miércoles, 19 de marzo de 2025

Nuevas paternidades


En este San José, además de mascletás, no está de más recordarles que sigo siendo partidario de los reformatorios para padres. Lo digo sin inmutarme, pues viendo lo que veo a diario, empiezo a pensar que la gente solo tiene hijos para colgarse un sambenito más. Una especie de postureo que les ayuda a ascender en una escala de valores cada vez más paupérrimos y donde no importa cómo seas, sino lo que seas.
Si no, a cuento de qué voy a recibir mensajes de padres que me imploran soluciones para que sus hijos no abandonen las aulas con catorce años. A cuento de qué voy a tener que explicarle a una madre que la justificación de las ciento cinco faltas que ha tenido su hijo este trimestre tienen que venir acompañada (¡Qué menos!) por alguna firma médica.


El mundo está loco. Tanto, que no solo los críos toman la comunión para hincharse a regalos, sino que los adultos buscan en sus etiquetas una aprobación social que les provea de un mimetismo con el que irse de rositas. ¿Qué tu hijo se pasa el día con la videoconsola haciendo el cabrón? No pasa nada mientras te acompañe a las reuniones con tus amigos y propine besos y sonrisas a todo quisqui. ¿Qué tu hijo se ríe en la cara del profesor cuando se le pide que respete las normas del aula? Non ti preocupare. Todo se soluciona con un viaje a Disneyland.


Lo verdaderamente importante no es dejar un legado interesante, tratar de crear un futuro mejor para esta especie nuestra, sino alimentar nuestros deseos y necesidades aunque vendas lo contrario. Que me apetece irme de vacaciones; da igual que pierdas una semana de clase. Que quiero ir al gimnasio; tú, sin clases de patines. Que me apetece hincharme a pasteles; tu índice de glucemia no se va a quedar corto. Que este año toca irse a Cuba; te quedas sin tus amigos de Benidorm, pero ganas una buena diarrea y dos tandas de jetlag.


Y así funcionamos, pasando de todo, pero bien agasajados de regalos. Viviendo a base de lo material y despreciando lo verdaderamente importante, un ideal que, a pesar de cubrir lo superficial, descuida lo trascendental.
Para compensar un poquito, en este Día del Padre les traigo tres títulos muy paternales que bien merece la pena conocer aunque ya tengan unos años (no todo van a ser novedades que sepulten libros que merece la pena airear), pero que se me había pasado incluir en esta bitácora mía.


El primero es Las manos de papá, un álbum de Émile Jadoul publicado por Corimbo y que hoy día está descatalogado (ya saben, queridos monstruos, acudan a las bibliotecas porque en ellas se esconden auténticos tesoros). En este libro dirigido a prelectores y primeros lectores, el autor francés se interna en los cuidados que un niño recibe durante los primeros meses de vida gracias a las siempre presentes manos de su padre.


Es curioso el recurso gráfico utilizado por el autor para captar nuestra atención y que dota de un sentido múltiple a esta historia cotidiana. Por un lado, ensalza la labor de la crianza, por otro, el hecho de mostrar solo las manos del progenitor, nos interpela como sujetos activos y experimentados (¿Quién es ese padre anónimo? Quizá el nuestro) y por último, recrea toda una serie de actividades en las que el lector puede verse reflejado (Una nueva pregunta: ¿quién es el verdadero protagonista? ¿El padre o el hijo?).


Un libro encantador donde la técnica pictórica es sencilla pero muy efectiva, el uso reiterado de onomatopeyas y el formato boardbook se combinan a la perfección para ensalzar el papel de los padres a la hora de enseñar a los hijos a subir escaleras, deslizarse por un tobogán o dar sus primeros pasos.


Compota de manzana, el álbum de Klaas Verplancke editado por Ekaré, es mi segunda elección. En este libro del premio Bologna Ragazzi 2001, el autor flamenco se interna en las relaciones entre un hijo y su padre de una forma un tanto fantástica (podríamos decir que es la versión masculina del Madrechillona de Bauer).


Tomás quiere mucho a su padre porque tiene montones de cosas buenas. Lo que más le gusta de él es que los dedos de las manos le saben a compota de manzana. Pero a veces, su padre se calla, una tormenta se avecina y sus dedos se convierten en rayos que lo envían a su habitación con firmeza. Así, nuestro protagonista se marcha en busca de un padre nuevo con mejillas suaves, músculos firmes y manos tibias, pero solo encuentra una casa en lo alto de un árbol donde lo espera un extraño personaje. ¿Quién será?


Si bien es cierto que la primera parte de este libro recuerda a otros libros como Mi papá de Antonhy Browne, donde las cualidades y los defectos de los progenitores son el hilo conductor de una acción, en este caso enriquecida por el doble sentido de unas ilustraciones descriptivas y de gran belleza compositiva, la segunda parte se recrea en una mirada llena de metáforas visuales donde la transformación del padre tiene que ver con esa percepción onírica que los niños tienen de la realidad. Una vía de escape que transgrede las normas, pero que les ayuda a gestionar desencuentros con el universo adulto.
Junto con una buena elección de formato, recursos secuenciales que huelen a viñeta y una dedicatoria llena de sentimiento, seguro que encuentran a un padre enfurruñado para regalárselo (y si no, háganmelo saber, que yo sí sé a quién).


Por último les traigo un clásico de los libros paternales. P de papá es un libro escrito e ilustrado por Isabel (Minhos) Martins y Bernardo Carvalho, que editó hace años Kalandraka para ensalzar esos momentos que padres e hijos comparten a diario desde una perspectiva lúdica muy recomendable para prelectores.


Este libro se articulado sobre una serie de escenas donde las siluetas de un padre y un hijo dibujan montones de escenas gracias al contraste de los colores. Así, el hijo, como si de un juego de palabras se tratase, inventa diferentes tipos de papá gracias a posturas o situaciones que recuerdan a objetos, vehículos, lugares o profesiones. Tenemos el papá grúa, el papá perchero, el papá abrigo, el papá avión, el papá túnel o el papa domador, todo un catálogo de papás que se funden en uno solo.


Si bien es cierto que las siluetas dejan entrever emociones básicas, están bastante despersonalizadas, lo que ayuda a la hora de que el lector-espectador se refleje en ellas, un recurso gráfico muy interesante en este tipo de libros sobre temas universales.
Y así, con tres padres muy diferentes, pero con gran parecido, les dejo con el suyo que, presente o ausente, bien merece una caricia.

lunes, 17 de marzo de 2025

¡Qué difícil es montar un negocio!


Como no puedo estar quieto ni un momento, durante los últimos meses me ronda la cabeza esa idea de montar un pequeño negocio, aunque solo sea por mero entretenimiento. Hay varias opciones… Regentar un bar, darle forma a una editorial o invertir en el campo de la informática.
Quizá piensen: “Pero alma de cántaro, con lo bien que vives tú, ¿de dónde salen emergen esas ganas de emporcarte monetaria, laboral y personalmente? ¡Tú estás loco!” Les explico… Tras casi veinte años ejerciendo como docente, he llegado a un punto en el que esta profesión ha perdido muchos alicientes. Y no precisamente por los alumnos, pues cada clase es diferente y lo que lleva como título “El aparato respiratorio”, puede pasar de ser un coñazo a una fiesta conforme sales de un aula y entras en otra. Es más bien por un sistema que te encorseta hasta las trancas y en el que poco puedes desarrollarte.


Lo primero de todo, en nuestro país, cualquier funcionario se debe a la administración, es decir, trabaja exclusivamente para ella. A menos que tengas tu propio negocio no puedes realizar otra actividad remunerada. Cuando le cuento esto a mis amigos extranjeros se echan las manos a la cabeza. Ni holandeses si ingleses entienden las razones que llevan a un estado a prescindir de ideas con las que crecer económicamente. Se ve que hay que repartir cuotas laborales…


Lo segundo es más personal. España es el país de la “titulitis” y las etiquetas y tenemos muy interiorizado que un ingeniero no puede dedicarse a la filosofía ni que un profesor de francés quiera ser productor musical. Si una persona ha invertido diez años en el campo de la informática, nunca podrá ser un buen jardinero. Ni tampoco el profesor de biología, puede abrirse camino en la literatura infantil.
Gracias a estas dos razones de peso, pueden estar tranquilos, Ni hostelería ni microchips ni libros para críos. Seguiré explicando la teoría de la deriva continental y el método científico para dejar que otros sigan en pos de sus sueños. Nada mejor que obviar el control fiscal y gubernamental que se gastan los caciques de este país. No sea que todo mejore y les demos una patada en el culo (bien merecida).


No obstante, si ustedes se envalentonan y quieren hacer frente a las trabas administrativas, no deben olvidar los pros y contras de invertir en algo así. Por eso, hoy les traigo El mejor restaurante del mundo, una nueva aventura de la pandilla de canes que tantas alegrías le están dando a Dorothée de Monfreid y no se olviden de todo lo que conlleva una empresa por pequeña que sea.
En esta ocasión, Zaza quiere hacer realidad el restaurante de sus sueños e invitar a cenar al resto. Primero de todo, elige el lugar adecuado en mitad del bosque y pide ayuda a Popov, Miki, Nono, Agus, Kika, Jana, Pedro y Omar para darle forma. Mientras Zaza va tomando nota de la cena, los demás fabrican las mesas y las sillas, se encargan de rotular y colgar el cartel, crean una atmósfera agradable o disponen los cubiertos. Cuando todo esta listo, llega la hora de disfrutar de sus platos favoritos, pero…


Con ese carácter de narración coral sobre el que se construyen los libros de estos perros, esta pequeña comedia de situación no solo hace reír a cualquiera (les recuerdo que monstruos somos todos), sino que permite a los diferentes tipos de lectores que se acerquen a él identificarse con uno o varios de los personajes al tiempo que descubren su propia humanidad. Algo que me ha gustado mucho de este episodio es esa luz cambiante en cada una de las escenas que, a modo de stop motion u obra teatral, van configurando el paso del día a la noche. Una atmósfera deliciosa que esta vez abandona el formato boardbook para diversificar un público no tan minoritario como el toddler. ¡Disfrútenlo y den forma a sus deseos empresariales!

viernes, 14 de marzo de 2025

Palabras salvajes y divertidas


Es muy curioso cómo funciona el lenguaje. Y no me refiero a sintagmas nominales, complementos circunstanciales o métrica poética. Me refiero a ese campo tan subjetivo llamado semántica en el que interactúan muchos parámetros. Esfera social, recuerdos, sonoridad, de quién vienen o adónde van, la entonación, la repetitividad del relato… El significado de lo que escribimos o decimos toma un camino u otro dependiendo de su contexto multifactorial. Al menos, eso (mal)pensamos los adultos, que todo lo llevamos al extremo con nuestros prejuicios enfermizos. Lo mejor es pensar como un niño, que a pesar de sus experiencias, limitadas, evidentemente, suelen tener una corteza cerebral más plástica y moldeable.
Las palabras se cargan de sentido cuando nos empeñamos en dárselo. Literal o figuradamente las conducimos hacia nuestros derroteros, por eso, lo más fácil, es dejarlas a su libre albedrío, como si manaran de un joven riachuelo, juguetonas y saltarinas. Que giren y giren, sin miramientos. Palabras y solo palabras que, salidas de un conjuro divertido, se lanzan contra nosotros y dibujan un escenario en el que mojarnos de risa es el único fin.
Y si todavía lo dudan, aquí les dejo el segundo volumen de la colección Aún aprendo que, con muchos pies y más cabeza, les recomiendo. Pues no solo recoge un buen puñado de recetas verbales sin (¿o con?) mucho sentido de toda la vida, sino que de una experiencia en la que los críos son los protagonistas gracias a unos talleres artísticos que se desarrollaron en la Biblioteca Central de Córdoba durante mayo y junio de 2023. No se lo pierdan porque además de su excelente factura, cualquiera va a disfrutar. Dejando a un lado su significado, esa es la magia de las palabras: reunirnos en torno a ellas.

Doña zírriga, zárriga, zórriga,
trompa pitárriga,
tiene unos guantes
de pellejo de zírriga, zárriga, zórriga,
trompa pitárriga,
le vienen grandes.

Pomponata pota pon y otras palabras salvajes.
Ilustraciones y textos creativos de Adrián, Antonio, Celia, Claudia, Estela, Jorge, Lucía, Rafael, Valeria F., Valeria M. y Olga. 
A partir de un taller de Ramona y juegos de palabras tradicionales.
2024. Valencia: Media Vaca.


jueves, 13 de marzo de 2025

De calvos y alopécicos


La vida moderna es un tanto extraña y cuando pensabas que la mayoría de tus amigos y conocidos masculinos se iban a quedar calvos (como manda la vejez de cualquier mamífero), de repente los ves aparecer con una mata de pelo recién injertada en Turquía, centro mundial del tratamiento alopécico.
Unos aprovechan las vacaciones para pasar por el quirófano, otros se esconden y te cuentan milongas y a los más avezados les da igual pasear sus heridas, pasear con sombrero y lucir esa pelusilla tan extraña que empieza a poblarles las ideas. El caso es recobrar la juventud deseada gracias a esos folículos pilosos del cogote que resisten cualquier hormona.


Lo que muchos no saben es que después de la intervención y recuperar esa dignidad juvenil que creyeron perder, algunos necesitan de una serie de suplementos para conservar su renovada melena, como por ejemplo los inhibidores de las enzimas que activan la testosterona. Ya saben, esa hormona que actúa sobre nuestro apetito sexual, la fertilidad y el mantenimiento de la erección (¿Cómo era aquello que decía mi abuela? ¿Para presumir hay que sufrir?).
Y eso, en el caso de que todo vaya viento en popa y no tengas que acudir otra vez a Oriente Próximo, porque muchas veces hay que volver a pasar por caja, ya que un solo trasplante no suele ser suficiente. Que se lo digan al Juli que ya va por el tercero…


Conmigo que no cuenten para recuperar ese remolino que lucía en mi frente durante mi adolescencia. Le supe decir adiós y ya no lo necesito, pues he desarrollado otras estrategias la mar de efectivas para llamar la atención de quienes me rodean. Ser Tintín durante un tiempo es maravilloso y hacerle frente a las carencias todavía mejor.
Queridos traumatizados: ya sé que vuestro tupé era el santo y seña de una época dorada en la que las nenas se lanzaban a vuestros pies, pero ¿alguna vez habéis pensado que las pavas de aquella época han madurado y hoy día no se dejan seducir por esas miserias que habéis desarrollado gracias a vuestros traumas?


Y con este prólogo tan deslenguado, doy paso a un libro que me ha encandilado por hacerme disfrutar como calvo digno que soy. Cuando los pelos de papá se fueron de vacaciones, un álbum narrativo de Jörg Mülhe que acaba de publicar Takatuka es una historia muy disfrutona que tiene como protagonista a un padre que vive un infierno cuando su cabellera decide salir volando. Por el restaurante, los grandes almacenes o el zoológico, los persigue por toda la ciudad, pero los pelos, finalmente alcanzan la depuradora y acaban en el mar visitando los lugares más insólitos. ¿Conseguirá que vuelvan?


Con mucho humor, el autor despliega una batería de recursos narrativos (tanto textuales, como gráficos), que hacen de esta pequeña anécdota una aventura trepidante muy apta para cualquier calvo. Guiños muy sugerentes (¿Han visto La noche estrellada de Van Gogh?), juegos gráficos a base de pequeños trazos, referencias a las historietas clásicas (el clásico pelo en la sopa no podía faltar…), los abundantes croquis (tienen un puntito informativo que gusta mucho al lector infantil) o montones de disparates surrealistas. Todo se conjuga para hacernos reír.


Aunque el final podría haber tomado otro cariz, me gusta que se haya planteado un giro en el guion, sobre todo porque da una oportunidad sobrenatural a la transformación, un momento mágico que seguramente muchos agradecerán en loor de su cuero cabelludo desnudo a modo de simpática ensoñación. ¡Les dejo que me tengo que rapar!

lunes, 10 de marzo de 2025

Madurando a golpes


Hace un par de meses me di un trastazo monumental en mitad de la calle por culpa de un adoquín mal trazado. La ostia no fue pequeña y los pantalones que llevaba quedaron hechos jirones. Las peor paradas fueron mis rodillas, maltrechas y llenas de sangre. Caminé malherido hasta casa y me desinfecté las heridas, quitándole importancia al accidente, pues todo se resumiría en una pequeña cicatriz.


Lo peor llegó al día siguiente cuando mi cuerpo, que había perdido toda esa elasticidad de la infancia, me dolía como si lo hubiera atropellado una apisonadora. Tampoco había sido para tanto, pues en mi niñez había superado con creces peores trompazos. Es lo que tienen los años, que no pasan en balde y son estas pequeñas cosas las que nos hacen caernos del guindo.
Un par de días más tarde, se formaron dos costras. Tenían un tamaño considerable y habían atrapado buena parte del vello corporal. Una semana, dos y allí seguían inmutables. Yo no recordaba que el pellejo tardara tanto en regenerarse… Pasaba el tiempo y empezaban a aflorar en mí unas irrefrenables ganas de arrancarlas. Las mismas que sentía siendo un crío.


Al final empecé a toquitearlas. Por la periferia, por el centro, pero nada. Hasta que casi un mes después del percance (estas estructuras suelen caerse a las tres semanas), recién salido del agua, me decidí a meterles mano y las arranqué de cuajo dejando visible dos zonas rosadas que siguen tachonando mis articulaciones a modo de medalla.
Y como ya les he contado el proceso de reparación de una herida, me voy a dedicar a ese viaje interior que Beatrice Alemagna nos regala en su último libro publicado en España y que gira en torno a una costra. 


Berta y yo, que así se llama, cuenta la historia de una niña que, como yo, resbala y cae de bruces hiriéndose la rodilla. Cuando llega a su casa, su padre la cura y le dice que pronto lucirá una costra preciosa. Pero ¡ay, amiga! Resulta que ni es bonita ni tan efímera como le habían dicho, y tendrá que aprender a convivir con ella. Para empezar le pone Berta, como a la perrita que nunca tuvo y después se la tiene que llevar de vacaciones con los abuelos. ¿Se irá algún día de su lado?
Con mucho humor, la autora italiana afincada en Francia, se basa en un episodio autobiográfico (fíjense en la dedicatoria de este libro) para realizar un ejercicio introspectivo en el que los pequeños acontecimientos vitales nos sirven a modo de peldaños que ir subiendo en el proceso madurativo.


En un principio, podríamos pensar que Berta es la protagonista, pero nada más lejos de la realidad (¿Se han percatado de la omnipresencia de ese pelo anaranjado que llena incluso las guardas?). Todo tiene que ver con la metáfora del viaje iniciático que, como diría mi amigo Alonso, se resume en el “dejar ir”, una práctica muy saludable que todos hacemos inconscientemente.
Como en todos los libros de la Alemagna, hay escenas preciosas. Véanse como ejemplo la de la despedida en mitad del campo de amapolas (quiten la camisa y extiendan las tapas del libro para disfrutar de la imagen en todo su esplendor) o las escenas campestres junto a los abuelos.
Lo dicho: vigilen por dónde pisan.

viernes, 7 de marzo de 2025

Coleccionando nubes


¡Qué contento está el campo con las lluvias que nos está regalando febrero! ¡Veinticuatro horas empapando el suelo! ¡Cuánto tiempo sin ver esto! Y que siga. Otros tantos días. Otras tantas semanas. Y nosotros, embobados. Mirando a lo alto, también hacia abajo. Tras el paraguas. Tímidamente. A bocajarro. Sacando la lengua. Para mojarnos. Así es el agua que cae, que salpica, que corre, que se pierde. Que la tierra, el arroyo, la hierba y los árboles siguen sedientos.


Nubes y más nubes. ¡Colecciona nubes! Que ríen. Que lloran. Que giran. Que se agolpan. Que entristecen el día, pero también lo alegran. Nubes pequeñas. También gigantes. De las que salen corriendo o apenas se mueven. Aunque tapen el sol, que se queden un tiempo. Que un cielo sin nubes es como un mar sin olas, como una casa sin cuadros, como un niño sin risa. ¡Que vivan las nubes! Sobre el té, con forma de camión de bomberos o de golosina ¡Que vivan!

Mucha gente lleva
un paraguas,
por si acaso llueve.

Yo siempre tengo a mano,
una nube de lluvia
por si se largan los paraguas.

***

Puse una nube
en un frasco
de mermelada vacío.
(No creas
que voy a untar
de nube
mi tostada.)

Tan solo
quiero ver
(es un momento,
espera, luego la libero)
si duerme
tiene frío
dice algo
se mueve.

A lo mejor
tengo suerte
y hasta entiendo
cómo es que hace
para llover.

Cecilia Pisos.
En: Nube con forma de nube.
Ilustraciones de Diego Bianki.
2016. Vigo: Faktoría K de Libros.


miércoles, 5 de marzo de 2025

Disfraces transformadores


Los disfraces tienen algo mágico. Es sorprendente constatar cómo somos capaces de transformar nuestra existencia con un par de trapos y montones de abalorios. Podemos ser quienes queramos. Piratas, payasos, personajes famosos, animales, objetos o simples mortales. La vecina del tercero, la vieja chismosa de turno o tu mismísimo cuñado. Cualquiera.
El disfraz nos permite crear un universo paralelo que, sirviéndose de clichés, parodias o comportamientos guionizados, nos ayuda a jugar con el mundo, coquetear con lo imposible, fantasear e imaginar. Así, tiene montones de beneficios, tanto para los pequeños, como para los mayores. Potencian las habilidades sociales, evaden del mundanal ruido, nos despojan de prejuicios y nos permiten desbordar las ideas.


Pero ¡cuidado! No sea que tanto lío se nos vayan de las manos, nos metamos en el papel más de la cuenta y dependamos de ellos para la supervivencia. Conozco a más de uno que se le ha ido la pinza a golpe de disfraz, incluso han perdido la noción de su propia existencia. Si bien es cierto que no todo tiene que ver con ellos, quedan incorporados en el ideario (léase un exmarido o una jefa venida a menos). Por eso, a veces, aparcarlos y tomar las riendas de la consciencia se hace necesario en vez de parapetarse tras máscaras, lentejuelas y maquillaje.
Seguro que conocen casos de niños y jóvenes que se han salido volando por la ventana con un traje de Superman o se han cargado a media familia blandiendo una katana de samurái. Es ahí donde reside el peligro de los antifaces aunque noticias como estas sean puramente testimoniales.

Siguiendo esta línea, Kike Ibáñez nos trae una historia donde un simple disfraz es el interruptor de una aventura irresistible para cualquier lector. El diablo sobre ruedas, además de adoptar el título de la conocida película de Steven Spielberg, es el libro ganador de la última edición del Concurso Internacional de Álbum ilustrado de la Biblioteca Insular de Gran Canaria.
En él, nos cuenta la historia de Lucía Fernanda, una chiquilla enrabietada porque su madre no le deja ir a la fiesta de carnaval montada en su querida bicicleta. Cuando están esperando a cruzar la calle, un camión lleno de material radiactivo sufre un accidente y su madre muere. A partir de ese momento, todo se convierte en una locura de lo más arrolladora (nunca mejor dicho) y extravagante.

Pedos propulsores, apariciones marianas y ángeles de la guarda se mezclan en una intrahistoria donde se respira un germen tan surrealista como barroco, ese cariz tan cañí del que gusta tanto su autor. Con tintes telenovelescos y unas ilustraciones donde lo geométrico y los colores planos se funden en perfecta simbiosis, Ibáñez nos hace una lectura bien simpática de los enfados infantiles, las formas de afrontar la homeostasis personal y el civismo social (¡Lo que da de sí un paso de cebra!).

Unas composiciones muy estudiadas, las repeticiones rítmicas (¿Se han fijado en el efecto de esas explosiones sobre la lectura?), los giros verticales en el formato (¿A ver si no cómo iba a subir a los cielos un querubín?) y las secuencias narrativas un tanto cinematográficas (La espera ante el semáforo es maravillosa), se articulan en una obra muy kistch donde el humor se adhiere a todo lo demás. ¡Y feliz Miércoles de Ceniza!

viernes, 28 de febrero de 2025

Risas contagiosas


Queridos monstruos, ya huele a carnaval y, aunque se anuncian lluvias por toda la península, un servidor pone pies en polvorosa hacia Cádiz y se dispone a disfrutar de ese espacio popular dedicado a la sátira y la crítica social que tanto bueno nos ha dado desde hace siglos. Y así nos mezclamos entre la gente, nos recreamos en multitud de personajes propios y ajenos, y nos lo pasamos como enanos a costa de un sinfín de artistas callejeros que, llegados de buena parte de Andalucía, nos llenan el alma de carcajadas entre tangos y cuplés.
Disfraces, dobles sentidos, juegos de palabras, soniquetes de moda, gestos y coreografías, guitarra, bombo y platillos. Un cóctel muy nutritivo con el que aupar la risa y el disparate, ese santo y seña que, a modo de bandera, nos cobija e identifica. Una bendita enfermedad más que contagiosa…

Tengo una sonrisa
roja con lunares,
que me hace cosquillas
si hago malabares,

si monto en triciclo,
si planto un cerezo,
al pintar un cuadro
o cuando bostezo.

Tengo una sonrisa
que me pica mucho,
se la he sonreído
a un señor flacucho.

El señor flacucho
que recoge botes,
se la ha sonreído
a Pepe Bigotes

Y Pepe, que come
compota de pera,
se la ha sonreído
a la peluquera.

Felisa, que corta
de un tajo el flequillo,
se la ha sonreído
a un gato amarillo

Y el gato con gafas,
cortito de vista,
se la ha sonreído
a un submarinista.

[…]

David Hernández Sevillano.
De boca en boca y río porque me toca.
Ilustraciones de Carmen Queralt.
2018. Salamanca: La Guarida.


lunes, 24 de febrero de 2025

Una jornada sobre la LIJ y sus márgenes


Señoras, señores, el pasado sábado acudí a Salamanca “la bella” en calidad de asistente a la jornada profesional que, desde hace tres años, organiza LASAL, esa asociación que vela por la lectura en la famosa ciudad universitaria gracias a un grupo de supervivientes de la extinguida Fundación Germán Sánchez Ruipérez y otros colegas monstruosos.
Con el lema Fuera de la línea. La edición y la creación en el margen, nos reunieron en la Torre de los Anaya para debatir, charlar, pensar y, sobre todo, aprender en torno a los libros infantiles y juveniles. El cartel prometía, pues invitados como Javier Sáez Castán, Arianna Squilloni y su A buen paso, Sara Bertrand, José Luis Polanco de la revista Peonza, Piu Martínez y Diana Sanchís se congregaban en torno a lecturas incómodas, surrealistas, canallas o ingobernables como las que acompañan este acta informal que me he sacado de la manga.


Tras el alentador pistoletazo de salida de Raquel López Royo, maestra de ceremonias de este evento tan agradable y familiar, Fabio Rodríguez de la Flor presentó el primer asalto. Una editora y dos autores se enfundaron los guantes y nos hablaron de la profesionalidad (o no, como bien nos aclaró Saez Castán), la periferia (Squilloni siempre ha disfrutado de esa marginalidad espacial que tanto le ha marcado) y el tiempo (que da para muchas divagaciones). Estos fueron los temas principales sobre los que giró un turno de soliloquios que, si bien eran muy interesantes, pasaron de puntillas por esa concreción que tanto nos gusta a los de ciencias. La Garralón se lanzó a las preguntas incómodas para ver si alguien se mojaba el culo. Al final, los protagonistas se embarraron un poco explicando que hacer libros fuera de las directrices del mercado, además de complicado, supone más de un quebradero de cabeza, sobre todo si pretendes (sobre)vivir de ello.


Sonó el gong para anunciar la hora del café (el pain aux raisins con el que lo acompañamos estaba suculento) y dejarnos un rato para exorcizar nuestros pensamientos, comentar lo poco que nos gustaban las respuestas guionizadas y plantear nuevas preguntas sobre esa exclusión que rodea a todo lo relacionado con los libros para críos y adolescentes.


Llegó una segunda mesa redonda moderada por Antonio Marcos, librero de profesión y al que le gusta embadurnarse de harina. En primer lugar, cedió la palabra a José Luis Polanco, fundador y coordinador de una de las publicaciones decanas en materia de LIJ, que nos hizo un delicioso repaso ejemplificado por esos libros fuera de línea (los de poesía, los divertidos, los libros-cebolla, las historias lentas y mínimas, los que destierran el aburrimiento, los que plantean incógnitas, y los que ni piden ni dan fueron las categorías elegidas). Piu se lanzó a la piscina de sopetón y, dejando a un lado el compromiso, se centró en la responsabilidad (a veces hay que poner el foco en lo que merece la pena y dejarse de reseñas insustanciales). Diana, tímida y como un flan, atendió a esa definición de "libros de las afueras" ayudada por las opiniones de sus compañeras de profesión. Preguntas arriba y abajo, se habló de las dificultades en las librerías poco comerciales, lo sepultados que se encuentran estos libros en la avalancha de novedades y una mediación/edición poco profesional.


Tuvimos que irnos corriendo por cuestiones administrativas, pero con muchos interrogantes en la punta de la lengua. Entre las que se me ocurrieron a mí, puedo compartirles alguna que otra… Literariamente hablando, ¿tienen más calidad los productos marginales que lo mainstream? ¿Estar fuera de línea es un término temporal o atemporal? ¿Hay obras que siempre están fuera de línea o dependen del contexto que habiten? ¿Las modas diluyen el concepto “estar fuera de línea”? (Que se lo digan al feminismo, el ecologismo o lo multikulti...) ¿Habitar la marginalidad es una forma de vida o un postureo más que te provee de cierto estatus en el seno de un ámbito determinado?


Mientras le dan a la sesera, les contaré lo que disfruté departiendo con otros asistentes al sarao copa en mano y todo tipo de viandas fundamentadas en el universo del gluten. Cañas y vinos, amenos y breves, que sirvieron como antesala a los talleres vespertinos. Yo elegí el de Piu, una actividad bastante útil para todos aquellos que se hallen un poco perdidos en el universo de la selección (¡Bibliotecarios, teníais que haber venido!). La maestra trajo una docena de libros sin demasiado éxito (llamémosles "difíciles") y nos invitó a que diseccionáramos por grupos las posibles razones de una ventas mínimas. Echamos un buen rato valorando rarezas editoriales de aquel catálogo tan sui generis. Libros infumables, libros con cartilla de racionamiento, libros caros aunque indispensables, libros mal traducidos, libros olvidados o libros de obligada mediación. Nos dimos cuenta de que los libros que viven fuera de línea pagan un caro peaje por muy exquisitos que sean. Nosotros nos lo tomamos con mucha alegría, sus autores/editores, seguramente no tanto…
Como a los talleres impartidos por Javier Sáez Castán y Diana Sanchís no pude asistir, solo puedo trasladar las impresiones de aquellos que allí estuvieron. "Inspiradores" y "fructíferos", dos adjetivos más que saludables en esto de los libros para niños.


Con un piscolabis exprés, dijimos adiós a una jornada celebrada en provincias pero con sabor a congreso nacional, pues hasta allí nos desplazamos muchas de las voces que habitamos la llamada LIJ española desde diferentes puntos de vista. Por orden de aparición menciono a Mercedes, atenta librera en Letras Corsarias, compañera de reseñas en 5 ovejas negras e inmejorable guía turística, Belén López Villar, autora del blog Dídola Pídola Pon y a la que ya tenía ganas de poner cara, Sónia Zarándula (que algo le pasaba), el siempre atareado Luis Miguel Cencerrado, el incombustible Rafael Muñoz, el atento Juanvi Sánchez, la encantadora Elisa Yuste (¡Me olvidé de llevarle un libro por si le propinaba algún guisante!), la comitiva pucelana formada por Patricia de Cos, Cintia Martín (muchas gracias por animaros a venir), Yolanda Falagan e Isabel Benito (¡Menos mal que se dignó a presentarme a Lara Meana! Sí, la de El bosque de la Maga Colibrí). No me puedo olvidar de Pep Bruno y Mariaje Paniagua, un tándem artístico muy necesario en estos bosques.
Para el recuerdo queda el brillo en los ojos de Raquel López Royo durante toda la jornada (estaba pletórica de felicidad por habernos enredado en este guateque LIJero), la visita (casi privada) al cielo de Salamanca que nos regaló Mercedes y el nutritivo viaje de regreso junto a Piu Martínez. Solo me faltó llevarme Niños raros y Animalario del profesor Revillod dedicado por sus autores como guinda del pastel (¡Qué cabeza la mía…!).


Si os ha dado envidia, solo puedo animaros a venir el año que viene. La inscripción son 12 euritos… Así que no seáis roñosos y alimentad vuestros hambrientos cerebros.
¡Que vivan las líneas aunque se queden en el extrarradio! Porque eso, queridos, eso es la Literatura Infantil y Juvenil: un suburbio maravilloso.

viernes, 21 de febrero de 2025

Como una... mesa camilla


Le dijo que, sin querer,
había roto un plumier.
Aquel dijo que fue adrede:
-Rompió plumier y un juguete.
Y así llegó hasta otra oreja:
-Plumier, juguete y la mesa.
Siguieron cuchicheando:
-Y una silla. Fue bailando.
Luego, a modo de reproche:
-Y también ha roto mi coche.
-Y el perchero y la pizarra,
y tres libros con la jarra.
-Y también se cargó la escuela
y la casa de mi abuela.
-Es que ha roto la ciudad,
quiere romper hasta el mar.
-Y también se cargó el mundo
y el garrote de Facundo.
-Las galaxias y hasta el sol,
eso fue metiendo un gol.
-Un plumier… ¡Será perverso!
¡Si se cargó el universo!

***

Que hay una vaca que vuela.
Que hay un melón que camina.
Que hay una mujer que sabe
cantar ópera dormida.
Que una hormiga tiene manos.
Que hay un perro que habla inglés.
Que han llegado los marcianos
montados en aeroplanos
y con pelotas por pies.
Que si vieron una momia,
Que si bailaba claqué.
Que si había un restaurante
servido por tres ciempiés.

¡Qué barbaridades cuentan!,
lo que dicen por ahí
y aseguran que son ciertas.
¡Hay que ver lo que hay que oír!

Mar Benegas.
Cuchicheos y habladurías y ¡Hay que ver lo que hay que oír!
En: Ruidos y ruiditos.
Ilustraciones de Laia Domènech
2023. Madrid: Bookolia.

jueves, 20 de febrero de 2025

Apelativos empalagosos


Últimamente, denoto mucha condescendencia en el trato que damos y recibimos en esta España nuestra. Hay algo más allá de las palabras que realmente me preocupa, pues esa ñoñería tan manifiesta que se respira en hogares, centros laborales y grupos de amigos, no es más que la ridícula impostura a la que nos sometemos a diario los seres humanos.
Bombón, guapo, corazón, amor… Son algunos de los apelativos que más oímos a diario. Toda una suerte de palabras donde ese cariño que otrora se presuponía aunque utilizáramos otro tipo de vocablos, se hace superlativo para enmascarar las carencias, debilidades o complejos con los que lidiamos en la era de la apariencia.


No veo tan necesario dirigirse a los cercanos en términos de telenovela venezolana. Además de hiperbólico, suena forzado. No denota ternura, sino empalague. Con los hijos, con las parejas, con los padres, con los abuelos, con los alumnos o con los clientes, pierden su sentido de tanto utilizarlos.
Los “te quiero” de antaño tenían más sabor que esos que resuenan a diario como mantras terapéuticos que, además de fuegos artificiales, validan el discursito frágil y pueril de una psicología positiva que embebe todo de buenas maneras y suaves arengas, incluidas las parcelas más íntimas y personales. Coletillas exentas de toda lógica en un mundo cada vez más absurdo. Me apuñaló mientras me llamaba “cielo”. Una fantasía sin parangón.


Nunca he oído a mis padres dirigirse el uno al otro de esa manera. Como cualquier pareja, tenían sus propios códigos, pero esa dulcificación tan de moda entre los tórtolos del siglo XXI, hace estremecerse a cualquiera. Tan manida, tan evidente, tan asquerosa.
Y entre padres e hijos, ya ni hablemos… Por eso mismo, me voy a acercar a este tema con Esto es muy extraño… un álbum de Matilde Tacchini y Mercè Galì que acaba de publicar Kalandraka.
En esta pequeña historia dirigida a los primeros lectores, un chiquillo se pregunta por las razones que llevan a su familia y otras personas llamarlo por diferentes nombres de animales. Unas veces es un ratón, otras es un mono, un koala, un pollo, un lirón o un pez. ¿A qué se deberá esta extraña manía? ¿Habrán salido locos o tienen que graduarse la vista?


Así, las autoras entresacan situaciones cotidianas en las que los niños realizan gestos o actividades que recuerdan a muchos habitantes de los zoológicos, lo que por un lado sirve de gancho humorístico y por otro tiene que ver con lo identitario, más si cabe cuando los adultos se empeñan en sus excesos.
Un libro tierno para regalar a padres con poca imaginación que siempre utilizan las mismas coletillas para dirigirse a sus hijos. Lo que me hace recordar el “zángano” y el “pájaro” que siempre ha usado mi padre para dirigirse a los niños pequeños, incluido un servidor.