domingo, 27 de febrero de 2022

Apuntes sobre la guerra


Putin invade Ucrania y lo único que se le ocurre a la gente es colgar el cartelito de “No a la guerra” en sus respectivas redes sociales. La verdad es que me parece una postura muy pueril la del ciudadano occidental, ese tan buenista y ensimismado que, desde un prisma complaciente e ignorante no se plantea que esa no es la forma de ayudar a los afectados o que la geopolítica le afecta mucho más de lo que piensa por muy lejanos que vea los conflictos.


Sinceramente, no sé qué piensan muchos de la vida. Mientras por un lado se rinden a los ismos impuestos por una ideología inerte que solo busca dividirnos y sacarnos los billetes (si el orden social ha cambiado con la pandemia, espérense a lo que viene...), ahora exigen que Europa, que Occidente, salve a Ucrania de la amenaza rusa -bonita paradoja cuando ese mismo país lleva con una guerra civil encubierta unos cuantos años y nadie ha dicho ni pío- ¿Con qué vamos a luchar? ¿Con el ecologismo? ¿Con el #MeToo? ¿Con el Black Lives Matter? Putin es un sinvergüenza (como mínimo), pero ha dejado en evidencia que vivimos secuestrados y embobados por unos intereses creados y toda una serie de valores erróneos.


A ver si se enteran. Estados Unidos sigue afianzándose como potencia mundial después de 70 años con unas partidas de ajedrez en las que los países europeos son sus peones (como hagan con Ucrania lo que hicieron con los Balcanes, apaga y vámonos…), Rusia intenta sacar pecho a costa de China y las repúblicas ex-soviéticas, Alemania se rearma a lo bestia y la economía mundial entrará en un nuevo orden sin precedentes y sin excedentes. 
Si muchos se echaron las manos a la cabeza viendo como acabó la Segunda Guerra Mundial, veremos cómo acaba esta...
Y si no teníamos bastante, han llegado los medios de (des)información de unos y otros para hacer de las suyas a instancias de unos gobiernos que tienen muchos intereses, muchos culpables y muchos caudillos. 
Lo más paradójico es que hemos dejado a los antivacunas a un lado, pero le ha llegado el turno a rusófobos y anti-imperialistas, porque unos venden gas a precio de oro y otros nos obligan a que el pan de cada día sea imposible de comprar (¿de dónde se creían que venían los cereales?).
Mientras tanto, y como decimos por La Mancha, la adorada Unión Europea nos engalga repartiendo billetes a diestro y siniestro, impone sus cuotas agrícolas y ganaderas, habla de ángeles y demonios, y lava nuestros cerebros con solidaridad y energías renovables (otra falacia para dejarnos sin un chavo).


Lo dicho, en vez de seguir con el bicho, Sálvame, Ana Obregón y la pandereta (¡Mira que si nos diera por leer...!), haríamos bien en estar al tanto de lo que ha pasado en nuestro planeta durante los últimos 100 años y constatar que en esta merienda de negros siempre sacan tajada los mismos. 


Todo lo anterior no quiere decir que yo sea pro-ruso, que desee el regreso de la Guerra Fría (si es que alguna vez terminó) o que me alegre de las vidas que se están segando más allá de los Cárpatos. La realidad de cualquier conflicto armado es muy triste y para ilustrarles sobre ello les traigo La guerra, un libro de André Letria y José Jorge Letria que acaba de publicar en nuestro país la acertada editorial A fin de cuentos y que, cómo no, he incluido en este monográfico sobre la guerra en los libros infantiles.


Desde un texto poético en el que abunda la anáfora, los reconocidos autores portugueses construyen una definición de la guerra, de cualquiera. Un fenómeno que no se puede entender desde otra naturaleza que no sea la humana y en el que caben muchos aspectos por todos conocidos.
Así despliegan una amplia gama de ocres y grises que se suceden en unas ilustraciones donde el texto desaparece continuamente para alargar unos silencios que imprimen dramatismo a esta narración secuencial que gira en torno a múltiples ideas y reflejos de la guerra. Elipsis y metáforas se alternan en un vaivén inquietante donde los detalles son igualmente importantes.


Composiciones donde abunda esa geometría que tanto recuerda a las formaciones militares. Soldados, aviones o edificios, que se acercan y alejan gracias a un objetivo cinematográfico que nos regala planos generales y primeros planos sobre guerras reales o ficcionales (vean a H. G. Wells y sus marcianos).
Una delicia de libro que en más de sesenta páginas (un número atípico en el libro-álbum) abre el camino para plantearnos muchas preguntas sobre un tema que a cualquier persona, sobre todo a las que queremos vivir sin complicaciones y terminamos sufriéndolas, nos aterra.


jueves, 24 de febrero de 2022

Mascarillas y disfraces


Jueves Lardero y yo con estas pintas. Para un año que parece que el carnaval asoma la cabeza, me ha pillado en bragas. Que bien pensado, “mi-no-entender” a cuento de qué se ha dejado de celebrar esta fiesta tan callejera. Ni siquiera durante la Guerra Civil los gaditanos permitieron que se la robaran. Y mira que Franco era malvado. Pero claro, ahora con la salud pública y el miedo infundado, nos tienen cogidos por los huevos.
Yo, como siempre, animo a la desobediencia y la risa, que ambas son cosas muy sanas. No me irán a decir que se han metido varios cócteles de genes por el cuerpo y ahora se echan a temblar por una fiesta al aire libre, máxime con este tiempo que el cambio climático nos está regalando.


De todos modos, ¿qué más da? Si nuestro día a día ya es un carnaval. Mis alumnos no se quitan la mascarilla ni en el patio. “Que si me da vergüenza enseñar los granos” “Mi nuevo rimmel luce divinamente” “Me veo mucho más guapo” “Así puedo comer chicle cuando quiera” “Lo mejor de todo es decirle hijo-de-puta al profesor por lo bajo”... Occidente ha encontrado su burka y auguro que será difícil de erradicar. Welcome to Paradise: los nuevos totalitarismos sanitarios.


Lo que me tiene en ascuas es si las autoridades de toda índole (ahora, hasta las asociaciones de vecinos lo son) recomendarán el uso de mascarilla sobre caretas y disfraces. Sería el summum de la estulticia, pero viendo cómo se las están gastando desde hace dos años, creo que nos quedan muchas cosas por ver.
Espero que a todos estos les dediquen alguna chirigota, de esas que hacen murga y sangre, para que sean recordados como caudillos sanitarios, que si no, hasta Don Carnal se va a volver buenista y toda esperanza de cambiar el mundo quedará perdida entre la esclavitud y esta velada ignonimia.


Yo sigo con mi rollo, Abraham Remy Charlip y Una fiesta de disfraces, un libro que tiene embelesado. Publicado hace un par de años por Lata de Sal, esa editorial con una colección vintage que es canela fina, este librito apaisado llegó a nuestras librerías de manera muy desapercibida, y aquí me tienen, dándole aire y vida.
En esta historia de disfraces improvisados y sueños encandenados, el autor francés se divierte instándonos al juego de pasar página. Sí, a ese tan estupendo que propone todo libro para descubrir cómo los diferentes personajes son capaces de darle rienda suelta a la imaginación y fabricarse un disfraz con cualquier cosa. Aunque unos se intuyen más que los otros (mi favorito es el del elefante), todos son estupendos para terminar en torno a eso con lo que empieza la narración y hacerla redonda.


Si no habéis tenido bastante con estas adivinanzas seguro que en los días venideros tenéis muy buenas opciones para disfrutar de disfraces fantásticos, descubrir amigos tras el antifaz y cultivar la fantasía, esa por la que siempre merece la pena luchar.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Con la miel en los labios


Soy un gran consumidor de miel. Desde que desterré el azúcar de mi vida (en la medida de lo posible, que ya saben que la industria lo añade a cualquier cosa, desde la mostaza al jamón serrano). Da igual la época del año, la consumo todos los días, en invierno y en verano. Mis preferidas son la de azahar, romero y brezo.
Me aficioné durante mis años de universidad, tras cursar la asignatura de etnobotánica, una donde hacíamos catas de mieles y disfrutábamos de una inmensa variedad de sabores, olores, texturas y propiedades. Fluidas, cremosas, blancas, oscuras, rojizas y doradas, de lavanda, madroño, tilo o la carísima miel de manuca (árbol del té). Todas ellas contienen agua, fructosa, iones inorgánicos, proteínas y enzimas, y se fabrican mediante un proceso complejo que tiene lugar en el tubo digestivo de las abejas.


Estas mieles florales producidas gracias al néctar de las flores, nada tienen que ver con las mieladas, otro tipo de mieles elaboradas también por las abejas, pero a partir de las secreciones de yemas, hojas y tallos de algunos árboles como la encina, el roble o el castaño, Son las llamadas mieles de bosque. Tampoco se relacionan con la miel de palma o la de arce, sustancias azucaradas que producen las propias plantas.
Seguramente ustedes se pregunten “¿Y cómo es posible saber que una miel se ha elaborado con el néctar de una especie de planta concreta?” Por un lado el apicultor conoce la flora del lugar donde se ubican las colmenas y extrapola la información a ojo de buen cubero, por otro, echa mano de la lupa o el microscopio e identifica los granos de polen presentes en una determinada miel. Si al contarlos abunda un tipo de polen, esa miel se considera pura.
No se pueden ni imaginar la cantidad de fraudes que hay con la miel, sobre todo con la comercializada por las grandes empresas. Lo primero es que estas mieles proceden de mezclas de miel de diferentes procedencias nacionales e internacionales. La segunda es que muchas de ellas añaden aditivos mucho más baratos, como los jarabes de azúcar o de arce, unas sustancias que muchas veces provocan que la miel se mantenga en estado líquido, una prueba irrefutable de que están adulteradas.
Sí, señores, la miel pura y de calidad cristaliza con el paso de los meses, es decir se vuelve espesa y de textura granulosa. Esto no quiere decir que pierda sus propiedades ya que sigue intacta (yo incluso lo prefiero porque se vuelve más manejable y no pringa todo). Si la prefieren líquida sólo tienen que meterla al baño maría un rato y volverá ser más fluida.


La miel que nunca he probado es la Miel de luna, el tipo de miel que da nombre al libro de hoy, uno escrito por Kenneth Kraegel y editado por Blackie Books y que ha causado mucha sensación. En él se nos cuenta la historia de una musaraña que viaja hasta la luna para conseguir la medicina que pueda currar a su hijo de una extraña enfermedad. Para llegar hasta allí es ayudada indirecta o indirectamente por diferentes personajes.
Con una puesta en escena a todo color, este álbum con más texto de lo que se acostumbra a encontrar en las librerías, tiene una estructura en capítulos que por un lado recuerda a obras de Arnold Lobel, y por otro supone la transición hacia la novela infantil.


El tipo de ilustración en el que priman la plumilla y las aguadas de color, se basa en la repetición, las tramas y los sombreados. La abundante ornamentación, donde encontramos marcos y motivos geométricos, recuerda a ilustradores de otros tiempos donde los detalles tienen mucho que decir en una composición donde el lector-espectador puede sumergirse.
Sobre la historia, decir que, bajo esa manida y evidente epopeya maternal (¡Cuánta madre coraje hay en la LIJ! Empiezo a pensar que hacen los libros para ellas), subyace una viaje desbordante de fantasía donde encontramos magia, astucia, violencia y referentes metaliterarios que enriquecen al lector y amplían su universo.
Una buena propuesta para endulzarles el día.

martes, 22 de febrero de 2022

Palabras motivadoras


Cuando yo era un crío todos queríamos ser grandes. No en el sentido dimensional de la palabra, sino en otro más metafórico. Hacer cosas importantes, romper moldes, perpetrar hazañas, alcanzar el triunfo de una u otra manera. En definitiva, soñábamos con cambiar el mundo. Ser como Alexander Fleming, Mary Shelley, Neil Armstrong, Violeta Parra, Antonio Machado, Martin Scorsese, Margaret Hamilton o Pelé. El caso era aportar algo a este mundo necesitado de ideas.


Ahora la fama se reduce a los millones de seguidores en Instagram, los escándalos que provoques, o los desfiles a los que asistas. Todo se ha reducido a una serie de aspectos muy poco profesionales y demasiado mediáticos donde cualquiera con un poco de carisma puede resultar un producto inmejorable.
María Pombo, Ibai Llanos, Manu Ríos, King Jedet, El Rubius, Andrea Compton o Paula Gonu son algunos de los nombres de moda y, aunque ustedes no sepan quiénes son, ya les adelanto que están clasificados como personas más que influyentes, algo que sorprende teniendo en cuenta que su vida laboral se resume a posar ante un anillo de luz.


Que me dejen de rollos. Ni actores, ni cantantes, ni diseñadores, ni nada de nada. El talento, eso que buscábamos otras generaciones a base de perseverancia, trabajo y sueños, se resume hoy día en saberte vender, decir lo que el público quiere oír y no morir en el intento. Hincharte a billetes “creando contenido” (manda huevos la expresión) vacuo y efímero es lo que se lleva.


Por esta razón y no otra, habría que plantearse si los referentes de las generaciones actuales tienen la suficiente enjundia, si es necesario darle vuelo a otros referentes que ayuden a desterrar una idea que tiene que ver más con la publicidad que con el trabajo bien hecho.


Y esgrimo esta razón (que no es poca) para traer a la palestra la colección Akiparla de la editorial Akiara Books, una serie de libritos muy modestos pero con mucha chicha que deberían conocer los mediadores, sobre todo aquellos que optan por la no ficción, para darle vuelo a esto de la lectura.


Frederick Douglas, Jane Goodall, José Mujica, Wangari Maathai, Steve Jobs, Malala Yousafzai, Si’ahl, Ted Perry y Severn Cullis-Suzuki son los ocho personajes que llenan las páginas de los primeros volúmenes de estos libros con discursos sobre temas tan sugerentes como el sinsentido de la esclavitud, el mundo de los primates, la intuición, el difícil camino de muchas mujeres en ciertos contextos o el ecologismo como motor de ideas. Pronunciados ante cientos de personas en diferentes eventos, son mensajes inspiradores que han trascendido al tiempo gracias a su profundidad y que merece la pena recordar, tanto en español, como en la versión original (sí, muchos de estos libros son ediciones bilingües).


Impresos en papel reciclado, estos libros de tapa blanda (¡Me encanta el cartón kraft!) y pequeño formato, son una perita en dulce. Con comentarios a cargo de diferentes invitados (esto de la interpretación no es que me guste mucho, pero bueno, en algunos ámbitos se agradece…) e ilustraciones a dos colores de artistas de la talla de Guridi, Yael Frankel (mis favoritas), Neus Caamaño, Matías Acosta, Ana Suárez, Joan Negrescolor, Vanina Starkoff y Cinta Fosch, acompañan de contenido y gran carga metafórica las palabras de estas personas que defienden su manera de (re)construir un mundo complicado.


Recemos porque esta colección siga creciendo para alimentar las bibliotecas escolares de palabras necesarias, quizá sobre temas que se relacionen menos con los ismos de hoy día, pues se me vienen a la cabeza discursos igualmente inspiradores como el de J. K. Rowling sobre el fracaso o el Esto es agua de David Foster Wallace, que no le hagan el juego sucio a lo políticamente correcto (¡Espero que no se les ocurra incluir a mi odiada Greta Thunberg!).



lunes, 21 de febrero de 2022

Danzar


No sé qué me pasa últimamente pero tengo unas ganas locas de bailotear. Y no es que tenga buenas razones para ello, pues este 2022 parece haberme equivocado el pie (cosas del directo). No obstante el cuerpo me pide mambo, pasodoble y chachacha. Se ve que, como los almendros, estoy floreciendo por momentos.
Será este febrero loco, que no solo lleva de cabeza a agricultores y climatólogos, sino a cualquier ser viviente que se deje llevar por los biorritmos (¡Qué control tienen algunos de su propio organismo!). Que si la luna de nieve (¿Nieve? ¿Dónde?), que si temperaturas pre-veraniegas, ¡esto es una locura en toda regla!


Lo peor de todo es que no sé paso alguno. Ni piruetas y cabriolas, lo mío es bailar lo que me viene a los pies, que ya es bastante, pues tengo una memoria corporal bastante nula y no creo que sea capaz de recordar ninguna fórmula en la que la cadera y el tacón sean factores determinantes.
Muevo el esqueleto para divertirme, algo que siempre está bien. Dejarme llevar por ritmos y melodías con mucho ánimo, sentirse vivo y sandunguero, que lo demás, teniendo en cuenta los tiempos que corren, se me figura hasta vano y empobrecido.


Yo no sé cómo algunos se ubican en una barra, posición "mojón" en modo automático y, haciendo uso del brazo (y del hígado), se pasan la noche levantando vidrio en barra fija, incapaces de mover las pestañas al son de cualquier canción de moda. Casi siempre ellos. Ellos no bailan ni solos, directamente son estatuas.
Una realidad de la que nos habla Swing, un álbum sin palabras de Joao Fazenda que publicó hace años Juventud y que se detiene en todos aquellos que se sienten incapaces de bailar por diferentes razones. El protagonista de esta historia es un señor que, a pesar de haber intentado con su parienta una y otra vez eso de darle a los pies, se ve incapaz de convertirse en el amo de la pista. Choca con todos los enseres de la casa y ni siquiera asistiendo a clases de baile es capaz de dar tres pasos seguidos. ¿Logrará bailar al fin?


Utilizando la línea como principal metáfora visual (rectas angulosas y curvas sinuosas) el autor portugués da vida a una historia mínima y cotidiana en la que más de uno (¿Por qué será que muchos hombres son nefastos para el bailoteo? ¿Habrá algún estudio al respecto?) se verá reflejado. 
Unas guardas que forman parte de la acción (la trasera me encanta), colores vivos y llenos de contrastes son algunas de las bazas de un libro que podemos regalar a cualquier persona que no sea muy ducha en este arte de la danza (¿Quizás a un marido o amigo patoso?).
Lo que más me gusta de este libro es que, por arte de magia, podemos escuchar la música (no solo swing, cualquiera), pero sobre todo la que palpita en nuestros corazones, verdadero motor de cualquier coreografía que, como esta, nos eleva por los aires.



viernes, 18 de febrero de 2022

Naturaleza y libros infantiles


En muchos libros infantiles solemos encontrar un acercamiento a la naturaleza. Escenarios, protagonistas y metáforas que nos hablan de la estrecha relación que mantenemos con nuestro medio ambiente, un tema que desgrano brevemente en este post con tres ejemplos en los que detenerse.


A mi juicio son cuatro los factores que influyen en esta acusada presencia del mundo natural en la Literatura Infantil. Por un lado tendríamos el influjo de los llamados cuentos tradicionales, unas historias cuyos escenarios tienen mucho que ver con prados, ríos, montañas y bosques, lugares a los que solían acudir los habitantes de esa Europa rural que ahora nos parece muy lejana. La naturaleza es ese lugar donde todo es posible por lo desconocido y salvaje.
Por otro lado tendríamos esa cosmovisión intimista entre el ser humano y la naturaleza que autores románticos, como Bécquer, Mary Shelley, Oscar Wilde, Edgar Alla Poe o Lewis Carroll nos trasladan en sus obras. Perdidos en los recovecos de la naturaleza, buscan sus propias grandezas y miserias, asimilando que ellos mismos formaban parte de ese todo que, de un modo u otro, generaba las realidades mundanas que la época industrial hacía más patentes con sus fábricas y su hollín.
Si bien es cierto que esta fusión entre literatura y naturaleza está condicionada por factores históricos, a veces bebe de las modas y tendencias actuales. Ecologismo, indigenismo y otras tendencias han ayudado a que las representaciones un tanto oníricas del mundo natural impregnen muchas obras actuales de la Literatura Infantil. El resultado de una idiosincrasia que se ha ido instalando en estos tiempos de super-idealización en los que robledales, taigas y sabanas son paraísos terrenales. Refugios maravillosos donde no habita nada indeseable, ni cruel, ni malo.
Del mismo modo, también puede deberse a la estrecha relación entre el autor y un medio ambiente agreste donde la inspiración es esa comunión sobrenatural que nos salva de unas afecciones que se ven disipadas cuando nos hallamos en mitad del bosque, paseando a orillas de una playa desierta o en mitad de la dehesa.


Tres buenos ejemplos de este acercamiento natural en los libros infantiles son Un bosque en mí, de Deborah Underwood y Cindy Derby (Libros del Zorro Rojo), Mi árbol secreto de David Pintor (La Guarida) y Soy un árbol de Sylvaine Jaoui y Anne Crahay (Kókinos).
En el primero se nos presenta un viaje emocional en toda regla donde los símiles naturales tienen mucho que decir en una historia que habla de ti, de mí o de cualquiera. Poético a rabiar, se articula sobre unas ilustraciones donde aguadas llenas de luces, penumbras y sombras son las diferentes estaciones de este particular vía crucis en el que su protagonista se sincera en un silencio compartido con la naturaleza que le rodea y con el lector-espectador.


Composiciones bien elegidas, planos cinematográficos, tintas medias y toda una suerte de sinceridades se agolpan entre las ramas de los árboles, los claros del bosque y otros remolinos de vida. Una elección que no solo gusta a consumidores introspectivos, sino a todos lo que por alguna razón, se definan amantes de espesuras vegetales y cromatismos naturales.



En el segundo título, el ilustrador gallego y reciente ganador del Goya a la mejor película de animación, se interna en una historia sobre paralelismos vitales y ciclos naturales. Inspirado, como suele ocurrirle últimamente, por su hija Nara, indaga en los mil y un momentos en los que un roble, árbol majestuoso que llena las carballeiras de su tierra, está presente en la vida de cualquier niño de un modo, como apunta el propio título, misterioso, casi clandestino. 


Un libro que recuerda a El árbol generoso de Shel Silverstein pero centrado en la infancia, una etapa donde las emociones son mucho más potentes, algo que se observa en un final, tan triste, como esperanzador. David Pintor detiene el espacio en ese tronco, en esas hojas, en ese prado, y deja pasar el tiempo, uno que da buena cuenta de los juegos compartidos, de los momentos de descanso, de las alegrías y tristezas, de que hombres y árboles somos como hermanos.




Para terminar la tríada, nos acercamos a un álbum que, como el anterior, establece un símil entre el proceso de gestación de un ser humano y el de germinación de una semilla. En este caso y aunque se hace uso del estilo figurativo, los autores se decantan por el uso de la metáfora, tanto visual, como verbal, para ir desarrollando una idea que queda reflejada en el título.


Con líneas sutiles y una composición especular, la acción se desarrolla sobre la idea del crecimiento en un espacio cerrado en el que, poco a poco, una nueva vida se abre paso hacia la luz del día. Aunque la escala temporal no es equivalente, el propósito subyacente se consigue ante un espectador que ve en cada doble página la evolución de dos procesos naturales en los que el fin no es comprender cada detalle, sino tomar consciencia de la magia que envuelve nuestra existencia.



miércoles, 16 de febrero de 2022

¡Que nada ni nadie os arruine el día!


Miércoles. El ecuador de la semana laboral. Un día estupendo para cabrearse como si no hubiera un mañana. Gracias a los alumnos, la profesora de inglés, la soberbia e incompetencia familiar, un colega incoherente, los políticos… Cualquiera puede ser el detonante de un ataque de cólera inusitado. Pero de verdad, ¿merece la pena pasar el día malencarado?


No es que yo sufra un síncope cada vez que alguien me tuerce el carro, pero sí reconozco que hay personas en este mundo que me sacan de mis casillas. Y no precisamente porque me contesten de mala manera o me gasten bromas pesadas. Tiene más que ver con los desprecios, las faltas de consideración o la obcecación.
Que nieguen la evidencia, que solo se acuerden de ti cuando les interesa o que sean incapaces de corresponderte como mereces, son gestos que me sacan de quicio. Será porque yo, aunque malhablado, sin formas y nada condescendiente, intento actuar con bastante autocrítica, dentro de una lógica y siempre intento ponerme en lugar del otro. No soy partidario del egocentrismo, el egoísmo y los intereses varios.


Si bien es cierto que antes me condenaba como un demonio, últimamente estoy empezando a gestionar este tipo de situaciones desde la ignorancia y la indiferencia. A veces trae más cuenta mirar hacia otro lado que enseñar las garras. Hacer lo que me apetezca y que todo me resbale. No se puede estar todo el santo día mosqueado con gente que a duras penas te demuestra el poco talento del que dispone.


A veces uno no puede evitar que lo saquen de sus casillas, sobre todo si tienes el resorte un poco flojo, pero hay que intentarlo y minimizar las ocasiones. Si te pareces al payaso que sale disparado de la caja sorpresa, si se te tuerce el morro a la mínima de cambio, el libro de hoy, es tu libro. Y teniendo en cuenta que Shinsuke Yoshitake es un maestro a la hora de quitarle hierro a cualquier asunto para darle la vuelta a la tortilla a cuenta de mucho humor, no te lo puedes perder.
En la misma línea que otros títulos de esta colección, ¡No soy un monstruo! (Libros del Zorro Rojo) se centra en los múltiples enfados de una protagonista cuyos nervios se ven alterados por cualquiera. Los compañeros de colegio, los requerimientos maternos, el vecindario. Cualquiera es capaz de enfurecerla y ella no puede evitar pensar en cómo les devolvería la pelota (programar un robot para que les congele la barriga o entrenar una abeja para que les pique, son dos ideas maravillosas). También nos cuenta los métodos que ha desarrollado para paliar esos ataques de ira y sus investigaciones respecto a los de otras personas. La conclusión es evidente: hay un monstruo que quiere hacerle la vida imposible. ¿Logrará vencerlo? ¿De qué manera?


Lleno de simpatía y desde una perspectiva bastante sui generis, el autor japonés vuelve a hacer de las suyas con un álbum donde viñetas y croquis, guiños, metáforas y toques surrealistas constituyen los recursos narrativos para un pequeño manual que divierte y hace pensar a partes iguales sobre la sencillez-complejidad humanas, esa dualidad tan hermosa y a la vez tan detestable.
Un último consejo: ¡No dejen que nadie les arruine el miércoles!

martes, 15 de febrero de 2022

Lectores asesinos o el ¿poder? de los libros


Con lo que me gusta un salseo literario debo sumarme a la polémica que ha suscitado la relación que muchos medios de comunicación han establecido entre La edad de la ira, una novela de corte juvenil de Nando López, y el triple crimen del parricida de Elche, un suceso que ha conmocionado a la sociedad española poniendo de relevancia los problemas de un universo adolescente cada vez más complejo.
Se ve que el chaval que mató a su padre, su madre y su hermano por verse privado de videoconsola y wifi a consecuencia de unas malas notas (el castigo preferido por todas las familias de este país… ya saben, lo más fácil), lo tenía sobre la mesita de noche, según comentan los investigadores del caso y, cómo no, los (des)informantes ya se han lanzado sobre la carroña.
A día de hoy y con todo lo que estamos viendo, deberían saber que sensacionalismo y reduccionismo son las armas favoritas de los políticos y sus mamporreros, los grandes grupos de comunicación, para hacer de su capa un sayo. Manipular a la opinión pública para lograr sus intereses es algo inherente al poder, todavía más en la era de un buenismo donde hay que erradicar toda incomodidad de la faz de la tierra y fabricar así zombis votantes. Censura, censura y más censura, algo que he comentado hasta la saciedad con temas como el de la salud mental. Por ello mi recomendación es que apaguen la tele, se alejen de las redes sociales y lean. A Nando López o a cualquier otro. Seguro que sacan mucho más provecho.
Hacer responsables a los autores y sus libros de los actos que otros cometen me parece una justificación muy vana por tres razones. La primera es que parece una especie de intento por elevar a la categoría de víctimas a una serie lectores que no saben dónde tienen la mano izquierda o necesitan internamiento psiquiátrico. Como si las palabras o la literatura los erigiera en un estatus criminal muy superior en aras de una actividad cultural que parece ser la quintaesencia del postureo ilustrado (no se pierdan este artículo). Dudo mucho que la naturaleza asesina se base única y exclusivamente en lo que lean antes de irse a la cama.
La segunda es que colgarle el sambenito a los libros o los videojuegos es otra evidencia más de una sociedad enferma llena de culpables, externalidades y vendas en los ojos. Miserias que, precisamente se ponen de relevancia gracias a los productos culturales de calidad. Porque la buena literatura es precisamente eso, internarse en lo intrincado de la naturaleza humana para lacerarnos de algún modo con sus dardos, dejarnos ver el tipo de efluvios que exudamos. Nada es tan feo o tan bonito como para dejar de mirar dentro y fuera de nuestro pellejo.
La tercera tiene que ver con la construcción del discurso, pues como bien expliqué AQUÍ, la lectura es un acto complejo donde no solo interviene el autor, sino también el lector. Él pone sobre ese tablero que es el libro su experiencia previa, sus frustraciones, deseos y pasiones para construir un relato, un mensaje que no tiene que ser precisamente válido, inofensivo o coherente. De hecho la suspensión de la incredulidad que ha desencadenado esta atrocidad depende única y exclusivamente de un adolescente y su mala interpretación de una obra ficcional (he aquí otra pregunta: ¿Es necesaria la mediación lectora?).
Por otro lado les digo: y si esa conexión fuese cierta, ¿qué? A veces me "alegro" de que estas cosas sucedan. Y no porque mueran familias enteras (¡Qué pena y qué culpa tan grande!), asesinen al presidente de una nación (recuerden la historia que subyace a El guardián entre el centeno) o existan suicidios en masa (se ve que Goethe lo consiguió). Me satisface porque aúpa en cierto modo el poder que tienen los libros sobre la sociedad, en aras del morbo, of course, pero poder al fin y al cabo. 
Tampoco es que me vaya a rasgar las vestiduras por un libro que no he leído (millenials, armarios, traumas, intriga..., quizá me anime), pero me alegro de que se le dé visibilidad, y la gente, los teenagers, sientan curiosidad por él y se acerquen a las librerías. Auguro que este escritor catalán se va a hinchar, más todavía teniendo en cuenta que mañana se estrena la serie homónima. 
Lo dicho, lean, pero con calma, que no todos los lectores obsesivos se lanzan a luchar contra molinos de viento.

lunes, 14 de febrero de 2022

Doctor amor


Hoy es San Valentín, el patrón de los enamorados, un día que muchos detestan pero que otros veneran hasta el hartazgo. Románticos o consumistas, empalagosos o prácticos, sea cual sea nuestra naturaleza no solemos preguntarnos sobre las bases biológicas del amor, un sentimiento que altera el nuestro organismo queramos o no.
Hace años se estudiaron algunos de los procesos bioquímicos y fisiológicos que tenían lugar en el cuerpo cuando nos enamorábamos y se definieron tres etapas dependiendo de las sustancias que iban apareciendo.


La primera se denomina enamoramiento o pasión, un estado de intensa atracción sexual y duración variable (hasta 18-30 meses según los expertos) en el que actúa el cerebro primitivo. En él tiene lugar la liberación de los llamados neurotransmisores primarios, es decir, entran en juego la norepinefrina, la dopamina y la serotonina. Estas moléculas son las causantes del estado de bienestar y placer que sienten los enamorados, los pensamientos y conductas obsesivos hacia el ser amado o la pérdida del juicio crítico (ya saben que hay gente que se vuelve loca de amor). Los que nos hemos enamorado alguna vez también experimentamos dificultad para conciliar el sueño, sudor en las manos, rubor en las mejillas, se nos acelera el latido cardiaco o echan a volar las conocidas mariposas en el estómago.
Con tantos “síntomas” no debe extrañarnos que algunos crean que el amor tiene mucho que ver con una enfermedad o, como diría Ortega y Gasset, un periodo de imbecilidad transitoria.


Si la relación continúa, subimos al segundo piso del amor, un periodo de apego y cariño que puede rondar los 10 años y en el que intervienen el cerebro medio y sustancias como la vasopresina y la oxitocina. Mientras que la primera incrementa la preferencia por la pareja, los niveles de cortisol, la atracción y la presión arterial, la oxitocina está involucrada en el refuerzo positivo, es decir, con el placer, incrementando la complicidad, la empatía, el afecto y la confianza con la pareja. Por si no lo sabíais, cuando nos abrazamos, liberamos pequeñas cantidades de este neurotransmisor.


Por último, en la tercera etapa del amor, tiene lugar el afianzamiento de la pareja. Existe una gran atracción, tanto intelectual, como emocional. Esto trae aparejada una admiración por la pareja, la base para ese amor perdurable que no todas alcanzan. En este proceso tiene mucho que decir el neocortex cerebral. Las relaciones que duran 30, 40 o 50 años, además de deseo y cariño, también hay mucha inteligencia. Objetivos comunes, reparto de roles, necesidades personales y colectivas, percepciones similares de la realidad y la toma conjunta de decisiones son algunos ejemplos que ayudan a ese equilibrio afectivo.


Como no podía ser de otra manera, acompaño esta perorata amorosa con el Dos personas de Iwona Chmielewska, un álbum editado por Océano Travesía hace unos cuantos años pero que nunca había traído a este lugar. Toda una suerte de metáforas poéticas sobre las relaciones de pareja que ahondan en todo tipo de momentos e ideas que pueden girar en torno a ellas. 
Un recorrido por todo tipo de parejas, por todo tipo de situaciones cotidianas entre personas que comparten vida, espacio y sentimientos, que la ilustradora polaca plasma sobre el papel haciendo un ejercicio narrativo muy hermoso que merece la pena conocer y regalar. 
Con recursos que recuerdan a otros genios como Norman Messenger o Javier Sáez Castán, la autora de libros como Ojos, El bastón azul-La caja azul o El problema (un álbum que leo y releo) nos lleva de la mano en un paseo donde símbolos, (des)contextualizaciones, mensajes encriptados y surrealismo son algunos de los elementos que irrumpen en el tiempo y el espacio cuando dos deciden ser uno.