esta mujer de la que poco se conoce en nuestro país. En esta ocasión, me encuentro con un libro dedicado a la arquitectura de la mano de Henrietta, una ratona con mucho gusto y ojo a la hora de diseñar los hogares del resto de habitantes del bosque.


Con mucha imaginación y rima, los autores dan vida a todo un universo de viviendas que se adecúan maravillosamente a las necesidades de sus habitantes y de paso se internan en las tendencias de la arquitectura urbana y tradicional de diferentes partes del mundo utilizando como excusa el hábitat de diferentes especies animales.


Pagodas, palacios submarinos, palafitos, madrigueras con vistas al río y nidos a todo trapo configuran una suerte de catálogo que recuerda a otras obras más actuales y que enriquece el ideario del lector-espectador a base de detalles minuciosos y mucha imaginación.

martes, 8 de octubre de 2024

Los peligros de la naturaleza


Ese halo de buenismo que permea la sociedad, no solo rezuma por los poros de todos los progres que andan a cuestas con esto de la cultura, sino que también ha llegado a cualquier rincón de la biosfera. Con esto del ecologismo de pacotilla, hasta los ecosistemas son templos de paz y candor. Una supuesta comunión con bacterias, protozoos, hongos, plantas y animales se ha tornado una necesidad imperiosa para las nuevas generaciones de ignorantes que, criados en pleno asfalto, no saben de lo que es capaz la madre Natura.
No he visto espacio más cruel que los desiertos, las montañas y las selvas de este planeta. La vida campa a sus anchas en ellos, pero también tiende a autoperpetuarse. Por eso hablamos de competencia entre individuos de la misma o distinta especie. Por eso hablamos de selección natural. Por eso hablamos de la lucha por la supervivencia.
Queramos o no, el mundo natural se deja a un lado la caridad, la solidaridad y otros inventos humanos, para seguir hacia delante con un flujo de información que, a lo largo de los millones de años, ha ido construyendo ese super-organismo al que algunos le propinaron en nombre de Gaia.


Sin embargo, el mensaje que se lanza desde muchos libros infantiles es el contrario. La naturaleza es un lugar seguro, en él nadie te va a hacer daño. No tienes de qué temer siempre y cuando la trates con respeto e igualdad… ¡Mentira cochina! He ahí los agentes patógenos, virus, priones, hongos y bacterias, he ahí los depredadores, los parásitos o los venenos.
La naturaleza puede ser hermosa, sí, pero también peligrosa, mucho, además. Que más de uno que se ha ido de luna de miel al trópico y se ha venido con algún nematodo en su retina, otros han visto peligrar su vida por culpa de los caimanes y los menos vuelven con algún miembro amputado por congelación.


Algo de eso debieron avistar los autores de El secreto del lobo cuando idearon su nuevo álbum en el que la conexión entre el ser humano con la naturaleza no es tan amable. Servido por Pípala este otoño, Leina y el señor del bosque viene de la mano de la ilustradora española Júlia Sardà, y los escritores Myriam Dahman y Nicolas Digard.
En esta historia con sabor a cuento tradicional, Leina, la protagonista y dueña del único barco del pueblo, se dedica a transportar a sus vecinos al bosque cercano donde cogen madera, cazan y recolectan provisiones. Lo peor de todo es que muchos van, pero algunos, como Oren, su mejor amigo, no vuelven. Decidida a encontrarlo, Leina se interna en el bosque, donde se encontrará con el Señor de los Hongos Venenosos, un misterioso personaje que oculta un oscuro secreto en su palacio subterráneo.


Encarnado en la figura de un sapo mezquino, regresa ese mensaje que las historias de siempre se han empeñado en lanzar a los niños y que parece haber caído en el olvido. ¡Cuidado con el bosque! Es oscuro, lúgubre, húmedo y sobre todo desconocido. Un escenario que, si bien no es suficiente para acabar con el ingenio de la heroína y esa ayuda mágica que apuntaba Propp, consigue avisarnos de la trampa tan natural que puede aniquilar al incauto.


Como en otros títulos, el trabajo de Sardà es impecable y bebe de multitud de referencias. En esta historia las ilustraciones evocan al universo creativo de Hayao Miyazaki, pasajes de Alicia en el país de las maravillas (¿Recuerda a la oruga azul sobre la seta gigante que le pregunta a la niña sobre su identidad? ¿Y el banquete con el sombrerero loco?), las composiciones estudiadas de Iban Bilibin o las creaciones teseladas de M. C. Escher.
Una delicia visual con advertencias necesarias.

viernes, 4 de octubre de 2024

Las plantas y yo


Muchos de ustedes no saben que soy biólogo. Y muchos menos que en mis años de universidad me especialicé en el universo de las plantas, de la botánica. En realidad cursé dos especialidades, pero en el expediente académico solo podía figurar una y elegí esa. Me parecía tan minoritaria como hermosa. Un saber de otro tiempo propio de valientes que no buscaban el éxito que se les presuponían a la genética o la biotecnología.
No sé qué me llevo a las plantas. Quizá fue el veneno del que nos hablaba Maruja, mi profesora más inspiradora. Uno que te tocaba de por vida sin motivo aparente. En realidad, yo ya me dedicaba a la botánica mucho antes de llegar a la universidad. Con mis abuelos, con mi padre y mi madre. Gente del campo que sabía de frutas, hortalizas, verdura y cereales. Y para lo que no sabían ellos, tenía guías y manuales.


Es por eso que me ha gustado tanto el herbario de hoy, uno creado con versos para rendir tributo a Dulce María Loynaz y que viene a sustituir al que hilvanó en sus años de juventud y fue devorado por las polillas. Una reconstrucción emotiva y seguramente muy diferente, pero que abraza con sentimiento el mundo vegetal, uno tan inspirador y necesario en cualquier etapa vital, más todavía en la infancia, esa patria compartida que trepa a los árboles, deshoja margaritas y rueda por la hierba.

Recuerdo de infancia:
carros cargados de helecho
tirados por bueyes
bajando por la montaña;
el freno de madera
cantando saetas al viento;
ausencia de esmeraldas,
solo el aliento verde de los prados.

***

Los equisetos de tupidas barbas
vigilan con semblante serio el riachuelo
que los voraces humanos han despoblado
de cangrejos y piscardos,
bailarines que alegraban sus cauces.
La corriente sigue su camino valle abajo,
jugando a la rayuela con los guijarros,
bajo la atenta mirada de los equisetos,
que se atusan las barbas.

Juan Kruz Igerabide.
Helecho y Cola de caballo, equiseto.
En: Dulce herbario.
Ilustraciones de Mo Gutiérrez Serna.
2024. Vigo: Creotz.

martes, 1 de octubre de 2024

Escenarios urbanitas


Uno de los escenarios que más se repite en el álbum, ese producto literario posmoderno que tanto éxito tiene, es la ciudad. No es de extrañar teniendo en cuenta que este género comienza a desarrollarse a finales del XIX y continua durante todo el siglo XX y el nuevo milenio, una época en la que florecen las grandes ciudades como caldo de cultivo de esa niñez urbanita que mama asfalto por todos los poros de su piel.

Quizá, este ecosistema, sea una de las grandes diferencias entre la literatura tradicional y la actual. Si hacen memoria y recuerdan algunos cuentos clásicos, denotarán que la naturaleza se halla omnipresente en todos ellos. Bosques, prados, ríos y orillas florecen en unas narraciones creadas para un universo rural en el que los fenómenos naturales pergeñan de magia los hechos que allí se narran. Sin embargo, conforme aparece la Revolución Industrial y ocurre el gran éxodo rural, la ciudad pasa a ser el centro neurálgico, tanto de la vida occidental, como de las obras literarias.

En un principio, esos ecosistemas antrópicos, aunque contextualizan la acción, son utilizados como yuxtaposición al medio natural. Es decir, la ciudad es un medio hostil que deben abandonar los protagonistas para reencontrarse con ese espíritu libertino y subversivo que ofrecen selvas, montañas y pantanos. Pero conforme avanza el siglo pasado, empezamos a encontrarnos con una ciudad llena de posibilidades. La fantasía se vuelve asfáltica y provee a los lectores de lugares propicios para desarrollar su imaginación.


Como ejemplo de estos álbumes urbanitas, hoy les traigo Un día, la obra de Sunjung Suh que acaba de publicar en nuestro país Océano Travesía.
Tomando como punto de partida la primera vez que un niño tiene que cruzar solo un paso de cebra para encontrarse con su amigo, el autor coreano se adentra en un universo la mar de sugerente. Franjas de pintura que cobran vida, olas que se alborotan, un océano que se llena de peces, un pulpo gigante, un extraño jardín o una caterva de figuras monstruosas. Todos caben en esta aventura urbana.

Y es que esa realidad gris y bituminosa en la que crecen muchos niños de hoy día, no debe estar exenta de imaginación. Y así, liberada de las formas angulosas y milimetradas, el paisaje adquiere carácter sinuoso y desbocado, advierte de los peligros, pero al mismo tiempo les resta importancia.

Un mundo realista en blanco y negro se contrapone a otro más onírico donde los colores campan a sus anchas, un formato que invita a encontrarse con el objeto-libro y un desfile de personajes de lo más sui generis, son algunas de las bazas para que este libro sea un divertimento surrealista donde caben las primeras veces y la transformación de lo que nos rodea.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Insignificantes


Llevamos tres semanas de clase y asoman los primeros problemas en las aulas. Unas llorando por las esquinas, otros dándose de ostias en la salida, muchos enamorados y los menos, planeando una huida. Así ¿quién va a prestarle atención a las clases? Pues nadie.
Lo mejor es atajar los problemas cuanto antes, no sea que todo se desmadre y sea imposible seguir con lo que nos ocupa.
Coges el teléfono y llamas a sus padres. “Buenos días”. “Buenos días”. Explicas el circo y empiezan a despotricar. Que si son unos irresponsables, que si viven muy alegremente, que no saben lo que es pagar facturas ni tener mil y una responsabilidades… Yo callo y asiento como buen terapeuta público (que para eso me pagan), mientras pienso en quiénes tendrán problemas más acuciantes, ¿padres o hijos?


No me quiero ni imaginar por lo que pasan muchos de mis alumnos a diario. Centros de acogida, adicciones variadas, divorcios imposibles, traslados de centro o de localidad, acoso escolar o embarazos no deseados. No me gustaría estar en su pellejo, la verdad. Así que concluyo que los segundos.
No voy a negar que la vida del adulto sea diferente, quizá más rutinaria, menos explosiva y vertiginosa, pero hay que ser conscientes de que, en lo que a problemática se refiere, cada edad tiene sus cuitas, sobradamente equiparables por mucho que nos neguemos a admitir que todo depende de la importancia que le demos a nuestro ombligo y de la capacidad que tengamos a la hora de gestionarlos. Que ya les digo yo, que vejez y resiliencia muchas veces no van de la mano.


Y si no me creen, les dejo con Nosotros, los pequeños, un librito de Andrea Espier que acaba de ser publicado por Tres Tigres Tristes. Aparentemente sencillito es capaz de punzarnos por dentro de manera sutil, pero muy efectiva.
En él, la autora oscense nos narra los problemas cotidianos de los chiquillos. Que si no saben atarse los cordones, cruzar una calle atestada de coches, hacer la compra con buen criterio, estarse quietos o sentirse perdidos. Un sinfín de situaciones cotidianas que son importantes para todas las criaturas, sea cual sea su tamaño…


Esta oda a la infancia desde esa mirada un tanto condescendiente que tienen los adultos también presenta sus vueltas... Por un lado, el protagonista le da importancia a sus problemas, por otro hace una llamada de atención a todos esos adultos que, subestimando sus capacidades, son igual de frágiles que los niños y se pueden sentir abrumados por la mínima traba.
Dirigido a un público de lecturas reflexivas y con espíritu crítico, este álbum se adentra en recovecos narrativos con cierta enjundia. Guardas a modo de prólogo y epílogo, figuras adultas que parecen ausentarse a modo de neblina, que permanecen ajenas a la acción, un mundo sobredimensionado y mucho juego de planos, aúpan una historia cotidiana que, con mucho humor (algunas disyunciones y parodias me han sacado más de una sonrisa), nos interpelan a favor de la infancia y nos señala con insignificancia a pesar de peinar canas.

viernes, 27 de septiembre de 2024

La importancia del desayuno


El desayuno es la comida más importante del día. Que me lo digan a mí, que me pongo las botas a diario. Jamón serrano, tomate, aguacate, huevos fritos, leche, avena… No sé cómo mi peso sigue estable si me pongo como quiero. Y si da la casualidad que me topo con un buffet libre o un greasy cafe, la gente no da crédito al verme tragar tan de buena mañana.
De hecho, todavía no entiendo a quiénes son capaces de sobrevivir a una mañana de trajín con tan solo un café o un vaso de leche y cuatro galletas. Debería estar prohibido por ley desayunar de manera tan pobre. No es saludable. Mucho menos cuando hablas de niños y jóvenes, personas en pleno desarrollo que necesitan buena cantidad de nutrientes para correr, saltar, estudiar y hacerse vivos durante la jornada escolar.


Mi padre lo tenía muy claro: de casa no se sale sin un buen desayuno. Y aquí sigo, dándolo todo y animándoos a seguir el ejemplo con unos versos matutinos de Leire Bilbao, cuya obra está siendo traducida al castellano de manera exquisita por la editorial Kalandraka, con la inmejorable compañía de Maite Mutuberria y sus ilustraciones. ¡Que aproveche!

Y de sorbo en sorbo
bigote de leche.
Y de sorbo en sorbo
la barba de leche.
Y de sorbo en sorbo
un lago de leche
dentro de mi boca.
Que no se caiga
ni una sola gota.
La mala leche 
de mamá no se agota
tan de sorbo en sorbo
en el aire flota.

***

La cucharilla con el tazón
¡clin-clin-clon!
compone una canción.
¡Clin-clin-clon!
Hasta terminar el desayuno
nadie se levanta de la mesa.
Cuatro, tres, dos, uno…
¡Sacudamos la pereza!

Leire Bilbao.
En: Onomatopoemas y otros pequeños sonidos.
Ilustraciones de Maite Mutuberria.
2024. Kalandraka: Pontevedra.