jueves, 10 de marzo de 2022

Preservar nuestra naturaleza


No sé si a estas alturas podría vivir sin redes sociales. Es tanta la miseria humana que percibo a través de las publicaciones de ciertos engendros (para mí han salido de la categoría de “humanos”) que si me privaran de su disfrute podría morir de pena.
Sigo a un plasta que le ha dado por el folklore para hacerse el interesante. También viaja, habla cuatro idiomas, se declara pansexual y viste camisas de cuadros (telita). Es tal su nivel de empalague que habla en cierta lengua olvidada de Las Hurdes mientras pone morritos para que sus followers, que solo lo admiran cual figura de cera, no entiendan una mierda al tiempo que aplauden su cara bonita. Una joya ibérica.
Además de todos los que se hacen pasar por Zendaya o Gigi Hadid, También hay influencers que invierten el día llorando por las esquinas. Les confieso que no llevo nada bien eso de que algunos ganen notoriedad a costa de la pena. Que si una vez fui gorda, que todavía vivo lastrado por haber sido un patito feo, que me critican por subir una foto en bragas con mi esposa, que mi six-pack no es perfecto... La verdad es que tanto patetismo me divierte. A estos no les hace falta salud mental. Salud mental la que necesitamos los demás para no acabar como ellos: muertos en vida.


Llevaba razón Dostoyevski con eso de “mentirnos a nosotros mismos está más profundamente arraigado que mentir a los demás”, un vicio y (sin)razón que lleva aparejado todo este postureo que condiciona a occidente durante los últimos años, esa pérdida de toda naturalidad que abocará a la extinción masiva de la especie humana. Nos hemos acostumbrado tanto a creernos lo que nos dicen gracias a esa retórica litúrgica de los ismos, que ya no sabemos ni quiénes somos, ni qué comemos, ni con qué nos calentamos. Todo se resume en lo que “debemos” y no en lo que “hay” que hacer.


Fíjense adónde hemos llegando que es preferible quedarse de brazos cruzados, en vez de defender tu casa o proteger a tus hijos. Durante estos días de conflictos bélicos escucho cada cosa de boca de algunos, que me dan ganas de desintegrarme en cientos de mariposas. Es tanto el castramiento social y emocional al que se nos está sometiendo desde ciertos púlpitos, que algunos se echan las manos a la cabeza porque unos seres humanos plantan cara a otros. ¿Estamos bien de la cabeza? Se llama su-per-vi-ven-cia, la única razón por la que la vida se lleva abriendo camino en este planeta desde hace más de 3500 millones de años.
Y si me van a salir con discursitos televisivos, yo me declaro insurgente. No les hablaré del flujo de información en la naturaleza ni de la teoría general de sistemas, y me ceñiré a Un libro de la selva, el título de hoy, una maravilla ideada por Fernando Vázquez y editada por A buen paso.


En este álbum sin palabras que también podría definirse como “ensoñación”, “viaje iniciático” “oda a lo salvaje” “fábula naturalista” o “cuaderno de aventuras”, nos encontramos con la historia de un viejo explorador que, tras coger un libro (¿Cuál será? Yo lo sé...) de su estupenda biblioteca (Échenle un ojo. No se la pierdan), se encuentra un ave entre sus páginas que le invita a perderse en la selva. Ríos serpenteantes, barcos a vapor, chamanes y jaguares aparecen en la espesura de esta jungla.
Ilustraciones vitalistas, referencias literarias, musicales y mucha magia, llenan las páginas de una historia a caballo entre lo onírico y lo real donde el contraste entre la oscuridad inicial y la luminosidad final nos arrastran a un discurso con múltiples interpretaciones entre las que brotan tres dualidades, vida-muerte, día-noche y niñez-vejez, que se vislumbran en un libro casi circular.


Extraños y sugerentes detalles nos invitan a idas y venidas constantes, a participar de este periplo por deseos y sendas desconocidas aunque practicables. ¿Se han fijado en la ilustración de la portada? ¿A quién pertenece ese ojo? ¿Al protagonista o al felino? ¿Hacia dónde mira? ¿Y la última imagen? ¿De dónde sale ese sombrero? ¿Y las guardas de finísimo papel estampado? Sensaciones que nos obligan a preguntarnos el porqué de nuestra existencia o qué mueve nuestras acciones, una serie de preguntas tan necesarias, como naturales, que mucha y buena literatura recoge en su seno para que no olvidemos que dentro de nosotros también habitan las leyes que rigen la vida.

martes, 8 de marzo de 2022

Discursos sacados de quicio


Hoy se ve que toca celebrar el día de la mujer y yo no voy a ser menos. Podría hablar de los piropos desde el andamio, del papel que la mujer tiene en el hogar, de las diferencias de salario en el trabajo, o de los llamados micromachismos que habitan en chistes y otras expresiones del día a día, pero no. También podría dedicar la entrada a las mujeres mutiladas sexualmente, a las que se ven obligadas a casarse siendo niñas, o a las que dilapidan por adulterio, pero tampoco. Estaría bien hablar de la llamada violencia machista, de las leyes paritarias o de los permisos de maternidad, pero no.
Hoy me voy a dedicar a contarles lo que me sucedió el otro día hablando de cierto libro con una conocida que se autodefine como feminista, y poner así de relevancia lo chungos que pueden llegar a ser ciertos discursos cuando se utilizan indebidamente.


Me hallaba yo en cierta librería sosteniendo en las manos Mina, un libro de Matthew Forsythe que acaba de publicar Andana en nuestro país. Hice una lectura rápida y, voilá, me encantó. El autor de Poko y su tambor había vuelto a idear una narración llena de luz (la paleta de color de este hombre es espectacular), toques de humor, con cierto espíritu crítico y pone en duda el universo adulto.
Cuenta la historia de Mina, una ratona que gusta de la lectura, cuyo padre, un poco despreocupado y excéntrico se presenta en casa con un ardilla que no lo parece. Mina, aunque desconfía de su padre, accede a que la nueva mascota se quede en casa, lo que tendrá un terrible desenlace.


Le doy con el codo a mi conocida que está muy al tanto de todas las novedades editoriales, le sugiero que le eche un ojo al citado libro y me espeta: “Ese libro es un claro ejemplo de que los problemas de las mujeres se deben al patriarcado” Yo abro los ojos como platos y ella sigue… “Si la protagonista, mejor formada que su padre, lo hubiera mandado lejos, se hubieran librado del susto. Es un reflejo de esas mujeres que viven supeditadas a los hombres y su mirada de superioridad machista”
Perplejo, le contesto que será que soy hombre y rubio, porque yo en ese libro sólo veo una buena dosis de humor, algo de sinsentido y cierta mofa sobre el mundo adulto. “Ay, qué iluso eres, Román, no sabes cómo se las gastan algunos medios culturales al servicio del discurso sexista…” 


Ya, un poco harto, le digo que deje de rizar el rizo. Que si en vez del padre, fuera la madre la que provoca esa situación, diría que el autor trata de ridiculizar a las mujeres. Si la niña ninguneara a la madre, se quejaría de que dónde queda la sororidad. Y si todo fuera muy femenino y de color de rosa, esgrimiría que la editorial hace uso de la discriminación positiva para vender su producto a todas las mujeres sobre la faz de la tierra y enriquecerse a su costa.
Menos mal que la llamó no-sé-quién y salió corriendo, porque estaba dispuesto a enzarzarme en una serie de argumentos sobre lo subversivo, la censura y esos ismos que despojan de sentido a cualquier obra literaria. Es un despropósito que un libro, lo que en principio debería ser un espacio donde lo fantástico campe a sus anchas (más todavía en este, que tiene unos puntitos estupendos), se convierta en un ring propagandístico en el que el acto creativo se ningunee y menosprecie bajo soflamas que solo buscan la división social en vez de la igualdad real.


Sí, hay gente que lo está consiguiendo. Si eso es el feminismo para ellos, cada vez me considero menos feminista. Mientras los demás siguen con su ruido, prefiero hacer caso a Mina y dedicarme a leer, una actividad básica que no pueden disfrutar millones de niñas afganas que tienen prohibido acudir a la escuela por el mero hecho de ser mujeres. ¿Acaso no es suficiente ejemplo? Se ve que no. Tocará recordar aquello de "Existen pocas armas tan poderosas como una niña con un libro en la mano", palabras que pronunció Malala Yousazfai en 2013, una que por ser mujer y declararse feminista, parece inspirar más credibilidad y respeto que un servidor. 



jueves, 3 de marzo de 2022

Libros infantiles basados en hechos reales



Como esta semana ando muy social (no sé cómo me ha dado por el activismo), hoy me pongo a hablar de un tipo de álbumes que me gustan sobremanera y que no abundan mucho en el universo de la Literatura Infantil. Son los álbumes cuyas historias están basadas en hechos reales.


Esta es la historia de Don Osito Marquina, el oso de peluche que acompañó a Salvador Dalí y su hermana pequeña, Anna María Dalí durante su infancia y primera juventud, y que Federico García Lorca, amigo del pintor, conocería durante unas vacaciones en el Ampurdán. Un juguete que todavía puede verse en museo del juguete de Figuera y que fue testigo de una de las épocas más turbulentas de la España del siglo XX.  


Desde mi punto de vista son la quintaesencia del álbum de carácter social porque ponen de relevancia historias con gran trasfondo humano que han sucedido de forma espontánea, algo que pone en valor la condición de nuestra naturaleza, una que también esconde mucha bondad y belleza sin necesidad de estar manipulada por la intencionalidad de la que adolecen muchos libros buenistas.


Los niños de la mina narra la historia de Luis y Toni, dos niños que con diez años abandonan la escuela para internarse en las minas de carbón españolas del siglo XIX poniendo su vida en peligro. Acompañado de un dosier final con fotos y abundantes datos documentales sobre este oficio ya en desuso.


Si bien es cierto que muchas veces estas obras tienen mucho de ficción, la idea primigenia que controla el discurso parte un hecho fehaciente en el que no interviene el acto creativo, una especie de esqueleto que, a pesar de impregnarse de recursos de estilo y otros diseños narrativos, expone al lector una serie de acontecimientos en los que intervinieron otros seres humanos de manera activa.


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El quid de la cuestión en este tipo de libros es su calidad ejemplarizante, algo de lo que se nos llena la boca cuando se trata de crianza, didáctica y pedagogía. 
Del mismo modo que sucede con los modales, el lenguaje o la mismísima lectura, los valores que despiertan muchos libros carecen de consistencia cuando no se llenan de recursos que impriman cercanía al lector o que se le adhieran a la memoria, sobre todo aquellos que funcionan a modo de mantras, corsés y controles remotos.


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Cuando Favio Chávez llegó a Cateura, un pueblo erigido sobre uno de los vertederos más grandes de Paraguay, nunca imaginó que sus clases de música fueran a tener tanto éxito, todo un problema cuando no hay suficientes instrumentos para todos los alumnos. Pero con la ayuda del ganchero y hábil carpintero Colá, comienzan a reutilizar objetos que encuentran entre los montones de basura que les rodean, para darle vida a nuevos instrumentos y crear la Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura, que ha llenado de melodías y esperanza no solo este pueblo, sino los escenarios de medio mundo.


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De nada sirve que existan quinientos álbumes que traten sobre la violencia, si todos son iguales y, a modo de oración, nos repiten lo mismo una y otra vez. “La violencia es mala, la violencia es mala, la violencia es mala…” una cantinela que carece de sentido en un mundo real dominado por la violencia. La Literatura, tanto ficcional, como no, debe desarrollar estrategias que, como el humor o el juego, sepa desarrollar un espíritu crítico y capaciten para el cambio. Y cuando hablo de espíritu crítico, no me refiero a poner en duda lo que opinen otros, sino lo que yo pienso, lo que piensa el propio lector.


Tancho es el nombre del protagonista de esta historia ambientada en la provincia de Hokkaido (Japón). Con las primeras nieves siempre aparecían las grullas, hasta que un año, extrañamente solo aparece una pareja. Tancho decide alimentarlas con la esperanza de que acudan más. ¿Lo conseguirá?


Ya saben la de veces que me he planteado la (in)conveniencia de la Literatura Infantil como instrumento al servicio de la sociedad, pero en este caso poca reflexión necesito. Cuando los libros son un reflejo de lo que sucede en el mundo que vivimos, que bebe directamente de él, los libros, sobre todo los que se dirigen a los niños, se despojan de esa pátina condescendiente a la que estamos más que acostumbrados los que leemos este tipo de literatura.


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Sin embargo también debemos considerar que estas son historias de ida y vuelta. Es decir, ¿hasta qué punto podemos afirmar que son espontáneas, que sus protagonistas no han sido moldeados por otros intereses que no son los puramente morales? No lo podemos saber. Tanto ellos, como nosotros nos encontramos en una sociedad llena de circunstancias de todo tipo (religiosas, políticas, culturales...) que moldean nuestras decisiones. Lo único que sabemos es que lo que hicieron está documentado de un modo u otro y han trascendido.


En La promesa de Pnina Bat Zvi, Margie Wolfe e Isabelle Cardinal (editorial Picarona) encontramos la historia de dos hermanas, Toby y Rachel, que pasaron una parte de su infancia en el campo de concentración de Auschwitz. Antes de ser separadas de sus padres, estos le dieron a una de ellas tres monedas de oro para usarlas en caso de gran necesidad y les hicieron prometer que permanecerían juntas pasase lo que pasase. Miedo, enfermedad y alguna risa se entremezclan en una narración que cuenta con ilustraciones elaboradas sobre collage digital y en tonos pardos y grises, donde la fotografías antiguas y la expresividad de los personajes añaden dramatismo a una historia real contada por la hija de una de ellas.

Libros que visibilizan los problemas del acosos escolar, otros que nos hablan de iniciativas que preservan las bibliotecas en las áreas más remotas, o historias sobre amores imposibles entre reptiles y seres humanos. Tan pronto utilizan un oso de peluche para hablarnos de la historia española del siglo XX, que se centran en las condiciones y riesgos laborales que los niños sufrían en un tiempo pasado. 


Para saber más de este libro ve a ESTE ENLACE


De entre este tipo de libros y relacionados con animales, hay que señalar El caracol con el corazón del revés, un álbum escrito por Maria Popova, alma mater de Brain Pickings, esa página llena de curiosidades y álbumes que ha pasado a llamarse The Marginalian, e ilustrado por Ping Zhu (editorial A fin de cuentos). Este libro nos cuenta la historia de Jeremy, el caracol que encontró un científico jubilado en mitad de un jardín inglés. No era un caracol normal, pues la concha de Jeremy giraba al revés que el resto de los caracoles por efecto de una extraña mutación llamada "situs inversus". Como la probabilidad de que esta mutación recesiva es de una entre un millón y la vida de un caracol es tan corta, los científicos necesitaban encontrar una pareja para Jeremy con el fin de que procrease y pudieran obtener descendencia con las mismas características y así poder estudiarla. Al final la encontraron, pero...

No nos debe extrañar que en muchos de estos libros abunden las historias ambientadas en guerras y conflictos bélicos (pueden ver algunos tanto en esta entrada, como en este monográfico sobre la guerra en la libros infantiles), ya que es en estas situaciones cuando el ingenio, la imaginación y otras cualidades del ser humano afloran como revulsivo a la barbarie y el horror. Sucesos mínimos que son fiel reflejo de una vida que lejos de rendirse y amedrentarse, se abre camino entre los escombros.



En estos dos libros de Jeanette Winter (editorial Juventud) encontramos dos historias ambientadas en las guerras de Oriente Medio. La primera esta protagonizada por Alia Muhammad Baker, La bibliotecaria de Basora, Iraq, una mujer con mucho arrojo que se propuso salvar el valioso fondo de la biblioteca cuando empezó la guerra en su país. En segundo lugar tenemos a Nasreen, una niña afgana que tras la llegada al poder de los talibanes, tiene prohibido asistir a la escuela, algo que gracias al empeño de una abuela empeñada en llevarla a una escuela secreta donde aprenderá y compartirá diferentes experiencias con otras niñas como ella. 



La isla de San Simón, situada en la ría de Vigo, fue cárcel y campo de concentración durante la Guerra Civil. La lavandera de San Simón es la historia de una mujer que, con su hija, ayudaba a los presos que allí se hacinaban, intentando hacer más liviana su condena a base de ropa limpia y alimentos.


Durante la Primera Guerra Mundial, concretamente el 25 de diciembre de 1914, día de Navidad, los soldados alemanes y británicos que estaban en el frente franco-belga protagonizaron una inesperada tregua, salieron de las trincheras y, además de intercambiar comida y cigarrillos, acabaron jugando un partido de fútbol. Este es el acontecimiento que recoge La tregua, un álbum del ilustrador mallorquín Toni Galmés, que bien merece la pena leer durante las fiestas navideñas.



Para terminar este recorrido toca hacer referencia a la historia de la portada, El hombre de los gatos, un libro que habla de Alaa y su casa de gatos, un espacio que creo durante la guerra de Siria para dar cobijo a los gatos que quedaron abandonados a su suerte tras los bombardeos de Alepo y la consiguiente huida de sus dueños. Una iniciativa que trascendió fronteras y a la que se sumaron diferentes organizaciones y ciudadanos anónimos que, con sus donaciones, permitieron crear un espacio donde los niños pudieran jugar y los ciudadanos recibieran alimentos y todo tipo de ayuda.

lunes, 28 de febrero de 2022

14 años de blog y un post sobre autores "fracasados"


Catorce años de blog son muchos, más todavía teniendo en cuenta que este formato está en desuso y lo que prima en la tercera década del nuevo milenio son vídeos (cada vez menos) y podcasts. Quizá estaría bien replantearse las cosas y dejar a su suerte un blog que, a pesar de estar bastante bien posicionado en los buscadores y en el ecosistema de la LIJ, considero que no está muy explotado por mi parte (otros ya sé que lo esquilman a sus anchas). El año que viene (si es que llego) serán 15 años y, como buen teenager, este bloguero tendrá que plantearse el futuro.
No se me echen las manos a la cabeza. Yo sé que mi trabajo no es reconocido por bastantes personajes de la LIJ (aunque todo quisqui le saque el jugo a la chita callando), pero me la suda. Sí, estaría guay que de vez en cuando le invitaran a uno a dar charlas y cursos, que me enviaran como scout editorial a las ferias del ramo, que me llamaran como jurado a algún premio, o que compartieran mis puntos de vista tan heterodoxos en los púlpitos universitarios, pero si no sucede, tampoco me voy a hacer el harakiri. Lo mejor es que tengo un buen curro y no necesito hambrearle a nadie. 
Lo único que me jode es que otras personas con muchísimo menos bagaje, van de estrellas del "business " y se lo curran mucho menos que yo (meritocracia cero en este universo LIJero). 
Ea, seré un feliz aunque fracasado bloguero. Algo que no me preocupa, pues hoy, como celebración de este aniversario, les traigo (¡Sí, a ustedes, a la gente que me lee, me valora y me apoya a diario!) unos cuantos ejemplos de autores de Literatura Infantil cuyas obras fueron rechazadas en montones de ocasiones por editores de toda condición, pero que a la postre demostraron su valía con creces.
Empezamos con Dr. Seuss y And to Think That I Saw It on Mulberry Street, su primer libro, uno que fue rechazado 27 veces antes de ser publicado por Vanguard Press. Si nadie se hubiera arriesgado a tal empresa: ni Grinch , ni Lórax, ni gato Garabato.


Otro al que le costó lo suyo publicar su obra más conocida fue Kenneth Grahame. El viento en los sauces, una novela que nació a partir de los cuentos que el autor inventó para su hijo a la hora de dormir, fue rechazado varias veces recibiendo comentarios como “Una historia navideña irresponsable que nunca se venderá”. La obra ha vendido la friolera de 25 millones de ejemplares.


Dos novelas muy famosas que fueron rechazadas por los primeros editores que las recibieron fueron Ana de las Tejas Verdes y Mujercitas. Cinco editoriales no le dieron el visto bueno a la obra de Lucy Maud Montgomery hasta que fue publicada en 1908, pasando a ser un éxito en todo el mundo (¡50 millones de copias!). Mujercitas, la conocidísima novela de Louisa May Alcott no solo fue rechazada, sino que se le dijo a la autora que "dejara de escribir y se dedicara a la enseñanza”. Esperamos que quien hiciese ese comentario de tan mal gusto sufriera un síncope al saber que se podría haber hecho de oro gracias a un libro que lleva editándose más de 150 años y ha vendido unos cuantos millones de copias. 



Otra que se llevo el chasco fue Beatrix Potter. El cuento de Peter Rabbit era tan popular entre los niños de su zona que pensó que sería bueno publicarlo. Ella misma lo presentó a todos los editores de Londres que pudo encontrar y todos rechazaron la historia. Ni corta ni perezosa echó mano de sus ahorros e imprimió 250 ejemplares. Cuando vendió todos, uno de aquellos editores que había rechazado su historia inicialmente, le ofreció publicarlos bajo su sello editorial. Se han vendido hasta el momento 45 millones de copias de sus libritos protagonizados por animales.



Para finalizar hablar de dos autores más actuales, Ian Falconer y J. K. Rowling. El primero cuenta que la historia de su cerdita Olivia, una que creo para su sobrina, se mantuvo muchos años en una carpeta ya que los editores a quienes se la enviaba preferían que fuese otro autor quien desarrollara los textos. Finalmente Anne Schwartz se decidió a publicarla con la condición de que Falconner le diese una vuelta. Así y lo hizo y el resto es un final más que feliz.


Lo de la madre de Harry Potter y todo su universo lo sabe hasta el apuntador. Su primer libro (Harry Potter y la piedra filosofal) fue rechazado en múltiples ocasiones por su extensión. No fue hasta que la hija de un editor lo leyó y quedó prendada de él, cuando se decidiría el futuro de una saga que genera más beneficios que el producto interior bruto de Bolivia.


Así que ya saben, hagan lo que hagan, sigan en la brecha, este buen puñado de ejemplos animan a seguir creyendo que algún día, el trabajo bien hecho y la constancia tendrán su recompensa. 
¡Gracias a todos por seguir ahí un año más!

La guerra en los libros infantiles


Durante estos días todo hierve con montones de proclamas, poemas y frases célebres contra la guerra. La verdad es que hacer alarde de pacifismo en este mundo de postureo queda muy bonito y vende la mar de bien, pero el caso es que ponerse serio y hablar de la guerra desde una perspectiva humanista es bastante complicado, sobre todo cuando la sociología y la filosofía se meten en el ajo.


Michael Foreman. War Boy. Templar.


En base a estas dos disciplinas, la guerra suele definirse como la ruptura del estatus social por medio de la fuerza, es decir, seres humanos que difieren con otros seres humanos, se pasan las normas de convivencia por el forro, y lían la de San Quintín. Esto quiere decir que la guerra siempre se relaciona con el poder y su administración -¡Política, siempre política-  y por tanto  sería una de las características principales de nuestra civilización.
(N.B.1: En ESTE ENLACE pueden disfrutar de una selección de libros infantiles sobre política que tienen relación directa con muchos temas que se recogen en este monográfico)


Eugenio Carmi y Umberto Eco. La bomba y el general. Destino. 


¿Es un fenómeno exclusivamente humano? Aunque existen especies de animales que atacan con violencia a miembros de su propia especie, sobre todo en los mamíferos (véanse suricatos, caballos o ardillas), la guerra es una cuestión social, es decir, el ser humano mata a otros seres humanos colectivamente, algo en lo que entran en juego el razonamiento o las emociones, características exclusivas de la especie humana. Sí, queridos monstruos, la guerra es un fenómeno profundamente humano íntimamente relacionado con lo que somos y el desarrollo que, como especie, hemos logrado alcanzar. 


Janet Charters y Michael Foreman. The General. Templar.


"Román, si esto es así, ¿no existe la paz?" Desde un punto de vista sociológico, la paz no es otra cosa que el orden establecido por la victoria en una guerra. Esa paz eterna con la que muchos sueñan es una idea desvirtuada porque para que haya paz, debe haber guerra, y viceversa. Además, cada uno quiere la paz a su manera, sobre todo en la que prevalezcan sus necesidades e intereses como ser humano. Sordos, zurdos, mujeres, andaluces, catalanes, rusos, croatas, castristas o musulmanes quieren una paz ad hoc, ya que la paz nunca puede ser igualitaria.

A pesar de este baño de realidad, nunca está de más, que la Literatura Infantil, un arte al servicio del entretenimiento y la razón, aborde esta temática desde un punto de vista creativo y poético. Las palabras nunca están de más, pues embellecen y ayudan a enfrentarse al mundo, ese que genera todo tipo de opiniones y controversias, y de paso pueden intentar cambiarlo. Es por ello que aquí les traigo unos cuantos títulos sobre este tema que sobrevuela nuestras cabezas durante estos días y señalo con tres estrellas (***) mis favoritos.
Los tres álbumes que siguen a continuación se adentran en definiciones sobre la guerra desde un prisma lírico en las que abundan las referencias visuales, los recursos de estilo y cuidadas ilustraciones. Potentes y personales, son los mejores que se me ocurren en esta categoría de idea ilustrada.




José Luis Berenguer e Irene Fra. De punta a punta. Los cuatro azules.



Ximo Abadía. Lo que no le gusta a la guerra. Zahorí Books

En esta temática literaria destacan multitud de obras en las que, de una forma u otra, se abren puertas y reflexiones en torno a un tema que, desde muchos púlpitos progresistas y buenistas de la LIJ se execra (¿Por qué no van a querer los niños la guerra? ¡Si se pasan el día riñendo...!), algo con lo que no termino de comulgar al cien por cien, ya que un servidor intenta fluir y no encorsetarse demasiado (que luego vienen los dramas y los ansiolíticos). 
No sé hasta qué punto puede ser contraproducente el intentar negar o reprimir un hecho inherente al ser humano. ¿Qué es la violencia? ¿Explícita o implícita? ¿Quién decide qué es violento y qué no? ¿Lo que es bueno o malo? Quizá la mejor pedagogía sea exponer y no dirigir el discurso...


Eric Battut. Los niños no quieren la guerra. Juventud.



Pere Marí y Bertran y Núria Tomàs Nayolas. Tengo un tanque de juguete. Akiara Books.


No obstante, he de admitir que soy muy partidario de aquellas obras infantiles que desde un prisma más neutral incluyen en su menú cierto aire descriptivo que, con final feliz (o no), nos hablan de las causas y consecuencias de la guerra, nos abren interrogantes sobre la (in)conveniencia de los conflictos armados y plantean ese círculo vicioso que se repite una y otra vez.  
Se me ocurren títulos de excelente factura que haciendo uso de diferentes recursos verbales y/o visuales, describen diferentes escenarios donde el conflicto humano (aunque sea personificado en animales u otros personajes) es una constante. Empezando por aquellos que simplemente plantean conflictos de intereses y riñas menores, y terminando por los que hablan de guerras en condiciones.
Del mismo modo les animo a echarle un vistazo a esta selección de álbumes sobre muros, ya que en muchos de ellos pueden encontrar situaciones que provoquen la guerra o sean consecuencia de esta. Una selección muy necesaria donde esa metáfora de las barreras ayuda a comprender las diferencias entre los seres humanos. ¡No se la pierdan!



David McKee. Los conquistadores. Kókinos.



David McKee. Negros y blancos. Anaya. (***)








Ángel Domigo y Mercé López. La casa de los erizos. A buen paso.





Kitty O'Meara y Quim Torres. La extraña y pequeña flor. Edelvives. (***)



Roberto Aliaga y Miguel Cerro. Enfadados. La Fragatina.



Ernesto Rodríguez Abad y Víctor Jaubert. El rey que bordaba estrellas. Diego Pun.


La guerra es consecuencia pero también escenario para multitud de historias que suceden en ella, las de los niños de toda condición que tienen que convivir con la realidad que los conflictos armados traen a su espacio vital. 
Niños que tienen que redactar, otros que descubren realidades atroces, hermanos que desarrollan su imaginación para sobrevivir, enemigos que se parecen más de lo que creen, familias que se debaten entre el amor y los dilemas morales, historias de amor (im)posibles, o deportistas con sueños rotos son algunas de ellas. En muchos casos son historias reales que pueden conocer en este post dedicado a este tipo de álbumes basados en hechos reales.


Roberto Innocenti. Rosa Blanca. Lóguez. (***)



Davide Cali y Serge Bloch. El enemigo. TakaTuka. (***)




Elzbieta. Flon-Flon y Musina. SM. (***)





Antonio Skármeta y Alfonso Ruano. La composición. Ekaré/SM (***)



Carmen Segovia. Mitsu y Lala. Anaya. (***)



Karin GruB y Tobias Krejtschi. La zapatilla roja. Lóguez.






Kathy Kacer y Gillian Newland. El mago de Auschwitz. Picarona.



Lorenza Farini y Sonia M. L. Possentini. El vuelo de Sara. Picarona.



Mónica Montañés y Eva Sánchez Gómez. Los distintos. Ekaré.



Ana A. de Eulate y Sonja Wimmer. El cielo de Afganistán. Cuento de luz.


Es curioso como las perspectivas más complejas (véase la guerra preventiva o las revueltas populares) son minoritarias en las obras infantiles, una realidad que choca de lleno con la orientación argumental de una literatura juvenil y/o adulta que aboga por un discurso donde caben facetas sociales, geográficas, históricas, económicas y sentimentales muy variadas. Títulos como el 300 de Frank Miller y Lynn Barley, La guerra de los mundos de H. G. Wells o La guerra de los botones de Louis Pergaud, ahondan en puntos de vista complejos en los que la guerra ejemplifica un servicio político y social a pesar de sufrir bastantes tachaduras. 


H. G. Wells. La guerra de los mundos. Anaya.



Frank Miller y Lynn Barley. 300. Norma Editorial (***)



Louis Pergaud. La guerra de los botones. Anaya (***)

En esa línea y en formato de libro-álbum, solo se me viene a la cabeza De cómo Fabián acabó con la guerra, un libro de Anaïs Vaugelade donde el discurso no se decanta solo por esa idea buenista de la paz, sino que se retuerce sobre sí mismo y habla de un engaño inteligente y un golpe de violencia que, a pesar de ser no deseada, ponen fin a un conflicto de mayor envergadura. La culpa, la manipulación, los intereses creados, el honor... una amalgama de perspectivas que se alejan del típico discurso pacifista que solicita el consumidor de Literatura Infantil y que quizá haya sido la causante de que este libro (por desgracia) no sea muy conocido.



Anaïs Vaugelade. De cómo Fabián acabó con la guerra. Corimbo. (***)


Una de la parcelas bélicas más tratadas en la Literatura Infantil es la de los refugiados. Niños que se ven sorprendidos por la guerra y se ven obligados a huir y dejar atrás su hogar, sus amigos y su colegio. Aunque también se podrían encuadrar en este apartado todos aquellos libros sobre migración que incluí en ESTA SELECCIÓN, cabe recordar que la guerra y no otro, es el motor de estas historias que recojo a continuación.  


Elise Gravel. ¿Qué es un refugiado? Anaya.



Nicola Davies y Rebecca Cobb. El día en que llegó la guerra. Alba.



Claude K. Dubois. Akim corre. Lóguez. (***)



Fatima Sharafeddine y Claude K. Dubois. Mi país está en guerra. SM.



Annika Thor y Maria Jönsson. La niña de muy lejos. Gato Sueco.





José Camparini y Evelyn Daviddi. Trenfugiados. La Fragatina.



Fran Nuño y Zuzanna Celej. El mapa de los buenos momentos. Cuento de luz.



Rita Sineiro y Laia Domènech. Colas de sueños. Akiara.



Francesca Sanna. El viaje. Impedimenta. (***)





Ruth Vander Zee y Roberto Innocenti. La historia de Erika. Kalandraka. (***)



Angèle Delaunois y Christine Delezenne. La llave. Lóguez.





Fran Parreño y Gonçal López Pampló. ¿A dónde va esta gente? Algar.



Bertold Brecht y Carme Solé Vendrell. La cruzada de los niños. El jinete azul.



María José Ferrada y Ana Penyas. Mexique. El nombre del barco. Libros del Zorro Rojo.



Liz Lofthouse. Ziba vino en un barco. Ilustraciones de Robert Ingpen. Lóguez.



Marek Vadas y Daniela Olejníková. ¡Huye! Barbara Fiore.



Morten Dürr y Lars Horneman. Zenobia. Barbara Fiore. (***)

También traigo Mientras tanto en la Tierra... la tercera parte de la trilogía de Oliver Jeffers (editorial Andana) dedicada a nuestra relación con la Tierra desde diferentes puntos de vista (Estamos aquí y Lo que construiremos). Concretamente en este, astronomía y disputas humanas se dan la mano para hacer un recorrido histórico por algunas de las guerras más sonadas de la humanidad. 
Dos hermanos a la gresca, un padre harto de tanta pelea, cálculos matemáticos y viajes galácticos hacen de este libro una apuesta muy original sobre nuestra naturaleza bélica, gracias a la convivencia entre elementos del álbum informativo (gráficas, infografías y comparativas) con otros más ficcionales (coches voladores y máquinas del tiempo).



Otro álbum que no deja indiferente es El prisionero sin fronteras, un libro de Jacques Goldstyn publicado por Picarona que nos habla de las consecuencias de la guerra desde el punto de vista de las víctimas que son encarceladas por diferentes motivos. 


De entre  todos los libros que nos hablan de la guerra cabe destacar aquellos que parten de una experiencia propia, que en el caso de la Literatura Infantil suelen ser la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Es así como Tomi Ungerer, Michael Foreman, Uri Orlev, Judith Kerr, Leo Meter, Anna Frank y muchos otros nos sumergen en un amplio abanico de testimonios y vivencias parecidas bajo el común denominador de la guerra. 
Seguramente haya montones de obras de este corte (siempre hay autores exiliados) que si bien no venden drama en sus páginas, también nos pueden hacer entender qué sucede en la guerra.




Michael Foreman. El jardín feliz. Intermón Oxfam.




Anne Frank. Diario. DeBolsillo.


Otros títulos, aunque no han sido escritos por personas que sufrieron los avatares de las grandes guerras, están muy bien logrados y siempre merecen un hueco en esta estantería sobre causas y consecuencias bélicas. No debemos olvidar que cualquier libro en el que aparezcan pequeños conflictos tiende puentes hacia otros de mayor calado.


Jan Terlouw. Invierno en tiempo de guerra. HarperKids. (***)





No se nos pueden olvidar todas las guerras civiles que han minado diferentes países de nuestro planeta durante el último siglo (un poquito más, si me apuran). En el caso de la guerra civil española hay tantos títulos (ya expliqué el porqué en este post sobre tendencias políticas en la LIJ) que me limitaré a apuntar un par de mis favoritos, pues no todos tratan el tema con el gusto y la neutralidad deseados (NB: Véase esto como claro ejemplo de que las guerras siempre permanecen latentes aunque la violencia termine. Es lo que se llama la guerra ideológica, una a la que también contribuyen los libros infantiles). Si algún día tengo tiempo y ganas haré una pequeña selección.

Por otro lado es bastante paradójico que mientras el universo del libro-álbum se llena de compromiso idealista y denuncia social, el discurso de la Literatura Juvenil fluye en otras muchas direcciones y podemos encontrar ejemplos de cualquier tipo. Sagas paraliterarias llenas de belicismo, novelas ambientadas en trincheras y campos de concentración, o protagonistas que actúan como víctimas y verdugos. Todos diversifican la mirada hacia la guerra desde un sugerente punto de vista para el adolescente en ciernes que se nutre de intensidades varias. 
Violencias aparte (ya saben que los libros para jóvenes rebosan de esta por los cuatro costados) y por citar alguno, me quedo con unas novelas gráficas. Una obra maestra y otras de corte más actual.


Art Spiegelman. Maus. Reservoir Books. (***)






Benoit Ers y Vincent Dugomier. Los niños de la resistencia (7 vols.). Base.


Eisinger, Scott y Becker. Basado en una obra de George Takei. Éramos el enemigo. Planeta Cómic.


Quizá Maria Montessori llevaba razón con aquello de "Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz", sobre todo porque seguimos llenando páginas contando las atrocidades de la guerra, como si sus efectos fueran a cambiar la naturaleza humana. Creo que no. Estaría mucho mejor dejarse a un lado la ignorancia e intentar conocer las causas de los conflictos armadosunos que, en la mayor parte de las ocasiones, se deben a las diferencias culturales o religiosas, la geopolítica, la pugna por los recursos naturales o el territorio. Esa es la verdadera educación: conocer en vez de adoctrinar.
Sin ir más lejos el otro día me encontré en un perfil de Instagram cierto alegato para que en los medios de comunicación españoles se le prestara la misma atención a la cuaresma que al ramadán, ya que tanta discriminación positiva, por un lado estaba provocando una pérdida de nuestro patrimonio cultural, y por otro ahondaba en las diferencias religiosas. 
Llevaba toda la razón del mundo, máxime cuando no atacaba a otros credos, sino que pedía respeto para todas y visibilidad para la suya, una que es mayoritaria en nuestro país, algo en lo que, a pesar de no ser cristiano, estoy de acuerdo porque conozco la relación entre España y el catolicismo. 
Probablemente quienes la desconozcan sean quienes animan al ninguneo de la cuaresma alentados por sus intereses y las guerras ideológicas que subyacen en la memoria de nuestro país desde hace décadas. Ellos y no otros serán los que prenderán la mecha en loor a esa "concordia" que muchos dicen esgrimir pero que solo es otro arma para hacer la guerra, una cuya línea es muy fácil de sobrepasar. Esperemos que ese no sea un triste principio más.
Para terminar, unos libros para la esperanza con mucha belleza y algo de humor, dos cosas necesarias antes, durante y después de cualquier guerra. He dicho.