martes, 2 de diciembre de 2025

Excusas inverosímiles


Lo de gestionar las relaciones sociales es insufrible. Y conforme se acercan las fiestas navideñas, se hace más evidente. La gente hace encaje de bolillos para no faltar a ningún evento. Se agolpan cenas, comidas y reuniones de todo tipo. Hay que quedar bien con unos y con otros, aunque el resto del año no sepamos nada de ellos. Los hay que venden su alma al diablo para tener el don de la ubicuidad y otros que son capaces de hipotecarse para no repetir outfit. Sin embargo, mis favoritos son los que consiguen cumplir con todo el mundo gracias a excusas.
Y es que sacarse de la manga cualquier pretexto es todo un arte. Sobre todo cuando esta es espontáneo y creíble. Hay personas que han llegado muy lejos en la vida gracias a esta capacidad. Pequeñas mentiras que les permiten justificarse ante una situación determinada y de paso les allanan el camino.


Y es que la impostura está de moda y no podemos tomar en serio a nadie. La informalidad auspiciada por los dispositivos electrónicos y las redes sociales, se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Amigos, familia y colegas de trabajo se parapetan tras respuestas poco concluyentes, fallos en el sistema, dobles sentidos o charlas grupales para hacer lo que les sale del mondongo sin la más mínima consecuencia.
Y si el contexto es una sociedad como la española en la que el pícaro es digno de admiración. Un rostro de aquí a Lima, algo de guasa con la que aderezar la evasiva y a vivir como Juncal: sinvergüenzas y miserables, pero ocurrentes y entrañables. ¿Quién quiere más?


Todo esto me ha venido a la mente mientras leía La historia real, lo último que se publica de Sergio Ruzzier en nuestro país (Liana editorial). Haciendo gala de ese humor tan mediterráneo (Se nota que Ruzzier es de origen italiano), nos cuenta la historia de un gato que llega a casa y se encuentra el tarro de galletas sobre el suelo, hecho añicos y vacío. Enfadado, le pide explicaciones a su amigo el ratón, pues sospecha que está detrás de todo esto. El ratón empieza a explicarle lo que ha sucedido. Se ve que las galletas estaban hartas de estar encerradas en el dichoso bote y han decidido escaparse de allí para ser bien felices al aire libre. El gato no está para ese tipo de historias y el ratón le propone otra versión: la culpa ha sido de un monstruo viscoso, el tarro ha resbalado entre sus dedos y ha ocasionado tal desastre. El gato le exige la verdad, pero el ratón sigue echando mano de las historias más inverosímiles. ¿Contará la historia real finalmente?


Recordando a las excusas que los niños (y no tan niños) inventan para no enfrentarse a los errores cometidos y sus consecuencias (los temidos castigos de los adultos), este libro da una vuelta de tuerca y se sitúa en un plano discursivo que ensalza el valor de la ficción frente a la aburrida realidad.
Ratón nos embelesa con su capacidad inventiva, queremos pedirle más y más historias inverosímiles que se desbordan alrededor de una situación muy común. Un auténtico narrador oral que nos mantiene en vilo con las ocurrencias más surrealistas sin necesidad de más aderezos que su voz e imaginación.


Un roedor que, al más puro estilo Don Quijote, se enfrenta a un Sancho felino rendido finalmente, ante lo fantástico. ¿Y quién no? Lean este libro, disfruten de un lenguaje visual encantador elaborado con técnicas tradicionales, los paisajes marcianos (santo y seña de este autor), una estructura repetitiva que siempre gusta a los más pequeños y una página final que nos hace dudar (¿Al final todo era verdad?).
No olviden que detrás de la cruda realidad siempre vive el idealismo más inspirador. Y si es para ahorrarse una comida navideña, mejor que mejor.